Cuando ingresé al Juzgado
de Instrucción, una de las primeras tareas que me asignaron consistió en estudiar
una infinidad de casos irresueltos que allí se archivaban. Fue entonces, al revolver
entre los viejos expedientes archivados que, en unas carpetas mordisqueadas por
los roedores, encontré una historia a todas luces insólita.
Según se consignaba en
autos, su nombre era Arnulfo Natal Travalho Da Silva, llamado “Teté” por sus familiares
y amigos.
De la lectura de las
fojas también surgía que había nacido en Brasil y que era el hijo menor de un
matrimonio de portugueses: don Pedro y Lucelia. Taterio dell pareja se inscribía entre
los tantos matrimonios de europeos que escapaban hacia Sudamérica, expulsados
por la pobreza opresora reinante en sus aldeas, y buscaban fortuna en América, Esta
pareja bien se podría inscribir como una de las tantas que poblaban el Brasil y
la Argentina
a los inicios del siglo veinte.
Esta familia se
completaba con Cleonice, la hermana mayor de Arnulfo; una joven que, a los
veinte años de edad, se había casado con un agricultor argentino, para emigrar
luego hacia nuestro país, radicándose ambos en Diamante, en la provincia de
Entre Ríos, donde él había heredado unos campos.
Un buen día, ya cansado
de los fracasos económicos en que terminaban siempre sus negocios, don Pedro
decidió dejar el Brasil y probar suerte por nuestros pagos, más precisamente en
donde vivían su hija y el yerno. De modo que se trasladó a la localidad
entrerriana con los restantes miembros de la familia.
Los Travalho solían referir
(a todo aquel que los escuchara) que el cambio de residencia tenía origen en
una supuesta persecución política organizada contra el padre de Teté, un declarado
comunista. Las voces envenenadas del poblado, en cambio, dejaron testimonio de versiones
mucho más escandalosas para tan inusual emigración, fruto todas ellas de una
imaginación malsana e infundada, sin dudas.
Estas versiones decían de
todo: desde que don Pedro venía escapado a causa de la muerte que le había
infringido a algún personaje importante de su comunidad (por cuestiones de
negocios o de polleras), o que dejaba atrás infinidad de mulatos bastardos que poblaban el Estado
de Río Grande do Sul, de donde los Travalho provenían, hasta que simplemente
huía de las deudas y buscaba la protección y el amparo que le podría brindar su
yerno, quien —por cierto— gozaba de una posición económica bastante sólida. Versión
a la que adscribo como la más verosímil.
En este ambiente, cambiante
y difícil, Teté comenzó a trabajar desde muy joven como dependiente en la
farmacia de esa localidad. Entre los relacionados a ese negocio, se recordaba
su labor como muy eficiente, a punto tal que primero colaboraba con la preparación
y luego hacía -sin ayuda alguna- los específicos homeopáticos y alopáticos que
se despachaban allí.
Mas su verdadera pasión
era la investigación. Para ello, poco a poco, había montado un pequeño
laboratorio medicinal o de farmacología en un pequeño galpón ubicado en los fondos
de su casa, donde realizaba todo tipo de ensayos para el desarrollo de las más
insólitas medicinas. Actividad que no podía realizar en la farmacia donde
trabajaba.
Algunas de sus invenciones
las probaba primero en sí mismo o bien en sus amigos y familiares. Mas no
siempre tenía la delicadeza de avisar que les suministraba tales pócimas; las
agregaba de manera subrepticia, ya fuera
en las comidas o bien disfrazadas como aspirinas o como tónicos del más diverso
tipo.
Entre sus mejunjes,
había pergeñado una crema para aplicarse como bronceador o pantalla solar. La
obtenía a partir de la piel de las aves de corral (pollos, patos, gansos) de
donde sacaba el colágeno que era la materia prima básica de su creación; con
ella protegía la sensible epidermis de sus pequeños sobrinos, quienes se
convertían de ese modo en inocentes cobayos. Pese a que le aplicaba ingentes
proporciones de concentrados con perfume a mentol y limón a esa crema, no
conseguía quitarle el olor penetrante a gallináceo que les quedaba impregnado en
la piel de los niños. Por culpa de estas pruebas en el poblado donde vivían, a
estos chicos los llamaban “Los Pollitos”.
