a Robert Louis Stevenson
Aunque la gente parece no darse
cuenta de ello, convive con un acompañante malévolo: el Doctor Odioso.
Este personaje vive en la
ciudad de Buenos Aires y asola con sus sarcasmos y visiones sin esperanza a
todo aquel que lo rodea.
Tenga mucho cuidado amigo
lector, pues se le podría aparecer de golpe, sin aviso previo.
Tiene por costumbre llegar ante
usted con un esbozo de sonrisa dibujado en el rostro, mientras gasta uno que
otro chiste ocurrente. Este hombre demuestra un ingenio a toda prueba para llamar
su atención con situaciones o acotaciones graciosas; pero, al cabo de unos
segundos ya habrá disparado toda su artillería de maldad oculta. Y le aseguro:
le amargará el día.
Si pretendiese escapar a su
influjo y tratase de obviarlo, le advierto que no tiene la mínima posibilidad:
basta que usted tome entre sus manos un periódico y comience a leerlo, o encienda
un radio receptor, o vea algún canal de televisión, o se informe de las
noticias por Internet, para que, con terror, confirme la veracidad de aquellos
anuncios ácidos que este personaje le adelantó.
Cuando tuviese el presentimiento
de que el Doctor Odioso merodea por las inmediaciones y pretendiese escapar de
él, no busque un lugar solitario donde beber una gaseosa, o aplicarse un perfume,
ni intente huir hacia un comercio cualquiera con el objeto de adquirir algún
aparato electrónico, o vestimenta: se le harán presentes de inmediato las
explicaciones del Doctor Odioso sobre el mecanismo opresor del consumismo; y usted
sentirá en lo más profundo de su mente que desempeña el pobre papel de ese obligado
consumidor al que este personaje implacable denomina "hombre pollo": un ser de
apariencia humana y conducta de ave de criadero, al que le prenden una luz virtual
dentro de su cerebro para que, en vez de comer alimento balanceado, comience a
consumir cualquier cosa, en sintonia desenfrenada con el resto de sus
abigarrados congéneres.
Si en un intento último por
salvaguardarse, usted quisiera escapar de su acecho e intentara comunicarse con
alguna de sus amistades, en cuanto tome el celular se le presentará la imagen
del "hombre pollo" en el reflejo de la pantalla del diminuto aparato.
Aunque no hay pruebas fehacientes
de ello, se sospecha que este personaje también tiene por costumbre aparecer subrepticiamente
ante sus víctimas en los ámbitos más impensados y reservados. Cualquier
inadvertido puede verse de golpe influido por sus observaciones críticas y ciertas
—por desgracia— sobre la perversidad de lo cotidiano. Curiosamente, estas
personas nunca recuerdan aquellos encuentros clandestinos; aunque todos nos podemos
dar cuenta que, por su accionar y modo de pensar, estos individuos han sido
influidos por el detestado Doctor Odioso.
Entre las conductas más
reprochables del Doctor Odioso se le atribuye una maníaca obsesión por criticar
a toda persona que, al realizar cualquier actividad, deje en evidencia alguna contradicción;
también suele poner en duda los resultados obtenidos por quien hubiera empleado,
para llegar a ese cometido, algún método poco ortodoxo, o novedoso. Tales
apreciaciones, vertidas como críticas inocentes, son tomadas como deducciones propias
por parte de sus ocasionales víctimas, quienes de inmediato desmerecen a los
creativos.
Si bien se infiere que puede
deambular con comodidad por cualquier lugar de la ciudad, es bien conocido que
tiene una especial predilección por moverse dentro de ámbitos académicos (y en
especial que gusta de frecuentar a los intelectuales), entre quienes su
presencia —cosa extraña— suele ser recibida con beneplácito, so pretexto de su
clara visión sobre los acontecimientos.
Con las mujeres también tiene
una gran aceptación.
