Aquel día, para volver a mi casa, no tuve más
opción que hacer “dedo” (eso que ahora llaman “auto stop”) para conseguir un medio de transporte con el cual movilizarme
en esos caminos perdidos del norte argentino.
A tal fin, conseguí que me acercaran hasta
el puesto policial de “El Abra”, situado justo en el límite entre las
provincias de Catamarca y Tucumán.
Entre quienes se detuvieron -obligados- en
ese lugar de control del tránsito hubo un camionero atento; me hizo el favor de
llevarme en su Mercedes Benz 1114.
Se trataba de un hombre joven, rondaría los
cuarenta años, delgado y de cabello pelirrojo, llevaba la barba crecida
como de unos tres o cuatro días.
Ni bien me senté en el asiento del
acompañante, nos presentamos y entablamos la obligada conversación circunstancial,
la que toda persona desconocida comparte durante su recorrido por los caminos
de Dios.
Así fue que me enteré que estaba casado y
que tenía unos cuantos hijos; que aquel camión era de su propiedad, el fruto de
años de trabajo y de esfuerzos; que con él se dedicaba a efectuar traslados de
carga variada por esa caldeada zona del norte de nuestro país.
Más temprano que tarde, me hizo saber que
iba a detenerse un rato, para visitar a una amante que vivía (¡vaya casualidad!)
en medio del trayecto por el que íbamos.
No cabe duda que esto ya lo tenía bien
premeditado.
Me comentó que se trataba de una mujer que
lo trataba muy bien, que era muy cariñosa, etcétera. De su familia no volvió a
hablar en el resto del viaje…
En ese entonces aún no se había construido
la ruta asfaltada que hoy vincula Tucumán con San Fernando del Valle de Catamarca, de modo que el camino de ripio era
lo suficientemente estrecho y desnivelado para hacer que la travesía fuese un
viaje agotador, más aún para aquel que lo debiera transitar en un vehículo de carga.
Luego de recorrer un buen tramo de camino,
paramos frente a una casa, de apariencia humilde y perdida en medio de esa nada;
de allí salió una morocha grandota, de cabellos teñidos en un castaño claro
indefinible. Ataviada con sus ropas de entre casa, estaba acompañada por un par
de críos (estimo que suyos), quienes también a los gritos le daban la
bienvenida al camionero.
El transportista besó a todos los de la
casa y acto seguido la mujer se abrazó a él.
Yo también descendí del camión, y al pasar pude
ver que en el radiador del mismo se le habían pegado unos cuantos bichos. Es
coherente, pensé.
Esa mujer, de edad indefinible, con gran
deferencia me ofreció la hospitalidad de su modesto hogar: un lugar para sentarme
a la sombra, junto a ellos, al reparo del calor reinante; me convidaron con una
bebida gaseosa fresca, para aplacar la sed del viaje y lubricar la polvareda
del camino estacionada dentro de mi garganta.
Con gran alegría, la mujer le comentaba
quién sabe que minucias; mientras hacía toda clase de mohines y adoptaba una
postura de nena boba, que no le quedaba para nada natural. Él le prestaba
atención a toda esa cháchara insustancial con una sonrisa.
Se los veía felices.
Luego de algo así como una media hora de
descanso reparador, nos levantamos de nuestros frescos asientos para proseguir con aquella calurosa travesía;
como es público y notorio, los camiones de esa marca y modelo carecen de aire
acondicionado en sus cabinas.
La despedida entre esa gente no puedo decir
que haya sido apática, en verdad fue una repetición de aquella ceremonia
bulliciosa que presenciara a nuestra llegada.
Sin dudas, la billetera del camionero estaba más liviana.
Una anécdota muy interesante, muy simpática, Arturo. Al igual que los marineros: un amor en cada puerto, que dicen los refranes.uf, que pereza, con lo complicado que es tener una familia, no puedo imaginarme lo que debe ser cubrir las necesidades de dos al mismo tiempo. Tú has contado la anécdota, como un mero observador pero dime ¿qué opinas tú sobre el asunto?
ResponderEliminarun beso desde una calurosa Barcelona.
Ángela:
EliminarRespecto a lo oneroso del asunto, no creo que al final le saliese más caro que una cubierta del camión. Convengamos que dije amante y no segunda familia, algo que no me consta, ya que esos niños bien podrían ser un muestrario. Pasó en 1979, imosible recordar esas caritas.
Con respecto a la fidelidad, no puedo opinar sobre una pareja que no conocía, ya que hay de todo en la viña del Señor.
En cuanto a mi proceder, solo cabe una respuesta, que es la fidelidad y si lo analizas dentro de la lógica, es la única contestación posible.
Un beso desde una Buenos Aires pasable.
Historias de un tiempo ido, ¿entenderán los jóvenes nuestras vivencias de antaño? Aquellos caminos perdidos, que hoy con su pavimento nos unen al progreso.
ResponderEliminarMe estas poniendo nostalgioso Arturo.
Un abrazo.
Luis:
EliminarPor mi trabajo, he manejado las camionetas sobre asfalto destruido, sobre tierra, sobre guadales (que escondían pozos fenomenales), en picadas con vizcacheras y erosiones, en barriales imposibles, en pasto mojado, en nieve, en hielo, en llano y en cuesta, con frío o calor insoportables.
