jueves, 9 de agosto de 2012

El billete

Facsímil de billete de cien pesos
Aquella tarde habíamos decidido almorzar en la cantina barrial, situada en la esquina de la avenida y nuestra calle. Allí fuimos y nos acomodamos en una par de mesas sobre la ventana que daba a nuestra calle, casi al fondo del local. Lugar donde se hallaba un numeroso grupo de amigos, doce en total, que al haber juntado varias mesas individuales, habían formado una más larga.
Mientras mi esposa e hija se pidieron una parillada con papas fritas, yo tuve que conformarme con elegir un simple plato de fideos anchos, al fileto.
Durante nuestra espera, matizada con conversaciones del momento, puse mi atención en lo que sucedía en aquella mesa. Allí estaban ellos, hombres en exclusividad, de seguro compañeros de trabajo en alguna empresa de la vecindad, que se habían reunido a festejar algo.
Ya estaban a la espera de que les llevasen el postre. Entre ellos reinaba un ambiente festivo notorio: se efectuaban chanzas, alguna risotada matizaba el ambiente; todos sonrientes, o bien a las carcajadas. Las edades de aquellos comensales variaban, desde alguno muy joven hasta otro más grande, un anciano septuagenario. Abundaban los vientres generosos, acostumbrados a comer mucho y -quizás- bien.
Se escuchaban unos amables: que "pasame la botella de vino", que "te alcanzo una copa". Así estaban.
Yo aun esperaba mi plato cuando la camarera, una muchacha retacona y algo morruda (aunque bonita), se dirigió hasta esa mesa con una bandeja, repleta de postres. Les comenté a mi familia el tamaño de las copas de helado, que formaban una torre inmensa y variada. Soñamos con pedir una igual.
Enseguida nos trajeron lo solicitado y nos dispusimos a comer. La mesa vecina daba cuenta de esos postres magníficos; al punto que esas torres de helado necesitaron ser compartidas para que se llegara a su fin. Estaban en ello cuando la camarera se acercó con otra bandeja, con doce copas y una botella de champaña: era la hora del brindis.
 Yo observaba de reojo tal espectáculo, mientras comía lentamente mis magros fideos.
Tomó la palabra aquel que parecía el que más histrionismo poseía. Le dedicó una palabras a uno canoso y gordito, que se hallaba en una de las cabeceras; con emocionadas frases, que no pude descifrar. Luego, brindaron todos con sus copas en alto y tras ello, aplaudieron al homenajeado, que también fue vivado.
No negaré que me trajeron a la memoria aquellas veces en que estuve en comilonas similares...
Apareció de nuevo la muchacha, con la cuenta sobre el gasto efectuado.
"Son cuarenta por cabeza", espetó el histrión. Y comenzó a juntar el dinero. "No vos, Fulano (dirigiéndose al gordito canoso) no ponés nada, pagamos nosotros". Todos asintieron y reforzaron esa afirmación con frases similares. Y así juntó la plata de la consumición, que incluía la propina. Vino la chica, tomó el dinero y se fue.
Yo seguía con mi mente puesta en el recuerdo de tiempos idos, con compañeros olvidados, en reuniones ignotas, pero divertidas.
Entonces, observo que vuelve la camarera; traía un billete en su mano derecha, elevada a la altura de su hombro, portaba cien pesos:
"Este billete es falso", dijo. Estupor.
Mis fideos comenzaron a ser engullidos en cámara lenta y sin ser vistos siquiera.
"¿Cómo?", "¿qué?", "¡no puede ser!", "¡eh!", se escuchó decir, entre las sorprendidas voces de los comensales. El histriónico se puso serio de inmediato, en tanto revisaba el billete (se puso otra vez sus lentes), que con premura pasó de mano en mano. La muchacha se había ido.
"Pero, ¿cómo pudo pasar esto?", decía alguno. Otros seguían mudos, como Charles Chaplin.
"Yo pagué con cambio", se apresuró alguno a aclarar. "Y a mí me pagó Mengano", decía otro; cada cual esbozaba una excusa: "¿te acordás que te di dos billetes de veinte?", "y mi billete era nuevo, no como ése", se excusaba un cuarto.
Tras un silencio, que pareció una eternidad, uno de entre ellos, dijo lo temido: "tenemos que poner nueve pesos más cada uno". Y así hicieron, sin entusiasmo, con el cuidado -que es de imaginar- en la conformación de cada uno de los vueltos y el análisis minucioso de los billetes de baja denominación que se daban y recibían...
Uno de ellos fue a darle lo recaudado a la muchacha. Otro hacía trizas al billete falso.
Mientras esto sucedía, mi señora me hablaba y recriminaba que no le prestaba atención, yo seguía absorto los hechos insólitos de la mesa vecina. No tuve más remedio que comentarles lo que pasaba: ambas giraron el cuello cual lechuza.
Era digno de ver: ahora se lanzaban indirectas entre ellos, acusándose por la picardía de ese indigno, al que más de uno aludía, pero nadie identificaba. Ya me costaba disimular una sonrisa ante ese improvisado grotesco criollo.
El histrión se hacía la víctima, pues lo había hecho de buena fe. Todos ya tenían un sospechoso diferente a mano. Aquel brindis y la profusión de risas, de solo unos minutos atrás, parecían ocurridos en el siglo anterior; de sonrisas, ni hablar. Ahora dominaban la escena unas miradas torvas.
Así se quedaron un buen rato, mientras mascullaban su rabia y alimentaban su sospecha, hasta que de a dos o tres se iban de allí. "Yo no vengo más a una reunión de éstas", "ya me imagino quién fue el que lo hizo", "ahora todos piensan que porque junté el dinero, yo puse el billete", "siempre hace lo mismo" (fue la más extraña entre todas), eran frases que se dejaban oír, al pasar al lado mío los frustrados comensales.
Me imagino que, más de uno -de entre ellos- debió tomar sales efervescentes para contrarrestar la indigestión...
      

