A. E. M. |
1
Siempre
se alega que la belleza aligera la dureza del camino a recorrer. Benditos
aquellos bebés bonitos, pues desde sus primeros días reciben adulaciones,
halagos y ternuras, asociados a su belleza. La atmósfera que se respira
alrededor suyo es de felicidad y orgullo.
Incluso,
se los compara con las criaturas más bellas, las que sirven de modelos
publicitarios, convencidos todos de que el bebé es más hermoso aún que aquellos.
En
cambio, aquellos lactantes poco agraciados, solo reciben comentarios que los
asocian con su parecido al padre, a la familia materna o a una tía anciana y
fea. Cuando los halagan, refieren siempre a sus actitudes: los definen vivaces,
sonrientes, poco llorones, mansos, buenos. Nunca lindos. Sus parientes los aman
(¡qué duda pudiera haber de ello!), aunque se compadecen de su apariencia
anodina, cuando no, poco agraciada.
En
estos casos, sus padres prefieren ni mirar a los demás bebés, mientras
íntimamente culpan a los genes de la familia del cónyuge por la apariencia de su
hijo.
Por
lo expuesto, pudiera inferirse que la apariencia marcará el destino de una
persona. Entonces conviene relatar la extraña historia de Marcos.
2
Según
se cuenta, ya de pequeño su belleza llamaba la atención de todos.
En
aquellos tiempos lucía una carita angelical y sus cabellos ensortijados y
rubios, eran tan claros que parecían los de un albino.
Al
verlo, todas las mujeres se maravillaban de la belleza de ese chico, no dejaban
de rodearlo y darle besos en esos cachetes tan sonrosados como abundantes. Los
ojitos celestes de Marquitos llamaban casi tanto la atención y recibían tantos
elogios como sus cabellos blondos. Jacinta, su madre, no escatimaba esfuerzo
alguno por mantener a ese bebé impecable.
Ser
el centro de la atención y el receptor de los mimos de los circundantes fue una
constante durante la niñez del pequeño; a un punto tal, que su llegada a
cualquier hogar no pasaba desapercibida nunca: las mujeres en tropel, en
especial las más jóvenes, las aún niñas, se disputaban por tenerlo en brazos y
brindarle todo tipo de arrumacos y mimos. El festejo de sus mohines con
exclamaciones varias de admiración indicaba la presencia del bebé en cualquier
ámbito.
El
tiempo pasó y el bebé consentido se transformó en niño, sin que la rutina de cariños
y elogios que se le prodigaban al pequeño cesara en momento alguno.
Él estaba
tan acostumbrado a esa situación, que la aceptaba con un resignado placer; las
más de las veces hasta llegaba a considerar este tratamiento como un derecho
adquirido; al fin y al cabo, él era una personita especial: lindo y querido por
todos.
Vale
citar que hasta entonces no había demostrado poseer ninguna otra aptitud o don,
mas que el de una belleza física llamativa.
Pero,
al ingresar a la escuela comenzaron a notarse sus falencias: era bastante
despistado, por decirlo de algún modo suave, un distraído empedernido, o simplemente
un individuo carente de aptitud para concentrarse en algo productivo.
Tanto
era así que las horas de clase se convertían para el niño en algo tedioso, e interminable.
Como
no se destacaba en materia alguna, quizás por carecer de la más importante: la
gris; Marquitos, se hallaba siempre perdido en medio de aquellas farragosas
explicaciones sin sentido que le prodigaban sus maestras. En consecuencia, el
niño optaba en esos casos por sonreír a todo el mundo, en busca de aprobación
y de cariño.
Ni el
método de enseñanza, ni el sistema de calificaciones de la escuela se
caracterizaron nunca por ser demasiado intensivos, ni mucho menos, lo que dio lugar a que esas
condiciones menguadas que poseía el niño para el aprendizaje se pudieran
disimular con facilidad, detrás de aquella actitud bonachona y simpática. Era a
través de esa argucia que se granjeaba la condescendencia de más de una maestra
que, admirada de su buena conducta y de su belleza física, lo aprobaba.
Marquitos seguía sintiéndose el centro del universo.
Estos
antecedentes favorables se prolongaron durante toda la escuela primaria. Sus
problemas recién comenzaron a ser notorios con la llegada de la adolescencia.
