Si bien
se llamaba Nemesio Estévez, todos en la barra lo llamaban Tolondrón, "debido a lo atolondrado que era", aducían. Obviamente, cometían un gran error al
llamarlo de este modo, ya que no hay relación alguna entre el significado de
ambos términos. Tal confusión tenía su origen en la poca cultura de los chicos
del grupo al que pertenecíamos.
Los días
de su niñez y adolescencia transcurrieron en una interminable sucesión de
partidos de fútbol, jugados en los diversos terrenos baldíos que abundaban en
Villa Adelina. Diestro a muerte, jamás pateó un balón con su pie izquierdo.
Del mismo
modo, a su mano izquierda no la utilizaba ni para peinarse; con la pelota de
fútbol le sucedía lo mismo: si por casualidad lo ponían al arco no agarraba
ningún tiro que se dirigiera hacia su lado izquierdo, pues intentaba siempre atajar
esos balones con el brazo diestro, infructuosamente. Bueno, tampoco solía atajar la
pelota cuando pasaba por su lado derecho…
Comilón
con la pelota, bajaba la cabeza y no se la pasaba nunca a un compañero; de
manera que seguía así, ensimismado en su torpe gambeta, hasta perder finalmente
la bola. Muchas veces seguía de largo sin percatarse que había traspuesto los
límites fijados para el campo de juego.
Ni siquiera
sabía cabecear una pelota: saltaba a destiempo y cuando el balón venía muy
rápido, escondía la cabeza. Por supuesto que siempre cerraba los ojos al
cabecear.
Si había
llovido, era seguro que Tolondrón iría a correr, con la pelota entre sus pies,
por entre medio de los charcos o donde el barrial se tornaba más espeso.
Había que
tener cuidado cuando intentaba recuperar un balón que estuviera en pies de un
adversario: pateaba al bulto y como era bastante grandote para su edad, barría
pelota, piernitas del adversario, trozos de pasto y tierra, o lo que hubiere en
el camino, algo que causaba a sus víctimas algún moretón indeseado. En este caso,
aunque parezca extraño, Tolondrón dejaba a alguien con un tolondrón en sus piernas. Y
esto sucedía a diario, aunque él nunca tuviera la intención de dañar a nadie, pues
era reconocido por todos como un chico sin maldad.
Él tenía
la exclusividad de romper a los pelotazos los vidrios de las ventanas de los
vecinos, siempre sin proponérselo, por supuesto.
Cuando
jugábamos al ring-raje no le dejábamos que toque los timbres, a menos que estuvieran
hechos de metal, pues a los que estaban construidos con material plástico los
destrozaba con el palmazo que les pegaba.
Tal
personaje no pudo recibirse en ningún colegio secundario. Con gran esfuerzo
pudo terminar la escuela primaria, ya que no solía prestar demasiada atención a
las explicaciones de sus maestros, que le recriminaban siempre su actitud de
estar en Babia.
Si no
repitió ningún grado allí, esto se debió antes que nada a los esfuerzos y
perseverancia de su madre, que lo tenía sentado todas las tardes frente a los
cuadernos, y no lo dejaba salir a jugar con nosotros hasta que finalizara la
tarea encomendada para el hogar.
A
Tolondrón y varios de sus amigos solo les interesaba lo que sucedía con Boca: vivían en
el “Planeta Boca Juniors”. Sabía de
memoria la formación del club de sus amores; recitaba los nombres completos de
los jugadores, de adelante hacia atrás y viceversa. Por el contrario, jamás se
pudo acordar de los apellidos de los integrantes de la Primera Junta de Gobierno.
Cuando se
comenzaba a hablar sobre fútbol, Nemesio se entusiasmaba de tal manera que no
prestaba atención a nada que sucediera a su alrededor: más de una vez su propia
madre tuvo que ir en persona a llevarlo -asido de una de las orejas- hasta la
casa, pues desoía sus continuos llamados para ir a merendar, o a terminar la
tarea escolar, o a darse el consabido baño vespertino.
