Se dice que se llamaba
Pedro Calderón; pero, con el tiempo su nombre cambió a José Sampilletti,
primero, luego devino en Jacinto Portulaca y en Martiniano Pölack más tarde. Es
reconocido unánimemente por ser el anarquista más escurridizo en la Argentina durante la
primera mitad del siglo veinte.
Hay registros donde se
lo describe con un fuerte acento catalán, propio de la zona de Barcelona, de
donde se supone provenía; aunque, habida cuenta de sus reconocidas artes de
simulación, que empleaba para desconcertar a los detectives de la policía que
lo perseguían sistemáticamente, bien podría ser que fuera un polaco de Cracovia,
o un gallego de Orense.
Sus primeros pasos activos
dentro del ideario anarquista los dio durante la tristemente célebre y conocida
Semana Trágica de 1919. Pedro (así conocido por ese entonces) trabajaba en los Talleres
Vasena como peón no especializado. Allí comenzó a demostrar su facilidad de
palabra para la arenga. Encaramado sobre cualquier tarima o puesto de altura
declamaba su discurso frente a los demás trabajadores, quienes —absortos— se
dejaban embelesar por sus encendidas alocuciones a favor de la libertad y la
justicia. En esa primera vez se salvó por poco de ser fusilado.
Otras gentes refieren
que lo vieron, un par de años más tarde, en diversos parajes de la Patagonia: encabezaba algunos
piquetes de aquella famosa rebelión de peones rurales. Aunque nadie puede
precisar con exactitud si se trataba del mismo personaje al que me refiero
anteriormente o este José Sampilletti (le decían Pepe) era un anarquista
diferente.
Quienes apoyan la
teoría de la misma persona, se basan en una cicatriz que poseía este hombre en
su mejilla derecha, que pretendía ocultar con una barba rala. La mayor
inconsistencia radica en que él decía ser tucumano, pese a su piel blanca y sus
cabellos ensortijados y rubios (un rasgo en común con Pedro Calderón). Pero,
todo podría tratarse de otro de sus trucos para despistar a la policía.
En aquella oportunidad,
cuando comenzó la represión militar, Pepe desapareció del lugar. Al menos eso
comentan quienes dicen saberlo de primera mano, por haberlo acompañado ocultos
como polizones en un barco que zarpaba desde Puerto Deseado con destino a Mar
del Plata, una ciudad donde buscaron refugio.
Durante el período conocido
como “La Década Infame”,
su rastro se pierde casi por completo. Es sabido que aquel régimen faccioso
combatía a los anarquistas sin piedad. No obstante, algunas crónicas de la
época parecieran ubicarlo en Salta, entre los seguidores de don Juan Riera, un
reconocido y respetado anarquista.
Lo más seguro es que haya
emigrado a España, junto con otros anarquistas, para combatir en la Guerra Civil que
asoló ese país por aquellos años; y más precisamente se hubiera dirigido a la
región catalana. Al menos eso es lo que pretendía hacer, según les manifestó a
sus camaradas la última vez que fue visto antes de desaparecer de Salta. Y
podría estar confirmado tal destino por el relato de un veterano de aquella
contienda quien, años después, me comentó acerca de las andanzas de un rubio de
cabellos rizados y barba rala de nombre Jacinto Portulaca, que se caracterizaba
por predicar el ideario anarquista frente a las tropas en un catalán perfecto.
Ante mi consulta, este anciano veterano no recordaba que ese tal Jacinto
tuviese cicatriz alguna en el rostro.
No sería nada raro que, en
plena rebelión anarquista en Cataluña, hubiera aplicado alguna que otra de las
tácticas aprendidas años antes, durante su paso por la Patagonia; sobre todo en
lo referido a la confiscación de haciendas. Es conocido que por aquellos días fue
dado de comer al pueblo hambriento carne del ganado vacuno confiscado por los
anarquistas; y que más de un pobre pudo por vez primera conocer el sabor que tenía,
confesaba el veterano, ataviado aun con el viejo birrete de aquellos días.
Al final, desapareció
de allí en pleno caos, no se sabe bien si su fuga se produjo cuando los
comunistas aplastaban al movimiento anarquista o más tarde, en el momento preciso
en que las tropas nacionalistas comandadas por el dictador Franco ingresaban a
la ciudad. Por desgracia, la mayoría de los archivos de esas jornadas se
quemaron y no es posible confirmar su participación.