Al ingresar
al colegio secundario, en una institución de asistencia mixta (estudiaba para
ser Perito Mercantil), de inmediato las chicas se arrimaron a él como atraídas
por un imán, algo que no llamó demasiado la atención a nuestro personaje, pues al
fin y al cabo toda su vida había sido el centro de atención de todas las
féminas que lo rodeaban. Pero, en este caso, las chicas ni bien se percataban
de la personalidad de Marcos comenzaban a perder interés por su persona; notaban
que él se sentía el bonito de la pareja (algo inadmisible para cualquier
jovencita) y que jamás solía hacer comentario alguno sobre las virtudes (reales
o supuestas) de la chica que lo acompañaba. Además, su conversación —siempre referida
a sí mismo—, carecía del más mínimo interés para ellas.
Estos
abandonos sistemáticos de las jóvenes desconcertaron a Marcos, quien comenzó a
preguntarse qué les pasaba a esas locas, que en vez de mimarlo y prodigarle
piropos o arrumacos, como siempre había recibido de todas las otras mujeres, en
cambio, le prodigaban su interés y se sentían atraídas increíblemente por aquellos
otros compañeros, los mas fuleros, aquellos de estampa simiesca.
Comenzó
a notar que lo dejaban solo y que evadían sus avances con excusas increíbles.
3
En el
vocabulario, o en su inventario de costumbres, no figuró nunca la
palabra esfuerzo, ni mucho menos: concentración.
Se
acostumbró a vivir siempre a costillas de quienes se acercaban a él, atraídos
por su figura (sin duda); luego, con tal de mantener esta cercanía, le
colmaban de atenciones, inmerecidas por supuesto. Un fenómeno que comenzó a mermar a partir de que se corriera la voz sobre su personalidad.
Esto preocupó sobremanera a nuestro personaje, que se propuso revertir la situación, a partir de mostrar sus virtudes.
Un
mal día se le ocurrió ser artista, en la creencia de que así podría capitalizar
mejor sus aptitudes creativas. Resultó un fiasco. No acertaba dar pie con bola:
todas sus obras de supuesto arte no resultaban entendibles para la gente, que
huía despavorida cuando lo veía acercarse, seguros de que les iba a comentar su
última reveladora composición.
Nunca
pasó de la mediocridad en sus trabajos. Y eso cuando pergeñaba algo que pudiera
merecer el nombre de obra o de composición.
Todas sus ideas devenían en engendros
abominables, carentes del más mínimo significado real, sin dudas fruto de sus
desvaríos en los paraísos artificiales en los que ya se sumergía
frecuentemente.
Con
el paso del tiempo, las dosis de las drogas que tomaba fueron en aumento.
Un
amigo (de los que nunca faltan) le acercó en cierta ocasión una planta de
cannabis, que Marcos disimuló en el patio de su casa, entre las restantes
especies vegetales que su madre cuidaba. Esta mujer no entendía cuál era la
gracia de cuidar esa planta que le había traído el hijo, ni cuál era el
beneficio de poseer tal yuyo que ni flores daba y a la que Marcos les debía
retirar periódicamente (y cada vez más seguido) algunas hojas para que se mantuviera
esbelta y saludable.
Aquella
tarde en que la madre se comidió a podársela y le hachó todas las hojas más
marchitas (y hasta algunos brotes), que sin más trámite tiró a la basura, a su
hijo casi le da un ataque…
4
Aquellas
mujeres que se le acercaban, encantadas por la belleza y el porte de este
muchacho, con el paso del tiempo y el abandono en el que cayó nuestro
personaje, fueron alejándose cada vez más.
Para
entonces, sólo se le acercaban aquellas más loquitas. Unas chiruzas tan estrafalarias
como él. Llenos ambos la piel de sus cuerpos con tatuajes y pobladas con diversos
piercing toda su anatomía.
Si
bien el cabello rubio y desprolijo de Marcos podría ser tomado al inicio de la
relación como el último grito de la moda, bien pronto las chicas sí daban un alarido,
cuando se percataban de la mugre y de mal olor que exudaba Marcos, fruto del
abandono de su persona y de la falta de higiene en la que había caído.
Es de
esa época que comienza en él la manía de encerrarse y desaparecer de los escasos
círculos de amistades que aún le quedaban. Valga acotar que su carácter
inestable, a menudo agresivo, por causa de sus adicciones, le había alejado más
de un circunstancial amigo.
Ahí
andaba Marcos, la barba crecida de un par de días o más, los cabellos
descuidados y la ropa mugrienta.
