El otro día, mientras
paseaba en compañía de mi familia por la ciudad bonaerense de San Nicolás, al
pasar frente a ese negocio volvió a mi mente la situación vivida aquella
mañana. Y por estar asociado a esa otra circunstancia, pensé en Miguel, hombre
dueño de un particular carisma.
Desde que lo conocí
comencé a apreciarlo, ya fuera porque siempre me aconsejaba como lo hace un
padre, o por sus ocurrencias, frutos de un muy buen humor.
Por ser de un hombre
inquieto, pasó por gran cantidad de situaciones interesantes a lo largo de su
vida, de modo que siempre me daba gusto escucharlo cuando relataba alguna de
sus anécdotas. Aunque no creo que cuente muy a menudo esta peripecia que le
tocó vivir en mi compañía. Aquello fue, más o menos, así:
Por cuestiones
laborales, un día debimos viajar en una camioneta hasta aquella ciudad y con el
objetivo de arribar temprano salimos de madrugada; por tal razón, partimos
desde Buenos Aires sin probar bocado.
En ese entonces el viaje
tardaría cerca de tres horas y media, de modo que ya antes de llegar a destino,
nuestros estómagos requerían un desayuno digno. Pensé que entraríamos a tomar
algo al parador que había sobre la ruta, frente al acceso a aquella ciudad,
que nunca cierra y donde habíamos desayunado en otras oportunidades; pero, mientras estábamos
llegando al acceso a San Nicolás, Miguel me convenció sobre las ventajas de
seguir de largo e ir a desayunar a un lugar que había descubierto. Se trataba
del bar anexo a un hotel.
Argumentó que en ese
lugar daban un desayuno buenísimo, que incluía servirse a discreción de un jugo
de naranjas exprimidas en el momento.
Me convenció. Al pasar
frente a ese parador seguimos de largo, con rumbo al famoso bar.
Al llegar frente a él —y
para sorpresa nuestra—, lo encontramos cerrado. Por lo desierto y oscuro que
se veía el interior del negocio, no se podría saber a qué
hora lo abrirían. Todavía no había amanecido. En nuestros rostros se dibujó una
mueca de disgusto y frustración, resultado de viajar por más de doscientos
treinta kilómetros sin tomar ni comer nada. Ya nuestros estómagos “clamaban”
por algo sustancioso.
Entonces, desde el
frente de la puerta del bar cerrado observamos que, cruzando la avenida Mariano
Moreno y sobre la ochava de la esquina con la calle España, había otro bar, que
afortunadamente, ya estaba abierto. Sin pensarlo mucho, presurosamente nos
dirigimos hacia ahí, con hambre y ansiedad.
Al entrar al bar pudimos
comprobar que era un negocio bastante modesto, sin una decoración interior que
llamase la atención, prueba de ello es que ni me acuerdo de cómo era.
Habida cuenta de ser los
únicos parroquianos, procedimos a elegir la que se nos antojó sería la mejor
ubicación, frente a un ventanal, mientras esperábamos que viniera el personal
para atendernos. A tomarnos el pedido se nos presentó un joven ataviado
sencillamente, con ropa de calle. Miguel le pidió un café con leche, mientras
que yo solicité un mate cocido, para acompañarlos pedimos pan tostado y
mermelada. Creo recordar —vagamente— que Miguel preguntó si tenían jugo de
naranja para acompañar el desayuno; si así hubiese sido, lo que obtuvo fue una
respuesta negativa.
Como resulta obvio,
hasta aquí la situación relatada no se presenta como algo particular, ni ofrece
razón alguna para que se la recuerde. Pero, a partir de ese momento empezó otra
historia.
Pese a ser nosotros los
únicos parroquianos presentes en el lugar, tuvimos que aguardar por nuestros desayunos
por un rato bastante más que prudente, que amenizamos con comentarios del
momento. En tanto divisábamos —a través del ventanal frente a nuestra mesa—
como la gente ya comenzaba a deambular por las aún nocturnas calles.
Finalmente, nos
sirvieron el desayuno ansiado, que comencé a ingerir de inmediato.