Años más tarde y ya
mayor él, reapareció por nuestro país: se lo pudo ver confluir la jornada del 17
de octubre de 1945 a
bordo de un camión que un piquete de seguidores del Coronel Perón había
requisado por la zona de Avellaneda. Pertenece a esta jornada una fotografía bastante
borrosa de quien decía llamarse Martiniano Pölack, subido al techo de la cabina
del rodado. Llevaba flameando en una mano la bandera bicolor típica del
anarquismo, mientras que su cabellera enrulada (quizás encanecida un poco) también
volaba al viento.
Al poco tiempo, desengañado
por el vuelco político que daba el gobierno peronista, se hizo ácido opositor
al régimen. Esto le valió recibir la visita de un grupo siniestro en el
conventillo de la Boca
donde pernoctaba. Se escapó en calzoncillos por los techos de chapa de la
vivienda y nunca más se dejó ver por el barrio de la ribera, donde trabajaba y militaba.
En todos estos casos,
este anarquista zafaba de la captura a último momento, lo que daba pie a que
creciera entre los más pobres y desclasados la leyenda de su capacidad innata
para fugarse de la autoridad en el momento justo.
La policía jamás lo pudo
atrapar. De él solamente se poseen algunos dibujos en carbonilla de su rostro,
resultado de contradictorios testimonios de algunas víctimas de su accionar.
Los uniformados lo llamaban “el Anguila”, por esa facilidad que tenía para
escurrirse de entre las manos a quien quisiera aprenderlo.
Es leyenda popular que
estas actividades políticas eran encaradas con tanta pasión por Martiniano que
este personaje nunca tuvo tiempo en dedicarse a formar un hogar o a tener una
mujer, más allá de alguna que otra prostituta con la que desahogaba su soledad;
otros que aducen haberlo tratado lo acusan —directamente— de homosexual.
Todo esto es falso por
completo.
Este activista a toda
prueba nunca dudó en declararle su amor noble y puro a cuanta mujer se le cruzó
en la vida.
Prueba de ello son la
gran cantidad de pequeños rubios, como mi nieto, que nacieron luego de cada
desaparición forzosa de Pedro, o Pepe, o Jacinto o Martiniano, o como se llame
el hijo de puta.
Me ha gustado leer la historia de este activista, para mí un perfecto desconocido hasta ahora que sé de él por ti.
ResponderEliminarAh, sobre todo me encantó ese giro final, esa duda que dejas en el lector expresando que es falso para acabar con esa confesión llena de pasión guerrera.
Escribes muy bien, Arturo. Da gusto leerte.
Abrazos.
Isabel:
EliminarEn cierto modo, este o cualquier prohombre tiene sus debilidades. Elegí premeditadamente a un libertario ficticio, para hacer contrastar bien el hecho de que aun quienes son cultores de altos ideales, por los que arriesgan su vida, pueden a la vez tener su lado carnal desenfrenado.
Has sido muy generosa con tu apreciación, la que agradezco con todo mi corazón.
Un fraternal abrazo.
Ja, Ja, Ja, ¡Muy bueno! el final espectacular.
ResponderEliminarTe felicito Arturo, me alegraste la tarde.
Un abrazo con sonrisa.
El moli:
EliminarMe hicieron muy feliz leer tus palabras.
El pobre narrador le seguía el rastro para hallarlo, aunque no creo que quisiese hacerle un homenaje, que digamos...
Un abrazo, rosagasarino.
Aún estando año y medio en esa gran Argentina,nunca había escuchado esta interesante historia,y como las historias todas tienen un punto o pasaje de picaresca esta no podía ser menos.
ResponderEliminarSaludos
José:
ResponderEliminarSalvando las inmensas distancias con Borges, que utilizaba este recurso con maestría, debo aclarar que es una biografía apócrifa. Aunque no podría asegurar que no sea cierta, pues en esos caminos de Dios se tejen las historias más inverosímiles.
Un cordial saludo.
Ultimamente ando muy perdida de los blogs pero hoy tengo una vena curiosa. Me ha dado por pinchar en un comentario tuyo y ¡zas! he llegado hasta aquí. ¡Caramba!. Me ha encantado andar de chismosa y poder leerte. Ha sido un placer disfrutar de tu historia y palabrita que, aunque solo sea por disfrutar de tus letras, pienso aparecer más a menudo.
ResponderEliminarUn abrazo en la distancia.
Mayte:
EliminarDesde ya, quiero que sepas que eres bienvenida, en igual medida que todos aquellos interesados en estas historias o reflexiones, en las que personajes insólitos ponen en evidencia ciertas conductas, conocidas (o padecidas) por todos.
Te retribuyo el abrazo.