5
Hoy,
con un poco de suerte, lo podremos ver deambular por las calles de Buenos Aires:
mal vestido y peor alimentado, enuncia su discurso de mendigante en corredores
de los subterráneos de la ciudad; solicita (por compasión de las mujeres que
otrora lo hubiesen admirado) algunos pesos como para poder sobrevivir y pagar
algún supuesto tratamiento contra el SIDA que, según dice, lo aqueja.
Sus
cabellos rubios con mechones casi blancos de antaño devinieron en una masa de
pelo canoso y pardo, sus ojos celestes se enmarcan en unos párpados rojizos y
llenos de arrugas…
Ya
nadie lo asocia con aquel bebé hermoso de antaño.
He conocido a más de un Marquito, por desgracia.
ResponderEliminarComenzaron de la misma manera y terminaron igual y encima ocultados por sus familias por verguenza.
Besos
Dolega:
EliminarEs el drama de nuestros días y lo peor es que no es casual.
La herramienta de dominación perfecta: te hace introvertido, incapaz de socializar de unirte para causa noble alguna, dependiente,menospreciado, esclavo al fin.
Y en su entorno nadie puede pensar con claridad: cuando tiene la casa que se le incendia no hay posibilidades para ello.
Besos.
Arturo
ResponderEliminarBuenos días!
Lo que admiro de lo que leo es la sencillez de los versos con que dices lo que quieres decir. Eres un excelente relator de pequeñas historias, de vivencias, de realidades o ficciones, quizás, tan reales o parecidas a cosas o casos vividos también por mi, pero con la diferencia que yo no las sé contar como lo haces tú. Y lo lindo es que lo encuadras dentro de una literatura accesible. Te admiro mucho, por la forma y contenido de tus breves cuentos.
Un abrazo de miécoles
Genessis:
EliminarLo que leí me hace poner colorado (sonrojar). Y me hace reflexionar lo extraño de este caso: soy un profesional de la ingeniería, lo que obliga a poseer un pensamiento abstracto y práctico a la vez, (es decir, frío y calculador) y sin embargo, parece que puedo dejar de lado la deformación profesional para emplear mis sentimientos a pleno y lo que es mejor de todo, sentir el "feed back" (retroalimentación, quise decir) de mujeres que demuestran gran vida interior y sentimientos profundos.
No es poco, para mi pequeña escala de logros.
Gracias por tu sinceridad al marcar tu límite, que es seguro se compensa con creces en el área de la humanidad de tu persona.
Un tierno abrazo en el Día de la Bandera Nacional.
¿por qué tengo la impresión de que ese bebe serio y gordito de la foto eres tú?
ResponderEliminartengo que decir que yo adoro a los niños (crudos o cocinados jeje), y todos me parecen achuchables y besuqueables, a todos les daría besos sonoros y los lanzaría al vuelo para hacerlos reír.
En el caso del bebe de tu relato, pues el destino, la vida, la naturaleza, Dios o lo que queráis vosotros, le ha dotado de una belleza insólita que con el paso de los años le ha ayudado mucho, pero es bien sabido que no todos buscamos la belleza exterior. Particularmente yo prefiero un feo interesante que un guaperas vacío. Aunque no sé si a los hombres, con respecto a las mujeres, os ocurre lo mismo.
bueno, en todo caso, opino que tu relato es ameno e inteligente, como siempre.
Un beso casto, mi amigo del otro lado del mundo.
Ángela:
EliminarEsta historia no podía representarse con la fotografía de un inocente bebé de propagandas. Por ello, opté graficar el relato con el culpable del mismo, A. E. M. son -obvio- las iniciales de Arturo Enrique Menéndez, su seguro servidor. El curioso caso de una persona que toma a diario una tracalada de catorce píldoras y comprimidos medicinales, siendo que ninguno de ellos es alucinógeno.
Respecto a lo que buscan los hombres, mucho me temo que va en relación a su propia inteligencia y fuerza de voluntad. Que lo encuentren es otra cosa. No sería de extrañar que aquellos vacíos de entendederas habrán de observar solo una belleza transitoria, al igual que los inteligentes de poco control de sí mismos.
Solo un puñado elige con racionalidad. Repito: hallar a esa persona deseada puede ser una quimera.
