Al mirar el espejo del botiquín ubicado
sobre el lavabo, el reflejo le había devuelto ese mismo rostro anodino que asomaba
cada mañana.
Impávida y desgreñada, esa imagen varonil
mejoraba a medida que progresaba su acicalado: rasurada la barba, peinados los
cabellos y cepillados los dientes, hasta parecía feliz.
Ante ese espectáculo, se propuso tener una
jornada dichosa.
Luego, como hace cada rutinario día, se preparó
el desayuno. Lo ingirió sin apuro: degustaba por largo rato cada sorbo de la
infusión y saboreaba placenteramente cada uno de los bocados que le propinaba a
esos bizcochos dulces, con los que solía acompañar siempre esa colación; un
tarareo rompía la monotonía.
El tarareo de esa canción indefinida lo
acompañó hasta la puerta de calle. Allí se encontró con el portero, don
Ramoncete, un hombre empecinado desde siempre en que lo llamen “encargado del
edificio”. Tras cruzar los saludos de cortesía de costumbre, pudo observar que
este hombre llevaba marcado en su cara un semblante de tristeza profunda.
–¿Qué
le pasará? –Se preguntó. Y, sin más, siguió su camino hacia la estación del
subterráneo, lugar desde donde se trasladaría a su trabajo, una oficina del
Ministerio del Interior, para cumplir su cotidiana y repetida labor.
Casi como un autómata bajó las escaleras
hacia el andén del subterráneo y sin ansiedad esperó hasta que llegase la
formación. Seguía ensimismado con el tarareo de esa canción cuando se sentó en
uno de los tantos asientos laterales que poseía el vagón.
Entonces, como es su costumbre desde hace
años, comenzó a observar a sus ocasionales compañeros de travesía. Los rostros
que pudo ver, pese a lo extraño de su apariencia, no le llamaron demasiado la
atención: siempre ubicaba alguna chica bonita en derredor donde posar su vista
con preferencia, mientras dejaba que el resto del contorno solo fuera una
excusa para no fijar la vista exclusivamente en ella.
Esa chica iba sonriente, mientras escuchaba
algo a través de unos diminutos auriculares, que llevaba puestos y disimulados
entre su cabellera larga y morena.
Al llegar a destino, debió dejar este
espectáculo tan motivador para apearse del vagón y dirigirse a la diaria labor
en la estrecha oficina del Ministerio…
La recepcionista lo recibió con una sonrisa
embelesada, que contrastaba con el tono formal y monocorde de su saludo.
Camino a su lugar de tareas se cruzó con el
siempre sonriente cadete quien -inexplicablemente- no sonreía como de costumbre.
Su expresión era más bien de miedo…
Entonces, dejó de tararear esa pegadiza
melodía, al caer en cuenta de que todo lo que lo rodeaba era demasiado extraño.
Por eso no se asombró para nada cuando al
llegar al lugar donde estaban sus compañeros de oficina comprobó que, mientras
chanceaban y se reían a mandíbula batiente con cuestiones banales y del
consabido mal gusto de siempre, sus rostros denotaban sentimientos dispares:
Prieto se notaba aburrido y cansado, “La Pochi” expresaba una mueca de suficiencia y
soberbia, Lavallén mostraba un rostro de disgusto, pese a que su voz denotaba
alegría al festejar los chistes del Gordo Palamara; quien, al cabo, era el único
en el grupo que presentaba una sonrisa plena, coherente con sus ademanes y el
tono de su discurso.
–¿Qué diablos es lo que pasa? –Se preguntó
nuevamente; al notar que, desde esa misma mañana, ningún rostro reflejaba lo que
decía.
Hasta que, unos minutos más tarde, al observar su rostro reflejado
en el viejo y gastado espejo del baño de hombres, volvieron a su mente -recién
entonces- los amargos momentos vividos la noche anterior.
Se indignó nuevamente al recordarla a ella:
siempre tan solícita, tan sonriente y tan tierna.
Con esa misma ternura tan demostrativa con
la que iba del brazo con ese desconocido, que tarareaba esa maldita melodía.
A veces, ciertos días es mejor no mirarse al espejo, porque éste nos devuelve una realidad intacta, otras finge el reflejo y se acomoda a nuestro paladar.
ResponderEliminarUn buen relato, Arturo.
Gracias
Muchas gracias, Alicia María, por tu comentario.
EliminarEn este extraño cuento intento mostrar un personaje que niega lo que ve.
Curiosamente, descubre la verdad detrás de las máscaras. Incluso -al final- tras su propio rostro, falsamente feliz.
Aunque suene fantasioso, ¿acaso no nos ha sucedido alguna vez?
Saludos.
Extraño relato Arturo, solo se entiende al llegar al final.
ResponderEliminarMuy bueno.
Un abrazo.
Cierto, tenés razón, es muy extraño.
EliminarEl pobre hombre se negaba a ver lo que sus ojos le mostraban; en cambio veía otras actitudes (¿eran verdaderas, acaso?), hasta que se desengaña y ve su propia realidad, tras la falsa máscara de la mujer de sus amores.
Por lo general, mis historias son más transparentes, pero ésta se me ocurrió enrevesada. ¡Qué le vamos a hacer!
Un cordial saludo.
/\___/\
ResponderEliminar(=^.^=)
(")___(")
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......★MaRiBeL★.....
Muchas gracias, Maribel. Son bien recibidos y mejor retribuidos, ante quien lleva adelante un blog con gran esmero y sentimientos virtuosos.
EliminarEspero que sean de tu agrado mis mensajes, donde desde mi particular visión, trato de mostrar el mundo que nos rodea.
Besos.