Con indulgencia toleramos sus errores.
Sus preocupaciones nimias y su proverbial ingenuidad nos indujeron a ser piadosos con ellos.
La indiscriminada observación de todo aquello que los rodeaba, así como su glotonería sin disimulo, fueron motivo de comentarios jocosos, aunque no burlones. Nunca nos burlamos de ellos.
Al fin y al cabo, formaban parte de nuestra vida cotidiana.
Hasta que un día a “Charly” se lo llevó la angustia, causada por un drástico cambio operado en su rutina; años después, se nos fue Maximiliano; a él le falló ese gran corazón.
Ese síndrome no perdona.
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