Mientras yo desayunaba y
durante nuestra intrascendente charla, pude ver cómo Miguel revolvía sin cesar
el bendito café con leche. Hacía girar el contenido de su taza, luego llenaba
la pequeña cuchara y la vaciaba dentro de la taza, tal como si estuviera enfriándolo.
Pero no lo probaba. Lo miraba. Lo hacía girar otra vez, y lo seguía observando,
y así por un largo rato. Hasta que por fin me preguntó:
— ¿Vos no le notás algo raro a este café
con leche?
Inmediatamente observé el
líquido que contenía su taza: tenía dispersos dentro de él algunas motas
blanquecinas, como si fueran grumos o pequeños restos de nata de la leche.
Entonces le dije:
— Parece que la leche está cortada.
— Sí. También
a mí me parece lo mismo.
Aseveró con seriedad.
— ¡Mozo!
Llamó.
Apareció nuevamente el
mozo - cocinero, quien por su aspecto, no parecía ser ni una cosa ni la otra.
Miguel le explicó el problema. Este hombre, tras ver el contenido de la taza,
le pidió disculpas e inmediatamente se llevó la taza con ese brebaje infernal
de vuelta para la cocina, mientras le comunicaba a Miguel que le prepararía
otro café con leche.
Yo seguía tomando mi
desayuno, mientras escuchaba a mis espaldas como el mozo - cocinero, dentro de
la cocina, iba de aquí para allá, abría y cerraba repetidamente las puertas la
heladera del negocio, llevaba y traía recipientes, trajinaba por toda la
trastienda, etcétera.
Mientras conversaba
conmigo, los ojos brillantes de mi amigo observaban por detrás de mí: seguían
atentos todos esos movimientos, tratando de descifrar lo que estaba haciendo
aquel hombre. Pasado un rato, no pudo aguantar más la ansiedad y llamó de
vuelta al mozo - cocinero.
— ¡Mozo!... ¿falta mucho?
— No señor, enseguida
estoy con lo suyo.
Al cabo de unos minutos
de seguir con nuestra conversación sobre cuestiones intrascendentes, a través
del ventanal se podía ver como ya clareaba el día y había más transeúntes en la
calle.
Miguel ya se veía
bastante inquieto, por no decir a punto de perder la paciencia.
—No puede ser que este
boludo tarde tanto en preparar un simple café con leche.
Bramaba. A todo esto, yo
ya había dado cuenta de mi desayuno hacía un buen rato.
Traté de hacer un
análisis lógico de la situación, y le comenté a Miguel una teoría inquietante:
era posible que la leche que disponían en ese bar estuviera toda en mal estado,
que seguramente no les quedara más, ni habría a esa hora un lugar dónde
conseguirla. Coincidimos ambos en la probabilidad cierta de tal diagnóstico.
Volvió a llamar al mozo
con más impaciencia. Sólo para confirmar esa presunción compartida. A todo
esto, el mozo - cocinero le ofreció en cambio servirle un café, un té o un mate
cocido, ante la falta de leche en buen estado. Rápidamente —y sin pensarlo
demasiado— mi amigo le pidió un café corto.
En tanto esto sucedía,
el tiempo seguía su curso y Miguel ayunaba como todo un yogui hindú.
Y entre comentarios
subidos de tono sobre esta situación increíble, ambos seguimos a la espera de
“su” desayuno. Por el ventanal del negocio se podía ver como había amanecido.
Para ese entonces, en
nuestra conversación la utilización del adjetivo “boludo” para referirnos al
mozo - cocinero ya había sido olvidada y reemplazada por otras calificaciones
más cáusticas.
Finalmente, y ante la
exclamación de alegría —aunque en realidad, llena de sorna— de parte de Miguel:
— ¡Por fin!
El mozo - cocinero
apareció con su bandeja. En ella traía únicamente el bendito pocillo de café,
pero con tal mala fortuna que al intentar servírselo a Miguel, debido a sus mal
disimulados nervios e impericia, lo volcó. Y sólo porque Dios es bondadoso, no
lo hizo encima de mi amigo, quien pegando un salto hacia atrás desde su
asiento, dijo:— ¿Cuánto te debo?
— Nada señor... y
disculpe.
Yo pagué lo que me
correspondía en piadoso silencio.
