lunes, 30 de abril de 2012

El Anguila

Se dice que se llamaba Pedro Calderón; pero, con el tiempo su nombre cambió a José Sampilletti, primero, luego devino en Jacinto Portulaca y en Martiniano Pölack más tarde. Es reconocido unánimemente por ser el anarquista más escurridizo en la Argentina durante la primera mitad del siglo veinte.
Hay registros donde se lo describe con un fuerte acento catalán, propio de la zona de Barcelona, de donde se supone provenía; aunque, habida cuenta de sus reconocidas artes de simulación, que empleaba para desconcertar a los detectives de la policía que lo perseguían sistemáticamente, bien podría ser que fuera un polaco de Cracovia, o un gallego de Orense.
Sus primeros pasos activos dentro del ideario anarquista los dio durante la tristemente célebre y conocida Semana Trágica de 1919. Pedro (así conocido por ese entonces) trabajaba en los Talleres Vasena como peón no especializado. Allí comenzó a demostrar su facilidad de palabra para la arenga. Encaramado sobre cualquier tarima o puesto de altura declamaba su discurso frente a los demás trabajadores, quienes —absortos— se dejaban embelesar por sus encendidas alocuciones a favor de la libertad y la justicia. En esa primera vez se salvó por poco de ser fusilado.
Otras gentes refieren que lo vieron, un par de años más tarde, en diversos parajes de la Patagonia: encabezaba algunos piquetes de aquella famosa rebelión de peones rurales. Aunque nadie puede precisar con exactitud si se trataba del mismo personaje al que me refiero anteriormente o este José Sampilletti (le decían Pepe) era un anarquista diferente.
Quienes apoyan la teoría de la misma persona, se basan en una cicatriz que poseía este hombre en su mejilla derecha, que pretendía ocultar con una barba rala. La mayor inconsistencia radica en que él decía ser tucumano, pese a su piel blanca y sus cabellos ensortijados y rubios (un rasgo en común con Pedro Calderón). Pero, todo podría tratarse de otro de sus trucos para despistar a la policía.
En aquella oportunidad, cuando comenzó la represión militar, Pepe desapareció del lugar. Al menos eso comentan quienes dicen saberlo de primera mano, por haberlo acompañado ocultos como polizones en un barco que zarpaba desde Puerto Deseado con destino a Mar del Plata, una ciudad donde buscaron refugio.
Durante el período conocido como “La Década Infame”, su rastro se pierde casi por completo. Es sabido que aquel régimen faccioso combatía a los anarquistas sin piedad. No obstante, algunas crónicas de la época parecieran ubicarlo en Salta, entre los seguidores de don Juan Riera, un reconocido y respetado anarquista.
Lo más seguro es que haya emigrado a España, junto con otros anarquistas, para combatir en la Guerra Civil que asoló ese país por aquellos años; y más precisamente se hubiera dirigido a la región catalana. Al menos eso es lo que pretendía hacer, según les manifestó a sus camaradas la última vez que fue visto antes de desaparecer de Salta. Y podría estar confirmado tal destino por el relato de un veterano de aquella contienda quien, años después, me comentó acerca de las andanzas de un rubio de cabellos rizados y barba rala de nombre Jacinto Portulaca, que se caracterizaba por predicar el ideario anarquista frente a las tropas en un catalán perfecto. Ante mi consulta, este anciano veterano no recordaba que ese tal Jacinto tuviese cicatriz alguna en el rostro.
No sería nada raro que, en plena rebelión anarquista en Cataluña, hubiera aplicado alguna que otra de las tácticas aprendidas años antes, durante su paso por la Patagonia; sobre todo en lo referido a la confiscación de haciendas. Es conocido que por aquellos días fue dado de comer al pueblo hambriento carne del ganado vacuno confiscado por los anarquistas; y que más de un pobre pudo por vez primera conocer el sabor que tenía, confesaba el veterano, ataviado aun con el viejo birrete de aquellos días.
Al final, desapareció de allí en pleno caos, no se sabe bien si su fuga se produjo cuando los comunistas aplastaban al movimiento anarquista o más tarde, en el momento preciso en que las tropas nacionalistas comandadas por el dictador Franco ingresaban a la ciudad. Por desgracia, la mayoría de los archivos de esas jornadas se quemaron y no es posible confirmar su participación.
Años más tarde y ya mayor él, reapareció por nuestro país: se lo pudo ver confluir la jornada del 17 de octubre de 1945 a bordo de un camión que un piquete de seguidores del Coronel Perón había requisado por la zona de Avellaneda. Pertenece a esta jornada una fotografía bastante borrosa de quien decía llamarse Martiniano Pölack, subido al techo de la cabina del rodado. Llevaba flameando en una mano la bandera bicolor típica del anarquismo, mientras que su cabellera enrulada (quizás encanecida un poco) también volaba al viento.
Al poco tiempo, desengañado por el vuelco político que daba el gobierno peronista, se hizo ácido opositor al régimen. Esto le valió recibir la visita de un grupo siniestro en el conventillo de la Boca donde pernoctaba. Se escapó en calzoncillos por los techos de chapa de la vivienda y nunca más se dejó ver por el barrio de la ribera, donde trabajaba y militaba.
En todos estos casos, este anarquista zafaba de la captura a último momento, lo que daba pie a que creciera entre los más pobres y desclasados la leyenda de su capacidad innata para fugarse de la autoridad en el momento justo.
La policía jamás lo pudo atrapar. De él solamente se poseen algunos dibujos en carbonilla de su rostro, resultado de contradictorios testimonios de algunas víctimas de su accionar. Los uniformados lo llamaban “el Anguila”, por esa facilidad que tenía para escurrirse de entre las manos a quien quisiera aprenderlo.
Es leyenda popular que estas actividades políticas eran encaradas con tanta pasión por Martiniano que este personaje nunca tuvo tiempo en dedicarse a formar un hogar o a tener una mujer, más allá de alguna que otra prostituta con la que desahogaba su soledad; otros que aducen haberlo tratado lo acusan —directamente— de homosexual.
Todo esto es falso por completo.
Este activista a toda prueba nunca dudó en declararle su amor noble y puro a cuanta mujer se le cruzó en la vida.
Prueba de ello son la gran cantidad de pequeños rubios, como mi nieto, que nacieron luego de cada desaparición forzosa de Pedro, o Pepe, o Jacinto o Martiniano, o como se llame el hijo de puta.
        

