Aquella mujer,
cuanto menos octogenaria, pese al evidente deterioro en su visión, persistía en
la costumbre de maquillarse el rostro por sus propios medios.
Empleaba para
ello todo tipo de cosméticos posibles; en especial el colorete, que aplicaba de
manera concentrada sobre sus mejillas. El empaste de rimel sobre el borde de
sus párpados no llegaba a disimular lo cargada de sombra colorinche que se
hallaba la superficie de los mismos; las cejas, pintadas con lápiz pastoso, no configuraban
forma geométrica descriptible.
Completaban la
triste imagen de ella un par de piernas chuecas y de andar torpe (justificable,
claro, por su notorio sobrepeso) y sus temblorosas manos, devenidas en una
colección de huesos y tendones que, a semejanza de garfios, dejaban a la vista
las claras consecuencias de los padecimientos sufridos a causa de un
desgraciado reuma deformante.
Su cabellera
blanca, que llevaba cortada en melena, se encontraba matizada con destellos
color azul. Para lograr este efecto frotaba sobre su testa unos daditos del
entonces popular “Azul Brasso”, un producto que diluido en agua conseguía blanquear
las ropas de cama.
Esta práctica me
consta, pues más de una vez la pude ver a su retorno desde el almacén de barrio
portando entre sus manos un paquetito de aquel producto. Y más tarde, una vez
remozado el matiz celeste de sus cabellos, llegué a comprobar que, por no utilizar
guantes de látex mientras efectuaba la operación de tintura, tenía las yemas de
sus dedos coloreadas de una tonalidad azul celeste.
Ante tal
panorama visual, no debería resultar extraño que los niños de la barra la
llamásemos “la Bruja
del Pasaje”, en alusión a su apariencia y su domicilio, en el pasaje Wagner.
Pese a los
buenos modales que siempre exhibió, jamás llegó a conseguir que algún pequeño
se le acercase, mucho menos que recibiera de ella (o le diera) un beso en la
mejilla, excepción declarada de aquellas pocas veces en que fueran compelidos a
tal tormento por madres o alguna otra familiar mal comedida, al llamado de:
—
Dale un beso a Doña Emeteria, nene.
Y el pobre
chico, que hacía de tripas corazón y temblaba de horror, le llegaba a dar un
tenue ósculo a la vieja o, por obligación ponía su cachete para el suplicio.
Inmediatamente de consumado el acto, este niño se limpiaba -con su manita- la pequeña boca o
mejilla que, de resultas de esa acción, se encontraba empastada de cremas y
colorete.
Esa noche, era
seguro que el pequeño sufriría alguna pesadilla atroz por esta causa.
Todo lo
contrario suscitaba entre el piberío menudo (y en aquellos algo más creciditos
también) Marisol, la hija menor del panadero, bien conocida por lo fácil que
era.
La vivienda que
ocupaba doña Emeteria le pertenecía y era el fruto de años de ahorro, resultado
de los excedentes económicos de su trabajo como ama de llaves en la mansión de
una tradicional familia porteña, según confesaba la anciana.
Nunca se había
casado, pues durante toda su vida había dedicado sus mejores atenciones y
afectos al servicio y crianza de los vástagos de aquella notoria familia.
Si alguien se
detenía a charlar con ella, al poco rato, la conversación de la anciana
derivaría hacia un tema recurrente: las gracias y las monerías que solían hacer
aquellos pequeños que la anciana había criado con devoción y amor.
Con los años,
esos mismos niños, ya convertidos en hombres, sólo la recordarían fugazmente,
cuando en alguna reunión familiar, entre risas, rememorasen travesuras de la
infancia, con ella como víctima.
Quizás alguno de
ellos hasta se preguntara entonces qué habría sido de ella.
Mi recuerdo de infancia era una señora mayor, muy mayor , no recuerdo si maquillada ó no. Lo que si recuerdo es que cuando nos encontrábamos con ella tenía la maldita manía de agarrame los cachetes con la mano y apretarlos mientras gritaba mi nombre. Recuerdo que es a la única persona,cosa ó animal que he odiado en mi vida. :)
ResponderEliminarSaludos
Dolega:
Eliminar¡Cierto! Las ancianas tenían esa costumbre maldita de agarrar los cachetes de los gorditos.