Con Miguel salimos
prestamente de ese bar, mientras escuchaba sus imprecaciones y denuestos.
Lo acompañé, bajo las
primeras luces del sol, hacia el bar del hotel, que para todo esto ya estaba
abierto al público desde haría un buen rato.
Ahí lo esperaba un
desayuno “calientito” (casi tanto como él), que incluía servirse a discreción
de un jugo de naranjas exprimidas en el momento.
Me gusta mucho como escribes, haces la lectura muy amena, impregnada de detalles que la hacen simpáticas y divertidas. Frustrante la situación!!
ResponderEliminarun abraXo!
Marilyn:
EliminarEste entrada es una crónica. Los hechos y protagonistas son reales.
Pueda ser que los diálogos o los detalles no coincidan exactamente con lo que sucedió en verdad, no puedo negar tal imprecisión, pero tal desvío solo es atribuible a una imperfecta memoria.
Aun lo recuerdo a Miguel, sentado en el bar del hotel, mientras bebía el jugo de naranja, recién exprimido, que se había servido de la jarra (que ese día -creo recordar- no estaba tan llena).
Un gran abrazo.
jajajaajaj al final se salió con la suya y desayunó donde él quería.
ResponderEliminarYo siempre me he preguntado porqué ese tipo de sitios nos los encontramos cuando estamos cansados ó hambientos ó con prisas. Es cierto, cuando vamos relajados, contentos y con tiempo esos antros no se cruzan en nuestro camino.
Buenísimo.
Besazo
Dolega:
EliminarCon todo lo penoso que pudiera ser tal bar, te comento que no ha sido el peor lugar donde paré a comer algo.
En 1986 fui desde Comodoro Rivadavia hasta Puerto San Julián, a una capacitación; son cuatrocientos veinte kilómetros de ruta ventosa.
En aquel trayecto en ómnibus, no se veía absolutamente nada diferente a la Patagonia con sus coirones, como única vegetación visible.
Al parar el vehículo, para un descanso y tomar algo caliente, pedí un café con leche y galletitas. Las galletitas tenían mal gusto (por lo viejas, seguro) y el café con leche era espantoso, pues se ve que la leche en polvo que emplearon estaba húmeda, o su fecha para el consumo había sido superada; era imposible de tomar, un líquido asqueroso.
Terminé bebiendo una gaseosa.
No creo que en Europa se sufrieran estas penurias de los desiertos argentinos de aquellos tiempos. Hoy, quizás, hayan mejorado el servicio en esa ruta.
Besos.
Pues me alegro por mi,ya que en Mar del Plata me atendían siempre con una gran exquisitez,Y que ricas estaban las fracturas,aquí en España siempre lo he comentado que la fracturas eran deliciosas.
ResponderEliminarNosotros las llamamos croissant.
Saludos
José:
EliminarMar del Plata es la sucursal veraniega de Buenos Aires, ya que los porteños adoran ir allí.
Hace muchos años atrás, las facturas en mi país, eran mejores: además de las medialunas o croissant -fueran de manteca (dulces y con agua de azahar en su masa), o de grasa (saladas)-, toda una variedad de exquisiteces.
Estaban los cañoncitos de dulce de leche (masa tipo tubo, rellena de dulce de leche), las palmeritas (masa de hojaldre en forma de dos espirales unidas en un vértice y azucaradas), las tortitas negras (bizcochos con azúcar negra quemada en la superficie superior), los vigilantes (parecidos a una media luna de grasa, pero sin enrollar y coronados con crema pastelera y/o dulce de membrillo); los churros fritos, con azúcar; las berlinesas o bolas de fraile (de masa esponjosa y esférica, recubierta en azúcar; el pan de leche (panecillos dulces, con un corte oblicuo donde se llenaba de dulce de leche) y otras varias, hechas con masa de hojaldre y forma diversa, coronadas con dulce de membrillo, o azúcar, o dulce de leche, o crema pastelera, bizcochitos o cuernitos de grasa, scons, etcétera. Una exquisitez; tanto para desayunar o para merendar, sea con un té, un té con leche, un café con leche , un mate cocido, o una cocoa... y en especial mate cebado.