No hay nada que me haga pensar que entre las mujeres no ocurre lo mismo. Ese tema lo traté en "La historia de amor de Demetrio", un texto al que debo enriquecer y pulir un poco más.
Te retribuyo con un beso similar, como siempre.
Extraordinario tu escrito Saludos desde el norte
ResponderEliminarRECOMENZAR:
Eliminarsiempre es grato recibir una crítica exagerada por lo buena.
Saludos desde el sur, en un soleado día de 15° C.
Pobre, tan guapo...
ResponderEliminarOtro magnífica historia que seguro que debe tener su correspondiente en la realidad. Te note más serio escribiendo, escondiendo el humor que te caracteriza, y aún así se me hizo muy amena y entretenida la lectura.
Felicidades, Arturo, siempre mantienes el nivel.
Un abrazo, amigo.
Fernando:
EliminarQuerido amigo, el tema es terrible.
Luego de plantear la ventaja indiscutible que poseen aquellas personas bonitas, expongo el caso de una de ellas que, al carecer de una mente al menos normal, cae en las garras de la degradación extrema.
La pregunta que surge cruda y contundente es: ¿que queda para los menos agraciados?
Solo los más capaces se podrán salvar la debacle; precisamente los más necesarios para la creación de valor. El mismo que les será escamoteado sistemáticamente, en la seguridad que seguirán la porfía de crear más valor.
Es la educación orientada hacia profundos valores éticos y morales lo que se podrá anteponer a las manipulaciones sobre estas pobres gentes; algo ya descubierto por los libertarios desde hace muchísimos años y que no pierde vigencia.
Te envío mi fuerte abrazo.
No todos son bonitos, eso a veces me molesta, cuando mienten.
ResponderEliminar"¡Qué hermoso!"
No es verdad, igual "queda bien".
Luego, cuando grandes, mejoran un poco, como en ciertos casos que imagino hacen referencia a tu relato...
Un abrazo
Alicia:
EliminarPor supuesto, te habrás dado cuenta que, al resaltar sus otras virtudes, en aquellos niños menos bellos, en el texto describo mi conducta.
Hay otro texto mío "Diferencias" (del 22 de enero próximo pasado), donde trato el tema de la belleza física; aquella exposición se podría complementar con este relato.
Si bien no lo he contado aquí, conozco muchos casos del "Patito Feo".
Un abrazo.
La belleza ayuda, pero no lo es todo, eso está bien claro.
ResponderEliminarLo cierto es que la gente muy hermosa debe esforzarse, como cualquiera, y si no lo hacen, mal augurio. La rosa de Ronsard no dura eternamente y, mientras persiste, será hueca si no está bien nutrida.
Un buen y aleccionador relato.
Me pasó como a Ángela: cuando vi la foto, supuse que eras tú. Qué gesto, seguro que disgusto por los trajineos previos en el pelito, jajaja. Es una foto deliciosa, Arturo.
Un abrazo.
Isabel:
EliminarGracias por tu comentario. La rosa es el ejemplo palpable de la brevedad de la belleza. Mientras vivimos en casas con terreno y clima apropiado, no faltaron los rosales. De bellos y variados colores, al igual que un delicioso aroma. Por lo general las dejábamos seguir su vida en la planta, pero si las arrancábamos de allí las poníamos en floreros con agua y una aspirina, para que durasen más...
Adoro las flores (ya lo he dicho en algún comentario por allí), en especial las silvestres, que pueblan prados y copas de árboles (jacarandaes, palos borracho, seibos, lapachos), no le van en saga los frutales: azahares e incluso los tilos. Es un festival de vida.
Respecto a la fotografía, no se en que pensaría, pero me arriesgo a decir que escudriñaba el extraño ambiente del estudio de fotografía...
Ya que parece que desde siempre soy muchísimo más curioso que cascarrabias. Lo que dices acerca de la foto retumbó en mis oídos durante toda mi niñez: "¡Qué lindo está Arturito!"; y el remate terrible: "¡Y qué inteligente!", menuda carga psicológica para un niño el no contradecir semejantes descripciones...
Quizás en esa parte del relato, Marcos sea mi alter ego.
Te envío un abrazo con calidez humana.
Que dura que es la vida Arturo, de aquel hermoso bebe al que vemos a diario hoy. Ha pasado tiempo.
ResponderEliminarYo fui un patito feo y por suerte no he cambiado.Hay algo que me impide volar.
Ameno tu relato, y con visos de realidad.
