Que no se diga que soy su
cómplice, ni que lo encubro.
A toda familia de bien le puede
caber la desgracia de tener entre sus integrantes a una oveja descarriada. En
mi caso, puedo citar a Clemente Manotto, mi primo hermano Tito, hijo de mi tía
Dorotea, un cleptómano perdido.
Según he oído de boca de mi madre, ya desde que era un niño se le había manifestado esa conducta malsana, para desazón y vergüenza de mi tía y de su marido Beto.
Según he oído de boca de mi madre, ya desde que era un niño se le había manifestado esa conducta malsana, para desazón y vergüenza de mi tía y de su marido Beto.
Todos sabíamos que, al retorno de
la escuela primaria, la cartuchera de mi primo volvía casi siempre con algún
útil de más.
Pese a que era poco hábil para
jugar a la bolita o a las figuritas, extrañamente, la cantidad que poseía de
ambas aumentaba considerablemente luego de jugar con los demás chicos.
En una de esas oportunidades en
que, como hace todo chico, escuché las conversaciones entre los mayores, tomé
conocimiento de que mi tía había llevado a mi primo a visitar a un psicólogo,
para tratar de corregirle esa enfermedad vergonzante. Poco tiempo después me
enteré (por el mismo método) que habían abandonado el tratamiento, luego de la
tercera sesión, cuando ella encontró, entre las cosas que Tito atesoraba debajo
de su cama, una perilla de la radio que había en la casa del analista.
De adolescentes, Tito me mostró
una gorra de policía que le había quitado a un sargento en no sé donde.
Seguramente el pobre tipo se la había sacado por el calor o algo por el estilo.
Y nunca más la vio. Enseguida, Tito le quitó la chapa y el escudito, la tiñó de
anaranjado y le adosó unos pines metálicos de caricaturas. Entonces,
comenzó a utilizarla para salir disfrazado de cualquier cosa en los corsos del
Carnaval.
Otra vez, le escamoteó un
cuchillo al carnicero del barrio, pero no uno cualquiera, sino justo el
instrumento filoso que utilizaba a diario para despostar. El pobre don Casimiro
debe estar todavía a las puteadas, sin saber qué le paso a ese útil, querido y
gastado cuchillo; jamás sabrá por mi boca que terminó en una maceta del patio,
en casa de mi tía Dorotea, donde por años se lo empleó para remover la tierra
de las plantas hasta que, completamente oxidado, fue a parar a la basura.
De jóvenes, cuando tenía que
salir con él, debía cuidarme como loco para que no me fuera a involucrar en sus
fechorías. Las cometía cuando nadie lo observaba, y ni siquiera yo, que le
conozco el vicio desde toda la vida, podía darme por enterado cuando se le
pegaba algo ajeno.
Pese a todos estos antecedentes,
no me consta que Clemente hubiera robado dinero alguna vez. Yo, medio en joda,
medio en serio, lo llamaba Viejo Vizcacha, como el personaje del Martín Fierro,
pues tenía idénticas mañas que él para lo ajeno. Mi primo se reía de la
ocurrencia.
En su pieza había todo un
muestrario de utensillos tan variados como inútiles: ruleros, ceniceros de bar,
llaveros con sus correspondientes llaves de utilidad incierta, alguno que otro
peine multicolor con dientes faltantes o una peineta que habría sido de alguna
viejita. Estos objetos llenaban los cajones de su mesa de noche.
En su ropero pendían perchas, de
todos los hoteles imaginables, con ropajes diversos que no le observé usar
jamás; por lo que entiendo que eran sólo el fruto del descuido de sus dueños.
La casa de mis tíos parecía ser
un muestrario de vajilla y menaje de bares y restaurantes. En ese berenjenal se
podía observar alguno que otro cubierto de alpaca, partes de algún juego ya
incompleto e inutilizado, hurtados por Tito sólo sabe Dios a qué anfitrión.
Una vez que estuvimos con mis
padres de visita en esa casa y nos pilló una tormenta de lluvia, tanto a ellos
como a mí, nos dieron a elegir uno de entre los innumerables paraguas que había
allí, para que nos protegiéramos del temporal.
Que yo sepa, Clemente nunca tomó
bebidas alcohólicas; sin embargo, en una de las paredes de su habitación, una
repisa pequeña rebosaba de botellitas, ésas de una medida, de las más diversas
bebidas espirituosas. Nunca pude saber cómo hizo para coleccionar tanta
cantidad de ellas.
