¡Cómo no recordar
con nostalgia aquellos cines de barrio!
Bautizados
popularmente con el apelativo de “las piojeras”, allí se proyectaban películas
prohibidas para menores de 18 años. Constituían
lugares mágicos y casi inalcanzables para nosotros, los pibes ya “avivados” desde hacía largo rato que,
en plena edad de los descubrimientos, imaginábamos que en sus pantallas se
proyectarían todo tipo de situaciones escabrosas y eróticas.
Por lo general,
estas salas de exhibición cinematográfica eran obsoletas. Mostraban en sus carteleras internas
—ubicadas adrede en la antesala— viejos afiches de propaganda de
alguna de las películas que allí se proyectaban (o que se proyectaron alguna
vez). Estos afiches, por lo general, eran de muy mala calidad y se
encontraban en mal estado, descoloridos y ajados (en concordancia con las
cintas que publicitaban), fruto quizás del inmenso trajín que les
significaba pasar de cine a cine. Sin embargo, esas impresiones realizadas en
colores desteñidos y con tipografía sensacionalista no hacían más que
incentivar nuestra curiosidad sobre las citadas películas.
Para comprar los
boletos de entrada, siempre enviábamos al más alto de la barra; quien —además—
entre el acné que poblaba su rostro mostraba una incipiente presencia de barba,
con lo que aparentaba ser mayor de edad, aunque esto no fuera realmente cierto.
Acceder por
primera vez a estos cines significaba una gran excitación, pues no deberíamos estar allí, debido fundamentalmente a nuestra temprana edad y a
la falta de permiso por parte de nuestros padres.
Así era que, en
una densa penumbra, que no era menguada por el azaroso y desganado alumbrar del
acomodador (que jamás tenía un programa de la función), esquivábamos los pozos
presentes en el piso de machimbre de los pasillos —con suerte diversa— para
terminar sentados en cualquier butaca destrozada. Acto seguido, y en
cuanto nuestra visión se acostumbraba a la oscuridad, todos buscábamos alguna
otra butaca donde ubicarnos, una que tuviera -al menos- el tapizado del
asiento en buenas condiciones.
Entonces, ya bien
ubicados y en compañía del resto de pibes de la barra, nos aprestábamos a
observar la proyección ya iniciada.
Por regla general
las películas eran viejísimas, casi siempre en blanco y negro, llenas de
rayones, proyectadas con una luz parpadeante y de escasa nitidez, fruto de la
baja potencia del proyector, que además emitía un ruido impresionante. Para
peor desilusión, las cintas padecían de infinidad de cortes, que coincidían
justo —pero justo— en las escenas que con más ansiedad esperábamos.
A esa visibilidad
desastrosa se sumaban los argumentos de esos filmes, que eran pésimos y el
sonido inaudible, debido principalmente al ruido de fondo de la cinta magnetofónica
maltrecha y reforzado por el tableteo del mismísimo proyector. Para peor,
las películas estaban en idioma extranjero y las traducciones al castellano, se
encontraban escritas al pie de la pantalla y resultaban ilegibles, porque el
color blanco de las letras se diluía en el fondo claro de las imágenes.
Llegado un punto,
las proyecciones se tornaban densas y aburridas, por lo que no quedaba más
opción que dedicarnos a joder la paciencia. Ya fuera escupiendo en la
oscuridad, dejando caer algo al piso para que rodara ruidosamente debido al
declive de la sala, o arrojando objetos diversos a las primeras filas, cuando no, a la pantalla.
Por tratarse de
cine en continuado, al finalizar el primer bodrio, nos esperanzábamos
íntimamente en que la siguiente proyección fuera mejor. De modo irremediable,
lo que seguía resultaba ser otra basura.
Ante tal
desgracia, siempre alguno de los del grupo se solía quedar dormido en mitad de
la película. Finalmente, nos retirábamos de la sala con premura, pues ya había
pasado un tiempo más que prudencial para estar “desaparecidos” y lo más
prudente era que regresáramos a nuestras rutinas, de modo que no se notara la
escapada.
Siempre había
alguno entre nosotros que se llenaba de pulgas.
No obstante todas
estas vicisitudes, luego de la función, salíamos satisfechos de esos cines.
Aquella aventura
daba lugar a posteriores recordatorios entre nosotros, por lo general de alguna
escena (entre borrosa y oscura) donde se había podido atisbar —casi imaginar—
el trasero de alguna mujer o bien sus pechos.
Ni qué decir que
al resto de nuestros amigos y conocidos, que no habían tenido el coraje de ir
con nosotros, les exagerábamos a límites increíbles lo erótico del espectáculo
y lo extraordinario de las sensaciones vividas.
