sábado, 29 de junio de 2013

Cachito, el pensador

Aquí lo vemos a Cachito Buonidea; está sentado frente a su notebook, que está roto.
Se ha propuesto ser escritor; pero no cuenta con su máquina; pues, según ha dicho su padre, el arreglo es muy caro, a saber:
-Mnmftp, caro. –Dijo.
De modo que Cachito ha colocado sobre la tapa un anotador, tamaño carta, más un humilde lápiz Faber.
Sus intentos se encuentran desparramados sobre el escritorio que está frente a él. Son hojas dispersas con apenas una o dos oraciones; el cesto a su costado guarda hojas hechas un bollo, rellenas con contenidos similares, rodean al papelero los intentos fallidos de encestar (son mayoría: todos conocemos bien las torpezas del muchacho).
Ahora, se levanta de su asiento y comienza a dar vueltas por dentro de su habitación.
Su madre, que lo observa, le comenta a Pancho, que está repantigado en el sofá, atento a las vicisitudes de un partido de la Liga Armenia de Fútbol:
-Ahí está Cachito. No se le ocurre nada. ¡Otra vez la misma historia!
-Mnmftp…, psé; -agrega el marido.
El muchacho, primero mira por la ventana y luego se pone a alimentar los peces que están confinados en la pecera, al  igual que las ideas lo hacen dentro de su mente.
-¿De dónde habrá sacado esa loca manía por querer ser escritor? Nunca habla; nunca dice nada. No tiene amigos, ¿No lo habrás incentivado vos, eh?, -acusó Susana, la esposa.
-Mnmfpt…, nop; -se defendió Pancho.
Cachito, tras haber inspeccionado el perfecto orden de los libros ubicados en la biblioteca, se da vuelta hacia el escritorio, recoge los papeles con frases inconexas y hace un gran bollo con todos ellos; acto seguido, los tira en el papelero (esa pelota queda bien encestada) y los introduce hasta el fondo, con la ayuda del talón de su pie.
-¡Ya está! ¡Otra rabieta más por culpa de esa manía! ¿Cuándo entenderá que no tiene ideas, ni talento, para escribir?
-Mnmftp…, gol.
Y nuestro Cachito piensa: no hay caso, no puedo sintetizar. Es imposible dejar de argumentar con amplitud, para que se comprenda el valor de mi conclusión. Es mi destino: analizar y concluir sobre bases harto complejas.

jueves, 20 de junio de 2013

Eruditos

Imagen tomada de la red

Aquella otra tarde, en el café, estaban reunidos todos los muchachos. Bueno, faltaba el Eugenio, a quien el gallego le había prohibido la entrada al local.
Tras recibirlo con un castañazo, que le dejó el oído silbando, el Manolo le advirtió:
-Osté nu entra más aquí: por pata e’ lana. ¡Cajomendéus!
-Y no hubo caso, el gallego no quiso escuchar razones: de que no era cierto, de que no le gustaban los bigotes de la Ramona (eso no ayudó mucho), de que era solo una broma, etcétera. Así que, a partir de ese día, el Eugenio quedó exiliado.
La charla estaba bien aburrida, hasta que el Néstor, el bibliotecario (el culto del grupo), dispara:
-Hoy cualquiera puede simular ser un erudito.
-¿Qué lo qué? –preguntó el cordobés Beto.
-Digo que, gracias a la informática, cualquiera puede simular saber mucho y ser todo un ignorante.
-¿Y cómo?, ­–dijo el Nito.
-Muy fácil: mediante un buscador se hallan frases célebres, referidas a una palabra que has determinado previamente; luego, es cuestión de elegir el pensamiento más cercano a tu idea y, como último paso, solo hay que agregar la frase y el nombre del autor a un texto propio; así, con falsa naturalidad y casi como al descuido.
-Pe-pero eso es es una cha-chantada, -se indignó el Metralleta Gómez.
-Es lo mismo que hacés vos, Tucho. Escuchás un chiste y lo contás como si fuera tuyo, para darte dique. –Acusó el Nito.
-Peor sos vos, Nito; nos mentís grandes proezas y resulta que las sacaste de las revistas eróticas baratas. El otro día leí tu “aventura” con la Rosita y era la misma historia de una tal Blondie con un negro de dos metros. ¡Fanfarrón! -Lo descubrió el borrachín Tomás, que ya cargaba tres ginebritas encima.
-¡Con razón la Rosita me sacudió un sopapo tremendo cuando la encaré!, -se lamentaba el “Choclo” Rodríguez, así apodado por tener la cara llena de granos.
Ya el tono de la discusión iba in crescendo. Entonces, el gordo Toto, le dice al Manolo, que estaba apoyado sobre el respaldar de la silla de Tucho:
-Gayego, dame una porción de torta ricota… ¡No, dejá!, mejor la busco yo.
­-Y se encaminó hacia el mostrador, levantó la campana de cristal bajo la que estaba guardada la última porción y la puso sobre un plato de postre. Lentamente, volvía a su lugar en la mesa, para apoyar el plato en la mesa cuando, no sé si le tembló el pulso, o quiso acomodarse en la silla sin apoyar su tesoro, o pretendió esquivar los aspavientos del Nito, o qué; pero la porción se resbaló del plato y cayó de lleno dentro de la taza con el café con leche. Se le salpicó la camisa, incluso.
Mientras el gordo Toto se quedaba con la vista fija en el desastre, todos disparamos hacia afuera del local, incluso el Manolo, pues ya sabemos que el gordo Toto se enoja mal y actúa a lo bestia.
Entonces, atisbamos hacia adentro…
Y él lloraba, como un niño.

