Al
escribir un texto, el escritor sabe de las limitaciones que restringen su trabajo. No
existe artilugio técnico alguno que le dé el correcto sentido a un mensaje,
siempre algo de él se perderá por el camino.
Las
carencias de la metodología empleada quedan así al descubierto: no se puede comprender una
idea cuando está mal transmitida.
El
empleo de metáforas, que encripten su mensaje, dará todavía una mayor
incertidumbre a la correcta comunicación de la idea que se piensa transmitir. Conviene aclarar que, con tales herramientas retóricas, se podrá simular que se transmite algo,
cuando en realidad el mensaje es vacío de contenido. En estos casos, se entregará un texto baldío, en la esperanza de que la libre asociación de ideas de cada lector le hallará un valor oculto que no tiene.
Este problema no es un patrimonio exclusivo de la literatura; la
pintura y la música pueden captar
la atención del receptor mediante obras llamativas, aunque carentes de mensaje alguno o valor artístico.
Las
obras pictóricas, lejos de surgir de la imaginación o la observación del pintor, bien pudiesen resultar de la copia de fotografías o consistir en
la profusión de garabatos azarosos y sin contenido; pese a ello, cualquiera podrá atribuirles
belleza y creatividad. No olvidemos que algunos impresionistas ya se valían de la
ayuda de fotografías y que, antes que ellos, ciertos pintores renacentistas empleaban otros artilugios ópticos para pintar las bellas imágenes
de sus cuadros.
La
música de hoy -por su parte- es una sumatoria de sonidos, que pueden editarse y modificarse
discrecionalmente, gracias a magníficos equipos de estudio. En este contexto los cantantes no necesitan tener una voz
notoria, ni siquiera mucha entonación, ya que artilugios tecnológicos de
diverso calibre darán realce a sus voces gastadas, disonantes, o hasta desagradables. La publicidad hará el resto.
En
la literatura también hay trucos para embellecer las obras, ya que si un texto no fuera
atractivo o no pareciera comunicar una idea interesante, será desechado con
rapidez por el lector. En este ámbito, hay escritores de éxito duchos en el arte
de llenar páginas de sandeces y de lugares comunes, textos sin ninguna pretensión
de coherencia u originalidad. Basan su tarea en la redacción de párrafos que contienen aquellas cuestiones que más interesan a las
sensaciones más básicas del lector: sexo, violencia, neurosis, odios y calenturas. Plagiar o copiar textos es más frecuente de lo que uno se podría imaginar.
Pensar
es un ejercicio que le cuesta más trabajo a la mente. Es
por ello que las obras maestras, las que valen, son escasas.
De
hecho, ya se sabe que lo que justifica una obra de arte es la suma de la
utilización de una técnica depurada en su confección y de un mensaje trascendente implícito
en ella. Algo de originalidad también ayuda al encumbramiento de alguna de ellas.
Pero, no todos los artistas poseen tales talentos.
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