Hoy, en cambio,
hay que estar con el control remoto del televisor en la mano, atentos, para
cambiar de inmediato de canal, cuando -sin previo aviso- aparezcan en la pantalla
y frente a la vista de nuestros niños pequeños, las escenas más obscenas o
escabrosas, o en su defecto diálogos de lo más procaces y vulgares. Situaciones
que suceden a cualquier hora del día.
Arturo..." Prohibido para menores de 18 años "
ResponderEliminarQue làstima no poder entrar a mirar lo que aquì has publicado....me voy a dormir es tarde por mi edad....son las 2.37
un beso hasta mañanaaaaa
Doris Dolly:
EliminarEs una vivencia típica de los sesenta en épocas de la férrea censura. Cuando existía el riesgo cierto de que apareciera la policía y te llevara a la comisaría.
Saludos y buen día.
Arturo; ¿te afeitaste las palmas de tus manos, o usas crema depilatoria?
ResponderEliminarHoy mis hijos cuando ven esas películas me preguntan; ¿Eso los calentaba?
Un abrazo amigo.
Luis:
EliminarJamás vi una película de la Coca Sarli, ya que para nuestro grupo de compañeros de colegio siempre fue muy grasa.
Por las tardes, se hacían la rata e iban al Nobel en Beiró o al Devoto, por lo general en invierno, ya que la calle estaba muy fría. Alguna vez los acompañé y de ahí que pueda redactar estas líneas, verídicas, por cierto.
En verano se rateaban al río.
Me acuerdo de un compañero de segundo año, el "Marciano" Dotto, que andaba a la hora de entrada -a la mañana- con su diminuto bolso marinero del que sobresalían una pequeña caña de pescar y un par de mangos de las paletas de madera: estaba en busca de compañía para irse al río.
Y nadie se prendía a la propuesta...
Pese a las restricciones, siempre le encontrábamos la vuelta para divertirnos.
Un abrazo.
Yo si vi alguna película de la Sarli, algún actor Homosexual confeso haciendo de macho, ella amasando sus pechos y gimiendo como gata en celo. (encima era gorda) Pero en aquella época no había otra cosa.
EliminarAcá en Rosario, hubo un cine famoso, El "Sol de Mayo", los días de lluvia se llenaba de albañiles, tres películas de acción, y si te sentabas abajo imaginá como salias. En fin como dicen los pibes; "Ya fue"
Un abrazo.
Luis:
EliminarCierto. Recuerdo que cuando en el 73' Octavio Gettino anuló la censura, se comenzaron a proyectar películas que eran directamente XXX. Entonces un compañero de trabajo, un chaqueño, ya veterano, comentó que esas películas eran mejores que las de la Coca.
Se notaba que se las había visto a todas, no precisamente por su mensaje artístico. Todavía no paro de reír.
Un abrazo.
ARTUR ! que lindo recuerdo...aunque yo no lo viví. obvio .
ResponderEliminarera una niña y eso era cosa de "hombres". pero me contaron que se comía lindo...sandwich de milanesas o mortadela,maníes que tiraban desde el primer piso del cine cuando alguna película se cortaba, además de silbar y escupir sobre las cabezas de los muchachos que estaban en planta baja.
Era un lugar de encuentro de los hicos de esa épòca cuando se hacían la chupina o rabona de la escuela
gracias por el compartirlo
Meryross:
EliminarYa en mi época (promediando los sesenta) aquellas salas de cine eran una ruina. Y supongo que se mantenían gracias a los pocos alumnos que eludían las clases.
Por cuestiones de buen gusto, no me explayo en las actividades humorísticas, que entretenían el paso del tiempo ante horrorosas películas...
Con este texto le hago la rabona a la literatura (más aun que en el resto).
Hasta la próxima película.
Hubo un año en el que asistí a más películas que días tiene el año, por tratarse precisamente de dobles proyecciones en sesión continua. Hoy en día ni los cines ni nosotros somos lo que fuimos...
ResponderEliminar¡Tempus fugit, amigo Arturo!
Manuel María:
EliminarBienvenido a este espacio y gracias por comentar.
Los fines de semana iba a un cine, el Gran Rivadavia, donde daban tres películas de acción por monedas. El día que proyectaron "Let it be", hubo un montón de muchachos parados en los pasillos de la sala, nunca vi nada igual.
Las últimas veces que fui al cine fueron hace años, cuando llevaba a mi pequeña hija a ver dibujos animados y comer maíz dulce inflado (pochoclos).
Saludos.
Nunca llegue a ver esas peliculas, pero si recuerdo los afiches y promocion de ellas. En esa epoca casi todo era un tabú.
ResponderEliminarun abraXo
Marilyn:
EliminarNo te has perdido nada, de hecho supongo que en la WEB debería haber alguno de aquellos bodrios.
