Persona
extraña el Ñato González.
Se sabe de sobra que su
oficio de viajante por el interior del país le depararon innumerables
aventuras, de todo tipo, de las que él se vanagloriaba recordar y contar en sus
años viejos.
Pareciera que, por aquellos
años, amaba ausentarse de su hogar, de viajar de aquí para allá, reunirse con esa
gente variada que conocía por doquier, con la que se sentía a gusto; más que
nada por la superficialidad típica de esas relaciones fugaces y salteadas,
entre aquellos que no se conocen lo suficiente como para desengañarse el uno
del otro.
Siempre era bienvenido a un
pueblo; en especial si ya había pasado un tiempo prudencial desde la última vez
que lo habían visto por allí.
No eran pocas las familias
que le ofrecían albergue, algo muy típico de la gente del interior. Lo
consideraban como a un integrante más de la familia.
Al fin y al cabo, él siempre
se había portado bien y dado cumplimiento puntilloso a los innumerables y
variados encargues que todos le solicitaban y que efectuaba a su regreso a
Buenos Aires. Nadie tenía por qué saber que dichas diligencias no las realizaba
él, sino su esposa.
Esa misma mujer que lo
engañaba con su propio jefe, quien —por su parte— no escatimaba esfuerzos para
mantenerlo bien alejado de su hogar marital.
El Ñato sabía de sobra acerca
de esa relación, pero, prefería frecuentar nuevas amigas a tener que soportar a
la bruja de su esposa, quien —además— siempre le recriminaba que, pese a viajar
tanto, nunca ganara el dinero suficiente como para mejorar la situación
económica del hogar.
Al principio solía traerle de
regalo a su mujer una gran cantidad de objetos, esos mismos presentes que, a su
vez, le habían sido dados a él, como muestras de gratitud. Ella siempre se expresaba
con fingidas sorpresa y excitación ante tales obsequios.
Con el paso del tiempo, la
gran mayoría de los presentes que recibiera el viajante irían a parar a otras manos,
aquellas mismas que hubieran sido las últimas y más reconfortantes para Ramón
(tal era el nombre de nuestro personaje). A ellas les encantaban los regalos de
la gente de los otros pueblos que él les obsequiaba con gran pompa. De paso,
así se alivianaba el peso de su valija.
Si bien los pedidos de
mercadería que tomaba en esos pueblos perdidos se solían amontonar en sus
carpetas durante sus viajes, a su retorno a las oficinas en la capital les daba
pronto curso, a la vez que comenzaba a idear una nueva travesía.
No era tonto; jamás se
dirigía a pueblos que pasasen por una sequía prolongada, o una inundación,
mucho menos si esos pagos fuesen asolados por alguna calamidad económica. Se
las ingeniaba de mil maneras para estar siempre bien informado acerca de los
lugares más propicios para ir a levantar los pedidos.
Muchas veces, su llegada a
esos poblados coincidía con las vísperas de las fiestas patronales del lugar,
una ocasión propicia para los festejos y plena de un entusiasmo generalizado
entre los habitantes. En esos días solía hacer sus mejores negocios.
De modo que caía a los
pueblos cuando los cabritos estaban a punto de asador, o la pesca en el río era
más abundante, o para el caso de las provincias vitivinícolas, el preciso
momento en que el vino artesanal estaba en su mejor punto.
El Ñato sabía guitarrear y
cantar como el mejor, eso le ganaba la simpatía de todos, en especial aquella de
las damas, a quienes dirigía o dedicaba las canciones más melosas.
A los comerciantes y el paisanaje
en general les gustaba escuchar sus chacareras y gatos, con intencionalidad
pícara en las letras, así como la profusión de chistes atrevidos, que hacía gala
de saber contarlos con mucha gracia. Las viejas amargas que se escandalizaban
con tal tipo de humor, no contaban para el Ñato: no le servían para hacer
negocios de ninguna naturaleza.
Siempre tenía a mano alguna
golosina para regalar a los niños, un modo seguro de congraciarse con aquellos padres
más recelosos a la hora de los negocios.
Pasaban los años, pero la
apariencia del Ñato no se desmerecía, siempre estaba bien presentable, con su
cabello renegrido bien arreglado, peinado con fijador Glostora, que le confería
un brillo sedoso y —de paso— le disimulaba alguna que otra cana incipiente en
su cabellera. Su sonrisa perfecta era mitológica, lo mismo que el hoyuelo que
poseía en su barbilla.
Jamás hablaba de su esposa
con nadie. Escondía su existencia a todos los pueblerinos. Eso le facilitaba la
conquista de más de una desprevenida que caía embelesada en sus redes de galán
entrador y simpático.
