I
¿Quién soy yo para
determinar si estas cosas suceden por casualidad o son el resultado lógico de acciones
previas?
La disyuntiva entre
casualidad y causalidad me excede y son innumerables los pensadores que se
ocuparon de este tema, son demasiados los tratados filosóficos que se han escrito
para soportar tanto una como la otra posición.
Por ello, solo me queda
hacer lo más sensato en estos casos, que es relatar los hechos tal y como
sucedieron.
Toda esta historia empezó
con la puesta en marcha de aquella fábrica envasadora de tomates al natural.
Tras muchos meses de
espera, durante los cuales se había visto construir el edificio y luego montar
las máquinas, para beneplácito general, al fin esa industria comenzaba a
producir su producto.
Por tratarse de un fruto
estacional, los habitantes del pequeño pueblo esperaron ansiosos el día en que comenzaran
a recogerse los tomates en las plantaciones, que para ese entonces abundaban en
el lugar. Tal actividad se había visto incentivada por la posibilidad cierta de
colocar el producido total de los campos en esa factoría.
Esa empresa significaba
algo novedoso para esa población, aunque la maquinaria que procesaría la
mercadería fuese evidentemente bastante vieja y ajetreada.
Se sabía que dichas
instalaciones provenían de otro lugar, aunque no se tenía noticias de dónde.
Para el caso, no sería extraño que ya hubieran sido desplazadas de diversas localidades
antes de su llegada a la nueva fábrica.
Hasta el menos experto en
estas cuestiones podía deducir a simple vista que se trataban de instalaciones
obsoletas, de baja productividad, carentes de controles automáticos; por otra
parte, estas características resultaban convenientes para los bajos niveles de
producción que era esperable obtener en esos pagos de Dios.
Lo más importante de todo el
emprendimiento lo constituía la posibilidad de brindar empleo a un sinnúmero de
pobladores, de variopintos conocimientos, habilidades y edades.
La predilección, no
obstante, residió en contratar para las tareas productivas los servicios de los
más jóvenes, con preferencia hacia las personas del sexo femenino.
Como resultado, la línea
de producción de las maravillosas latas con alimento, se pobló con la mayoría
de las jóvenes del pueblo.
Más allá de las sencillas
tareas manuales que debían realizar, repetitivas hasta el cansancio, este
ambiente comenzó a ser el campo de competencia para el joven directivo de la
empresa que, venido desde la casa matriz, se encargaba del manejo del establecimiento.
Este joven ejecutivo llegaba
todas las mañanas en su propio vehículo, un automóvil de lujo importado; que
con la polvareda que levantaba dejaba tosiendo a la hilera de operarios que,
por ese mismo camino de tierra, ingresaban a la fábrica.
Las muchachas no
observaban con tanta atención sus propias tareas como lo hacían con los
movimientos de ese hombre cada vez que él se ponía al alcance de su vista.
La apariencia de él,
distaba mucho de pasar desapercibida para las muchachas: era un morocho alto y
atlético, siempre con su cabello bien recortado y arreglado. Lucía en su muñeca
izquierda un reloj suizo de oro, que combinaba perfectamente con el áureo
anillo solitario (que poseía una gema enorme, que bien podría ser un zafiro
azul) que engalanaba su dedo meñique.
Este hombre, en la flor de
la edad, solamente cambiaba algunas instrucciones con el jefe de la línea de
envasado y se retiraba a sus oficinas, tan sigiloso y seguro de sí mismo como
había llegado. Tras su paso comenzaban los cuchicheos y suspiros de las
jornaleras.
Está de más decir que el
susodicho galán colmaba las expectativas de todas esas pobres chicas de pueblo.
Algunas, más veteranas por
su edad o su experiencia, ya habían llegado a insinuar que “a este chango no le
gustan las mujeres”, una manera torpe de expresar su resentimiento al sentirse
imposibilitadas de competir por él ante las más jóvenes del grupo.
Ninguna conocía la
dentadura del individuo, pues él, a lo sumo, esbozaba una sonrisa a su eventual
interlocutor, cuando estaba de buen humor.
II
Ese viernes temprano, Clarita
casi se desmaya de la emoción: el hombre por el cual todas suspiraban y a quien
se le insinuaban de las más diferentes maneras (al fin y al cabo, cada una de
ellas utilizaba las armas que poseía, ya fueran vulgares o presumiblemente sofisticadas)
sin tener jamás respuesta, la había invitado a pasar el fin de semana en un
lugar turístico cercano a ese poblado.
