miércoles, 14 de marzo de 2012

El hombre pollo

Un gallo afortunado: vive entre matorrales
A menudo escuchamos que a los pollos, con los que nos alimentamos, les dan de comer comida industrializada al extremo. También es sabido que estas aves viven en un ambiente artificial, alejados por completo del contacto con el suelo natural de la tierra, que caminan sobre un emparrillado de alambre en inmensas jaulas, situadas en galpones donde se prenden y apagan las luces varias veces por día, de modo de engañar su reloj biológico y lograr que coman de más. Y que, a través de esta conducta aceleran su crecimiento, mediante una mayor ingestión de aquellos alimentos llenos de hormonas y otros complementos nutritivos secretos. Unas sustancias que, suministradas de modo intensivo, hacen que podamos tener -a la mano y a pedir de boca- unos magníficos y precoces pollos artificiales, sujetos a una tensión inimaginable.
Cuando les falta el alimento suelen matarse salvajemente.
Las pobres gallinas no tienen oportunidad de formar un nido donde empollar sus huevos, ya que estos les son enajenados en cuanto las infelices los ponen sobre el piso de sus jaulas: estos ruedan (seguros) hasta depositarse en una canaleta externa al jaulón. Allí se da inicio al proceso de empaque, que termina con una caja huevera de cartón reciclado, puesta a la venta en un negocio cualquiera.
Estas gallinas, entre otras cosas, no tienen ni idea de lo que es criar a sus pollitos.
Por cuanto nuestro ciclo de vida es bastante más complejo y extenso que la vida de estos pequeños plumíferos que nos alimentan, nuestro engorde lleva más tiempo y es bastante más sofisticado.
Para terminar devorados por nuestra sociedad de consumo debemos primero alimentarnos con lo que deciden los poderosos de turno. Ellos —además— dictaminan lo que se produce y vende e idean la manera de darnos esos alimentos complejos, cada vez más onerosos y de sospechosa calidad.
Es común hallar quesos y sustitutos de la carne sin proteínas, leche sin grasa y chocolate sin cacao. Suelo preguntarme de qué se componen tales “productos” que, con simpáticas e imaginativas campañas publicitarias masivas, nos ofrece el “mercado” alimentario.
Parece que somos lo que comemos.
También debemos dormir menos de lo debido. 
Primero, de jóvenes, para dedicar horas al estudio y al perfeccionamiento de nuestro intelecto; algo que nos dará la oportunidad de tener acceso a mejores formas de ganar dinero y, con este respaldo económico, poder alcanzar a un mayor número de esos productos y servicios innecesarios para la satisfacción del alma, como serían por caso: ropa a la moda, viajes diversos para restregarle en la cara a nuestros amigos y familiares con menos suerte, automóviles o cajas de vinos selectos de procedencia desconocida, entre otras maravillas.
Pasada la etapa de la juventud, una persona duerme menos aún: pues entre la mayor carga laboral -por un lado- y las preocupaciones económicas asociadas al ritmo de vida moderno y a las deudas -por el otro-, no le queda tiempo (ni ánimo) para despreocuparse y entregarse al sueño reparador.
No es difícil observar en esos días festivos, donde se ha impuesto como un deber sagrado el intercambio de regalos, que la gente se agolpe en ciertos lugares a la busca de comprar chucherías para su círculo de amistades. En las mujeres el grado de neurosis en que caen, fruto de esta situación, se torna mucho más evidente.
En el pasado se agasajaba a las amistades con un obsequio realizado con las propias manos, era más valioso y personal. Hoy, cuando se organiza alguna reunión, el aporte de los invitados consiste en productos comestibles similares, comprados en un comercio (ya se explicó la calidad de tales productos).
Es frecuente escuchar como algún desdichado habla de cuestiones de trabajo por el celular mientras se encuentra en una reunión familiar y en casos extremos mientras hace sus necesidades fisiológicas sobre el inodoro, dentro del cubículo de un baño público o en el excusado del edificio donde trabaja.
Hoy la cúspide del éxito personal es alcanzar estudios con varios postgrados o doctorados en carreras universitarias y ocupar puestos de la más alta responsabilidad, de preferencia en empresas multinacionales de gran tamaño. Tales posiciones le obligan a trabajar a destajo un número incalculable de horas que -a su vez- obligan a las mentes de estas personas a no despegarse de las preocupaciones de su trabajo a ninguna hora del día. A tal punto llega el problema que, hace unos días, me comentaron que uno de estos ejecutivos descubrió que su terrible problema de insomnio lo compartía con alrededor del sesenta por ciento de sus compañeros de promoción en el MBA (Master in Business Administration).
Las tensiones aviares se repiten en nuestros ejecutivos brillantes.  
Ya de viejos, duermen casi nada, pues a la poca necesidad de descansar del cerebro malgastado y ya disminuido, se suma ahora la preocupación de que no llegasen a volver a abrir los ojos… 
Parece que somos lo que imitamos.

El otro día me asusté bastante. Fue cuando un pelo de la barba, encarnado, se asemejó a un plumón.
   

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