Sin duda, mis tíos no sabían como
hacer para frenar esa costumbre de mi primo y no se animaban a desprenderse de
los objetos hurtados. Quizás lo harían en la esperanza de que Tito los
retornase a sus dueños, o bien para no tentarlo a que buscase otros en su
reemplazo. ¡Qué equivocados que estaban!
Bien podemos decir que Clemente
es un tipo de aspecto anodino, ni muy charlatán ni muy parco, el típico
personaje de perfil bajo que pasa desapercibido en cualquier reunión. Esta
personalidad, sin dudas, lo favorecía en sus trapisondas.
Además, en casos como los de él,
quién podría sospechar que semejante Carita de Ángel, que se pasa todo el
tiempo en una actitud de simple espectador del entorno. En realidad, está
concentrado en tratar de ubicar algún objeto llamativo y tentador, para
agenciárselo luego, al menor descuido de los dueños.
Muchas veces, hasta regalaba
aquello mal habido, nunca se sabrá si por remordimientos o porque ya no le
interesaba más su posesión. Incluso he comprobado que cada tanto dejaba
abandonado algún botín por cualquier lado.
Fruto de esta conducta se armó
flor de lío entre Don Gumersindo y su vecino el tano Palanghinni. Resulta que
Clemente le había escamoteado un crucifijo a don Gumersindo en ocasión de la
celebración del casamiento de su hija, en el transcurso de una fiesta
multitudinaria a la que la familia de la novia había invitado a medio barrio
para tomar unas copas, brindar por la buena fortuna para los recién casados y
picar algunos bocadillos.
En la mitad del ágape, Clemente
se hizo del crucifijo de plata y lo escondió entre sus ropas (quiero suponer);
pero, parece ser que luego se arrepintió de lo hecho y lo dejó en una de las
ventanas que dan a la calle de la casa del tano Palanghinni, quien al regresar
de ese mismo ágape y hallar el crucifijo en la ventana de su casa, medio en
pedo por causa de los brindis que había hecho, medio en su fe, creyó que era
una señal divina y comenzó a propalar a los gritos, en cocoliche y con su
vozarrón estridente, que:
-
“Gesù Cristo mi ha dato un segno”.
Todos los vecinos, intrigados por
el batifondo, fueron a ver que le pasaba a este hombre, quien a los gritos y en
medio de sollozos abrazaba el amuleto; entre quienes se arrimaron estaba Don
Gumersindo, que también estaba con su cuota de alcohol sobrepasada. De
inmediato reparó que el crucifijo que esgrimía Palanghinni (y elevaba hacia los
cielos) era el mismo que desde la noche de su boda estaba colgado de la pared
ubicada a la cabecera de su propia cama matrimonial.
Reclamárselo al tano y armarse la
rosca fue una sola cosa: Palanghinni, que era medio sordo, argumentaba a los
gritos que era un milagro de Dios lo que había pasado y que no iba a permitir
que le arrebataran ese favor divino, don Gumersindo, que tironeaba del
crucifijo con todas sus fuerzas lo tildaba de ladrón de gallinas y de ratero de
barrio; si hasta se acercó, a ver qué pasaba, el agente de policía que hacía
imaginaria en la esquina y que, como muchos, se había acercado a saludar a los
novios y estaba medio picadito con el vino, la cerveza y la sidra del
casamiento.
Terminaron todos en la comisaría,
"para aclarar el asunto".
El crucifijo volvió a su lugar
original y al policía le dieron treinta días de arresto por andar borracho en
horas de servicio. Digamos que, a partir de ese día, ese hombre tornó su
habitual buen humor en una hosquedad notoria para con todos los vecinos.
Clemente se había ido de la
escena del crimen sigilosamente, luego de presenciar parado en primera fila ese
gran lío que él mismo había originado. Creo recordar que observaba la pelea con
una leve sonrisa en su rostro, o —a lo mejor— es mi imaginación malsana.
Le prometía a sus padres, según
confesaba la tía Dorotea a mis padres, que iba a cambiar, que dejaría de
avergonzarlos con su conducta impropia. Lo hacía todos los días miércoles, si
no me equivoco, luego de que volvía a su casa con gran cantidad de chucherías,
fruto de su periplo por los negocios donde había ido a tomar los pedidos de
mercadería para la empresa donde trabajaba como vendedor.
Nunca pudo durar demasiado en los
trabajos que tuvo y eso es comprensible. Ya fuese porque lo echaran al
sospechar de su conducta indecente o bien él mismo abandonara esos entornos,
tanto para no ser descubierto, como porque ya no encontraría allí ningún objeto
atractivo.