Otro de sus éxitos más
logrados (con el que se vanagloriaba) lo consiguió con su famoso brebaje, que
denominaba “el pulmoncito”. Se trataba de un extraño compuesto que obtenía a
partir del bofe de vacunos, el que convenientemente tratado, lograba sintetizar en una
medicina que -según él aseveraba- prevenía la gripe y los molestos resfríos
invernales.
El inconveniente que
tenía ese jarabe eran las diarreas que producía.
Entre los testimonios
registrados en esos folios se consignan los de algunos ancianos que refirieron
que, por esa época, una extraña epidemia azotó los campos en Diamante, de
resultas de la cual murieron decenas de vacas, sin motivo aparente. Los pobladores
más supersticiosos culparon al “chupacabras” por tal desmán.
Universidad Nacional del Litoral, hoy |
Gracias a la producción
de estas medicinas de su inventiva (que su padre comercializaba con éxito por
todos los pueblos de los alrededores), Teté obtendría el dinero necesario para
costearse los estudios de Farmacología en la Universidad Nacional del Litoral.
Dejó entonces su
trabajo en la farmacia del pueblo, pues le imposibilitaba asistir hasta la
ciudad de Santa Fe, para cursar tal carrera.
Se consigna que, en esa
ciudad, era un personaje conocido en todas las droguerías, donde conseguía las sustancias
básicas con las que preparaba sus medicinas extravagantes. Que ya distribuía, a través de viajantes de comercio, en ambas provincias.
Así organizadas las
cosas, no le llevó demasiado tiempo recibirse de farmacéutico primero, y después
de médico, para -finalmente- especializarse en el área de ginecología, en la
Universidad de Buenos Aires, para lo cual se mudó previamente a la ciudad
capital.
Era notorio que llevar tal
conducta arriesgada y vertiginosa le daba una gran satisfacción, a la par de un
notorio éxito personal, aseveraron los psiquiatras que analizaron su caso.
En su actividad como
ginecólogo, en cambio, era por demás una persona conservadora y cuidadosa, demasiado
pundonorosa, se podría afirmar. A punto tal llegaba esta actitud, que el
respeto que tenía hacia sus pacientes —rayano con la seriedad y solemnidad
absolutas— lo llevaba a marcar una línea de blindaje sentimental superior a lo
esperado, para no incomodarlas.
Todas las pacientes consultadas
por el personal del juzgado coincidieron en afirmar que no abandonaba nunca esa
formalidad aséptica par con ellas, ni hacía gala del menor sentido del humor
mientras las debía revisar. Su actitud, en contrario a lo esperado por él, las
ponía más tensas y a la defensiva.
Sus movimientos nerviosos
y rápidos tampoco ayudaban; menos aún cuando se llevaba por delante alguna
mesita y las bandejas con instrumental caían al piso con inesperado estrépito,
mientras estaba por revisar a una paciente, que intentaba relajarse.
Se dice que tampoco le facilitaba
la tarea su apariencia física como para hacerse el gracioso: era un individuo alto
y esmirriado, de negros cabellos lacios que resultaban imposibles de mantener
peinados en su sitio, pues tendían siempre a volcarse sobre su rostro, algo que
—por suerte— disimulaba esa mirada penetrante, gélida, casi como de loco, que
reinaba en su rostro anguloso.
Conocedor de esta
característica de su semblante, evitaba mirar directamente a las pacientes,
para no intimidarlas.
¿Por qué razón hizo ese
brebaje?
Según dejó constar en
el libro de notas que llevaba prolijamente en su laboratorio, y que tuve
ocasión de leer, pensaba que no tenía ningún sentido encontrarse imposibilitado
de tener una relación normal con una chica. Siempre esa deformación profesional
(que lo dominaba) le impedía conquistar a alguna de ellas.
Y esa limitación se aplicaba
siempre; incluso ante mujeres que no se trataba ni remotamente de pacientes suyas,
es más, ni siquiera sabían que era ginecólogo.
Dejaba constancia por
escrito que, en tales oportunidades, cuando pretendía galantear delante de
alguna mujer, lo atacaban esos síntomas terribles e inevitables: un ardor con enrojecimiento
de los ojos y profuso lagrimeo más una terrible comezón en el perineo, algo muy
molesto es esas circunstancias. Como secuela posterior,
le aparecía un sarpullido en todo el cuerpo, cuando no, directamente le salían unas
ronchas enormes.