Las veces que
conducía su bicicleta, debíamos tener extremo cuidado en no ponernos justo frente
a su trayectoria, pues -indefectiblemente- nos llevaría por delante, era seguro
que se abatataría y nos atropellaría, por torpe. Tal rodado exhibía sus ruedas de
forma elipsoidal, por causa de las continuas subidas y bajadas desaprensivas
que, a la carrera, Tolondrón efectuaba en los cordones de las veredas.
En una
oportunidad en que tuve la fortuna de conseguir que una de las chicas que
cursaban el bachillerato, en el colegio de la otra cuadra, me aceptara una
invitación para salir, me impuso la condición de salir junto a otra pareja. A
ella la acompañaría su mejor amiga, una tal Amalita, mientras que yo, al único
muchacho que pude conseguir como compañero para esa salida fue a Nemesio.
Para
hacerse el simpático, mi amigo se hacía llamar Nemy, un apelativo que, ya de
entrada, dejó perplejas a las muchachas, quienes no acertaban a adivinar la razón
de tan extraño nombre.
Para
confraternizar y romper el hielo, fuimos a tomar unos licuados a una de las
confiterías que había frente a la Plaza
Flores, en esas circunstancias, Tolondrón, a quien se le
notaban los nervios e inexperiencia en estas lides, quiso alcanzarle un sorbete
a su invitada, pero en realidad, con sus movimientos torpes, lo que logró fue tumbar
la copa con el licuado de frutilla sobre la camisola blanca de la muchacha.
Ya es de
imaginar lo que pasó después: la otra chica, la más bonita de las dos,
obviamente, luego de esta salida vespertina, me mudó la cara para siempre.
Un día se
puso de noviecito con una gordita de la otra cuadra; a la pobre, la llenó de
moretones (los primeros) porque la apretó demasiado al abrazarla y besuquearla (le
dejó marcados soberbios chupones y notorias dentelladas), los restantes cardenales
de la gordita eran por la cascada que le dio la madre, luego de verla tan
maltrecha por el encuentro amoroso con (para el peor de los males) Nemesio.
Si iba de
baile, las pobres pibas que salían a bailar con él siempre recibían el
consabido pisotón en los temas lentos o un rasguño o golpe por culpa de los
aspavientos de Tolondrón al bailar suelto y a lo bestia. Las restantes
bailarines solían abrir un círculo en la pista, pero no para el lucimiento de
muestro amigo, sino por cuestiones de preservar la seguridad física de cada uno
de ellos. Tolondrón más se entusiasmaba entonces y –fatalmente- terminaba
llevándose por delante a su azorada compañera de pieza, por lo general una
dormida que no le conocía la fama de torpe consumado. Una vez tiró al piso a
una flaquita que se puso a llorar desconsoladamente, lo que motivó que todos
los muchachos, que formábamos la barra con Nemesio, tuviéramos que huir de allí
a las corridas.
En otra
fiesta donde coincidí con su presencia, se le ocurrió bailar como cosaco, cuando
pasaron un tema folklórico ruso, y en su intento de agacharse y levantarse,
mientras pateaba hacia delante, descosió todo el fondillo de su calzoncillo y de su pantalón
rojo. Si no le hubiera avisado de tal percance una dueña de casa sonrojada, mientras
Tolondrón se secaba la transpiración con el esquinero de un mantel, todavía
estaría a los saltos en pleno baile y en ostentosa exhibición de sus pilosas nalgas.
Un buen día,
Tolondrón se mudó del barrio.
Como
vivía en la casa que era de sus abuelos, a la muerte de estos, los hijos restantes
decidieron vender la propiedad y él con su familia debieron marcharse hacia otros
aires.
Me
comentaron hace unos años que en una oportunidad había vuelto de visita al
barrio; fue en una tarde de sábado o domingo; y que -pese al paso de los años- seguía
tan nervioso y descontrolado como siempre. A los gritos y risotadas recordaba las hazañas de su juventud, mientras abrazaba y palmeaba la espalda a Angelito, el siempre débil y callado integrante de aquella barra.
Llegó en
su automóvil, un vehículo nuevo pero destrozado, con abolladuras y raspones por
doquier.
Sólo Dios
sabe dónde andará hoy ese pedazo de atolondrado y quiénes serán los que sufren
de sus estragos.
Individuos así, suelen ser mal karma para la humanidad que los rodea y para ellos mismos.
