Nacimiento de Venus (detalle), de Botticelli. |
Él fue quien me llevó de visita a su casa, ubicada
en el barrio de Parque Centenario. Vivía en un departamento localizado sobre la
calle Sarmiento, a unas tres cuadras del parque propiamente dicho. Fuimos allí después
de una de las tantas sesiones de gimnasia y caminatas que realizábamos al aire
libre en el citado espacio verde.
Me presentó entonces a Susana, su madre, quien
me trató desde el primer momento de una manera deferente y cordial, como si yo
fuese uno más de la familia. A punto tal llegaba ese afecto que, ya a las pocas
veces de ir de visita a esa casa, me ofrecieron que me diese una ducha en el
baño y me quedase a almorzar con ellos antes de retornar a mi domicilio en
Liniers.
En una de las tantas veces que fui a esa
casa, Susana me mostró un libro de fotografías familiares; en él aparecían
Fernandito y su hermana menor Mircia, sobre quien no se cansaba de hacer notar
lo bien que salía en las fotos. Y todo ello pese a que —me aseguraba— tales
imágenes no hacían debida justicia a la belleza que tenía.
Debo confesar que la pequeña que aparecía
en esas imágenes, una rubiecita delgada y de ojos claros, tenía la virtud de
saber posar muy bien en cada foto: nunca salía con muecas o con sus ojos
cerrados, a lo que se sumaba que la sonrisa esbozada siempre estaba perfecta.
Sobre Fernandito, en cambio, esta señora decía que había salido igual al padre,
don Fernando, quien aparecía en ese mismo álbum de fotografías, siempre con una
sonrisa bonachona y su voluminosa figura.
El muchacho, a diferencia de su madre, me
comentaba siempre que su hermana era una de las minas más vanidosas que pudieran
existir.
Así, por intermedio de él, me enteré que ya
cuando iba a la escuela primaria, la niña había tenido problemas con las
compañeritas de grado; y todo originado porque siempre era a ella a quien elegían
para las actuaciones en las fechas patrias. Según me confió, en esas fiestas su
hermana se lucía; pero tal situación, más que por méritos propios, era el
resultado de la dedicación que Susana ponía en la preparación de su hija.
Tan es así que, según contaba Fernando, su
madre llegaba a gastar ingentes cantidades de dinero en el alquiler de pelucas
frondosas si es que el personaje que Mircia debía caracterizar era una dama
antigua, o una reina de cuentos de hadas, o bien el papel a representar fuese el
de un hada mágica. Vestidos de alquiler suntuosos adornaban ya el cuerpecito de
Mircia a temprana edad.
Otro tanto sucedió luego, en las fiestas
patrias festejadas en el colegio secundario.
Ya pronta a finalizar sus estudios
secundarios, durante el desfile de modas, para recaudar fondos con destino al
viaje de egresadas de su curso, Mircia se había destacado muy por encima de las
restantes chiruzas de sus compañeras.
Quizás su éxito durante la etapa colegial
no descansara tanto sobre las calificaciones que alcanzaba en sus estudios, ya
que ella no perdía tiempo en tales competencias, sino en la mejora de su
aspecto y sus modales, me aseveró una vez Susana.
En las fotos de aquel álbum se podía ver toda
esta evolución desde la niñez hasta la adolescencia.
Las fotografías familiares tomadas en las
vacaciones estivales en las playas atiborradas de Mar del Plata mostraban
invariablemente a dos marsopas, una elegante mujer y una diosa. Nunca faltaba
algún colado baboso, retratado en segundo plano, que arruinaba la imagen.
A don Fernando no parecía importarle su
exceso de peso, es por ello que era de lo más común encontrarlo en la cocina,
sentado a la mesa y frente al televisor que había allí, con una picada
suculenta de salamín, queso, maníes y aceitunas, una tentación a la que
invariablemente me invitaba y que yo debía resignar, mientras que su hijo no
recordaba ningún consejo de los recibidos en el grupo de apoyo al que íbamos.
Al poco rato, toda la familia se agregaba a la mesa, incluso Mircia, quien
comía a la par de los demás. Aún no comprendo cómo es que podía mantener esa
línea perfecta y ese cutis aterciopelado con esa dieta abundante en grasas y calorías.
El día que conocí a esta chica, llegaba a
su casa desde la Facultad
de Ciencias Exactas, donde estudiaba; debo decir que exudaba simpatía. Nos
presentaron, me saludó con un beso evanescente en mi mejilla derecha y pasó de
largo hacia en el interior de la casa, supongo que hacia su dormitorio, pues no
volví a verla durante el resto de esa jornada. No me explico cómo podía tenerle
tanta bronca Fernando para decir tantas mentiras acerca de ella, como ese
latiguillo con que la recibía siempre: “espejito, espejito, ¿hay alguna más
bella que yo?”