Clarita, ante esta
sorprendente invitación balbuceó un: “con mucho gusto, señor”; e inmediatamente
comenzó a sentirse la mujer más dichosa del mundo.
“¡Qué dirán ahora esas
arrastradas!” pensaba, al sentirse la más importante entre todas aquellas que
trabajaban en ese antro.
¿De qué le sirvió a las
hermanitas Rafundi tener cabellos rubios y ojos celestes, o ganar los concursos
locales de belleza, si él se había fijado en ella, una morochita de ojos pardos?,
se asombraba.
Al llegar a su humilde
casa, guardó sus mejores vestimentas y calzados en un bolso y salió a la
disparada hacia el automóvil del jefe, que la estaba esperando en la puerta de la
vivienda.
“¡Vean vecinas, el hombre
que me eligió!”, pensaba íntimamente, mientras una sonrisa socarrona adornaba
su joven rostro.
Mientras salían del pueblo
en ese formidable vehículo, Clarita tuvo ocasión de observar por la ventanilla
cómo las demás chicas, en pequeños grupos, la miraban de reojo y cuchicheaban
entre ellas…
“¡Se mueren de envidia,
las chinitas!”, se ufanó, a la vez que se repantigaba en el amplio asiento del
coche.
La muchacha no podía creer
la deferencia con la que la trataba el señor jefe, las atenciones que le
brindaba, el hotel lujoso a donde fueron para alojarse y los lugares de ensueño
donde la llevó a comer.
Había tenido la
oportunidad única de probar comidas diversas y extrañas a su paladar; con sorpresa
casi infantil descubrió que algunas de esas preparaciones le gustaban, mientras
que otras no tanto; aunque, ante él, había sabido disimular perfectamente tal
situación.
Gracias a las
posibilidades que les brindaba el automóvil, pudieron recorrer parajes y paseos
turísticos desconocidos para ella, donde quedó maravillada ante la presencia de
unos paisajes deslumbrantes, que –paradójicamente- se hallaban a no mucha
distancia de su querido pueblo.
En todos los casos le
había deleitado saber que tras esas magníficas comidas o paseos, sería él quien
pagara, con una sonrisa en sus labios, y mediante el empleo de la tarjeta de
crédito corporativa. Privilegios de ser un ejecutivo, pensó Clarita.
No conocía cama tan
mullida ni amplia, ni que tuviese un enorme televisor a los pies para poder ver
los programas de su gusto. Comprobó también, con gran satisfacción, que el
muchacho no era ningún maricón, como decían siempre aquellas viejas venenosas…
Durante esos días la
comunicación entre ambos consistió básicamente en un monólogo del joven, quien
no dejaba de impresionar a Clarita con sus ocurrencias, anécdotas o
razonamientos, mensajes muchas veces no del todo comprendidos por aquella
muchacha que, no obstante, lo observaba embelesada y festejaba cada ocurrencia.
Al retornar al pueblo ese
domingo por la noche, el viaje que la depositó de vuelta en su casa le pareció
que lo hacía entre las nubes. Había tocado el cielo.
Nunca había estado en
compañía de un caballero como él, que la había colmado de atenciones.
La relación sentimental le
traería aparejada una segura mejora en
su condición laboral dentro de la fábrica. La idea de que podría restregarle
por las narices a las bonitas del pueblo que ella era más importante que todas ellas,
dominaba sus pensamientos.
III
El lunes, al querer
ingresar a la fábrica, se sorprendió al igual que todos los demás operarios, al
enterarse que la fábrica había cerrado, para siempre.
Bueno, por lo menos ella fué la que más gozó la tarjeta corporativa, de todos los empleados.
ResponderEliminarjajajaja.
Besazo
Dolega:
EliminarEl jefe se cobró bien su último fin de semana. Y la pobre chica, se quedó sin su castillo de naipes, ni su Príncipe Azul, para fanfarronear.
Demás está decir que clarita no era nueva en cuestiones de "noviazgos".
Ví que hay saga de las fotos extraviadas en "La Dimensión Desconocida".
En un ratito estoy por allí.
Un beso, habilidosa (es seguro que al consorte lo has pillado -a más de otras virtudes- por tus delicias gastronómicas, ja ja já).
Las últimas mieles, ¿serán realmente las más dulces?