Mientras estaba soltero, mi tío
Beto lo mantenía cada vez que abandonaba intempestivamente un trabajo, por lo
que esta actitud no acarreaba mayores consecuencias; pero, al casarse, las
obligaciones de mi primo ya no fueron las mismas: ahora debía sentar cabeza y
asegurar un buen ingreso monetario para su hogar. Algo que no pudo lograr nunca
y que quizás haya sido una de las razones por las cuales su matrimonio con Ada
durase lo mismo que un suspiro.
Pareciera ser que la pobre
muchacha, no pudo tolerar el hecho de descubrir tardíamente ese terrible
secreto familiar sobre las mañas de Clemente: todos nos habíamos confabulado
siempre para protegerlo de males mayores al ocultarle a los demás la
cleptomanía de mi primo.
Este fracaso sentimental lo
destrozó: él amaba a esa mujer con toda su alma, por lo que cayó en un pozo
depresivo tan grande que, por un tiempo, dejó de hurtar objetos llamativos.
Ahora lo sé: Tito se replanteó
toda su vida. Dedujo que el amor de su vida, Ada, jamás podría tolerar a su
lado a un hombre que se pasaba todo el tiempo hurtando objetos inservibles, en una
actitud enfermiza que sólo le ocasionaba problemas y que la obligaba a llevar
una vida de privaciones, inmersa en un clima de riesgos innecesarios.
Les comunicó a sus padres que
cambiaría de vida, que ahora su decisión era en serio, que para no recaer en la
tentación de esa malsana costumbre de hurtar cosas sin valor lo mejor que podía
hacer era alejarse de ellos por un tiempo.
Y cumplió.
Hace un año que la tía Dorotea y
el tío Beto no saben nada de él, ni de los ahorros que guardaban para la vejez.
Ciertamente, Arturo, hay cosas que nunca cambian, hay costumbres que son perennes y hay formas de ser y personalidades que se mantienen...
ResponderEliminarEste es un relato realista, descriptivo, y sumamente entretenido que dibuja una situación personal que en realidad no parece ser tan propia de su protagonista como de todo aquel que encaje en los parámetros.
Besos al alma.
Paula:
EliminarA lo largo de mi vida he visto el accionar de esta gente. Siente que el apropiarse de objetos ajenos no es una cuestión reprochable, dado que se trata de elementos de poco valor.
No tengo idea acerca de qué piensan cuando son ellos las víctimas de otro cleptómano.
El problema surge en tanto que no es una enfermedad que ataca solamente a una clase social baja, ya que se da con independencia del origen de los sujetos.
Por las dudas, cuando vienen de visita a casa... cierren todo con llave.
Un beso.
La verdad que no tengo el gusto ni el disgusto de conocer gente que padezca de esa enfermedad, pero sé de casos que me han contado y por lo poco que entiendo, estas personas no sienten en realidad estar haciendo algo erróneo, sino que a pesar de que sí saben que están en infracción, no lo incorporan desde el sentimiento, porque se trata de un desorden de la personalidad, en el caso que relatas, un cleptómano acumulativo, ya que roba cualquier tipo de cosas por satisfacer el impulso, ya que es un trastorno compulsivo, y luego las guarda.
EliminarEs un tema interesante, me gustó mucho, adoro tus temas.
Besito besito.
Paula:
EliminarHasta donde puedo opinar, es tal cual como explicas en tu comentario. Lo que hacen es motivo de daño y de molestia en gran escala para sus víctimas, sobre todo cuando les arruina una colección o un juego de cubiertos.
Este cuento también pertenece a la serie de personajes raros o molestos. Allí esperan su turno un avaro, un prolijo, un infeliz, un irascible, un niño bonito, un poeta...
Un beso.
Me he reido un montón. Que bueno. Yo tenía una amiga, cuando era adolescente, que tb robaba en todas las tiendas, cualquier cosita, pero algo. Menos mal que le quité la manía antes de que le tuviera que llevar bocadillos con una lima a chirona jajajaja.
ResponderEliminarMuy bueno. Un abrazo.
Marina:
EliminarMuchas gracias por tu comentario, debes saber que eres bienvenida.
He visto perchas de diversos hoteles y ceniceros de todo tipo y lugar de procedencia en hogares de buen pasar económico.
Por supuesto, entre un principiante y un profesional, la brecha es grande, tanto como la diferencia entre el número de víctimas.
Quisiera creer que tal experiencia ganada será aplicada, también, a la ocultación de la enfermedad (y los cachivaches robados).
Un saludo cordial.