En esas condiciones, aquel que -además- maneja un camión con acoplado, debe pensar que alguna gratificación se merece.
Mis viajes, por lo general duraban la jornada laboral.
Un gran abrazo.
Qué bien contadas tus historias de la vida misma y de los diferentes tipos de personas que la recorren.
ResponderEliminarMuy buena, Arturo, esta historia del camionero, que es la historia real de muchos de ellos y la de sus estrecheces económicas.
Un abrazo, amigo.
Fernando:
EliminarEl tipo se ganaba el peso con gran sacrificio, pero a la hora del amor ilegal no escatimaba un gasto extra.
Lo curioso era lo desigual de esa pareja: él era bastante menor y un hombre que bien podría pretender tener una mejor amante. La mujer era vulgar, obesa y con varios críos.
En fin, si eran felices así, nada tengo que agregar...
Un abrazo, estimado amigo.
Práctica muy habitual en sectores del transporte, los representantes de comercio y alguna profesión más. Y veo que al final el mundo es muy parecido en general porque por aquí pasa lo mismo.
ResponderEliminarBesitos
Dolega:
EliminarTodo aquel que deja su domicilio por cuestiones de trabajo está tentado a cometer el adulterio. Cuanto más frecuente se de esta situación, más posibilidades tendrá para intentarlo.
De su catadura ética y moral dependerá su conducta. También, esa situación puede ser un disparador para una separación, si es que se pasa por problemas conyugales serios; en tal caso la infidelidad no es un divertimento, sino una búsqueda. Lo he visto.
Hay de todo, como en botica, se dice por aquí...
Besos.
....SIN PALABRAS,
ResponderEliminarARTURO HAY MUCHOS PERSONAJES COMO EL CAMIONERO.POBRECITOS! SE SIENTEN MAS "MACHOS" POR TENER UNA AMANTE QUE EN DEFINITIVA LE SACA SU DINERILLO,ESE QUE NO LE DA A SU ESPOSA PARA VIVIR CON DIGNIDAD
AH ! Y OJALÀ QUE SU MUJER SE "DIVIERTA" TANTO COMO EL LO HACE EN SUS VIAJES...
MUY BUENO TU RELATO ARTURO .BESITOS
Meryross:
EliminarTambién conozco el caso de un marido que se iba a trabajar por cuatro días al medio del desierto y su esposa se gratificaba con mozalbetes ansiosos.
Hay de todo en esta vida; empezando por la gente infeliz en su pareja. ¿Quién soy yo para juzgarlos?
Además, siempre digo que todos tenemos derecho a ser felices. Ser fiel y querendón es muy sencillo, cuando hay amor.
Besos.
Tanto los camioneros como los marineros se saben por que así ellos lo han demostrado, que en cada puerto tiene una mujer.
ResponderEliminarPor algo existe esta canción.
soy capitán y en cada puerto tengo una mujer
la rubia es sensacional
y la morena tampoco está mal
que voy hacer si soy así
con la peruana una y nadamás
José:
EliminarQuienes están en el camino, se sienten alcanzados por un sentimiento de libertad amplia, algo que no poseen en sus hogares.
Esa sensación de falta de límites, se hace carne con suma facilidad en ellos, al punto que terminan por creer que nada los ata.
Tal vez sea esa la causa principal de los problemas que padecen aquellas mujeres con sus maridos embarcados o de viaje. No es raro que tal espejismo de libertad también se haga piel en ellas.
Un abrazo.
Hola Arturo
ResponderEliminarEsta breve historia me hizo sonreir al traer en mi memoria historias de familia. Nunca supe si fueron andanzas reales o puras fantasías de mi cuñada. Ya te darás cuenta que "el camionero" era mi hermano, el mayor, el que vive sobre ruedas, conociendo las antiguas y las modernas rutas del MERCOSUR.
Vaya a saber si después de tantas horas de mirar solo el borde de las rutas a dónde llegaba a descansar......
Quizás mi santa cuñada tenía razón.
Venir a leerte es un pequeño momento de oasis.
Un abrazo desde este calor
que seguramente se parece al del purgatorio...
Genessis:
EliminarEso es algo que solo lo sabrá él.
Y para no hacerles tan mala fama, que conste que he visto también a conductorresde esos camiones con su esposa y hasta con algún niño pequeño.
En ese oficio, como en todos, hay gente que se dedica con ahínco a cumplir su tarea y no hay nada, ni nadie, que los saque de esa conducta.
Ya que hace demasiado calor por esos pagos, te envío una brisa fresca desde aquí.
Has plasmado muy bien la situación que viviste. Como se suele decir: así ocurrió, así lo cuento. Hacer cábalas del ¿por qué? es cuestión del lector.
ResponderEliminarUn beso Arturo.
Teresa:
EliminarEs que de eso se trata. Una anécdota da para que cada uno la interprete de la mejor manera que le parece.
Con solo leer los comentarios te darás cuenta de la maravillosa variedad de opiniones que se suscitan.
Un beso.