Otras personas, por lo general, solo te acariciaban la cabeza, pero las pellizcadoras no se quedaban con la ganas de "mofletear" al angelito.
Yo, que no era de los cachetudos, la ligaba a la par de ellos...
Me imagino que también estarían aquellos que te acariciaban y te daban galletas y dulces. Que, con vergüenza, tomabas de sus manos, mientras,buscabas la aprobación de tu madre.
Un saludo, de cualquier tipo, menos pellizcarte la mejilla.
Siempre hay personas que marcan, y Dª Emerita no lo hizo en positivo parece ser. ¡Pobre! A mí de niña me daba repelús besar a las mujeres mayores que poseían unos bigotes con unas púas que pinchaban horrores, pero quitando ese detalle siempre me quedaba con su amabilidad.
ResponderEliminarBesos Arturo, y gracias por tus palabras de cariño.
Teresa:
EliminarParecías mi Melisa, que de chica, cuando la poníamos frente a los ancianos no los quería besar. Una vez, ella tendría dos o tres años, un hombre ya octogenario le dice:
- Vení linda dame un besito.
- No. No te doy un beso porque mi mamá no quiere que bese a los viejos.
Mi esposa se puso de todos los colores, puesto que era un invento de la nena.
Todavía me río, al igual que Alberto, la víctima de sus ocurrencias.
Como ya sé que no te agradan las barbas, te envío un beso soplado desde la palma de la mano, pon tu mejilla.
yo creo que en la infancia todo se magnifica mucho, tal vez la señora esa tenía algo bueno que no se molestaron en descubrir.
ResponderEliminarMuy buen relato.
Un saludo desde Jaén.
Ana:
EliminarAntes que nada, muchas gracias por tu comentario.
Hasta donde dan mis conocimientos y experiencias sobre la vida, hay personas que dedican gran parte de su existencia al cuidado y atención de otras personas que no son sus hijos.
Dejo de lado a esos abuelos que deben hacerse cargo de sus propios nietos, para mencionar a tías o mujeres ajenas, que hacen de esa actividad de crianza la razón de su ser.
Por otro lado, más de una vez he visto a hijos que se desentienden de sus padres, o reniegan de ellos. Y sin embargo, también hay otros enteramente agradecidos a quienes los criaron sin tener lazo sanguíneo alguno con ellos.
Todo es posible, incluso Doña Emeteria.
Un cordial saludo.
Era una persona muy singular,pues acosta de sus manías ha conseguido que se le recuerde por eso, por sus manías,y nadie se acuerde si era buena o mala persona,ya que no pudieron averiguar la riqueza interior que podía poseer.
ResponderEliminarSaludos
José:
EliminarTienes toda la razón.
Imagina que -si de grandes- no llegamos a discernir si una persona es bondadosa o falsa, ¿qué podemos esperar de una inocente criatura?
Te mando mis saludos.
Seguimos recordando Arturo, (¿será que estamos viejos?)los jóvenes que nos leen no pueden entender nuestras vivencias, (¡¡¡pasaron mas de cincuenta años!!!)era otro mundo. Recuerdo al canoso que se daba con pomada de los zapatos.
ResponderEliminarComo siempre un placer leerte, Un abrazo amigo.
Luis:
EliminarSeguro que tenés toda la razón. Yo voy para los sesenta a fin de año.
Hace como veinticinco años, me comentaba un recordado y querido compañero de trabajo, de San Pedro de Jujuy, que había allí un jefe que se daba "la biaba" con una tintura barata. Y que un día de los más calurosos (imaginate) al transpirar, las gotas que brotaban del cuero cabelludo corrían negras por su frente...
Y corrían tiempos de respeto y autoridad.
Un abrazo, mi amigo rosarino.