18 comentarios:

  1. Argentinismo puro Arturo.
    Un abrazo

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    1. Luis:
      Yo no lo creería tan nuestro.
      Me parece que es un mal más difundido de lo que uno supone, pues esos aprovechados se dan en todos lados.
      Son gente deleznable, puesto que son capaces de perjudicar a aquellas personas con las que comparte muchas horas de su vida.
      Es muy probable -además- que con su familia se porte igual.
      Un gran abrazo.

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  2. jajajaja genial entrada. A mi me ocurrió algo parecido en una comida de trabajo. La persona que recaudaba el dinero insistía en que yo no había puesto mi parte. Yo reclamaba que sí que lo recordaba perfectamente. Misteriosamente, como faltaba ese dinero, nadie recordaba verme poniendo los malditos 20€. Ya resignada a pensar que aquella comida de compañeros en restaurante de mala muerte me saldría por 40€, de repente alguien le dijo a la recaudadora: "oye, que tienes un billete de 20€ en el suelo".
    Todo se aclaró, menos la duda que me quedó a mi de si no sería que ésta quería comer gratis. :D
    Besazo

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    1. Dolega:
      Es asi nomás, gente de la buena y bondadosa hay en todos lados; pero, de la mala, siempre se hallará más.
      Lo peor en esas circunstancias es lo que se transmite en mi relato: de pasar un momento agradable y lleno de confraternidad, por culpa de un mal nacido, se pasa a una velada arruinada; que será siempre recordada con amargura y sospecha.
      En tu caso, siempre te quedará la duda.
      Aunque, al pensarlo bien, notarás que conociste a cada uno del grupo sin costo alguno; supiste quien cree en tí y quien no. Y eso, para quien está inserto en una sociedad, posee mucho valor.
      Besos.

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  3. No te has perdido ni un detalle Arturo, muy bien relatado el caso. A veces suceden estas cosas, algunos lo hacen de vivos, otros porque no son avivados...
    Un beso

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    1. Genessis:
      Como describí, estaba sentado en la fila número uno de la platea.
      Y aquel espectáculo del "Show de la nostalgia" devino en una obra de grotesco criollo, titulada "El billete fantasma".
      Nos hemos reído muchísimo (aunque con un sabor a indignación), básicamente porque no tuvimos que poner la plata escamoteada.
      Al final hablamos con la camarera y vimos los pedacitos del billete: la copia era muy burda.
      Ella pasó un mal momento, pues al contar el dinero se dio cuenta -de inmediato- del fraude y le preguntó al encargado del local acerca de si debía ir a reclamarles por el billete. Su jefe -por supuesto- le dijo que si no lo hiciese, debería poner ella ese dinero faltante...
      Esto completa la inaudita anécdota del billete falso.
      Un beso.