En el trabajo hacíamos ronda a la hora del descanso para matear y comer un par de docenas de facturas (de tres a cinco piezas por persona). A veces las facturas venían tibias, recién cocinadas.
Ya me dieron ganas, José. Lástima que, por mi diabetes, casi no como de estos bocados ahora...
En el link siguiente, un resumen del tema.
http://www.taringa.net/posts/info/11948200/Las-mejores-facturas-para-el-mate-en-Capital-bs-as-caba.html
Un saludo.
Pues ami en Mar del Plata siempre me trataban con una gran exquisitez y que ricas estaban la fracturas,en España las llamamos croissant.
ResponderEliminarSaudos
José:
EliminarSi conoces Mar del Plata, seguro que habrás probado los alfajores marplatenses. En especial, aquellos rellenos de dulce de leche y cobertura de chocolate.
Era costumbre generalizada que aquel que fuera a la costa, a su retorno trajese de obsequio a sus familiares y amigos, los dichosos alfajores. Hoy, ya se los consigue por varios lugares, de modo que tal costumbre cayó en desuso.
Saludos.
No solo los probé,sino que me traje unas cuantas cajas para esta mi casa en los madriles ,y más tarde cada vez que venia un galleguito como vosotros decís,se los encargaba.
EliminarTe podré contar que en la cafetería Sinatra de la avenida Colon siempre se entiende en Mar del Plata me tenían un alfajor para tomarlo con Martini Blanco
José:
EliminarEs completamente comprensible tal adicción, un vicio muy argentino (en especial de nosotros, los porteños).
Hoy la variedad de alfajores es inmensa, los hay de todo tipo. Solo basta imaginar las dos tapas de masa (de diferente tipos, además) y un relleno que las una, para tener un alfajor.
Los alfajores cordobeses consisten en dos tapas más pequeñas que el marplatense (o de toda la pampa húmeda hoy), están rellenos con dulces variados: de leche, de manzana, de durazno, de pera, de membrillo y de cuanto dulce pudiera existir; además, poseen una pátina de merengue dulce, o algo por el estilo en la capa superior.
En las provincias del norte en general, existen los alfajores de turrón, rellenos con pasta de algarroba y huevo, sus tapitas son secas pero no crocantes, son muy suaves y delicados; también los rellenan con dulces caseros -incuso de leche-.
En Catamarca, en especial, está la nuez confitada, que es una media nuez, envuelta en dulce de leche y todo revestido en una capa de fondant muy dulce. Sin contar las demás exquisiteces que harían las delicias de cualquier goloso: dulce de lima, dulce de cayote, los arropes (de tuna, de uva, de chañar, etc.), cuaresmillos en almíbar (damascos o duraznos diminutos), miel de caña, higos con o sin nueces, y la lista se hace interminable.
El alfajor les gana a todos en mercadeo, pero no es -a mi entender- lo mejor que se puede degustar por aquí.
Eso del Martini Bianco: en una época, lo tomaba con mi "picadita" dominguera en casa (salamín, papas fritas, maníes, chizitos, aceitunas negras y verdes, queso pategrás, palitos salados y otros snacks), mientras miraba por TV la carrera de autos.
¿Satisfecho? yo también.
Un abrazo.
La ruta esta llena de sorpresas, sobre todo en los viejos caminos de tierra de antaño, el sabor del café hecho con agua de pozo, no es igual.
ResponderEliminarAhora cambiaron muchas cosas. pero que lindo es recordar.
Un abrazo amigo.
Luis:
EliminarUna vez que fuimos a ver una instalación de gasoducto que había entre los arroyos India Muerta y Tapia, el dueño de casa nos convidó con agua de aljibe. Hacía un calor insoportable.
Sacó agua con el balde y en un jarro nos sirvió agua cristalina, "al tiempo" (es decir con la temperatura ambiente del fondo del pozo) y donde sobrenadaba "lama", que es una vegetación diminuta, creo que de la familia de las algas, muy común de hallar adherida a las piedras de los arroyos y canales.
Tuvimos que hacer de tripas corazón, para beber a los sorbos la parte limpia del agua (al menos a nuestra vista).
Ninguna enfermedad sufrimos luego, por fortuna.