Bravo tu primo Arturo, espero que no sea mal de familia.
ResponderEliminarEl final estuvo espectacular.
Te dejo un abrazo (a la distancia, por las dudas)
Luis:
EliminarTienes razón, en parte. La mayoría de mis primos son Bravo, el apellido de mi madre. Aunque hasta donde tengo conocimiento, no padecen de esta enfermedad.
Clemente Manotto, en cambio, comienza su nombre con CLE, al igual que la palabra cleptómano mientras que su apellido (Manotto) es una palabra cuya raíz coincide con "manotazo". Nada es casual en estos nombres.
Respecto al desenlace, vale fijarse en las pistas previas: "Pese a todos estos antecedentes, no me consta que Clemente hubiera robado dinero alguna vez", una frase enigmática, ambigua, que podría marcar que sí lo hacía, o que lo haría luego.
En fin, solo se trata de algunos juegos o claves escondidas que coloco en el relato, para divertirme.
Te mando un abrazo (las perchas de hotel, van por Flecha Bus).
Muy bueno amigo, las perchas me vienen bien, gracias.
EliminarSi alguna vez se me pegó algo en las manos, seguro que fue porque no me las había lavado. Seguro que no tuve intención.
Un abrazo.
¿Casualidad? el apellido materno de mi ex también era Bravo.
Maravilloso relato.
ResponderEliminarMe he reído un monetón y el final, magistral.
Es cierto que hay personas que disfrutan con esos pequeños hurtos de cosas totalmente inservibles. El consorte tuvo un compañero de trabajo, que hasta que no logró toda la cubertería,cristalería y vajilla de la Bussines Class de Iberia no paró. Y llegabas a su casa ¡Y la tenía expuesta! Otros exponen cabezas de ciervos, decía.
Besazo
Dolega:
EliminarTodo un personaje ese compañero. Si al menos fueran cubiertos de plata...
Yo padecí los hurtos de algunas personas. Una se llevó tapitas de acero, para cerrar las botellas de gaseosas ya abiertas; otra, un tubo con pelotas de tenis (sin poseer raquetas). Que sean amistades o parientes no hace ninguna diferencia, lo mismo da.
Por supuesto que corté tales relaciones, pues esa gente me disgusta sobremanera.
Un beso y cuida de tus pertenencias (a lo mejor se llevan el rallador de queso).
Hola, Arturo.
ResponderEliminarEn tu relato mirífico -me cuesta encontrar adjetivos sin repetirme en mis comentarios-, no obstante, encuentro algo que no me cuadra. ¿Por que a tu primo no le fue bien? Seguramente estoy equivocado, pero yo pensaba que, en los tiempos que corren, la cleptomanía, esa facilidad innata para hacerte con lo que no es tuyo, te garantizaba, antes o despues, el éxito en la vida. No sé, a los alcaldes, concejales, jueces, banqueros, abogados, presidentes, reyes, gobernadores, generales, etc (larguísimo etc), de que les sirve su titulación si no poseen esa cualidad de tener tan larga la mano.
Felicidades, amigo.
Un abrazo.
Fernando:
EliminarMuchas gracias por tu calificación -sin duda exagerada-, a lo mejor debida a la amistad que estamos forjando a través de este medio.
Como se desprende del relato, el susodicho amante de lo ajeno actuaba por impulso, según se presentara el momento y le llamara la atención un objeto.
Al final, cambió; tal como se dice en el texto y comenzó a hacerse de dinerillos. Podría ser que también cambie su fortuna en la vida y se haga político. Que es una variante del cleptómano, más profesional y selectiva.
Feliz día del padre (por lo menos hoy lo festejamos aquí).
Y un abrazo grande, grande.
Ciao Arturo
ResponderEliminarAffascinante il tuo racconto! Questa avventura del CLE mi fece ridere e mi fece bene in questa mattina di domenica...
Sos un genio contando cosas...te admiro y te felicito!
Un abbraccio
Genessis:
EliminarMe crié en el barrio trabajador de Vélez Sarsfield, en la ciudad de Buenos Aires. El idioma italiano o su variante "cocoliche" estuvo siempre en mis oídos desde muy pequeño. Mis vecinos eran mayoritariamente italianos, o descendientes de ellos. A la izquierda de mi casa estaban los Vuotto, a la derecha la Srta. Maddalena Cataldi, enfrente Giuseppe Nessi, al lado don Salvatore, más allá don Tranquilo y don "Bastiano". Mis amigos de la niñez y adolescencia eran: Del Bueno, Paternó, D'aloia, Appiani, Contarino, Perrone, Caserta...