ResponderEliminarSi no se da la grandeza para darles auténtica ayuda para reparar su traumática, mejor ponerles la mayor distancia de uno mismo.
Recuerda que el pendejo es más peligroso que el malo, ya que puede causar peores estragos por inconciente.
Carlos:
EliminarComo diría el cuentista costumbrista humorístico, don Luis Landriscina: "entrenado para bruto, el pobre".
Y he presenciado a un colega, ingeniero en petróleo para más datos, quien en un seminario, para explicarnos cierto fenómeno de yacimiento, con suma torpeza hizo espacio en la mesa donde se estaba preparando un refrigerio; de modo que tumbó (y rompió) termos con leche, con agua caliente y con café.
Los asistentes nos reíamos a gusto. El concesionario del buffet, asombrado, no lo podía creer...
Están por todos lados.
Un abrazo, Carlos.
Casi me da un bobazo cuando veo esa pelota pulpo. ¡Cuántos recuerdos! Y además ya quedan pocos baldíos por acá, en Villa Adelina. Ahora los picados son en las plazas de cemento. Lo que no faltan nunca son los Tolondrones. Muy buena semblanza, Arturo. Saludos van!
ResponderEliminarSandra:
EliminarQuiero pensar que vos tenés oportunidad de verlos en acción con mayor frecuencia que este servidor.
Pero, es así: siempre hay alguno.
Puse Villa Adelina en el cuento como homenaje a un amigo que se crió allí.
Esas pelotas de goma, marca Pulpo, eran la obsesión de todos los chicos, en sus variados tamaños. Las utilizábamos hasta que quedaban convertidas en un cáscara, como de una naranja pelada.
Un abrazo suave, no como los de mi personaje.
Me hace gracia la palabra atolondrado. Alguna vez me la soltó mi madre de niña, y es que yo era muy nerviosa, pero ni por asomo me asemejaba a tu personaje.
ResponderEliminarTu narración ha sido muy entretenida. La he disfrutado viendo en primera fila,
Besos Arturo, y buena noche.
Teresa:
EliminarCuando éramos pequeños, el 6 de enero de cada año, luego de recibir los obsequios de los Reyes Magos, nos reuníamos todos juntos, a jugar con dichos juguetes.
Rubén y Tuchito trajeron su metegol: hermoso, todo de madera barnizada, con sus veintidós jugadores impecables. Nos pusimos de inmediato a jugar partidos de minifútbol, en el zaguán de casa.
Otro de los chicos, quiso salir a la calle, pasó por encima del juguete y asentó su pie en el centro. Le destrozó las varillas del centro. A llanto pleno se volvieron los hermanitos hacia su casa, a mostrar el juguete inutilizado...
No hubo maldad, solo torpeza.
Así son ellos.
Buenas noches y hasta la próxima.
Arturo; Hemos sido, somos y seremos, eso no tiene cura, y en mayor y menor medida todos somos un poco atolondrados.
ResponderEliminarMe encanto tu relato, siempre trae gratos recuerdos de aquella lejana juventud. ¿Verdad que fue hermosa? Ojalá los pibes de ahora la pudieran vivir.
Te dejo un abrazo tipo Tolondron amigo.
Luis:
EliminarNiñez, adolescencia y juventud son las épocas maravillosas de la inocencia y el optimismo.
Los amigos brutos y torpes eran motivo de risa compartida. Este relato posee su buena cuota de ficción, pero no deja de tener partes verídicas.
Entre ellas, aquella cuando "El Oso Triki", amigo de mi hermano, tras bailar una tarantela -tano al fin- en un cumpleaños de quince, se secó la transpiración con un mantel del salón de fiestas y ante la mirada de todos, intentó disimular la acción acomodándole la caída del paño desde el borde de la mesa.
Un abrazo, a las escapadas...
Hola Arturo me gustan tus escritos Te encontré por casualidad del destino...
ResponderEliminarabrazos desde Miami
¡Bienvenida! (o debiera decir: Wellcome!)
EliminarMe da mucho gusto que te hubieras entretenido con mis textos, esa es una de las intenciones que persigo.
Como hago siempre, visitaré tu blog y compartiré -mediante comentarios- mi punto de vista sobre aquello que lea o vea.
