Extraño destino el de Saúl
Sosa.
Hombre dueño de una
locuacidad mayúscula, atiborraba con sus múltiples discursos y exposiciones a
cuanta persona le se acercase.
Tenía por manía garabatear
sobre cualquier superficie apta para su estilográfica inescrutables esquemas y
frases, con el solo fin de dar mayor énfasis a sus argumentaciones; y tal
acción tenía lugar ya fuera en las servilletas presentes sobre la mesa de un
bar como en cualquier periódico o revista que tuviese a mano en ese momento, el
detalle nimio de que tal publicación fuese de su propiedad o ajena no hacía
diferencia alguna en su conducta.
Pero, valga decir, Saúl
Sosa tenía un pequeño defecto en la dicción: ceceaba.
Tal característica le
causaba terribles inconvenientes a la hora de anotar sus famosas frases sobre
aquellos variados papeles, pues confundía constantemente la letra ese con la
zeta, o con la ce, con lo cual sus escritos resultaban poco menos que graciosos.
Entre las pocas palabras en que nunca erraba la ortografía, aparte de las de su
nombre y apellido propios, se podían contar a: zarzuelas, zozobra o zonzo.
Si bien nunca se avergonzó
por su forma de hablar, esa manera particular de pronunciar las palabras le
impedía sistemáticamente llegar a conquistar alguna chica, pues en cuanto se
entusiasmaba con su discurso, comenzaba a salivar despiadadamente y terminaba salpicando
a quien estuviese cerca. Esta situación molestaba a todos y en especial a
cualquier mujer que busque la compañía de un hombre atractivo.
De nada le servía a Saúl
explayarse con maestría sobre los más diversos tópicos, ni intentar volverse
meloso con alguna muchacha, ese ceceo persistente en su hablar se tornaba
insoportable y la desdichada huía espantada de su lado.
Su buen corazón no iba en
saga con su inteligencia, de modo que sabedor de lo inoportuno que resultaba su
defecto de pronunciación, tomó clases de foniatría. Pero, con desazón pudo
comprobar que al intentar concentrarse en hablar correctamente, sus pensamientos
perdían la ilación del discurso. Descorazonado, notó que este fenómeno se ponía
de manifiesto en cualquier momento, y que lo atormentaba con mayor frecuencia e
intensidad cada vez que intentaba acercarse a conversar con alguna chica.
Ante este panorama tan
desalentador, Saúl comenzó a tornarse taciturno y solitario.
Hasta que un día, para
gran sorpresa de todos, lo vimos en compañía de una chica hermosísima; es más,
pudimos constatar que ella le observaba con suma atención, como embelesada,
cada vez que él le dirigía la palabra.
Obviamente, a esta
fenomenal muchacha no le molestaba en lo más mínimo el defecto notorio que
aquejaba a Saúl.
A partir de entonces se
los ve juntos a toda hora, tomados de la mano, sonrientes ambos.
Todos pueden ver como él le
habla todo el tiempo (más ceceoso que nunca) mientras ella le sonríe siempre,
sin interrumpirlo jamás, mientras sus enormes ojos color café se mantienen
fijos en una contemplación placentera y atenta.
Lógico, es sordomuda y lo
que hace al mirarlo fijamente es leerle los labios.
Dice mi madre que
"para cada roto hay un descosido", y así debe de ser...
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