I
Permitan que me presente, mi nombre es Nagle, y no obstante los problemas que en el
pasado me ocasionaron el comentar ciertas cuestiones, hoy quiero contarles la
historia de una mujer a quien conozco muy bien; soy su confidente desde hace
años, con más precisión, diré que desde que ella era muy chica.
Como pueden imaginarse, no haré mención a
detalles que pudieran develar su identidad y ponerla en evidencia entre sus
amistades o acaso ante extraños, pues vivencias tan íntimas sólo deben ser compartidas
entre ella y yo.
Por tal motivo es que habré de referirme a
ella con el nombre ficticio de Clara, que se me antoja es el más apropiado para
una persona que posee tal calidad de sentimientos, tan nobles.
Lo sé todo sobre ella.
Ya de pequeña siempre había soñado con su
Príncipe Azul. Lo imaginaba como un hombre joven y apuesto que le pondría el
mundo y los cielos a sus pies. Con el paso del tiempo pude ver como tales
idealizaciones perdían sustento ante los golpes que le propinaba un mundo
poblado por seres que no estaban a la altura de sus aspiraciones. En realidad,
muchos de los posibles candidatos ni siquiera se fijaban en la presencia de
Clara, pese a los esfuerzos que ella realizaba en tal sentido.
Aquel compañero de secundaria por quien
ella perdía el sueño y que con todo su corazón deseaba que reparara en su
presencia, se empecinaba en seguir los pasos y caprichos de las más vanidosas,
vanas y mentirosas de la clase. Para Clara sólo eran tontuelas, carentes de
temas de conversación, ni de inteligencia alguna como para atraer tanto a ese
muchachito.
Sin embargo, él vivía embelesado con la
compañía de ellas, y de entre todas, de una en especial, la más alocada y volátil.
Con gran dolor en el alma, Clara pudo observar como se ponían de novios y
salían de paseo.
De nada servía que le hiciera ver que entre
ambos no pasaba nada serio, que solamente se divertían al mostrarse juntos delante
de todos, un poco para darse corte y otro tanto porque pensaban que eso era lo
que los demás esperaban que ellos hiciesen. Se pasaban el día abrazados y
melosos.
Obviamente, había ciertos detalles que no
podía revelar a Clara, si lo hiciera, sería una traición hacia quien me los había
confiado.
Me las ingenié para que un día, mientras
estaba de compras, ella pudiese observar a esa pareja, en su actitud cotidiana
de aburrimiento mutuo, sin representar ese papel repetido de enamorados
cándidos al que habían acostumbrado a todos. Eso la alivió.
Clara tenía la particularidad de ser una
chica que no podía ser considerada ni linda, ni fea, su aspecto era agradable a
la vista, pulcra, quizás pareciera un poco antigua, aunque en realidad era por su
timidez que no osaba vestirse provocadoramente como las demás chicas de su
edad. Nunca ha actuado con malicia (doy fe), ni hace comentarios pícaros, mucho
menos emplea palabras soeces, ni siquiera en soledad.
A diario me hacía saber de sus sueños sobre
tener un hogar con innumerables pequeños, a los que criaría con amor y
dedicación.
Sólo yo sé del dolor que sintió cuando su
padre dejó este mundo. No había modo de hacerle entender que él había dejado de
sufrir y que ahora tenía paz infinita. Nunca lo comprendería.
Por ser tan generosa y solidaria, todos la
respetaban sin tapujos. Pero…
Los años pasaban y con ellos la vida de
Clara languidecía en más de lo mismo: hombres que deseaba y que no le prestaban
la atención esperada. No es que no le hablaran o la ignoraran, el problema era
que ninguno de ellos la tomaba en serio como para compartir su corazón con
ella. Algunos de estos hombres por temores propios, otros por inmadurez, muchos
más por estar despistados en la vida, la cuestión era que ninguno se animaba a
cortejarla con seriedad. Para muchos de ellos Clara ejemplificaba la típica
buena chica que todos querían tener cerca, pero no en la propia casa. Sus
virtudes incontrastables ponían en evidencia los defectos presentes en
cualquiera de ellos.
Como podrán adivinar, yo no le podía decir
que dejara de ser tan virtuosa, por lo que, a lo sumo, le hacía entrever las
fallas de esos hombres para que ella, a su turno, pudiese tomar una decisión
acertada, como resultado siempre terminaba desilusionada de cada uno de ellos.
Un mal día, debió internar a su madre en
ese instituto geriátrico; fue cuando la enfermedad que la aquejaba hizo
imposible que pudiera valerse sola y Clara, ocupada a jornada completa por
ganarse el sustento, no pudo atenderla más.
Tomar esta decisión inevitable le causó
gran pena. Lo único que la consolaba de esta situación era el darse cuenta de
que su madre ya no se percataba de lo sucedido, pues tenía su mente en esa otra
parte que ustedes imaginan. Yo se lo hice entender a Clara y ella me lo
agradeció de corazón.
A partir de esta separación, Clara comenzó
a hablar más conmigo, me consultaba sobre todo, pedía mi opinión a todo momento
por esto o aquello. Si bien no se sentía feliz o esperanzada como en su
juventud, al llegar a la edad de la madurez estaba conforme con su destino y
dedicaba buena parte de su tiempo a ayudar a los demás.
