lunes, 2 de abril de 2012

Alma buena

I
Permitan que me presente, mi nombre es Nagle, y no obstante los problemas que en el pasado me ocasionaron el comentar ciertas cuestiones, hoy quiero contarles la historia de una mujer a quien conozco muy bien; soy su confidente desde hace años, con más precisión, diré que desde que ella era muy chica.
Como pueden imaginarse, no haré mención a detalles que pudieran develar su identidad y ponerla en evidencia entre sus amistades o acaso ante extraños, pues vivencias tan íntimas sólo deben ser compartidas entre ella y yo.
Por tal motivo es que habré de referirme a ella con el nombre ficticio de Clara, que se me antoja es el más apropiado para una persona que posee tal calidad de sentimientos, tan nobles.
Lo sé todo sobre ella.
Ya de pequeña siempre había soñado con su Príncipe Azul. Lo imaginaba como un hombre joven y apuesto que le pondría el mundo y los cielos a sus pies. Con el paso del tiempo pude ver como tales idealizaciones perdían sustento ante los golpes que le propinaba un mundo poblado por seres que no estaban a la altura de sus aspiraciones. En realidad, muchos de los posibles candidatos ni siquiera se fijaban en la presencia de Clara, pese a los esfuerzos que ella realizaba en tal sentido.
Aquel compañero de secundaria por quien ella perdía el sueño y que con todo su corazón deseaba que reparara en su presencia, se empecinaba en seguir los pasos y caprichos de las más vanidosas, vanas y mentirosas de la clase. Para Clara sólo eran tontuelas, carentes de temas de conversación, ni de inteligencia alguna como para atraer tanto a ese muchachito.
Sin embargo, él vivía embelesado con la compañía de ellas, y de entre todas, de una en especial, la más alocada y volátil. Con gran dolor en el alma, Clara pudo observar como se ponían de novios y salían de paseo.
De nada servía que le hiciera ver que entre ambos no pasaba nada serio, que solamente se divertían al mostrarse juntos delante de todos, un poco para darse corte y otro tanto porque pensaban que eso era lo que los demás esperaban que ellos hiciesen. Se pasaban el día abrazados y melosos.
Obviamente, había ciertos detalles que no podía revelar a Clara, si lo hiciera, sería una traición hacia quien me los había confiado.
Me las ingenié para que un día, mientras estaba de compras, ella pudiese observar a esa pareja, en su actitud cotidiana de aburrimiento mutuo, sin representar ese papel repetido de enamorados cándidos al que habían acostumbrado a todos. Eso la alivió.
Clara tenía la particularidad de ser una chica que no podía ser considerada ni linda, ni fea, su aspecto era agradable a la vista, pulcra, quizás pareciera un poco antigua, aunque en realidad era por su timidez que no osaba vestirse provocadoramente como las demás chicas de su edad. Nunca ha actuado con malicia (doy fe), ni hace comentarios pícaros, mucho menos emplea palabras soeces, ni siquiera en soledad.
A diario me hacía saber de sus sueños sobre tener un hogar con innumerables pequeños, a los que criaría con amor y dedicación.
Sólo yo sé del dolor que sintió cuando su padre dejó este mundo. No había modo de hacerle entender que él había dejado de sufrir y que ahora tenía paz infinita. Nunca lo comprendería.
Por ser tan generosa y solidaria, todos la respetaban sin tapujos. Pero…
Los años pasaban y con ellos la vida de Clara languidecía en más de lo mismo: hombres que deseaba y que no le prestaban la atención esperada. No es que no le hablaran o la ignoraran, el problema era que ninguno de ellos la tomaba en serio como para compartir su corazón con ella. Algunos de estos hombres por temores propios, otros por inmadurez, muchos más por estar despistados en la vida, la cuestión era que ninguno se animaba a cortejarla con seriedad. Para muchos de ellos Clara ejemplificaba la típica buena chica que todos querían tener cerca, pero no en la propia casa. Sus virtudes incontrastables ponían en evidencia los defectos presentes en cualquiera de ellos.
Como podrán adivinar, yo no le podía decir que dejara de ser tan virtuosa, por lo que, a lo sumo, le hacía entrever las fallas de esos hombres para que ella, a su turno, pudiese tomar una decisión acertada, como resultado siempre terminaba desilusionada de cada uno de ellos.
Un mal día, debió internar a su madre en ese instituto geriátrico; fue cuando la enfermedad que la aquejaba hizo imposible que pudiera valerse sola y Clara, ocupada a jornada completa por ganarse el sustento, no pudo atenderla más.
Tomar esta decisión inevitable le causó gran pena. Lo único que la consolaba de esta situación era el darse cuenta de que su madre ya no se percataba de lo sucedido, pues tenía su mente en esa otra parte que ustedes imaginan. Yo se lo hice entender a Clara y ella me lo agradeció de corazón.
A partir de esta separación, Clara comenzó a hablar más conmigo, me consultaba sobre todo, pedía mi opinión a todo momento por esto o aquello. Si bien no se sentía feliz o esperanzada como en su juventud, al llegar a la edad de la madurez estaba conforme con su destino y dedicaba buena parte de su tiempo a ayudar a los demás.
Yo, por mi parte, seguía a su lado como siempre había sido y así evitaba que la dañaran.