Un gran abrazo.
magnifico relato
ResponderEliminarMe muero por comer medialunas como esas...recuerdo de la Atalaya camino a Mardel plata
Recomenzar:
EliminarGracias por tu amabilidad.
La última vez que fuimos a la costa (San clemente del Tuyú) paramos allí las dos veces: a la ida y a la vuelta. Además de las legendarias medialunas calentitas, compramos -y devoramos- los exquisitos mantecados, con pasas o trocitos de chocolate. Incluso el caniche toy, el Toly, comió su parte de mantecado...
A todo esto, ¿probaste los citados mantecados?
Un saludo, a lo lejos de Atalaya...
Arturo
ResponderEliminarNo veia la hora de poder conectarme para venirme aqui, claro, a leerte, y si hubiera un cafè con leche de por medio para compartir mejor....
Un bel racconto, agil, ameno y anecdòtico.
Que tengas una linda semana.
Abrazo
Genessis:
EliminarAnte tales palabras, me siento mucho más que halagado. Y por encima de todo por cuanto considero que mis textos son demasiado pobres, según mi autocrítica. Pero, me consta que hay gente muy generosa que, como vos, me dicen con toda sinceridad su opinión. Quizás sea yo el demasiado inflexible con mis errores.
Hace bastante tiempo que no tomo un café con leche, ya que lo pido cuando salimos a desayunar o merendar afuera de casa. Donde solo bebo té.
Hoy, ya no se pueden tomar esas colaciones con leche La Vascongada y café Franja Blanca; una ya no existe y el otro es solo un remedo.
Del que se sirve en los bares y confiterías ni hablar: todos son un "expresso" ordinario -que ya ni siquiera emplea la técnica tradicional- y leche light (por ser generoso en su denominación), que llegan a la mesa envueltos en espuma; no viene más el mozo con la cafetera con café de filtro y la lechera, para llenar la taza a gusto del consumidor, ni hablar de la cremera...
Lo único bueno hoy, sería la compañía de una nostálgica (más mi esposa y mi hija, infaltables).
Te deseo una semana veraniega dichosa.
Te envío mi abrazo, siempre cordial.
Da gusto leerte, con independencia de la historia. Es la clásica experiencia de un mal servicio en un establecimiento del que te preguntas cómo carajo sigue funcionando. Pero contada por ti resulta diferente, intrigante, muy entretenida.
ResponderEliminarBravo, Arturo.
Me supo muy rico ese cafelito.
Un abrazo, amigo.
Fernando:
EliminarPara ser francos, este relato es casi una excusa, lo escribí hace tiempo y se lo entregué impreso en mano a Miguel.
Él es una persona muy especial para mí. Lo conocí en el trabajo en los días previos a la muerte de mi padre, por lo que -en cierto modo- él ocupó esa vacante.
Es un hombre ducho, de gran experiencia en la vida, que me aconsejó bien y abrió mis ojos a infinidad de cuestiones.
Pudiera haber sido cualquier tema el que utilizara para hacerle conocer mi afecto; pero, elegí una situación que a él le disgustó por algo así como una hora, ya que después se reía tanto como yo...
A él pertenece la famosa frase: "¿Qué te pasa Pipi?, están tocando un tango y vos querés bailar un foxtrot." Que traducida significa: si en un lugar son todos ladrones y vagos, no pretendas que se comporten como virtuosos y decentes; mejor cuidate de ellos. Y vivimos siempre en esos ambientes, por desgracia.
Te mando un gran abrazo, como siempre.
mil gracias querido y admirado escritor por hacernos participes de tan soberbio relato. Muchos besinos con todo mi cariño y feliz semana te desea esta amiga admiradora.
ResponderEliminarOzna-ozna:
EliminarAunque creo saber tu nombre, te llamaré con tu seudónimo, del que no puedo hallar el significado.
Tengo mis cincuenta y nueve años encima, esposa e hija muy joven; pero no me olvido de lo que una vez me dijo mi abuelo.
Él era asturiano, de nombre Braulio, trabajó en "La Encarnada" hasta 1910, año en que emigró a mi país. Pasados unos diez años, se casó con mi abuela María Carbajal; me explicó que eligió a mi abuela porque era una buena mujer, respetable y de buena familia, además de su condición imprescindible de ser asturiana, ya que las que había conocido por aquí eran todas unas p...