sábado, 15 de junio de 2013

Feriantes

Imagen tomada de la red


Domingo de invierno en Los Altos, Catamarca. La proverbial calma provinciana se rompe: han llegado los feriantes.
A lo largo del extenso frente de la propiedad de mis suegros han ubicado sus puestos; la mayoría de ellos solo consisten en unas lonas, depositadas directamente en el suelo. Eventualmente, alguno de los feriantes ha montado una prolongación de la cobertura de la caja de la camioneta, a modo de alero, para dar un mal reparo al frío matinal.
En esos puestos improvisados hay aquello que no se consigue en el pueblo: desde verduras frescas, hasta artículos de mercería, o de almacén.
No faltan los comerciantes de vestimentas y calzado, con su surtido de ropa rústica para el trabajo, o de la llamativa para las salidas (la elegante no tiene cabida). Muy a su pesar, mujeres y hombres quedarán uniformados a la fuerza, ante la carencia de variedad en los modelos en venta.
Un puestero vocea su oferta: “¡a los fosforitos, a los fosforitos!, ¡una caja a dos pesos, tres por seis!”
Y los clientes, increíblemente, llevan las tres cajas de la supuesta oferta…
No falta el niño contento, con un juguete nuevo y ordinario entre sus manitas.
Entre la clientela hay -al menos- un representante de cada una de las familias del pueblo. Incluso lo vemos al “Risitas”, ese muchachito que siempre sonríe y nunca habla; ha venido a comprar las pilas para su radio; adminículo que lleva a la altura de su oído y mete un barullo incomprensible.
Están casi todos.
Un feriante le pregunta a mi suegro si no le podría vender unas tazas con mate cocido, bien caliente, para él y para su acompañante. Al ver su éxito, lo siguen otros más.
Al rato, mi suegro se gasta ese dinero ganado en uno de los puestos: compra unos jarros enlozados. Todo vuelve…
Cerca del mediodía la actividad decrece y los feriantes comienzan a levantar sus puestos, ya se retiran del lugar. Les espera recorrer la travesía de vuelta, por caminos en mal estado y sobre sus vehículos destartalados.
Me detengo a conversar por un momento con el dueño de un vehículo insólito, que no puedo identificar; está pintado de verde cotorra –horrible color- y su  carrocería es más fea todavía. “Lo hice yo solito”, se ufana el propietario, mientras su ayudante se hace el importante, mientras se acomoda en uno de los asientos de la cabina, construido con una silla de estructura rectangular a la que se le serrucharon las patas. Las puertas del vehículo se traban mediante pasadores, del tipo máuser.
¡Es un bastidor con su motor Citroën 3 CV!, descubro, azorado. ¡Y no tiene silenciador!
“Le quedó lindo”, le miento.
Entonces se retiran, en ese engendro ruidoso a más no poder; resultaron ser los últimos.
Los chicos del pueblo ya revisan los desperdicios, en busca de algo útil…

viernes, 7 de junio de 2013

Síntesis

Imagen tomada de la red

Ma - má.
Mami.
Hermanito.
Señorita.
¡Gol!
Hoy no estudié.
Me besó.
¿Me querés?
Me recibí.
Conseguí ingresar.
Te quiero.
Póngale: Julián.
Póngale: Melisa.
El martes, escrituramos.
Cero kilómetro.
Vamos a ir a la costa.
Vamos a ir a las sierras.
Ay, papá.
Dejé de fumar, el lunes pasado.
¡Mamá!
¿Y qué significa eso, doctor?
Te quiero much…