II
Por más que intenté persuadirla de que dejase a ese hombre, Clara ni me escuchó.
Comenzó a vivir como posesionada —perdón—, como ausente: su mente no entendía razones, sólo estaba centrada en que llegue la próxima reunión con Rigoberto. Pensaba en qué vestimenta se debería poner, o el calzado y cartera que le haría una mejor combinación con tal o cual conjunto. En fin, estaba imposible de tratar, mucho menos en condiciones de razonar.
De golpe parecía que su alma buena e inocente se había desbocado en un frenesí de descubrimientos banales que la impulsaban hacia adelante, sin ningún destino.
El punto álgido de tal ensoñación fue ese preciso momento, esa tarde en la que Rigoberto la sorprendió y le propuso matrimonio.
Me hizo saber que era la mujer más feliz del mundo, que tal instante de dicha valía por miles de sinsabores vividos durante toda su vida hasta ese entonces y una serie interminable de lugares comunes y de expresiones escuchadas por mí miles de veces antes.
Por supuesto que no oyó mis voces que le reclamaban prudencia con ese individuo.
A la semana me odiaba con todo su corazón. Si, así como lo digo. Me culpaba de que no le hubiera advertido que Rigoberto lo único que quería era apropiarse de sus ahorros; dineros que le había escamoteado con el pretexto de pagar el boleto por aquel hermoso departamento que habían ido a visitar y donde habrían de construir su futuro hogar; que no podía hallarlo por ningún lado y todo lo que ya se imaginarán que pasa en estos casos de estafa.
Desde ese día sólo recibo reproches de su parte, tal es el resentimiento que siente hacia mí. La comprendo, está sola en el mundo. No puede reunirse con sus antiguas amistades por causa de la vergüenza de haber sido engañada tan fácilmente. Sólo le queda su pequeño gato barcino, Manico, al que acaricia por horas mientras su mente vaga sin sentido en un mar de reproches vanos.
Aquellas gentes a las que ella tanto ayudó en el pasado y de las que sólo gratitud podría esperar, hoy la miran de soslayo y hasta se atreven a murmurar infundios sobre su situación. La consideran una tonta. Clara se da cuenta de todo ello, es tan buena como inteligente.
Hasta renunció a su trabajo, el lugar donde había conocido a Rigoberto aquella aciaga tarde en que este delincuente apareció como uno de los tantos clientes que visitaban la empresa.
Nunca sabrá que aquella noche de vísperas en que tomó más de lo debido, mientras festejaba por su buena suerte y se congratulaba por no haberme hecho caso, le dejé hacer para que se durmiese profundamente y no se despertara a tiempo la mañana siguiente para ir al encuentro del Condenado, quien de ese modo debió modificar sus planes y sólo huyó con la plata.
Ella pretende que me hace responsable de su desdicha y yo sigo con mis intentos de hacerla comprender que debe cuidarse, que hay gente mala.
Así seguirá nuestra relación con Clara, hasta que un buen día, frente a mí, me perdone.
      

5 comentarios:

  1. Muy bueno el relato. Es vidnete que Clara tenía un autoestima muy baja, y nos sabe tomar responsabilidad sobre sus actos.Tuvo mucho suerte en encontrarse un amigo sincero como tu. Quizas el tiempo se encargue de que reconsidere la opinion que tiene de ti.


    un abraXo

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  2. Por cierto que Clara (o como se llame) tiene un amigo perfecto, tanto que su nombre también habla perfectamente sobre quién es, es el anagrama de su condición de guardián.
    Solo que ella no podrá verle la cara, ni darle las gracias sino hasta luego del final de sus días.
    Nagle dice: "Lo sé todo sobre ella", y -ya te imaginas- nunca miente. El texto muestra más pistas...
    Al saber quien nos cuenta la historia, la misma toma otra dimensión al releerla. Sobrenatural, quizás.
    Es un cuento difícil, que amerita degustar frase por frase, pista por pista. Es una historia de optimismo puro ante supuestos contratiempos.
    Desde ya, muchísimas gracias por tus comentarios.

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  3. No hay peor ciego que el que no quiere ver. No la pasan bien los tibios en la vida ni aún esponsoreados por el mejor de los ángeles guardianes. Muy buen relato, Arturo!

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    Respuestas
    1. Me da gusto que te haya agradado el cuento. La idea la tomé a partir de una historia real, ocurrida hace más de cuarenta años, de una mujer conocida de la familia, quien a edad madura se puso de novia y para casarse con un hombre muy simpático y dicharachero (lo conocí pues lo presentaba como pretendiente en las reuniones familiares) con quien iba a casarse. él se fugó con el dinero de la pobre dama, a la que no volví a ver. no medconsta queel Fu

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    2. Se disparó el comentario sin terminarlo, ni corregir la última oración.
      Decía que no me consta que el Fulano aquel hubiera querido matarla, como insinúa el relato del ángel, pero me pareció conveniente hacer notar que, cuando nos afecta na calamidad, no somos conscientes de que podría haber sido mucho peor.
      Por otra parte, si aplico esa lógica, este cuento podría haber sido mejor.

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