“La suerte de la fea, la linda la
desea”
Anónimo
Me
tomé el trabajo de revisar mi memoria y de exprimir la de los demás, incluso
recabé información en bibliotecas y en hemerotecas, sin obtener resultado. Por
más que averigüé, no se tiene registro de persona alguna que poseyera la suerte
de Pamela.
Lo
que sucedía con esta joven era un hecho increíble, un prodigio del azar; a tal
punto que generaba envidia en todo aquel que la conociese.
Para
peor, esta muchacha siempre administraba mal aquello obtenido gracias a ese don.
Y lo perdía. Derrochaba enseguida lo ganado: “Easy comes, easy goes”, decía, mientras se encogía de hombros, no
le daba demasiada importancia al asunto.
Si caminaba
por la calle con sus amigas, siempre era ella quien hallaba cosas valiosas caídas
en el piso, aún después de que sus acompañantes pasasen por encima de esos objetos
sin divisarlos. Alguna de estas amigas llegaba a lastimarse las palmas de las
manos, al hundir en ellas sus propias uñas, todo en ese gesto de apretar sus
puños por la impotencia de no haber sido ella quien hallara esa joya, o ese billete,
que con sorpresa infantil y casi al descuido, detectaba Pamela.
Si por casualidad, adquiría algún automóvil impresentable, candidato firme a los talleres de
reparaciones, resultaba que, cual milagro, nunca se descomponía; algo que sí
solía suceder con el dueño anterior y luego se repetiría con aquel que se lo
comprara confiadamente.
Pamela
leía la revista de historietas Capicúa: toda una coherencia entre ella y el
personaje, ya que ambos -además de esa suerte imposible- poseían una cabellera motosa, un rostro redondo con una
nariz que le hacía juego y unos dientes incisivos de un tamaño notorio.
Ganaba siempre todas las pollas de fútbol típicas de la oficina donde trabajaba y los sorteos
por canastas repletas de mercaderías que organizaban los almaceneros gallegos y
más tarde los premios de los chinos, dueños de supermercados. Cuando en el club de barrio, la comisión
directiva organizaba un bingo, sus integrantes debían asegurarle a la gente que
ella no se presentaría, para garantizar que hubiera asistencia de público y recaudación. En
una oportunidad llegaron a invitarla de paseo a un barrio vecino, con todos los
gastos pagos, para que fuera a los sorteos que organizaba el club rival, donde su
fama de mujer de suerte era desconocida; por lo menos así lo fue hasta aquella
misma noche.
No
era la más bonita entre sus amigas, como es de suponer: de tan flaca se parecía a
una tabla vestida, tenía un hablar gangoso y un caminar a las zancadas nada
elegante. Y no obstante todo ello, los muchachos siempre querían acercarse a ella,
pareciera que ninguno reparaba en estas minucias.
La
explicación a tal conducta varonil, residía en que corría el rumor firme en el
barrio de que ella contagiaba esa suerte extraordinaria a quien se acercase a
ella; por eso, cuanto más supersticiosos fueran los jóvenes, más se peleaban
por ganar su compañía. No les importaba demasiado su aspecto, menos aún después
de acertar un primer premio de La
Quiniela.
Semejante
éxito entre los buenos mozos del barrio le generaba no pocos disgustos ante
las bellas vecinas, que la detestaban en secreto.
La
insostenible situación que causaba su popularidad entre los hombres hizo que sus
propias amigas se desviviesen por conocer o desentrañar la razón de tanta
suerte. Algunas decían que la protegía la Virgen de Luján, otras, en cambio, dejaban
entrever un pacto demoníaco, donde ella, cual Fausto femenino, había recibido
tal don. Algo desmentido -desde ya- por lo poco agraciado de su figura y los escasos
encantos de Pamela.
Vale
acotar que eso de ganarse todo sorteo conllevaba también algunas contras, como en
aquella vez que recibió como premio un juego de comedor inmenso, que no le cupo
en el departamento y por tal causa debió venderlo -a un precio de regalo- al
primer interesado.
Extrañamente,
se decía que aquellos caza fortunas que se acercaban a ella con el fin de esquilmarla sufrían
terribles pérdidas. Estos antecedentes comenzaron a desanimar a buena parte de
los pretendientes.