Un abrazo amigo desde la cuna de la bandera.
Luis:
EliminarTe doy toda la razón, es dura para todos, incluso para los que cuentan con el handicap de la belleza. Si no hay algo dentro nuestro que nos ayude a enfrentar la adversidad, somos pasto para las bestias.
Vivo rodeado de patitos feos, personas que -quizás por tal razón- no son nada soberbias. Una gran ventaja a la hora de ser aceptadas por todos; pues una vez traspasada la barrera del prejuicio por la apariencia, se devela la verdad acerca de la personalidad, que es lo que en definitiva nos causa aceptación o rechazo.
No digo que el relato muestre el único camino hacia la degradación, pero de que la historia es plausible, no tengo dudas.
Te devuelvo el abrazo, con la bandera colgada en el balcón.
Amigo Arturo: hace mucho que debo una visita a tu página, y empecé por aquí. Has escrito un excelente texto sobre una dolorosa tragedia humana, que se da muy a menudo. El exceso de alabanzas, en todos los casos, no sólo en la belleza física, hace un daño tremendo. Por lo tanto, creo que hay mucha responsabilidad en los "adulones", con respecto al rumbo que tomó esa vida. Si nadie te muestra la cruda realidad, aunque duela, vives en una eterna fantasía, que un día se desvanece, y te deja tirado en la cuneta. A ese niño le faltaron padres, amigos, maestros, que lo mantuvieran en contacto con la realidad, (sin impedirle que soñara, si no, tampoco es vida) y que supieran darle una mano a tiempo, para salvarlo. Te felicito, Arturo, y veré de hacerme más tiempo para volver. Un gran abrazo.
ResponderEliminarHugo:
EliminarSiempre eres bienvenido a este espacio.
No es necesario ninguna justificación por no llegarse, ya que yo mismo la más de las veces no alcanzo a visitar todos los lugares que tengo seleccionados, algo que me causa cierta sensación de malestar.
Respecto a tu observación acerca de la sobre protección tengo por allí un cuento, donde refiero la vida de un muchacho muy prolijo, hábito inducido por su madre.
Un abrazo, mi amigo.
Arturo, todos los excesos son malos, no en vano los griegos concebían el pecado de exceso o hybris, como el peor de los pecados, "El pecado" por excelencia... y con este personaje pecaron de excesivos quienes lo rodearon para luego pecar él de excesiva confianza, y siempre en algo tan efímero como la apariencia.
ResponderEliminarMuy buen relato.
Besos al alma.
Paula:
EliminarY sí, lo de Marcos es la historia de un cómodo que se durmió en los laureles de su apostura. A partir de ella logró vivir sin problemas mientras pudo. Pero, cuando las cosas dejaron de funcionar a su conveniencia, se le vino el mundo encima. Y no estaba preparado para ello.
Para soportar semejante catástrofe es que comenzó a evadirse a otros espacios virtuales, imaginarios y dañinos. Y de allí no se regresa, o al menos no se logra sin daño.
El tema solo da para la tristeza.
Besos.
Magnífico relato de una degeneración contínua de ese pobre chico, has demostrado sobradamente que ni belleza ni adulación contínua son suficientes, la vida es más.
ResponderEliminarBesos
María:
EliminarMuchas gracias por tu comentario.
Estás en lo cierto por completo.
En su momento se creía que la gente más apuesta también resultaba ser la más inteligente y viceversa. En cierto modo se alimentaba la profecía autocumplida, pues se le facilitaban las cosas a los más atractivos y se los discriminaba a los más feos. Como resultado, a igual inteligencia, se preferían a los más bellos en detrimento de los otros.
Ese prejuicio aun existe y se aplica a las mujeres en cualquier selección laboral.
En el ejemplo del texto, Marcos se da a las drogas al no poder superar el fracaso de alcanzar una vida brillante, sin tener con qué hacer frente a los requerimientos que se necesitan para tal fin.
Todos sabemos lo que cuesta triunfar, además de la suerte que debe ayudar a nuestro empeño en la tarea.
Besos.
Hola Arturo, he descubierto tu blog casualmente y me has recibido con un relato estremecedor aunque tristemente cotidiano. Siempre he pensado que todo en la vida en exceso, es malo o por lo menos no es muy recomendable, luego todo depende de como se comporte cada uno y de como sepa dosificarlo, creo que las cosas en raciones pequeñas, se saborean mejor y no dejan mala huella.