domingo, 2 de junio de 2013

Sofanor Pereyra y su mote grosero


No sé qué le habría dicho aquel muchacho, pero la chica le dio flor de cachetazo. Todos los que estábamos en la plaza del pueblo, al ver la escena, nos tapamos la boca, para no mostrar nuestra tentación de risa, mientras mirábamos para otro lado.
Ahí escuché que el viejo que estaba sentado a mi lado, en el banco público, me decía:
-¡Eso no le pasaba al Sofa!, ¡juá, juá!
-Perdón, ¿a quién?
-¡Al Sofanor Pereyra, m’hijo!
-El anciano era un lugareño, de esa edad indefinida que poseen los viejos, canoso, piel curtida por el sol, ropaje modesto y dentadura con demasiadas vacantes sin cubrir. Hablaba a viva voz, por no decir a los gritos, quizás por alguna sordera, propia de su edad.
-¡Pero, claro!, usté mocito no es de estos pagos. ¡Con razón no lo conoce al Sofa!
Le voy a contar la historia: resulta que aquel señorito era muy delicado y suave al tratar; pero, ¡ojo!, no se me vaya a creer que era un marica, ¿eh? Se le iban los ojitos por tras de cualquier mujer que se le cruzara; incluso con aquellas damas que resultaban viejas, fieras y descartables para los demás hombres.
¿Y me ha de creer, m’hijo?: a ellas le gustaba el Sofa; si le digo que no se conoce mujer que le despreciara un convite. Él no era gran cosa, flaco, no muy alto, sin plata, ni profesión; bueno, tampoco era un tipo fulero, no vaya a pensar…
Cierta vez, nos cruzamos en la heladería del chueco Antúnez. El Sofa entró de la mano de la Carmencita (la hija del cartero, el Zoilo Veiga); por lo bajo, este galán le decía: “pruebe un heladito, mi bomboncito de miel”. Y la chica meta sonreír y mirarlo con ojos embelesados; a su turno, el Sofa le dice que quería helado de “sabor jazmín y rosas, para acompañar el aroma de mi niña”. ¡Así nomás!, ¡semejante pavada! Y ella prendidita del brazo…
La otra vez que lo escuché fue en aquel banco, ¿ve? (es el que uso en invierno porque allí el sol da de lleno y no paso frío). Resulta que se me sientan al lado, el Sofa con la Matuca, la más deseada y poseída del pueblo. Y él se le despacha con un: “mi ardillita, hiciste adelantar la primavera en mi corazón de nuez”. ¡Nunca había escuchado semejante bobada!, y la mujer derramaba una lágrima de emoción…
Las muchachas se disputaban su compañía, ¿sabe?
-El viejo cada vez se entusiasmaba más, mientras relataba tal historia.
-Cada semana se paseaba con una chica distinta del brazo, por esta misma plaza, m’hijo. Ya habrá visto que es la güelta del perro nuestra, por lo que todos los veíamos. Era un hecho tan reiterado que hasta se organizó una polla, para adivinar con quién se pasearía el próximo domingo, Así como se lo cuento. ¡Juá, juá!
Semejante éxito, no podía pasar desapercibido para los otros muchachos, que le comenzaron a ver con odio.
La cosa se empezó a poner jodida cuando, en vez de las jovencitas inexpertas, las que se lo disputaban comenzaron a ser señoras muy casadas, vea usté. Se entendía, pues los maridos no cumplían; eran dados a las barajas, la bebida, o las faldas; malhablados y manolargas.
¡Se armó  cada trifulca, que ni le cuento!, más de una de ellas terminó en el dispensario, vea usté; mientras, otra ansiosa la reemplazaba.
Aunque, había un problemita: el Sofa las hablaba bien, pero, al ser tan formal y meloso, nunca llegaba la oportunidad para concretar nada con ellas, pues siempre surgía una nueva candidata que desplazaba a la otra y él debía comenzar su rutina desde cero. ¡Una cosa e’locos, vea!
-Para terminar, el viejo me tocó con su codo, me guiñó un ojo y, por lo bajo, me dijo:
-Esto le valió el apodo que le puso uno de los muchachos envidiosos, el petiso Macetita, que le zampó: “chofer de velorio”, porque el Sofa acompaña, acompaña, pero nunca arrima al entierro.