Yo, por mi parte, seguía a su lado como
siempre había sido y así evitaba que la dañaran.
II
Por más que intenté persuadirla de que
dejase a ese hombre, Clara ni me escuchó.
Comenzó a vivir como posesionada —perdón—,
como ausente: su mente no entendía razones, sólo estaba centrada en que llegue
la próxima reunión con Rigoberto. Pensaba en qué vestimenta se debería poner, o
el calzado y cartera que le haría una mejor combinación con tal o cual
conjunto. En fin, estaba imposible de tratar, mucho menos en condiciones de
razonar.
De golpe parecía que su alma buena e
inocente se había desbocado en un frenesí de descubrimientos banales que la
impulsaban hacia adelante, sin ningún destino.
El punto álgido de tal ensoñación fue ese
preciso momento, esa tarde en la que Rigoberto la sorprendió y le propuso
matrimonio.
Me hizo saber que era la mujer más feliz
del mundo, que tal instante de dicha valía por miles de sinsabores vividos
durante toda su vida hasta ese entonces y una serie interminable de lugares
comunes y de expresiones escuchadas por mí miles de veces antes.
Por supuesto que no oyó mis voces que le
reclamaban prudencia con ese individuo.
A la semana me odiaba con todo su corazón.
Si, así como lo digo. Me culpaba de que no le hubiera advertido que Rigoberto
lo único que quería era apropiarse de sus ahorros; dineros que le había
escamoteado con el pretexto de pagar el boleto por aquel hermoso departamento
que habían ido a visitar y donde habrían de construir su futuro hogar; que no
podía hallarlo por ningún lado y todo lo que ya se imaginarán que pasa en estos
casos de estafa.
Desde ese día sólo recibo reproches de su
parte, tal es el resentimiento que siente hacia mí. La comprendo, está sola en
el mundo. No puede reunirse con sus antiguas amistades por causa de la
vergüenza de haber sido engañada tan fácilmente. Sólo le queda su pequeño gato
barcino, Manico, al que acaricia por horas mientras su mente vaga sin sentido
en un mar de reproches vanos.
Aquellas gentes a las que ella tanto ayudó
en el pasado y de las que sólo gratitud podría esperar, hoy la miran de soslayo
y hasta se atreven a murmurar infundios
sobre su situación. La consideran una tonta. Clara se da cuenta de todo ello,
es tan buena como inteligente.
Hasta renunció a su trabajo, el lugar donde
había conocido a Rigoberto aquella aciaga tarde en que este delincuente
apareció como uno de los tantos clientes que visitaban la empresa.
Nunca sabrá que aquella noche de vísperas
en que tomó más de lo debido, mientras festejaba por su buena suerte y se congratulaba
por no haberme hecho caso, le dejé hacer para que se durmiese profundamente y
no se despertara a tiempo la mañana siguiente para ir al encuentro del
Condenado, quien de ese modo debió modificar sus planes y sólo huyó con la
plata.
Ella pretende que me hace responsable de su
desdicha y yo sigo con mis intentos de hacerla comprender que debe cuidarse,
que hay gente mala.
Así seguirá nuestra relación con Clara,
hasta que un buen día, frente a mí, me perdone.
Muy bueno el relato. Es vidnete que Clara tenía un autoestima muy baja, y nos sabe tomar responsabilidad sobre sus actos.Tuvo mucho suerte en encontrarse un amigo sincero como tu. Quizas el tiempo se encargue de que reconsidere la opinion que tiene de ti.
ResponderEliminarun abraXo
Por cierto que Clara (o como se llame) tiene un amigo perfecto, tanto que su nombre también habla perfectamente sobre quién es, es el anagrama de su condición de guardián.
ResponderEliminarSolo que ella no podrá verle la cara, ni darle las gracias sino hasta luego del final de sus días.
Nagle dice: "Lo sé todo sobre ella", y -ya te imaginas- nunca miente. El texto muestra más pistas...
Al saber quien nos cuenta la historia, la misma toma otra dimensión al releerla. Sobrenatural, quizás.
Es un cuento difícil, que amerita degustar frase por frase, pista por pista. Es una historia de optimismo puro ante supuestos contratiempos.
Desde ya, muchísimas gracias por tus comentarios.
No hay peor ciego que el que no quiere ver. No la pasan bien los tibios en la vida ni aún esponsoreados por el mejor de los ángeles guardianes. Muy buen relato, Arturo!
ResponderEliminarMe da gusto que te haya agradado el cuento. La idea la tomé a partir de una historia real, ocurrida hace más de cuarenta años, de una mujer conocida de la familia, quien a edad madura se puso de novia y para casarse con un hombre muy simpático y dicharachero (lo conocí pues lo presentaba como pretendiente en las reuniones familiares) con quien iba a casarse. él se fugó con el dinero de la pobre dama, a la que no volví a ver. no medconsta queel Fu
EliminarSe disparó el comentario sin terminarlo, ni corregir la última oración.
EliminarDecía que no me consta que el Fulano aquel hubiera querido matarla, como insinúa el relato del ángel, pero me pareció conveniente hacer notar que, cuando nos afecta na calamidad, no somos conscientes de que podría haber sido mucho peor.
Por otra parte, si aplico esa lógica, este cuento podría haber sido mejor.