ResponderEliminarSaludos desde Tenerife y te dejo enlace de mi blog por si quieres conocerlo, te espero.
Gloria:
EliminarYa le di un vistazo a tu blog y me pareció muy bueno, por lo que me verás seguido por allí.
Si has leído los comentarios que amablemente han vertido los amigos que suelen gastar la vista en mis textos, te darás cuenta que este relato es diferente a los demás. Un hecho curioso, puesto que lo ha escrito la misma persona.
Cuando era niño, mi madre siempre me decía: "lo poco agrada, lo mucho enfada". Creo que vale para ciertos vicios menores, aquellos no adictivos.
Para los otros, los temibles, la voluntad es como la inocencia: una vez perdida, no se puede volver a tenerla...
Un saludo cordial.
Marcos es uno más de los muchos niños que sus papás los convierten en parásitos, dándole de pequeño todo lo que el niño deseaba, creyendo esos incautos papás que con eso hacia más feliz a su hijo,y lo único es que lo estaban convirtiendo en un inepto.
ResponderEliminarJosé:
EliminarEs tal cual tú lo dices.
Hay niños que viven en un parque de diversiones todos los días: golosinas, jueguitos electrónicos, teatro infantil y cualquier zoncera que aparezca por la televisión y al niño se le antoje. No es de extrañar que esos mismos padres acometan con tales regalos para suplantar cariños. Eso crea el desamparo suficiente en el crío como para que busque afecto en otros lugares. La droga siempre está ahí, en especial cuando ya se creen "grandecitos".
En este relato, en cambio, es la sobre protección infantil (demasiado cariño dado y recibido) la culpable de echar al mundo a un adolescente mal preparado. El palmo de narices que se da el personaje contra un mundo diferente al que conocía y para el que tiene pocas armas de defensa, lo desploma hacia la droga. Por supuesto que si Marcos hubiera sido inteligente se las hubiera arreglado para sobrevivir bien en ambos casos citados.
Si bien los dos casos enunciados son solo un par de posibilidades extremas, dentro de un escenario mucho más variado, no hay nada peor que diagnosticar mal a tu hijo. Lo terminarás por arrojar a los leones.
Un abrazo.
HOLA ARTURO .QUE BEBÉ TAN BELLO (EL DE LA FOTO) ME DAN GANAS DE LLENARLO DE BESITOS...Y MARQUITOS? UN POBRE EGOCÉNTRICO, ME PREGUNTO DONDE ESTUBO EL ERROR? DEMASIADOS MIMOS Y ADULACIONES NO LE SIRBIÓ DE NADA,LA BELLEZA ES EFÍMERA, OLVIDARON ENSEÑARLE CÓDIGOS Y VALORES
ResponderEliminarBESOS A VOS Y A ESE BEBÉ QUE LLEVAS DENTRO
Mery Ross:
EliminarSi algo conozco de mujeres, eso me dice que el sentimiento maternal predomina largamente entre ellas. Tal es la razón de los cariños que brindan a los bebés.
Que el niño los disfrute está muy bien; ahora, que abuse de ellos y se refugie allí, ya no está tan bien. Puede convertirse en otro Marcos.
Sin dudas, todos llevamos adentro al niño que fuimos; en mi caso llevaría a aquel travieso que hacía de las suyas con suma astucia, para no ser castigado (a los niños torpes, que hacían tonteras obvias, por las que quedaban en evidencia para una segura reprimenda, no los podía entender).
Te retribuyo el beso, desde aquella ternura del niño que fui y la sinceridad del memorioso que intento ser.
Arturo eras un bebé precioso y mi contemporáneo. Lo digo por ese peinado de moda que lucimos en nuestro 1º año de vida.
ResponderEliminarTe felicito porque tus relatos son geniales y atrapantes. Tu facilidad de "cuentero" hace brotar tus frases "como agua de manantial".
Un abrazo y adelante con tu vocación de narrador.
Marta:
EliminarSi hablamos de belleza, hay que destacar a la hermosa beba que adorna tu perfil. Es seguro que la belleza no te ha abandonado nunca y la prueba de ello son tus tiernas palabras.
Mi madre me había dejado melenita (hay fotos de ello), hasta que un vecino le dijo: ¡Qué linda la nena! Inmediatamente, mi madre me llevó a la peluquería, donde me cortaron el pelo a lo "macho".
Un gran abrazo.