Él escapaba siempre de las
partidas de naipes. Se hacía el pobre inocente que no tenía suerte, ni
conocimientos para el juego y tras perder una módica suma de dinero (que
recobraría luego mediante la rendición de supuestos gastos extraordinarios, que
nunca faltaban en sus viajes) se escabullía del lugar para reunirse con alguna mujer
con quien se hubiera citado previamente. A ella le mentía que había dejado la
mesa de juego tras ganar importantes sumas y que prefería mil veces cortar esa
racha de suerte con tal de estar a solas con ella. Más de una vez sucedió que el
marido de esa misma dama se regodeaba en ese mismo momento, sentado a la mesa
de naipes, por haberle ganado unos pesos al porteño simpático.
No debía fingir ni un poco el
buen humor que lo embargaba mientras se rodeaba de esa gente sencilla y buena,
mientras compartía con ellos esas veladas tan animadas y placenteras.
Otra era la historia cuando
las cosas le salían mal: ni qué decir de las puteadas que se mandaba el Ñato
esas pocas noches en que debía pernoctar en la soledad de algún cuartucho de
hotel, perdido en tierras dejadas de la mano de Dios.
Mientras él seguía adelante
con esa vida, su mujer, a las escondidas y con gran temor, se escapaba de a
ratitos con Esteban, el jefe de Ramón.
En esa acción, jugaba a las
escondidas con las vecinas chismosas del barrio, pues siempre temía que la
vieran en falta y le comentaran -como al descuido- al marido sobre su desliz. Como
se ha dicho, el Ñato ya lo sabía de sobra y sacaba provecho de ello; además, llegado
el caso, utilizaría esta relación para justificarse si se le llegase a
descubrir alguna falta de las tantas por las que había incurrido.
Previsor, el hombre.
El automóvil que utilizaba el
Ñato para sus peregrinajes por esos pueblos del interior del país se la pasaba
siempre en algún taller mecánico de pueblo, donde debía ser solucionado algún
desperfecto inoportuno.
Eso ayudaba a incrementar sus
ingresos, ya que en estos casos el jefe nunca le decía nada por esas continuas facturas
apócrifas de reparaciones insólitas: rotura de termostato, culpa sin duda de la
alta temperatura reinante en el lugar por donde andaba Ramón, aunque fuera un
día de invierno en la helada provincia de Santa Cruz, o un cárter del motor
roto por causa del ripio, en las rutas asfaltadas de la provincia de San Luis. Todo se lo
justificaba Esteban, quien de este modo, al comunicarse telefónicamente con el
Ñato, varado en el fin del mundo, se aseguraba un día tranquilo con la Betty, que así se llamaba la
esposa del viajante.
Era gracioso observar a esa
pareja mientras caminaba por las calles: temerosos iban tomados de la mano,
blanco su semblante y con sendas miradas que oteaban alrededor con nerviosismo
inocultable. Más de una vez tropezaban con alguna baldosa mal alineada y
quedaban en evidencia ante insospechados transeúntes, quienes ocultaban la risa
al ver a ese dúo tan desparejo, abrazados y asustados.
Esteban era un flaco alto y
desgarbado, con sus lentes culo de botella y un bigote bien recortado, tan canoso
como su cabellera de clown. La Betty era el muestrario de
la buena carne argentina, que se escondía en vestidos floreados y ajustados, que
resaltaban mejor sus curvas increíblemente anchas; su cabello ondeado variaba
de color con la facilidad que da una buena tintura. Para disimular, ella se
ponía unos lentes ahumados con su armazón de celuloide color turquesa.
Todo iba fenómeno en este
juego de las simulaciones y escondidas, hasta que una tarde el Ñato tuvo un
ataque de hígado que lo dejó a mal traer, al punto que debió guardar cama en
una casa del pueblo donde hacía base para sus operaciones comerciales, situado justo
en el centro geográfico de aquella zona donde estaba desde hacía meses.
Don Zenón, dueño de esa casa
y del almacén de ramos generales del poblado de Quebracho Quemado, en Jujuy, con
gran esfuerzo logró ponerse en contacto directo -a través de la radio policial-
con alguien de la oficina de la compañía donde trabajaba el Ñato, para
anoticiarlos del problema. Entonces se enteró de todo.
¡El Ñato estaba casado! y la Menchu, su propia hija, estaba
en ese mismísimo momento al cuidado de un hombre que, a la vez, era marido de
quién sabe qué mujer y padre del nieto que estaba por venir.