Arturo...cuando eraaaaaa una niña, recuerdo que con mis tres hermanos ibamos a la vereda de nuestra vecina, saltando y cantando decìamos
ResponderEliminar" vieja bigotuda, vieja bigotuda "....un dìa mi mamà la fue a visitar porque estaba enferma y yo apoyada sobre su cama le decìa a mi mamà ...tiene bigotes...señaldoselos.....mi mamà no sabìa que hacer jaajjaja
Tambien conozco una señora mayor gorda que se pinta los cachetes y los labios naranja, le aconseje que se diera un tono suave, se me enojò, diciendo que ella sabìa lo que hacia hummmm.
A cierta edad uno no se da cuenta, volvemos a ser niños hasta llegar a usar pañales jajajajjajajajajaj
Lo que comenta màs arriba Dolega...tambien un tìo cuando me encontraba me apretaba el cachete entre su dedo indice y el mayor..y me decìa que rica....que aguanteeee cuando uno es chica..
¡¡ muy lindo !!!
un beso
Doris Dolly:
EliminarEs un placer que te haya hecho recordar aquellos bellos tiempos, no tan lejanos por otra parte, donde decíamos lo que nos venía en gana, sin medir consecuencias.
Un chico no entiende a los ancianos, cree que siempre fueron así, o que están de adorno... y para siempre.
Besos.
Hola Arturo
ResponderEliminarEsto de leerte ya se me hizo una cita necesaria. Esta historia que no deja de ser posible me trae recuerdos de allá del sur, pero mira que se encuentran en todas partes y bien actuales también. Acá tengo vecinas casi igualitas, van coquetas, pintadas, gritonas, chuecas pero dulces.....
Un abrazo de viernes
Genessis:
EliminarExpresiones como la que enviaste son las que todo pretendido escritor quiere leer; aunque -como es mi caso-no sea merecedor de semejantes elogios.
Estas señoras están por todos lados, es lógico, son las bellas señoritas que crecen y algún día dejan de ser ambas cosas. A los apuestos jóvenes les pasa lo mismo y a los no apuestos -quizás mi caso-, también.
Más lindos o más feos, siempre seremos las mismas personas, aunque más experimentadas y tal vez más sabias.
Un abrazo de fin de semana (ya dejé de trabajar).
Una historia que ciertamente va llena de ternura ya que se trata de un ser de esos que todos conocemos a lo largo de nuestra vida... me gusta mucho tu forma de escribir y de describir situaciones y personas...
ResponderEliminarTe dejo un beso impalpable...
Paula:
EliminarMe considero mejor obervador, que narrador. Por lo que es fácil deducir lo despistado que soy.
Como no soy de piedra, cada señal de afecto que me hacen llegar los comentaristas, me hace consideralos de la mejor manera posible. Los tuyos no son la excepción.
Muy buena tu entrada "Impalpable", muestra tu gran corazón.
Un beso de amistad y de reconocimiento.
Arturo, es increíble la forma cómo se comunica la gente a través de este medio y sobre todo en los blogs, puesto que como siempre digo, la pantalla es algo muy frío y engañoso, pero cuando uno escribe textos de corte literario o al menos textos donde vuelca sus inquietudes, de una forma u otra se muestra al resto... muestra parte de su esencia.
EliminarTe agradezco el reconocimiento y también yo te reconozco.
En el poco tiempo que hace que estoy en blogger, he llegado a apreciar la calidad de algunas personas, entre las cuales te cuento a ti, por supuesto.
Besos al alma.
Paula:
EliminarLos blogs y otras formas de expresión son el canal que utilizamos para saciar nuestros deseos de comunicación. Puede ser una herramienta para la búsqueda de amigos, que comprendan los pesares, o que compartan la alegría de una situación dichosa; también -por qué no- para mostrar aquello que es el fruto de desvelos artísticos.
Algunos nos comprometemos a contestar todos los comentarios, otro no; pero, todo es válido.
Aquí no hay exámenes para nadie.
En mi blog habrá cerca de trescientos comentarios y absolutamente todos han sido respetuosos, lo mismo que una charla entre amigos.
No se puede pedir más, porque sería desmesurado hacerlo.
Besos y buen fin de semana, Paula.