ResponderEliminarUn abrazo
Pilar:
EliminarTarde comprendió la muchacha que, en vez de jalea real, le habían dado a probar miel adulterada...
Un abrazo.
¡Vaya final! ¡Otra vez al paro! En toda esta historia yo creo que ganó la chica que por un fin de semana tuvo a su príncipe azul que le salió rana, como a veces ocurre...La experiencia es un grado.
ResponderEliminarMuy buen relato Arturo, estaré al tanto de tus publicaciones.
Un saludo cordial.
Antonia:
EliminarBienvenida a estas páginas. Y muchas gracias por tu comentario.
Imagina que en un pueblo del interior del país, las fuentes de trabajo casi no existen, por lo que la fábrica de mala muerte significaba mucho.
Y en ese micro clima de un pueblo chico, todo se sabe: Clarita será por siempre "La Elegida", un mote socarrón que solo perderá en el exilio...
Como muchos jóvenes, tiene dos destinos posibles: llenarse de hijos en su pueblo con un fracasado, o llenarse de hijos en la ciudad.
Hasta pronto.
Y bueno Arturo, peor es nada.
ResponderEliminarComió, soñó y fue de paseo. (entre otras cosas)
Lo bueno si breve, dos veces bueno.
Un abrazo amigo.
Luis:
Eliminar"Pueblo chico, infierno grande", de eso no la salva nadie. Ya te podrás imaginar la cara de la muchacha cuando salía en el autazo del jefe: mirada de soberbia, sin saludar a nadie, sonriente y sobradora...
Las demás jóvenes del pueblo se le reirán a sus espaldas por años.
Además, en ningún lado dice que fuera bonita, de hecho no lo era, pues las hermanitas Rafundi eran las bellas; pero tampoco dice nada de sus atributos. Algo de ella atrajo al jefe, es de suponer que no serían sus ojos, o su cara...
Sin dudas, el hombre comió "jamón del medio".
Un gran abrazo.
Arturo..."La elegida "
ResponderEliminarPobre chica como ha sido basureada... cada vez que encuentre las comidas con salsa de tomate se va a acordar del señorito que la llevò a pasear.
Sarna con gusto no pica !!! ...jaaajja
un beso
Doris Dolly:
EliminarNo olvides que la salsa de tomate, a veces, suele ser dulce.
El galán, sabedor del desenlace empresarial, se dio el gusto de elegir a la chica más de su agrado y pasó un fin de semana extraordinario, ¡y con todos los gastos pagos! (O quizá no tanto, pero gratis para él).
Son cosas que pasan.
Un beso.
Arturo, una buena historia con un final acorde a la realidad... demás está decir que tu relato, como siempre de corte descriptivo, lleva a que uno imagine cada escena y sonría íntimamente ante la ingenuidad de su protagonista.
ResponderEliminarBesos al alma.
Paula:
EliminarHay que conocer el norte argentino para saber interpretar los alcances de la historia. La Argentina, pese a una supuesta unidad, es un mosaico de culturas, donde poco tiene que ver un sureño patagónico con un natural del extremo norte.
En cierta oportunidad, mientras por cuestiones de trabajo debíamos inspeccionar las inmediaciones de los gasoductos, podíamos ver que nos atendía el hombre de la casa, mientras las mujeres se escondían dentro de las casas y nos observaban a través de los vanos de la puertas, a la pasada, sin dar nunca la cara. De ser amas de casa a convertirse en operarias de una fábrica, hay un salto cultural inmenso, no lo dudes.
Y de la ingenuidad, no tengas dudas...
Un beso.
Si si, ya lo creo que hay diferencias, si en un lugar tan pequeño como el Uruguay las hay, me imagino en Argentina.
EliminarEs que leyéndote uno se va imaginando cada detalle y resulta sumamente interesante. Ya te he dicho que tu estilo me gusta porque lo introduce a uno en ese mundillo del personaje.
Besos.
Paula:
EliminarEs que en todos lados la gente tiene los mismos sentimientos y conductas básicas. Aquí y en el África.
Con tu gran imaginación podrías idear la relación entre un gran señor guerrero de una tribu africana, con los sueños de una joven del mismo clan, ¿qué podría haber de diferente, salvo el paisaje?
Como ves, se podría adaptar mi historia a ese ámbito y tendría igual validez.
Un beso.
Oohh... solo se me ocurre decir: que cruel! y que ingenua! y que cruel! y que ilusa! y que crueeeel...