Nunca se pudo explicar cómo
hizo Ramón González para curarse en minutos, subirse a su auto a medio arreglar,
salir del pueblo en medio de una polvareda y -a la vez- esquivar los perdigones
que le regalaba Don Zenón.
¡Grande el Ñato! Un personaje muy común es nuestra sociedad.
ResponderEliminarMe gusto tu relato.
un abrazo Arturo.
Luis:
EliminarNo me lo digas a mí, que con lo que he visto podría escribir un libro de "Ñatos" como ése.
Las historias más descabelladas las conozco. Y son ciertas.
Como aquel ñato, que le dijo a su mujer que se iba a la playa, a pescar. Y se fue a Villa Gesell a visitar una amiga. cuando emprendía el regreso, ya anochecido, se dio cuenta de que el jeep que había llevado estaba perfectamente limpio. Entró a la playa y a los manotazos hechó puñados a arena sobre el piso del vehículo.
A la mañana, su mejer casi lo mata: al ir a limpiar el Jeep, entre la arena, encontró un profiláctico usado (no se sabe por quién), que el ñato aquel no advirtió y tiró -mezclado entre la arena- dentro del vehículo.
Un fuerte abrazo.
Ja ja ja, acá tenes otra historia y más jugosa.
EliminarUn abrazo.
Luis:
EliminarY no es la única...
Un abrazo.
Vaya personaje!!! Ciertamente no era tonto. Una pregunta .. ¿Era ñato?
ResponderEliminarMarilyn:
EliminarA más ser un mote utilizado tanto para designar a los hombres con nariz pequeña y chata, también se lo suele emplear para designar -con sorna- a los narigudos.
Este mismo término suele aplicarse a aquellos individuos de baja catadura moral, o difíciles para el trato, o atrevidos.
En un juego de ambigüedades, el Ñato del cuento podría ser cualquiera de los tres casos citados. Incluso, según su nariz, cubrir dos de las posibilidades.
En mi vida y por cuestiones laborales conocí muchos de ellos.
Como bien has dicho, era flor de vivillo.
Saludos y cuídate de ellos.
Antes eran viajantes ahora en la modernidad se les suelen llamar corredores comerciales o representantes.
ResponderEliminarEste tipo de personaje siempre tienen grandes historias, para que así puedas contarlas con esa innata maestría como las sueles contar.
A mi en el centro vasco del Mar del Plata no me dejaban invitarlos porque era petiso según ellos,así que me subí al taburete y con poco esfuerzo estaba encima del mostrador,les pregunte¿Quién es petiso ustedes?
Saludos
José:
EliminarEsas gentes, ante todo, son amantes de la libertad y la falta de compromisos fuertes.
Difícil será conseguir su amistad; pero, es seguro que lo pasaremos muy bien a su lado, en reuniones originadas para la diversión.
Quisiera saber si -al fin- pudieron ir al Centro Vasco.
Un abrazo, José.
me deja más tranquila pensar que bien que la pasó "la bety"
ResponderEliminar....buenisimo tu relato
Meryross:
EliminarLa pobre Betty se había engolosinado con un veterano feo, con pelo cano y pelón.
Es de suponer que ya entonces su marido solo la besaba en la mejilla cuando se iba o al regreso de sus correrías.
He conocido varios casos, en que estos señores me confesaron que preferían hacer esa vida libre, antes que convivir con esposa e hijos...
La Menchu también tuvo su cuota de felicidad.
En fin cada uno es libre de buscar la felicidad de la mejor manera que se le ocurre, o se le presenta.
Gracias por tu comentario.
Mis sinceros deseos de que seas feliz.
Hasta pronto.
Arturo....estas historias siguen ocurriendo, no solamente con los viajantes...no por estar lejos se es infiel, a pasitos nomàs estan los cuernos jajajjaja.
ResponderEliminar¡¡¡ muy entretenido tu relato !!!
un beso
Doris:
EliminarEs tal como lo has dicho.
Aunque, en realidad, el cuento relata un estilo de vida: el de aquellos que huyen de la casa.
Te aclaro que conocí el caso de un cornudo consciente, que dejaba a su mujer a merced de su jefe, a condición de conseguir jugosos viáticos.
Por cierto, ese matrimonio era una formalidad, un acuerdo de convivencia y de manutención de los hijos. En tales casos el engaño no es tal.
Gracias por tus comentarios.
Besos.
Mis aplausos, Arturo. Me gustó mucho el personaje, muy peculiar el tal Ñato, da para hacer una saga. Y estupenda manera la tuya, como siempre, de contar historias.
ResponderEliminarUn abrazo, amigo.