Ante cada intento
fallido, solía dejar escrito que se encontraba cansado ya de esta situación,
porque al fin de cuentas, las mujeres le parecían lo más bello y atractivo del
mundo y no podía soportar el hecho de tenerlas siempre tan distantes.
La única solución a
este problema estaba en su inteligencia, en su vasta experiencia y sus conocimientos
en medicina y farmacología, concluyó.
Motivado por esta idea
pareciera que comenzó a investigar con feromonas, ADN y hormonas femeninas:
estaba plenamente convencido de que si llegaba a manipular convenientemente
todos estos elementos podría sintetizar y suministrarse algo así como una
especie de vacuna, una medicina milagrosa que le facilitaría vencer esa
patología que le atacaba en cuanto quería entablar una relación amistosa con
alguna chica.
La cuestión es que se
dedicó por entero a preparar esa poción salvadora, en espera de poder vencer esa
aprensión, que se había tornado inaguantable ya.
Tras varios años de pruebas
fallidas (que dejó asentadas en ese libro de notas), pero que denotaban
relativos avances, llegó por fin, en el año de 1948, a una versión mejorada
y última.
No podía fallar, anotó;
de modo que se bebió todo el vaso de precipitados de un solo y profundo sorbo.
En el mismo cuaderno,
con una letra cambiada, menos vacilante y enérgica que antaño, describió el
resultado:
“Ni bien concluí de
beber la preparación, de inmediato sentí un sabor amarguísimo en la lengua, que
me provocó arcadas; un vértigo indescriptible me envolvió, al punto que casi me
tira al piso; para evitar la caída debí sentarme en la primera silla que
encontré a mano. Sentí entonces que mi cuerpo era recorrido por una onda de
calor indescriptible, que irradiaba desde la zona del estómago hacia toda la
periferia.
Cuando estos síntomas menguaron
lo suficiente, sentí alivio, como si flotase en el aire. Y aunque mi vista
estaba un poco nublada aún, tras restregarme ambos ojos suavemente con los
dedos, recobré la calma.
Medio a los tumbos, fui
a verme a un espejo, a observar si había sufrido alguna secuela. Aparté los
cabellos que me impedían la visión y pude ver reflejado en el cristal un rostro
de mujer”.
Finalmente, se consigna
en los documentos que, el diez de mayo del año 1955 murió Teté, la amarga
solterona doctora Arnulfa Travalho, envenenada.
Muy bueno Arturo, en realidad escribiste una novela, el final como siempre sorprendente.
ResponderEliminarEl relato atrapa sin duda.
Un abrazo.
Luis:
EliminarEste cuento tuvo su origen hace muchísimos años. Fue durante un viaje de regreso desde cerca de tus pagos, San Jerónimo Sud, hasta mi ciudad. Durante la travesía por el camino a Esther, un colega me contó que él fabricaba medicinas (pulmoncito y crema solar).
Esa extraña anécdota quedó grabada en mi mente, hasta aquel día en que escribí mis primeras ficciones. Entre aquellos cuentos iniciales se inscribe esta historia.
Si bien no considero esté entre las mejores, le tengo especial cariño, por haberme permitido reír y entretenerme con ella, además de dejar de contar solo anécdotas.
Te imaginarás cuánto me alegra el hecho de que te haya agradado.
Un abrazo.
Fíjate si el relato engancha,que me ha costado 4 intentos porque Google parece que solo quería leerlo él y no dejaba entrar.
ResponderEliminarSi es bastante bueno y largo.
Saludos
José:
EliminarTengo el presentimiento de que Google o Bloger han hecho algunos cambios unilaterales.
Me baso en que los seguidores de mi página no salen o su fotografía de Perfil no aparece y en otros tantos errores, tan novedosos como molestos.
Yo debí recargar los Blogs que sigo y que publicito en el mío, además de ver como mi fotografía desaparecía de varios comentarios hechos en otros tantos artículos que me gustaron.
Además, no pude conseguir a dirección de Magoya mi de Mongo para asentarles mi queja.
¡Qué le "vachaché"!, diría Discepolín.
Respecto al ingreso a este "post" voy a revisarlo, pues tiene poquísimas visitas, algo que me llamó la atención e hizo que publicase otro nuevo, que afortunadamente no parece sufrir tal limitación.
Muchísimas gracias por tu aviso, quizás se deba a errores similares de Blogger en los enlaces presentes en los blogs de la gente amiga, que publicita mis entradas y a la que agradezco de todo corazón.
Te envío un fuerte y sentido abrazo, José.