Contra toda razón, debo admitir que
existen.
Al menos uno de ellos se presenta ante
mí. De improviso lo
veo, subrepticiamente, en mis manos; o en algún gesto
reflejado en borrosas fotos: donde debiera
aparecer mi imagen, se observa algo de
él. Algún eco devuelve, tal vez
confundido, su voz.
Yo creía que solo
habitaba dentro de mi
corazón.
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