Cuando era muy pequeña, según me contó mi madre, me aterrorizaban los ancianos, tanto era el terror que cuando nos visitaban en casa yo corría a esconderme debajo de la cama. Temblaba tanto que mi madre, apiadándose de mi, no me obligaba a salir de debajo del catre. De mayor siento absoluta piedad por ellos, admiración y una simpatía que crece por momentos.
ResponderEliminarA veces reflexionando sobre el asunto he llegado a pensar que verles a ellos era la manera más cercana de ver la cara de la muerte. Pero es algo que suele pasar Arturo. Te cuento: Lucia mi hija pequeña no aceptaba jamás los bollos rellenos que una anciana de nuestro portal le daba con una sonrisa desdentada y una smanos retorcidas por la artrosis. Supongo que era porque vestía de luto riguroso, o por su moño altísimo, o por sus ojos negros minúsculos. No sé, pero mi pequeña me miraba estremecida y yo le decía a la abueltita en cuestión: no se preocupe, si es que no le gustan los bollos. Cuando la abuelita se metía en su casa, mi pequeña me decía ¿mami esa señora es una bruja? jaja estas cosas las recuerdo con mucho cariño.
En fin, amigo Arturo, que siempre me enrollo muchísimo, que me ha encantado tu entrada, que tus escritos siempre me invitan a la reflexión.
un beso casto.
Ángela:
EliminarEs como dices, los niños no quieren a las mujeres ancianas. Se me ocurre que al ver a diario a su madre, no llegan a comprender la vejez. La piel materna es tersa y suave, en comparación a las arrugas de la piel de las ancianas.
Melisa, cuando tenía menos de un año, si alguna señora grande le hablaba, la miraba seria, se tomaba de sus cortísimos cabellos y emitía un gruñido, en señal de desaprobación. No creo que estas mujeres se dieran cuenta de su actitud, pero con mi esposa, al ver el avance cariñoso de la anciana, entre sonrisas cómplices, ya esperábamos esta reacción de la beba.
Respecto a mi estilo -digamos- literario, trato de incentivar a la emoción o la reflexión, más que describirlas. Por ejemplo en "Mircia, la belleza impar", se relatan los acontecimientos desde la óptica del enamorado, que sabe que no será correspondido. El personaje central es una vanidosa devenida en ramera, algo que el relator no consigue dilucidar, ni aun cuando la ve casada por conveniencia. El relator, personaje escondido, es el digno de compasión.
Tengo para mí que cuando alguien lee alguno de mis textos, enseguida lo referencia a alguna persona conocida; eso les da identidad, aunque sea falsa, para interesarse en sus aventuras.
Y paro aquí, porque ya me excedí en el comentario.
Un beso.
Esa soledad en la que algunos ancianos caen, los que podrían hacer algo, no lo hacen.
ResponderEliminarEstoy hablando por experiencia, cada domingo visito un geriátrico, vamos con mi madre de 85 años, verla tan bien a ella, hace que las demás se contagien las ganas de salir del silencio.
La vejez nada tiene que ver con los años, sí con la soledad, Arturo.
¿Te dije alguna vez que tu nombre, es uno de mis preferidos?
Alicia:
EliminarLo primero que quiero hacer es agradecerte por tu comentario.
Con respecto a los geriátricos, solución óptima en cuanto a los cuidados que se requieren a esas edades, vale decir que traen aparejada la idea de vía muerta: su tren ha dejado de circular y queda, inmóvil, a la espera del desguace final.
Es -quizás- por esta razón que muchos de los que están allí se deprimen y se dan al abandono. La presencia de un par, vital y comunicativo, los despierta de esa pesadilla y les hace revivir las ansias por la vida. Eso es magnífico.
No es casual que se organicen diversas actividades en esos lugares, para entretener a los huéspedes; de ese modo se motivan en hacer algo novedoso y en compañía.
Respecto a mi nombre, era el segundo nombre de mi padre, el hombre que más he querido en mi vida. Y tú sabes bien de estas cosas. Lo he leído.
Me despido con un fraternal abrazo.