En otra oportunidad, mientras estaba de
charla con Fernando, Mircia pasó por detrás nuestro como una exhalación, rumbo
a la cocina, donde se encontraba su madre, llevaba algo en sus manos, que
después me enteré era una remera que se le había manchado con esmalte para las
uñas y que se le había arruinado. Cuando nuevamente pasó de largo por detrás
nuestro, con destino a su cuarto, creo que iba con lágrimas en los ojos, pues
se detuvo frente al espejo del corredor que lleva hacia los dormitorios a
observar si se le había corrido el rimel.
Para mejorar su presentación personal, su
modo de expresarse, de caminar y de conducirse en reuniones, Mircia se había esmerado
sobremanera. Había asistido a la academia de modelado Komm & Lon’s de los
renombrados diseñadores franco alemanes Pierre Komm y Jean Lon. De su
asistencia a estas clases había aprendido a manejarse tan bien que parecía una
princesa cada vez que asistía a una reunión.
El día que los padres le hicieron la fiesta
de graduación a Fernando, cuando se recibió de médico, Mircia acaparó la
atención de todo el mundo. Había asistido vestida de gala y más bonita que
nunca. Su vestido presentaba un escote generoso, mientras que dejaba a la vista
toda su espalda.
Se paseaba a cada rato delante de un enorme
espejo que había en la recepción del salón donde se efectuaba la fiesta, se
observaba bien en él para asegurarse que ningún detalle inoportuno fuese a
opacar su perfecto arreglo. No tengo idea qué perfume se habría puesto, supongo
que alguno importado y exclusivo, pues ese sutil aroma hacía resaltar aún más
sus encantos.
Ella no reparaba en gastos para todo
aquello que realzara su belleza; por ejemplo: la de sus manitas, que sometía a
un escrupuloso cuidado, tanto personal como por intermedio de una manicura de
la peluquería que poseía un conocido estilista del ambiente. Aunque tal esmero
en el cuidado tuviera sus contratiempos terribles, como en esa otra oportunidad,
en que se había hecho tallar las uñas y dibujar con esmalte unos diseños tan
llamativos como elegantes y tuvo la mala fortuna de quebrarse una de ellas al
asir el secador de cabello. Me enteré de este percance pues Fernando se moría
de risa de la situación. Él seguía su terapia en Gordos Anónimos, sin mejores
resultados.
Las chicas de la facultad que la conocieron
han hablado mal de ella siempre, sin duda por la envidia de verla así: bella y
triunfadora. Yo, en cambio, debo estarle agradecido, pues por seguir su ejemplo
me estoy por recibir de Contador Público.
Mircia siempre ha tenido como amiga a Rita,
una chica del mismo barrio que ella y que es compañera suya desde los tiempos
del colegio secundario. Con ella compartió los años de la adolescencia y de la juventud,
ya que ambas siguieron juntas los estudios universitarios.
Esta chica, vanidosa y envidiosa a más no
poder, influenciaba a Mircia con malicia para que no le eclipsara sus supuestos
dones. La pobre jamás pudo arrimarse siquiera un poco a la belleza angelical de
Mircia, y resultaba grotesca su imagen al lado de la su amiga. No obstante, para
desmerecerla, se esforzaba por hacerle notar supuestos defectos y otras
falacias por el estilo.
Culpa de ella, Mircia se realizó una
cirugía estética corporal que nada aportó a su belleza natural; por suerte,
cuando insistió con esas cuestiones de las operaciones y se hizo retocar la
nariz, quedó tan bien como estaba antes, aunque su tono de voz cambió, se tornó
de ahí en más en un susurro nasal, grave y sensual. Tal manera de hablar lo
perfeccionó con la ayuda de los servicios de una fonoaudióloga y los constantes
ejercicios que efectuaba frente a un grabador que había comprado para tal fin.
Fernando, por ese entonces, se burlaba constantemente de su hermana, la apodaba
“la locutora sexy”.
Obviamente, cuando ambas fueron al Brasil,
a veranear con un par de compañeros de estudios, de las dos amigas habrá sido Mircia
quien humilló con su encanto singular a todas las garotas que adornan esas playas cariocas.
En la discoteca a la que solía ir, Mircia
era quien siempre más se destacaba entre
todas las que poblaban la pista de baile e indefectiblemente el acompañante de
turno nunca estaba a la altura de ella. Si ganaba los concursos de baile, que a
menudo se organizaban allí, se debía siempre a la gracia que tenía ella al
moverse con suma delicadeza y armonía, mientras su imagen se veía reflejada en
la infinidad de espejos que poblaban el lugar, y no por el mérito supuesto que
podrían tener las morisquetas y aspavientos que hacía el bailarín ocasional que
oficiaba de acompañante suyo.
A las chicas tan finas y hermosas como ella
no les resulta sencillo encontrar su pareja. Por tal razón, Mircia desechaba
constantemente a esos fugaces pretendientes que se empecinaban en su conquista.