Según
proclamaba su grupo de conocidas, la fortuna ganada, aparentemente asociada a
un golpe de suerte, pareciera que siempre se trastocaba en una desgracia
posterior. Mencionaban los casos de alguien que se juntó con ella por interés y
llegó a ganarse un auto en el Telekino, y que al poco tiempo tuvo la desgracia
de sufrir un accidente que lo postró por res meses, mientras su vehículo quedó inservible. O el caso de un hombre de la zona de
Caballito que, luego de obtener el ansiado ascenso en el trabajo, vio que prontamente
la empresa declinaba en su prosperidad y dejaba de abonarle el sueldo, o se lo
pagaba de a puchos, justo en el momento en que él se había endeudado.
También
comentaban, como cierto, el caso de una vecina del barrio que, una tarde en que
tomaba mate en compañía de Pamela le fue notificado que recibiría una herencia.
Bien pronto se dio cuenta que tal fortuna traía aparejada la desgracia de tener
que preocuparse en mantener este nuevo bien sin contar con la preparación ni el
respaldo económico adecuados, una situación que le habría originado no pocos
quebraderos de cabeza y pérdidas de dinero. Al final, esa propiedad se incendió por completo.
Hasta
llegaron a decir en el barrio que si salían de compras junto a Pamela y
conseguían un par de zapatos en una oferta maravillosa, era seguro que prontamente
presenciarían como se le descolaban las suelas o se les rompería un tacón, un
hecho que a su vez les causaría una torcedura de tobillos.
Tales
efectos no deseados —de ser posible— eran mantenidos en secreto, aducían. La
razón de esta conducta malsana era que ninguna de ellas quería trastocar esa envidia
manifiesta que habían causado a los demás, por la buena suerte que habían tenido
(y de cuyos resultados hacían ostentosa gala), en sentimientos de lástima, de burla
o de piedad, cuando se enteraran de las penurias posteriores que habían sufrido.
Concluían que con este proceder se agrandaba injustificadamente el mito de
mujer de suerte que se había creado alrededor de Pamela.
Ante
este panorama no queda claro si se trataba de una táctica malévola y efectiva
para desanimar galanes, o si lo de la suerte infalible de Pamela era un cuento.
Maravillosa
táctica de las despechadas.
Hasta
que, un buen día, apareció por Floresta un muchacho que no conocía la fama de
Pamela.
Se
trataba de un feo, como ella, que —además— andaba bastante peleado con la
suerte en el amor. Un jovenzuelo flaco, víctima del acné, desgarbado y dientudo, que no había
tenido nunca éxito con las chicas.
Precisamente
en él fue que reparó nuestra vecina. Notó que, a diferencia de los demás
hombres y mujeres del barrio, este joven no le prestaba demasiada atención.
Este muchacho, de nombre Horacio, pese a vivir a tres casas de distancia de la
suya, apenas si la miraba furtivamente, cada vez que pasaba frente a
la puerta de la casa de ella. Jamás se animaba a mirarla directo a los ojos.
Ella,
por el contrario, cada vez que lo veía se sentía más intrigada por conocerlo.
Al
final, un día Pamela tomó la iniciativa y lo saludó; con cualquier excusa banal
inició una conversación con él, que para sorpresa de ambos resultó placentera;
no por la temática en sí, que no tenía valor alguno, sino a causa del interés
que despertaba el interlocutor que ambos tenían enfrente.
El
comenzar a salir juntos y disfrutar de cada momento fue inmediato y se
convirtió en un hábito común.
Cuando
se besaron por vez primera chocaron con sus incisivos, lo que los tentó de
risa. Lo que no les resultaba tan gracioso era que cada vez que iban a un cine
no conseguían las mejores localidades, o que cuando fueran a tomar un colectivo
lo perdieran con lo justo y debieran esperar un buen rato por la llegada del
siguiente, que siempre se encontraba repleto de pasajeros. Además, en
los restaurantes, los mozos los ignoraban, o la comida que les servían estaba siempre
mal preparada, mientras que a los comensales de las mesas vecinas se los
atendía enseguida y los platos que les llegaban estaban bien preparados.
Si en
sus salidas se largase a llover, era seguro que se les rompería el paraguas en
cuanto intentasen abrirlo, o bien era de esperar que se lo hubiesen dejado
olvidado en algún lugar.
Sin
embargo, a Pamela nunca se la había visto tan feliz en su vida.
Y a
Horacio tampoco.
Muy bueno, Arturo.
ResponderEliminarEs lo de siempre, nos empeñamos en buscar la felicidad en las cosas, y la felicidad está en las personas. ¿Qué importa un poco de agua, o una comida menos rica, si quién te mira te quiere?
En fin, somos humanos y, por ello, complicados.
