A diferencia de aquellas otras, que eran amigas mías y
con las cuales podíamos pasar horas enteras inmersos en esos juegos inocentes de
la niñez, como ser: el martín pescador, las escondidas o la mancha; esas otras pequeñas
no solo no se juntaban con nosotros a divertirnos sanamente, sino que nos daban
vuelta la cara al pasar y ni siquiera nos saludaban.
Por lo general, se mostraban en la lejanía del portal de sus casas, inaccesibles, desde donde nos observaban.
Por lo general, se mostraban en la lejanía del portal de sus casas, inaccesibles, desde donde nos observaban.
Si se dirigían hacia alguno de nosotros era para
dirigirnos una frase descomedida o, simplemente, insultarnos. Y el colmo de la
ofensa que nos proferían era darnos la espalda, agacharse y levantándose la
corta falda de su vestido, mostrarnos la bombacha.
Eran las antipáticas.
Por supuesto que crecieron, como lo hicimos cualquiera
de nosotros y es seguro que algún desdichado habrá de soportarlas... ahora mismo.
JaJa! Seguro asi se quedaron "antipaticas". Si eran asi en una edad de ingenuidad y sinceridad no creo que cambiaran. Me has hecho recordar de algunas que conoci en mi infancia.
ResponderEliminarEs lo más probable, ya que no me resulta muy creíble que una persona de mal carácter en su niñez, con el paso del tiempo se vuelva una ternura...
Eliminarjuaaa totalmente Arturo. Por qué será que las antipáticas aún hoy siguen mirando desde arriba? y sí, a veces se me escapa un "Pobre el tipo que se la tiene que fumar!" Genial el texto Saludos van!
ResponderEliminarSupongo que así debe ser. Respecto a las parejas que pudieran tener, no nos olvidemos que: para cada roto siempre hay un descosido.
EliminarEste relato es parte de unos escritos que rememoran situaciones y personajes de mi vida. Considero que no tiene la entidad suficiente -por falta de argumento y humor- para integrar el grupo de más de veinte historias (ficticias) de personajes raros, que tengo en carpeta. Desde ya, muchas gracias por tu comentario.