Ninguno de ellos pudo pasar de una segunda cita, por más que la acercasen a su
casa en sus caros automóviles importados. Nada de eso podía conquistar a Mircia.
Por eso, no me explico como ahora, ya de
grande, se pudo haber casado y tenido un par de hijos con Saúl, ese negro
morcilla, mercachifle de barrio que lo único que tiene es una cadena de
vendedores ambulantes indocumentados, de esos que se tiran a vender cualquier
basura desparramada sobre el piso, en las veredas de las avenidas comerciales
de esta ciudad.
Oye, ¿y si a la muchacha le gustan del tipo negro morcilla mercachifle de barrio? Igual sólo era exquisita para con su propia belleza... Vete tú a saber.
ResponderEliminarMe gustó. Buen trabajo, Arturo. Un abrazo.
Gracias, Fernando.
ResponderEliminarEs cierto, cada cual puede hacer lo que quiera y esto le cabe a Mircia. Pero, aquí el tema es el que relata: un gordo cándido y tímido, que está profundamente enamorado de la dama en cuestión, por eso la sigue a todos lados y está pendiente de ella, todo sin recibir ninguna atención. El pobre no se da cuenta de la profesión de su mujer ideal, que ya lo hacía todo por dinero. En fin toda una profesional...
Saludos.
Dicen que el amor es ciego, en tu relato se lo demuestra.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario, Alicia.
ResponderEliminarTienes razón en lo que dices. aunque lo más triste es amar en silencio, al saber que no tienes posibilidad de éxito en obtener los favores de ese ser tan querido.
El personaje de las sombras en el relato, muestra que la seguía a los bailes, pero no se animaba a bailar con ella: además, hasta estudió una carrera universitaria con tal de verla a ella en el mismo edificio.
Suena exagerado, pero creo que quien ama no reconoce límites.
Eres bienvenida en este modesto espacio de pensamiento.
Un cordial saludo.
Pues aún no teniendo nada que ver, me has hecho recordar a unos antiguos compañeros que se casaron. Ella era (y es, supongo) guapa y con un tipazo que quitaba el hipo, según decían los hombre y reconocíamos las mujeres; él feo (pero a matar) y obeso, y encima olía mal... eso sí, una persona bellísima, con un gran corazón. Digo yo que ese sería el encanto que la conquistó, aunque tal vez también tuviera alguno oculto :):)
ResponderEliminarMe gustó tu relato.
Besos.
Bueno, solo puedo decir que ese conocido tuyo seguramente no era tímido, como el relator de esta historia. Yo también he visto matrimonios de un pelmazo con una bella desesperada...
EliminarTengo por allí, a la espera de publicar, algunos otros pares extraños. Que podremos reconocer sin dificultad.
Ah, aclaro que de joven, cuando estaba en el anaquel de ofertas, mi problema era la delgadez.;)
Besos, Teresa.
Ola Arturo,talvez aquele velho dito que"os opostos se atraem"seja verdadeiro neste caso.Além de tudo não esqueças que as incoerências correm soltas mundo afora.Valeu pelo teu excelente texto contando a história em todos seus detalhes.Grande abraço meu amigo.
ResponderEliminarMuito obrigado por seu comentário, Suzane.
EliminarClaro, a menina pode escolher quem quiser, o que é notável é que, com muito dinheiro e pouca educação.
O orador, embora apaixonado, nunca tentei conquistar, o que mostra que é um derrotista.
Você é bem-vindo ao meu blog.
Com os melhores cumprimentos, pra voçé meu amiga.
Seguro que lo hizo para compensar tanta belleza necesita siempre fealdad para deslumbrar o terminaría aburriendo jeje
ResponderEliminarMe ha gustado es un placer quedarme ha hacerte compañía no te prometo puntualidad pero estaré por estos lares siempre que pueda
Un beso y gracias por tu visita
40añera: Muchas gracias por tu aporte.
ResponderEliminarComo decís, es muy probable que además del dinero del negro morcilla, se hubiera fijado en el realce que a su promocionada belleza le daría tan contrastante pareja. Lo lamentable es que tal supuesta belleza no se la transmitiría a sus hijos.
Serás bienvenida siempre que te arrimes por estos pagos y ten por seguro que seguiré tus escritos (si no me echan antes).
Un beso.
.
Seguro que ese negro morcilla mercachifle tenia un don muy especial,y creo que podía ser la sensibilidad en las palabras sinceras de lo que es el amor de verdad.
ResponderEliminarSaludos
José:
ResponderEliminarTodo puede ser en esta vida.
Por caso, sé de una señora muy respetable que se casó con un marido impensado, fue precisamente por la deferencia en el trato que le prodigaba este hombre.
Esas cuestiones, salvo confesión de parte, nunca las podemos saber de antemano.
Sin dudas que el enamorado (y fatalmente tímido) relator de la historia jamás intentó tales artes.
Muchas gracias por tu aporte al análisis de esta historia.
Saludos.