Felicidades, precioso cuento.
Un abrazo, amigo.
Fernando:
EliminarCuando uno está enamorado, no existe el mundo. Por ello la afortunada no poseía lo que más preciaba. a ése, es seguro que no lo va a dejar escapar.
Un abrazo.
¡Que bonito es el amor!
ResponderEliminarSuerte y gafe se unen y son felices.
Yo de esta gente digo que tienen una flor en el culo, es una expresión que decimos por aquí sobre esa gente que se encuentra de todo por el suelo, o que ven a los famosos en los aeropuertos, o le salen los trabajos más suculentos, o consiguen las mejores entradas, o ganan los sorteos...etc.
Un buen relato, amigo, como siempre.
Eres brillante ¿te lo he dicho ya?
Ángela:
EliminarCoincido plenamente con lo que has escrito. Y en el cuento hay -además de los que están escritos- dos refranes implícitos: "afortunado en el juego, desafortunado en el amor" y su opuesto, por la negativa.
El argumento tiene alguna semejanza de fondo con "La noche de los Feos", de Benedetti, aunque la historia es diferente por completo.
Me agrada que te guste mi relato, pero -por favor- no exageres, que me da vergüenza.
Un abrazo desde el alma.
Linda historia Arturo, un poco exagerada pero con un final muy humano y romántico.
ResponderEliminarTe dejo un abrazo.
Luis:
EliminarGracias por tu opinión. Lo de exagerado es adrede, para que resalte aun más la pérdida del don ante la llegada del tan esperado amor. He notado, sin demasiado esfuerzo de mi parte, la angustia que embarga a aquellas muchachas que se sienten feas y lo que más desean es ser amadas. Ellas darían todo lo que tienen por alcanzar un amor. Y sin pretensiones.
Un abrazo.
¡Que divina historia!
ResponderEliminarSe hace bueno el refrán de: Dios los crea y ellos se juntan.
¡Me ha encantado! Y preciosamente contada. Felicidades
Un saludo
Dolega:
EliminarMe da gusto enterarme de que el texto te agrada.
La intención de dar a la historia un supuesto buen final, está emparentado con la identificación de la búsqueda de cada lector: bien pudiera ser que aquel que no haya logrado sus objetivos materiales en esta vida, vea como un desperdicio la pérdida del don de la muchacha. Otros, en cambio, nos sentiremos bien, al notar que ellos encontraron el amor. ¿Qué más se puede argumentar?
Un saludo dichoso
¡Qué historia más encantadora!, y es que ante el amor no hay fealdad que valga. Brillante Arturo.
ResponderEliminarUn beso y feliz tarde.
Teresa:
EliminarPor eso se dice que el amor es ciego. Y a nuestra querida Pamela le llegó la hora de encontrar a un muchacho que la quiere, solo por lo que es y no para sacar provecho alguno de ella.
¿No es acaso el ideal?, la fealdad es un concepto odioso, ya que nadie puede argumentar que es perfecto en todo sentido, como para juzgar a los demás.
Te retribuyo el beso, desde una helada tarde porteña.
Un cuento delicioso, Arturo. Y es que Pamela encontró la horma de su zapato. Aunque perdiera su buena suerte, obtuvo su deseo, y amar y ser amado es la mayor bendición que le puede ocurrir a un ser humano, aunque la suerte no acompañe.
ResponderEliminarUn gran abrazo.
Isabel:
EliminarLa pobre Pamela encontró aquello que más deseaba. ¿Puedo decir que perdió su don?
Mi querida abuela asturiana siempre decía: "de aquello que tú no quieres, yo tengo mucho para dar". Que podría aplicar a esa suerte material de la muchacha.
Desde la saciedad uno puede llegar a pensar que existen dos tipos de enamorados: los que lo hallan sin proponérselo y aquellos otros, los desesperados, que agarran lo primero que se le presenta (así les va, entonces).
¿A cuál de estos prototipos corresponde Pamela? ¿Y Horacio?
Y no propongo más interrogantes, pues se sabe con quiénes debería proseguir...
Como siempre, un gusto ver que te asomas por aquí.
Un abrazo amistoso.
Un magnifico cuento, también nos podemos parar y pensar que a las personas no se les mira por su físico guapo o feo, las debemos mirar por la riqueza sentimental u humana que cada persona atesora.
ResponderEliminarSaludos
José:
EliminarPor suerte que siempre habrá quien mira más allá de las apariencias; caso contrario, la raza humana ya habría sucumbido en la extinción.
