sábado, 3 de marzo de 2012

Perseverante

Tras varios fracasos, comprobó que de nada le valía su inteligencia cuando la aplicaba al estricto cumplimiento de lo pactado: los que burlaban las normas en beneficio propio se salían con la suya y saboteaban el objetivo común prefijado. Para peor aún, el esperado castigo, como consecuencia ejemplificadora ante tan mala conducta nunca les llegaba.
Esta situación (que se tornaba insoportable para su modo de pensar) la desesperaba, por lo que decidió que debía enfrentarla. En la consecución de ese objetivo es que comenzó a buscar aliados: era seguro que hubiera otras personas que sintiesen idéntica indignación ante tales calamidades.
Comenzó por comentar estas inquietudes entre aquellos que formaban su grupo más cercano de amistades, sin tener ningún éxito en la empresa colosal de encarar un cambio significativo en lo ético y lo moral de sus conductas.
Si bien el modo de expresar sus pensamientos era claro y profundo, notó que no llegaba a ser comprensible para las mentes de esas personas tan simples. Ideó entonces un sistema de metáforas, basado en hechos de la vida cotidiana, donde explicaba de manera coloquial sus elaborados razonamientos. Mas esa gente no llegaba a entender la conexión que había entre lo cotidiano de las metáforas y lo trascendente del mensaje.
En su afán indeclinable de búsqueda de interlocutores válidos se topó con parlanchines de contenidos vacuos, con oyentes que no entendían en lo más mínimo las cosas que les pasaban pero que, al observar su apasionado discurso se quedaban embelesados observándola declarar esto y aquello, aunque seguían sin comprender nada de lo que les decía.
Se dirigió entonces hacia los llamados intelectuales. “Allí sí que habrá mentes privilegiadas para comprender mis angustias y mis deseos de cambio”, pensó.
Horrorizada pudo de inmediato detectar que, más allá de los contradictorios discursos eruditos, acerca de lo que dijo alguna vez un Fulano y otra vez un Mengano, con los que la atiborraban estos personajes, no conseguía alcanzar nada valioso. Es más, esta gente vivía obsesionada por el narcisismo y el consumismo. La soberbia también rondaba oronda donde ellos estuviesen.
La conducta de estos individuos consistía en desarrollar algunos temas nimios, con el solo fin de exponerlos en simposios y conferencias donde podrían lucirse como grandes eruditos y dueños de una inteligencia prodigiosa. Sin embargo, al concluir sus ponencias nada trascendente ni valioso aportaban.
Finalmente, como le sucede a todo optimista perdido, se le ocurrió una gran idea final: se dirigiría hacia las universidades, un lugar que consideró como el más propicio para encontrar en él a la mayor cantidad de gente idealista. Gente como ella.
Hacia allí enfocó sus esfuerzos, en cuidar y guiar a esas jóvenes promesas.
Y aunque cada pérdida le significa un gran dolor (y una esperable decepción), contra toda lógica, aún no se rinde.

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