Un saludo cordial.
Ojo Arturo, es brava!!!
EliminarLuis:
EliminarGracias por el aviso, pero yo también soy Bravo.
Arturo Enrique Menéndez Bravo es mi nombre completo.
Un abrazo.
Jopé como me acuerdo pues mi querido papá eso me decía estás atolondrado atontado,pero eso hace muchos años,y creo que por no dejar en mal lugar a mi papá aún sigo atontado`¡¡Leñe!!.
ResponderEliminarSaludos.
P.D. Ayer no salia la la palabra verificadora
José:
EliminarTodos hemos pasado por aquella etapa de la adolescencia, en que nuestro cuerpo crecía sin mesura y nos costaba dominar los movimientos. Tal situación nos volvía torpes.
Muy diferente es este Tolondrón del cuento, él siempre fue un bruto, un desaforado, una persona sin límites ni control. Por lo general la gente que conoce su torpeza, limita su accionar, el personaje, ni se daba por enterado de su conducta...
Seguro ha sido culpa de Blogger, que cada tanto falla. Por suerte no elimina los archivos.
Un abrazo, José.
El mundo está lleno de tolondrones (doy por hecho de que te refieres a la gente un poco torpe), entrañables, llenos de buena fe y mala puntería.
ResponderEliminarTus personajes siempre me resultan entrañables.
por aquí decimos: "eres más peligroso que un elefante en una cristalería".
un beso grande, espero que te hayas afeitado.:)
Ángela:
EliminarEl mismo dicho, por estos pagos, se convirtió en: más desubicado que elefante en un bar.
Estos personajes, provienen de una serie de más de veinte relatos, que agrupé bajo el título de: "Historias de raros", u "Personajes de opereta".
Son de la tercera generación de textos que escribí.
La primera etapa fue una especie de nostálgico libro de anécdotas y reflexiones de mi pasado, en mi libro inédito, por siempre: "Otros tiempos, otras costumbres", consistente en veintiséis relatos u anécdotas de mi niñez, diecisiete de mi adolescencia y temprana juventud, dieciocho del entorno de esos períodos y cinco, de costumbres ajenas. Vivo una eterna corrección de tales textos.
Proseguí con observaciones y reflexiones sobre lo cotidiano y anécdotas varias (suman bastante más que cien, entre todos ellos).
La tercera etapa fueron las ficciones, algo que no me motivaba demasiado, al principio.
Primero los textos ya enunciados en primer término y luego otra serie, que denominé "Historias del sentimiento". Por tratarse de textos sueltos y no correlacionados entre sí, puedo agregar nuevos temas a los ya desarrollados, o modificarlos a antojo.
Salvo "El tren de la vida", que lo escribí en unos pocos minutos durante la semana pasada, el resto de lo que publico tiene nueve años, o menos, de antigüedad.
El hecho de que mencione estas cuestiones en esta respuesta a un comentario tuyo es circunstancial, ya que -además- de comunicarte esto a ti, es mi deseo que lo sepan todos los que lean estas líneas tan extensas.
Te devuelvo el beso y me parece bien que no te gusten los hombres barbudos, a mí tampoco me gustan los hombres con barba (y sin ella, tampoco).
Qué historia, Arturo, la de ese atolondrado. Me lo he pasado genial leyendo este texto tan anecdótico pero que nos libre Dios de tales personajes.
ResponderEliminarUn abrazo de Mos desde la orilla de las palabras.
Mos:
EliminarMuchas gracias por arrimarte a esta otra orilla, la que llamo de mis pensamientos y opiniones.
Es mi deseo de que -además- de la lógica comparación con personajes que te son conocidos, el texto también te ayude, como a mí, a comprender a estas personas diferentes.
Una abrazo y hasta pronto.
Gracias por comentar Un abrazo y me alegra mucho haberte encontrado
ResponderEliminarMucha:
EliminarLo prometido es deuda. Y a mí no me gusta deber nada a nadie. Además, fue un placer, porque a más de leer tuve la oportunidad de oír.
Muy interesante tu blog, en él se puede armar una mesa de intercambio de ideas y posiciones en un amable ambiente.
Un abrazo y seguimos en contacto.