Imposible no escuchar a sus padres o abuelos hablarles en italiano.
Es un idioma muy caro a mis sentimientos.
Por eso, fue una hermosa sorpresa el leer tus pocas líneas en ese idioma. Me gustó.
Ti mando un abbraccio, dal profondo del mio cuore.
Son anécdotas graciosas las que expones, pues parece que no pasó "a mayores" los pequeños hurtos. En cuanto a lo que comentas de que este trastorno no entiende de clases sociales, te doy la razón. Mi cuñada pequeña estuvo hace muchos años trabajado de "vigilante camuflada" como digo yo, en unos grandes almacenes, y te puedo decir que era superior el número de personas de clase media-alta, que detenían robando, que las de clase más necesitada.
ResponderEliminarDa gusto leerte Arturo.
Recibe un beso.
Teresa:
EliminarEs un hecho que tal costumbre no está circunscripta a una clase social determinada.
Lo que me hace pensar en cuáles serán las verdaderas motivaciones que impulsan a esta gente a hurtar tales objetos. Hay muchos de ellos que hoy alcanzaron una solidez económica superior a sus cualidades éticas y morales; algo que esconde a personajes de clase baja, pero con dinero, nada más.
Luego, conozco gente que es ética y otra que no; ésa es la diferenciación que hago.
Que se robe una cuchara de café usada o una prenda de lujo, solo marca el nivel de degradación de tal persona.
Si tú me dices que te agrada la lectura de mis invenciones y pensamientos, ¿qué me queda a mí?, cuando observo la delicadeza y calidad de tus obras, ya sean en poesía o en prosa.
Recibo y retribuyo ese beso.
Hola Arturo buen repaso a las costumbres cotidianas,
ResponderEliminarque tengas una feliz semana.
saludos.
Ricardo:
EliminarMuchas gracias por tu comentario.
Sabe que en este espacio eres bienvenido.
Como acostumbro hacer, me daré una vuelta por tus trabajos.
Te retribuyo el deseo.
Un cordial saludo.
Que interesante historia!!!
ResponderEliminarDisculpame no haber llegado antes a tu blog,la verdad es precioso,y tus comentarios hacia el mio llegaron incluso a terapia y mi analista opina que me conoces casi mas que ella,jajaja!
Se ve que dejo entrever mucho,"demasiado" según ella,de mi vida.Pero no me importa,y no creo que a nadie que me lee le importe.
Saludos y gracias por visitarme y conocerme bastante, y aún así,no espantarte!
SILDESUR:
EliminarEs conveniente que sepas que aquí nadie toma lista de asistencia. Los blogs, en general, son un espacio donde abrevamos cuando nuestras ocupaciones nos lo permiten.
Todos los que visitan este lugar, presentes con su lectura o a través de comentarios, lo hacen por voluntad propia, algo que me brinda una enorme felicidad.
Mi norma es visitar otros lugares y dejar en cada caso mi más sincera opinión, la que -por lo general- resulta aprobatoria, aunque -llegado el caso- no dudo en marcar mis diferencias. Eso no significa que desmerezca la opinión ajena, ni mucho menos. Creo que nadie desearía leer imposturas, sino opiniones sinceras.
No creo conocerte demasiado: no sé tu nombre, no tengo idea de tu edad, ni de tu ocupación, ni formación, ni siquiera he visto tu rostro. Apenas si tengo por cierto tu maternidad, tu deseo de escribir un libro, tu debilidad por Borges, Girondo, Frida, Benedetti, el reírte al compás de Groucho; y tu inocencia.
Con todo eso alcanza para el aprecio.
Hasta la próxima. Un beso.
Ola Arturo,Sensacional a historia de teu primo,pelo que quero crer terá um final feliz.Olha só,não sabia que A dama de Vermelho tenha sido um remake de um filme francês;obrigado por acrescentar aos meus conhecimentos esta importante nota.Como gostei demais deste filme{que só vi em inglês] vou procurar vê-lo também em francês.Adorei sua visitinha.Meu grande abraço,desejando uma ótima semana.
ResponderEliminarSuzane:
EliminarO filme francês não é exatamente igual, como o humor francês é diferente, menos infantil e palhaço.
"Três Solteirões e um Bebê", com Tom Selleck, é também um remake de outro filme francês.
E o pior remake é "Profumo di donna", baseado em um filme requintado Vittorio Gassman e Agostina Belli, com o infeliz Alessandro Momo.
Se você puder, tentar vê-los, especialmente a de Gassman.
Uma saudação.