8 comentarios:

  1. Me ha gustado leer la historia de este activista, para mí un perfecto desconocido hasta ahora que sé de él por ti.
    Ah, sobre todo me encantó ese giro final, esa duda que dejas en el lector expresando que es falso para acabar con esa confesión llena de pasión guerrera.
    Escribes muy bien, Arturo. Da gusto leerte.
    Abrazos.

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    1. Isabel:
      En cierto modo, este o cualquier prohombre tiene sus debilidades. Elegí premeditadamente a un libertario ficticio, para hacer contrastar bien el hecho de que aun quienes son cultores de altos ideales, por los que arriesgan su vida, pueden a la vez tener su lado carnal desenfrenado.
      Has sido muy generosa con tu apreciación, la que agradezco con todo mi corazón.
      Un fraternal abrazo.

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  2. Ja, Ja, Ja, ¡Muy bueno! el final espectacular.
    Te felicito Arturo, me alegraste la tarde.
    Un abrazo con sonrisa.

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    1. El moli:
      Me hicieron muy feliz leer tus palabras.
      El pobre narrador le seguía el rastro para hallarlo, aunque no creo que quisiese hacerle un homenaje, que digamos...
      Un abrazo, rosagasarino.

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  3. Aún estando año y medio en esa gran Argentina,nunca había escuchado esta interesante historia,y como las historias todas tienen un punto o pasaje de picaresca esta no podía ser menos.

    Saludos

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  4. José:
    Salvando las inmensas distancias con Borges, que utilizaba este recurso con maestría, debo aclarar que es una biografía apócrifa. Aunque no podría asegurar que no sea cierta, pues en esos caminos de Dios se tejen las historias más inverosímiles.
    Un cordial saludo.

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  5. Ultimamente ando muy perdida de los blogs pero hoy tengo una vena curiosa. Me ha dado por pinchar en un comentario tuyo y ¡zas! he llegado hasta aquí. ¡Caramba!. Me ha encantado andar de chismosa y poder leerte. Ha sido un placer disfrutar de tu historia y palabrita que, aunque solo sea por disfrutar de tus letras, pienso aparecer más a menudo.

    Un abrazo en la distancia.

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    1. Mayte:
      Desde ya, quiero que sepas que eres bienvenida, en igual medida que todos aquellos interesados en estas historias o reflexiones, en las que personajes insólitos ponen en evidencia ciertas conductas, conocidas (o padecidas) por todos.
      Te retribuyo el abrazo.

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