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  4. Vaya manera de estropear una agradable velada, por alguien que es mala gente haciendo daño y perjudicando a los demás, Arturo.

    Un beso.

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    1. María:
      Por increíble que parezca, estas situaciones se dan mucho más a menudo de lo que uno quisiera.
      La solución sería que el billete falso fuera de mucha mejor calidad. De este modo, el pobre pícaro no sufriría angustia alguna.
      No olvides que desde hace unos años, en la Argentina, la lógica del delito ha cambiado hacia la comprensión y la contención del delicuente y el asesino. Como debe ser.
      Nosotros, los honrados debemos colaborar con algunos aportes monetarios y -de ser necesario- con nuestra propia vida, para no traumar a esa pobre gente que equivoca el camino... reiteradas veces.
      Hoy me salió un discurso político.
      Un beso.

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  5. Con tu relato que por cierto es muy bueno me has hecho recordar dos cosas una cuando llegué a Argentina no hacia mucho que a la moneda le habían quitado dos cero,bautizado como el Rodrigazo,la gente aun no se hacia a la idea y al billete de 10.000 ellos le seguían diciendo un Millón,entonces les decía pero como puede ser esto tan caro y me explicaban no es ese billete rojo creo que era,yo lo había entendido pero me apetecía hacerme un poco el turista tonto.

    El otro recuerdo, es de la Pizzeria denominad Metro Pizza,hacían unos copas de helado de medio Metro eran fantásticas.

    Saludos

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    1. José:
      Maravillosos recuerdos de una Argentina de ensueño.
      Eran épocas donde todavía no se conocía la palabra hambre, ni corrupción. De eso hablaban solo los inmigrantes al recordar su tierra.
      La desocupación rondaba el 5% y no el 30%, como hoy (sin contar el empleo ilegal).
      El Rodrigazo fue en 1975 (mayo, creo), ya antes se había cambiado de moneda: el peso moneda nacional (m$n) había perdido dos ceros y entonces era el peso Ley 18.188.
      Como fue exitosa esa argucia, luego se le sacaron más ceros, para tener el peso argentino; luego insistieron otra vez, se eliminaron ceros y tuvimos el Austral; luego surgió el peso convertible que equivalía a 10.000 australes y a un dolar estadounidense (espero no haberme olvidado algún otro).
      Hoy el dólar vale 6,30 pesos en el mercado blue (o paralelo).
      Con ello tendrás una idea de la enorme exacción a los ciudadanos a través del impuesto inflacionario y la destrucción de la Nación. Yo siempre digo que vivo en un territorio...
      Las pizzerías de entonces son un recuerdo, ya que la mayoría cerró, o se adaptó a los tiempos de hoy. La calidad decayó pues ya la muzzarela es una basura y la harina otro tanto, sin contar la merma del resto de los ingredientes. Los helados de hoy son prohibitivos y se emplea leche en polvo cuando antes se utilizaba leche natural y cremas. Por los problemas del cierre de importaciones, el cacao es un lujo e imposible de hallar en los helados (aun me pregunto qué utilizan en su reemplazo).
      Los últimos cuarenta años fueron en bajada, con algunos períodos cortos de repechada. Podría seguir por horas con este tema.
      Mejor termino aquí y te envío un abrazo.

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  6. Según iba leyendo iba pensando: A ver por donde sale Arturo...y siempre termino muerta de risa.

    Gracias amigo por regalarme las risas de cada día.

    Un abrazo.

