martes, 14 de febrero de 2012

Maravillarse

Si hay una sensación que durante la niñez tiene su más real y puro sentido, esa es la de maravillarse.
Todo niño tiene el don del asombro, pues desde su ingenuidad e inocencia todo aquello que le resulte grato y a la vez novedoso, le dará como resultado una sensación placentera.
A esa edad se transforma la realidad en fantasía, de un modo simple e inmediato. En la imaginación infantil cualquier juguete en un objeto maravilloso, tan real como aquello que representa. A partir de esta simulación vive a través de él aventuras indescriptibles, inmerso en el país de la ilusión. Un lugar que supongo debe existir, aunque nadie pueda ubicarlo en un mapa; ya que en realidad se ubicaría en la mente de los niños, donde todo es posible.
De pequeño, mi imaginación podía transformar esos autitos de juguete, unos simples y ordinarios objetos de plástico; con suma facilidad los convertía en unos maravillosos vehículos: con ellos era posible disputar carreras, por todo tipo de escenarios y geografías, la mayoría de ellos insólitos. Así, se podían vivir aventuras emocionantes, que tenían lugar en una senda diminuta en la tierra de un cantero, o sobre el mantel de una mesa, o entre los pliegues de las sábanas de mi cama.
Incluso, en mis sueños, hasta una vez pude ingresar dentro de un jeep de juguete muy pequeño, y... ¡conducirlo!
 
Junto a mis primos, Laura y Hugo, durante un irrepetible día maravilloso, en casa de nuestra abuela.
Este mismo efecto me pareció entreverlo en otras personas, ya adultas y quizás parecidas a mí, quienes con incredulidad y asombro descubren tardíamente hechos y situaciones que deberían resultarles más que obvias.
Nadie está a salvo de este sentimiento, por más experto que se considere en las cosas de la vida.
En el maravilloso país de la inocencia, todo es posible.

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