Es posible que por ser soltero, en un país extraño y carente de posibilidad para relacionarse con mujeres mejores, haya exagerado la condición de las argentinas; ya era anciano cuando me lo dijo.
Los tiempos han cambiado, pero yo aun, en el fondo de mi alma sigo con aquella creencia de lo bueno de las asturianas. Aunque, en mi caso, me haya casado con una muy argentina. En esa parte él estaba equivocado.
Por mis raíces estoy bien predispuesto a todo lo que de allí venga; por caso, solemos ir a almorzar al comedor del Centro Asturiano de Buenos Aires. Allí, mi hija se devora la tortilla española y las natillas, con mi señora damos cuenta de les fabes. Aunque la comida que hacía mi abuela será insuperable por siempre.
Hay palabras sueltas que evocan a mis abuelos: Cocañín, Mieres, La Numancia, Pola de Laviana, El Entregu, pequeñín y todos los diminutivos terminados en "in" e "ina", tan dulces a mis oídos.
Por todo ello, quiero que sepas que a través tuyo siento que me acerco a esa tierra.
Besos.
Qué buena crónica de un desayuno para el recuerdo!! Me encantan los bares y cafés. Y en ese ir y venir más de una vez me ensarté en esos sucuchos que ni leche para un cortado tienen. Cuándo no, putear al mozo que parece haber sido abducidos por ETs cuando más apurados estamos.
ResponderEliminarEs cierto que ahora con esos stores que ofrecen las petroleras se perdió cierta mística de las medialunas caseras y el olorcito a café recién molido.
Pobre Miguel a quien se le hizo desear el desayuno!
Lo dejo, Arturo. Me dieron ganas de tomarme un espresso aunque por la hora daría para un regio Branca menta. Saludos van!
Sandra:
EliminarServicio era el de antes, cuando un mozo vivía de esa profesión toda su vida.
Ahora ponen jóvenes inexpertos para atender, que no conocen para nada el oficio y que tienen otros intereses; como resultado, lo único que hacen es despachar. Y la mayoría de las veces ni memorizan, ni anotan los pedidos, por lo que traen cualquier cosa...
De pedirle algo especial, como ser: "lo quiero mitad café y mitad leche", o "que sea tibio apenas", o "que sea con poco café", no ilusionarse con que te harán caso.
Supongo que un barman aun mantiene cierto nivel al servir una copa y que si le pedís un Branca Menta, no te traen licor de menta...
Un saludo, Sandra.
Arturo....." Aquel cafè con leche "
ResponderEliminarAdemàs de tu anècdota, te comento ... cuando uno viaja y te llama el apetito, paras en un lugar a veces no muy de acuerdo como deseamos, hemos seguido viajando y quizàs el siguiente parador es espectacular... y nos decimos...como no paramos acà...
Lo que me agrada es comprar al costado de la ruta...pan casero, queso, salame jajjaaj sin pensar en quienes lo fabrican.
¡¡ Interesante relato !!!
un beso
Doris Dolly:
EliminarLo que decís es cierto. Paramos y compramos alguna vitualla sin demasiado cuidado. Ahora, ¿quién nos induce a comprar alimentos hechos en modernas fábricas? Es la propaganda, por un lado, que nos induce a adquirir ciertas marcas, más una legislación que es demasiado a medida a esos fabricantes.
Hace unos años atrás, mi madre iba de visita a lo de una amiga en Cura Brochero, Córdoba; allí compraba pollos de campo a un hombre, que los criaba para tal fin. Al ir un año, se entera de que ya no vendía más pollos; la razón: según la gente de la Municipalidad debía cumplir con las normativas de salubridad, lo que implicaba efectuar una inversión de cerca de treinta mil dólares. Por supuesto que la escala del negocio jamás lo pagaría.
Entonces me enteré que la gente que ha comido pollos, por miles de años, se murió por culpa de comer un pollo que no cumplía tales normativas.
No me extrañaría que expulsasen a los vendedores de subsistencia, que ofrecen sus productos caseros a la vera del camino...
Algo anda muy mal.
Si ves los productos frescos y en buen estado, no dudes que son sanos.
Un beso.