Un gallo afortunado: vive entre matorrales |
A menudo escuchamos que
a los pollos, con los que nos alimentamos, les dan de comer comida
industrializada al extremo. También es sabido que estas
aves viven en un ambiente artificial, alejados por completo del contacto con el
suelo natural de la tierra, que caminan sobre un emparrillado de alambre en
inmensas jaulas, situadas en galpones donde se prenden y apagan las luces varias
veces por día, de modo de engañar su reloj biológico y lograr que coman de más. Y que, a través de esta
conducta aceleran su crecimiento, mediante una mayor ingestión de aquellos alimentos
llenos de hormonas y otros complementos nutritivos secretos. Unas sustancias
que, suministradas de modo intensivo, hacen que podamos tener -a la mano y a pedir
de boca- unos magníficos y precoces pollos artificiales, sujetos a una tensión inimaginable.
Cuando les falta el alimento suelen matarse salvajemente.
Cuando les falta el alimento suelen matarse salvajemente.
Las pobres gallinas no
tienen oportunidad de formar un nido donde empollar sus huevos, ya que estos
les son enajenados en cuanto las infelices los ponen sobre el piso de sus
jaulas: estos ruedan (seguros) hasta depositarse en una canaleta externa al
jaulón. Allí se da inicio al proceso de empaque, que termina con una caja
huevera de cartón reciclado, puesta a la venta en un negocio cualquiera.
Estas gallinas, entre
otras cosas, no tienen ni idea de lo que es criar a sus pollitos.
Por cuanto nuestro
ciclo de vida es bastante más complejo y extenso que la vida de estos pequeños
plumíferos que nos alimentan, nuestro engorde lleva más tiempo y es bastante
más sofisticado.
Para terminar devorados
por nuestra sociedad de consumo debemos primero alimentarnos con lo que deciden
los poderosos de turno. Ellos —además— dictaminan lo que se produce y vende e
idean la manera de darnos esos alimentos complejos, cada vez más onerosos y de
sospechosa calidad.
Es común hallar quesos
y sustitutos de la carne sin proteínas, leche sin grasa y chocolate sin cacao.
Suelo preguntarme de qué se componen tales “productos” que, con simpáticas e
imaginativas campañas publicitarias masivas, nos ofrece el “mercado” alimentario.
Parece que somos lo que
comemos.
También debemos dormir
menos de lo debido.
Primero, de jóvenes, para dedicar horas al estudio y al perfeccionamiento de nuestro intelecto; algo que nos dará la oportunidad de tener acceso a mejores formas de ganar dinero y, con este respaldo económico, poder alcanzar a un mayor número de esos productos y servicios innecesarios para la satisfacción del alma, como serían por caso: ropa a la moda, viajes diversos para restregarle en la cara a nuestros amigos y familiares con menos suerte, automóviles o cajas de vinos selectos de procedencia desconocida, entre otras maravillas.
Primero, de jóvenes, para dedicar horas al estudio y al perfeccionamiento de nuestro intelecto; algo que nos dará la oportunidad de tener acceso a mejores formas de ganar dinero y, con este respaldo económico, poder alcanzar a un mayor número de esos productos y servicios innecesarios para la satisfacción del alma, como serían por caso: ropa a la moda, viajes diversos para restregarle en la cara a nuestros amigos y familiares con menos suerte, automóviles o cajas de vinos selectos de procedencia desconocida, entre otras maravillas.
Pasada la etapa de la
juventud, una persona duerme menos aún: pues entre la mayor carga laboral -por un lado- y
las preocupaciones económicas asociadas al ritmo de vida moderno y a las deudas
-por el otro-, no le queda tiempo (ni ánimo) para despreocuparse y entregarse al
sueño reparador.
No es difícil observar
en esos días festivos, donde se ha impuesto como un deber sagrado el
intercambio de regalos, que la gente se agolpe en ciertos lugares a la busca de
comprar chucherías para su círculo de amistades. En las mujeres el grado de neurosis
en que caen, fruto de esta situación, se torna mucho más evidente.
En el pasado se
agasajaba a las amistades con un obsequio realizado con las propias manos, era
más valioso y personal. Hoy, cuando se organiza alguna reunión, el aporte de los invitados consiste en
productos comestibles similares, comprados en un comercio (ya se explicó la calidad de
tales productos).
Es frecuente escuchar
como algún desdichado habla de cuestiones de trabajo por el celular mientras se encuentra en
una reunión familiar y en casos extremos mientras hace sus necesidades
fisiológicas sobre el inodoro, dentro del cubículo de un baño público o en el excusado del edificio donde trabaja.
Hoy la cúspide del
éxito personal es alcanzar estudios con varios postgrados o doctorados en carreras
universitarias y ocupar puestos de la más alta responsabilidad, de preferencia en
empresas multinacionales de gran tamaño. Tales posiciones le obligan a trabajar a
destajo un número incalculable de horas que -a su vez- obligan a las mentes de estas
personas a no despegarse de las preocupaciones de su trabajo a ninguna hora del
día. A tal punto llega el problema que, hace unos días, me comentaron que uno de
estos ejecutivos descubrió que su terrible problema de insomnio lo compartía con alrededor
del sesenta por ciento de sus compañeros de promoción en el MBA (Master in Business Administration).
Las tensiones aviares
se repiten en nuestros ejecutivos brillantes.
Ya de viejos, duermen casi nada, pues a la poca necesidad de descansar del cerebro malgastado y ya disminuido, se suma ahora la preocupación de que no llegasen a volver a abrir los ojos…
Ya de viejos, duermen casi nada, pues a la poca necesidad de descansar del cerebro malgastado y ya disminuido, se suma ahora la preocupación de que no llegasen a volver a abrir los ojos…
Parece que somos lo que
imitamos.
El otro día me asusté
bastante. Fue cuando un pelo de la barba, encarnado, se asemejó a un plumón.
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