Si eliminamos a los considerados feos por al menos una persona, no quedaría nadie, todos desaparecerían. En especial, aquellos reflejados en sus espejos hogareños.
El tema da para mucho más, por cierto.
Un saludo amistoso.
Hola Arturo.
EliminarNo asimilo bien eso de
"por cierto Un saludo amistoso"
Cuando nunca hemos tenido nada desagradable entre nosotros.
Saludos
José:
EliminarQuizás no has visto el punto al final de "cierto". Tal inclusión da otro sentido a las palabras.
Por caso, tengo un libro, de José Antonio Millán, denominado: Perdón imposible (Editorial del Nuevo Extremo), donde trata el tema de la puntuación. Ya el título, con el simple agregado de una coma, cambiaría su significado por completo.
Con relación a la adjetivación, es simple y todos lo sabemos, saludo como todo sustantivo es pasible de adjetivar; en este caso, opté por amistoso, que es lo que me parece más acertado ante quien siento afinidad.
Un apretón de manos.
Arturo, creo que encontrar a Horacio fue el mejor golpe de suerte de Pamela, con lo que demostró una vez más que se salió con la suya... muy buen cuento, me encantó leerte, besos grandes al alma.
ResponderEliminarPaula:
EliminarEstoy de acuerdo contigo.
Es indudable que su don la ayudó a descubrir el amor. Hasta entonces, solo le había proporcionado objetos materiales que, tras el entusiasmo inicial por su posesión, bien pronto caían en la desilusión y eran dejados de lado.
Presumo que las circunstancias desafortunadas que rodean esa relación en sus inicios (contratiempos menores, al fin), bien pronto desaparecerán. Solo bastaría que Pamela así lo desease.
¿Será un cuento de hadas, al final? Yo no lo sé.
Esta alma te retribuye los besos.
Arturo, yo también presumo que Pamela seguirá con una vida feliz, porque felices son aquellos que se desprenden y practican el desapego a las cosas, incluso aquellos que comprenden que las personas no son pertenencias.
ResponderEliminarTienes una forma muy particular de expresarte que me gusta mucho, en términos generales me identifico siempre con ustedes los argentinos, porque como uruguaya que soy es indiscutible que tenemos muchísimo en común.
Más besos al alma para ti.
Paula:
EliminarSi hay algo que siempre tuve en claro es que orientales y argentinos son la misma cosa. Cuando leo a los escritores argentinos, se refieren a la gente de tu tierra con el gentilicio de oriental, de la Banda Oriental; así se lo siente siempre.
Las veces que hemos ido con la familia a la otra orilla del río Uruguay, nos sentimos tan o más cómodos que en nuestra casa.
Aquí en Buenos Aires es casi imposible distinguir diferencia alguna entre los porteños y los orientales, salvo que alguno porte el perenne termo y el eterno mate.
Nuevamente, la misma amistosa despedida.
Muy interesante tu texto al igual que tus comentarios
ResponderEliminarEs un placer para mi leerte
RECOMENZAR:
EliminarSiempre es un placer saber que lo que se intentó transmitir fue bien recibido. Nada mejor que captar la atención de otra persona con algún tema que le pueda resultar interesante; sobre todo cuando se es sincero y no se buscó el efecto demagógico de gustar.
Será hasta la próxima, en tu blog o aquí.
Un poco gafes los protagonistas, aunque me alegró saber que pamela es feliz, he disfrutado leyendolo, un abrazo.
ResponderEliminarNuria:
EliminarMuchas gracias por comentar, ante todo.
Si bien los personajes son caricaturescos y el argumento osado en cuanto a exageraciones, te asorprenderías de conocer a gente que se ha cruzado en mi vida y que nada tiene para envidiar a estas invenciones.
Respecto al término gafe, lo tuve que ir a buscar a las fuentes que todos empleamos. Aquí se le dice "mufa", y tal condición llega a extremos de no mencionar su nombre y otras supersticiones varias para combatir sus influjos.
Es conocido el caso del presidente Kirchner que se tocó sus partes pudendas cuando el ex presidente Méndez (ése es el nombre que se utiliza para no mencionar el verdadero, el mufa) juraba como senador. Tal gesto no le sirvió, murió a los sesenta años, poco tiempo después.
En fin, son cosas que pasan y que la mitología popular entrona.
Ya sabes, en este espacio no hallarás erudición,ni pacatería, solo algunas reflexiones y opiniones, explícitas, o no tanto.
Un abrazo.