ResponderEliminarOjalá no haya dolido nada... o no por mucho tiempo.
Muy buen relato! Me encantó
Un abrazo grande!
Corina:
EliminarEl final es triste para la víctima del atorrante del jefe.
Lo que hará la muchacha, entra en el terreno de las suposiciones, sobre todo cuando nada se dice acerca de que pudiera (o no) ocurrir nueve meses después...
También vaya mi abrazo grande.
Arturo
ResponderEliminarMe atrapas y gustosamente atrapada me quedo con tus relatos. Mientras te leía me iba creando otro final, pero admito que me sorprendió. Y sabes una cosa? Al terminar de leer ya espero otro.....
Un gustazo leerte amigo porteño.
saludos de martes
Genessis:
EliminarMuchas gracias por tu comentario tan sincero.
Siempre te queda la posibilidad de elegir por tema, por caso, el rubro cuentos posee treinta entradas. No creo que todas sean demasiado felices para mi crítica personal, pero con intentar no pierdes nada.
En mi blog no hay temas de actualidad, de modo que la primera entrada y la última podrían permutarse sin mayor problema. Aunque el hastío puede ser un riesgo seguro.
Te mando, entonces, un beso sin tiempo.
¿No me digas que no lo sacaste de la vida real?
ResponderEliminarMe gustó mucho, Arturo, siempre lo digo, tenés una forma de narrar que engancha, un lenguaje sin afectaciones y las historias son buenas.
Otra cosa importante: no te dejás llevar por la 'ley' bloguera que dice que un texto debe ser corto.
Un fuerte abrazo.
HD
Humberto:
EliminarSin dudas que la descripción ambiental y social es plenamente vigente.
La historia, entonces, surge sola.
Lo bello de escribir en un blog es la heterogeneidad del grupo al que uno pertenece. Esto hace que cualquier persona se sienta cómoda al mostrar sus textos.
Hace unos años, decidí comenzar a escribir. Ideas me sobraban, pero no tenía conocimiento alguno de retórica ni mucho menos de lectura de los clásicos. Empecé con libros para una y otra cosa.
Además, un poco me ayuda haber leído tanto como para poseer un vocabulario decente; eso y un poco de falta de vergüenza hicieron el resto. Intento evitar los gerundios, peleo contra los adverbios y trato de emplear un lenguaje llano (si empleo la palabra óbice, más de uno no me entiende: ya lo comprobé en pruebas previas a este blog).
Y lo más importante: trato de ser sincero, en vez de intentar gustar.Creo que a la gente no le gusta una persona falsa.
Al leer tus textos, noto tu oficio. Por lo demás, tus respuestas a los comentarios son imperdibles, por lo buenas y ocurrentes: siempre respondes de buen modo.
Y basta. Ya he dicho demasiadas cosas buenas de otro hombre.
Un gran abrazo.
Un relato de esos que uno intuye podría nacer en libro.
ResponderEliminarQue así sea, Arturo.
Alicia:
EliminarTenés razón.
Todo escrito tiene esa posibilidad, lo que sucede es que el camino hasta una editorial y luego hacia un número de lectores apropiado, es demasiado largo y trabajoso.
Mucho me temo que tales obstáculos son mayores que el hecho creativo del escritor, a la hora de idear su obra. Sin falsa modestia, te puedo asegurar que he tenido la desdicha de leer libros con obras pésimas; ante las cuales mis humildes escritos deslumbrarían. Imaginate.
Un cálido saludo.
Este relato es igual que una empresa de celulares inglesa con un monton de jovencitas y una secretaria que se entendía con el director.La aventura duro seis mese un dia sin previo aviso se encontraron con la puerta cerrada.
ResponderEliminarSaludos
José:
EliminarLa realidad supera a la ficción.
En aquel caso que citas, es probable qe el amor fue interrumpido por una situación ajena y desafortunada.
No es poco conocido el hecho de la secretaria amante del jefe: él un gran señor, con familia constituida, asistencia a misa y a reuniones sociales de modo continuo y sin embargo, cada tanto una escapada con ella...
Yo sé de una secretaria a la que le llamaban "bandera americana", porque la habían "clavado" hasta en la luna y de otra que -muy de bikini- paseaba sobre el velero del jefe, por el Delta del Paraná.
Es así, esas relaciones existen desde siempre entre un poderoso y una asistente... (o un asistente, también)
Un abrazo.