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    1. Marina:
      Nada es seguro, pero te imagino con la sonrisa en los labios; por lo que mis modestos escritos poco necesitan para lograr tu aprobación.
      La duda que tengo se origina en que el buen humor no suele darse solo en la gente agraciada por la vida, aquella que siempre fue acariciada con ternuras por los hechos cotidianos; también está presente en aquellos otros que, pese a contratiempos insalvables, matizan su existencia con eso de: "al mal tiempo, buena cara" y profesan un culto al humor. Doy fe.
      Nadie discute que no es necesario ser un bello ejemplar de la raza humana para escribir un bello poema, o generar una obra maestra del arte.
      De lo único que estoy seguro es que si hubieses estado entre los timados, no te reirías.
      Un gran abrazo.

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  7. ¿Y no podría haber ocurrido que el que puso el billete ignorase que era falso?
    Al final la magia se pierde a la que hay que volver a abrir el bolsillo y soltar más dinero. La de amistades que se han perdido por su culpa..., dinero, dinero, dinero.
    Me ha causado mucha gracia que tus acompañantes te preguntasen que ocurría para que estuvieses tan distraído, y te imagino a ti cuchicheando bajito los pormenores de los sucesos jajaja

    Eres un gran espectador, no te pierdes nada, y lo mejor es que luego vienes a contarnos todos estos chismes a nosotros, que te leemos con la baba caída.
    Un beso en cada mejilla, espero que te hayas afeitado.

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    1. Ángela:
      Como expliqué antes, el billete era una falsificación muy burda; su impresión era borrosa y el papel era empleado era de grado comercial, muy diferente con el utilizado en los billetes.
      Es probable que el pícaro lo haya recibido entre otros billetes y por ello no se hubiera percatado del fraude; luego, aprovechó reunión de compañeros para sacárselo de encima.
      Habida cuenta de la poca gracia que tenía mi comida, no me causó demasiado problema fijarme en la mesa de aquellos comensales. Si mi comida hubiese sido sabrosa, es seguro que ni me hubiera enterado de esos padecimientos ajenos.
      Por consejo de los infectólogos, me afeito con una máquina eléctrica, pues las de hoja pueden lastimar mi piel y permitir el ingreso de gérmenes, para los que no poseo defensas, ¿vale igual así?
      Un beso estándar.

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  8. Mi querido Arturo, aciertas en una cosa y te equivocas en otra.

    Es cierto que mi sonrisa está siempre prendida en mi cara, pero tb es cierto que se ilumina cuando leo lo que escribes con tanta gracia y destreza.

    Pero no es cierto que si yo hubiese estado entre los timados no me hubiera reído. Seguro que habría dicho algo así: Osea que tenemos un hijo de puta entre nosotros...o alguien a quien han timado y no sabía que el billete era falso....Venga por dios que tampoco es para tanto. Y hubiera propuesto otra botella de champan...

    Besitos muy grandes.

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    1. Marina:
      Sos una dulce. No se puede decir otra cosa de tí.
      Si me pongo a pensar en el costo de vivir una situación como la descripta y lo comparo con el precio que he pagado, más de una vez, por ver una película supuestamente cómica, puedo afirmar que me hubiese resultado una ganga. Imagina que a mí todo ese teatro me salió gratis.
      Besos mil.

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  9. Ja! A mí no se me habría ocurrido! Si me habrán engrampado con algún billete falso! Hay que saber tener cara de póquer y seguramente aprovechó su histrionismo al servicio de la truchada. Cómo no se te iban a ir los ojos mientras comías si observabas semejante espectáculo. No dejo de asombrarme la inventiva de ciertas personas taimadas. A veces creo que si usaran toda esa capacidad al servicio del bien harían grandes cosas...
    Saludo grande, maestro!

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    1. Sandra:
      En mi caso, puedo decir que no es frecuente que me entreguen billetes falsos.
      Quizá una de las razones sea que siempre -siempre- reviso los vueltos, o hasta los billetes de mayor denominación que me entregan en el banco.
      Si tengo en cuenta que, cuando tenía ocho años de edad, mi madre ya me enviaba a hacer los mandados y que entonces yo debía controlar muy bien los vueltos, es fácil darse cuenta que la costumbre me viene desde lejos.
      Por supuesto, hablamos de comerciantes de barrio que podían equivocarse, pues muchas veces devolví dinero de más que había recibido.
      Hoy esa honestidad se ha perdido, por desgracia. Ahora pareciera que hay demasiados pícaros como el del relato.
      Un gran abrazo, Seño.

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