Si una
persona es vieja, ya es obsoleta; y su contracara: todos los jóvenes forman
parte de una nueva serie de fabricación, pertenecen a un modelo más nuevo y por
ello son poseedores de novedosas y sorprendentes aptitudes o capacidades.
Toda esta
ilusión tiene cabida en la imaginación de la gente; como si fuera posible en
nuestros tiempos modificar los patrones genéticos de los seres humanos, de modo
de aumentar o cambiar las capacidades físicas e intelectuales.
Por
ahora, eso es imposible.
Ante la falta de adaptabilidad manifiesta de la gente mayor para dominar los diversos artículos modernos, que los sucesivos adelantos que la carrera tecnológica les impone, mientras que sus nietos los manejan sin mayor contratiempo, se maravillan todos por lo inteligentes que son ahora los niños.
Del
mismo modo, una creencia generalizada por estos días pretende que, mediante
artilugios de la cosmética o de la cirugía, resultaría posible lograr el
rejuvenecimiento del cuerpo, y así recuperar la plenitud de sus
capacidades, aquellas mismas que el individuo poseía durante su ya lejana juventud.
Ni una
cosa, ni la otra son ciertas y forman parte de estos dos mitos: la evolución del hombre y la juventud eterna.
El
primero de estos pensamientos conlleva el error conceptual de comparar diferentes culturas, en lugar de las capacidades intrínsecas de cada individuo, mientras que la otra creencia sólo
es una vana ilusión.
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