Entre ellas encuentra un campo
propicio para fomentar resentimientos y celos. Fruto de sus maquinaciones, no
hay mujer que no se sienta esclarecida y se encuentre dominada por una actitud
de crítica despiadada hacia sus pares, las más de las veces basada sólo en suposiciones
sin fundamento alguno.
En estos casos, mal día les
espera a sus parejas o amantes: deberán soportar a una neurótica, influida por
rebuscadas intrigas y dudas, plantadas en su mente por el siniestro Doctor
Odioso. Más de una relación amorosa se vio trunca por causa de la influencia
nefasta de este personaje.
Aquellas personas que tienen
la fortaleza necesaria para poder escapar a los ataques insistentes que realiza
este infausto personaje, tarde o temprano, quedan en manos de los analistas o -peor
aún- de los psiquiatras.
Pareciera que las únicas
personas que se salvan de ser visitadas por él son los niños pequeños e
inocentes, los lelos y los ancianos seniles. Todos ellos sólo conocen al otro
personaje característico de esta ciudad, el menos conocido y bastante más
escurridizo Señor Feliz.
Este hombre, de espíritu
bonachón, que expone en su carácter bondad y altruismo, los colma de felicidad.
Pareciera que opera sobre las
personas de un modo completamente opuesto a como lo hace el otro personaje:
quienes reciben su visita cambian rápidamente su estado de angustia por una dicha
plena.
Es así que niños que lloraban
desconsoladamente, ni bien son puestos en contacto con el Señor Feliz calman su
pena y terminan reconfortados, con una sonrisa en su rostro. No se sorprenda
entonces, ni tema por ellos, pues tal conducta extraña en el niño es el seguro
resultado de la presencia, imperceptible para nosotros quizás, de este hombre de bien.
Es común que personas que se
le muestran a usted como muy amargas, de seguro por culpa de la visita del Doctor
Odioso, bien pudieran haber sido visitadas antes por el Señor Feliz, aunque ahora,
abatidos por las preocupaciones, no recuerden aquella presencia.
Preste atención a lo que voy
a mencionar:
Le aseguro que, esta misma
mañana, el Señor Feliz se había levantado más optimista que de costumbre; tras
un sueño reparador, se sentía mejor que nunca, congraciado de iniciar una nueva
jornada; el sol brillaba en el cielo, la temperatura resultaba agradable y los
pequeños pájaros llenaban el ambiente con sus incesantes trinos; mas de pronto,
al preparar el desayuno y darse cuenta de que el té en saquitos que le habían vendido
no le daba ningún sabor a la infusión que pretendía ingerir y suponer que en verdad
el producto envasado en el pequeño sobre ni siquiera se trataba de té, sino de un
polvillo de incierto origen vegetal, con el agregado de algún aditivo
(compuesto por una sustancia química indeterminada) que le daba al brebaje un color
semejante al que debería tener el producto anunciado. Y para peor, comprobar —además—
que el azúcar que profusamente había volcado dentro de la taza no endulzaba
como era de esperar, por causa de la adulteración de la sustancia, comenzó a
percibir que se producía una transformación en su calmo espíritu.
Al cabo, notó que ya se había
consumado la diaria metamorfosis que lo convertía en ese otro individuo amargo
y malo: el Doctor Odioso.
Un hondo resentimiento (acumulado
a lo largo de los años) contra una sociedad decadente, la comprobación de que
todos sus esfuerzos individuales por revertir tal situación fueron vanos, el
sentirse rodeado de personas que ignoran la realidad, o bien la tergiversan
hacia modelos inocuos, son los ingredientes de ese cóctel que, al ser bebido a
diario, transforma al Señor Feliz en el tenebroso Doctor Odioso.
Pobre.
Interesante relato. Todos llevamos al Sr. Feliz y al Dr. Odioso dentro. De nosotros depende quien nos domina.
ResponderEliminarEste cuento es un complemento a "El hombre pollo" y pretende ser otra vuelta de tuerca al maravilloso cuento de Stevenson, solo que ahora no hace falta el brebaje misterioso...
ResponderEliminarMuchas gracias por comentar, Marilyn.