Eran épocas de doble moral. Antes eran todos eufemismos, hoy es todo "llamar las cosas por su nombre: al pan, pan y al vino, vino".
Eran tiempos en que a los niños los alejaban de las conversaciones de los mayores; aunque en mi caso, siempre paraba la oreja, para saber de qué hablaban...
Todos aquellos tabúes, sumados a los complejos propios de todo adolescente, han perjudicado a muchos jóvenes.
Te envío un abrazo.
Relatas unas épocas que aún en distintos países era prácticamente iguales las ofertas de esos bodrios cinematográficos.
ResponderEliminarAquí en España teníamos un cine ya desaparecido como muchos otros que solo pasaba películas eróticas y era el cine Doré.
Pero haciendo memoria me acuerdo muy gratamente de un gran humorista de vuestras tierra era fenomenal y marco una época en España se trata del inolvidable Luis Sandrini.
Saludos
José:
EliminarNo hace falta que me cuentes cómo era España en la década del sesenta. Mi abuelo asturiano, que vino a la Argentina en 1910, cada vez que recibía carta de sus hermanos y sobrinos, miraba el sello pegado al sobre y puteaba por lo bajo.
Respecto a don Luis Sandrini, solo puedo decir que siempre lo idolatré. Representaba a su personaje tan querible y popular tan bien que hacía las delicias de toda mi familia.
Al morir no fueron respetuosos con él: las necrológicas lo desmerecieron, marcaban críticas al recién fallecido artista popular. Algo que nunca entendí y que me dolió mucho.
Él puso todo de él (y aun más si esto fuera posible) en su trabajo: ya enfermo y en sus últimos días filmó su postrer y a la vez póstuma película, junto a Palito Ortega.
Claro, eran películas sanas, para la familia.
Un saludo reflexivo.
Yo tampoco conozco aquellas películas, por la época y por la distancia del gran charco. Lo que recuerdo en España eran las películas de Pajare y Esteso, pero quedan muy lejos de lo que has relatado, magníficamente, por cierto.
ResponderEliminarSin embargo, esta entrada me recuerda una de mis películas favoritas: Cinema Paradiso. Eran días en los que, por haber poco, a todo lo que había se le sacaba mucho más jugo.
Felicidades, Arturo.
Un abrazo.
Fernando:
EliminarSí, se podría ubicar esta acción en la época de declive del Cinema Paradiso, cuando proyectaban películas de mala muerte y la sala estaba prácticamente vacía, en un paso previo a su cierre definitivo.
Aunque, por la ambientación del relato, la historia estaría más cercana a Amarcord, una película íntima y nostálgica de Fellini.
A todo esto, el pequeñín de la familia, ¿cómo está?
Un abrazo, Fernando.
¡Qué buen relato, Arturo! En el imaginario colectivo de más de uno habrán quedado las pelis de Bo, bastante bizarras por cierto, pero no se puede mirar con ojos 2012 esos films. Los cines de barrio tienen gustito a maní con chocolate, en mi caso.
ResponderEliminarMe encantó este texto! Saludos van!
Sandra:
EliminarTenés razón, la Coca no era para todos, pero hizo historia.
si bien no es intención del relato rememorar los cines de barrio en sí mismos, no puedo dejar pasar mis tardes en el Lope de Vega, un cine de la cadena de Clemente Lococo, donde veía buenas películas.
El maní con chocolate, los confites Sugus, el Aero o los turrones Namur eran un clásico para el intermedio, aunque más "salados" que las Salinas Grandes. También solía ir, de chico, al cine de la Parroquia San Pedro.
Por supuesto que las vivencias allí eran totalmente diferentes a las que relato.
¡Hasta pronto! y un abrazo.
Arturo, nos matás de nostalgia. Pobre Sarli... Ahora quedó hecha una inocente niña al lado de otros ejemplares más modernos.
ResponderEliminar¡Cuántas pelis buenas me perdí porque eran prohibidas y ahora son clásicos imposibles de ver!
Yo no me perdía los matinés en el cine de Cosquín con sus pelis de caw-boys o de monstruos espantosos. jeje
Un abrazo, amigo.
Marta:
EliminarAunque más no sea por matar la curiosidad, las películas de la Coca Sarli deberían estar en internet.
Me imagino que a Cosquín no llegarían todas las películas que se estrenaban; básicamente por la carencia de salas para exhibirlas a todas.
Hoy la TV es el cabaret del puerto, que se instaló en casa.
Un gran abrazo.
Si hasta creo sentir el olor del querido Gran Urquiza ... Abrazo Arturo
ResponderEliminarFernando:
EliminarNo debería ser un olor muy agradable, atento a que cualquier pibe que fuera al baño podía ser interceptado por el acomodador y echado por ser menor...
Un fuerte abrazo.