Ese día Miguelito avanzaba por el centro de la calle de tierra, vestía su pantalón corto, llevaba las medias caídas y sus rodillas sucias.
Tomaba con
una de sus manos la pértiga de un carrito, que arrastraba sin demasiada
dificultad, ni entusiasmo: no era un juguete. Lo había construido a partir de
un cajón de madera, de los que se empleaban para el empacado de manzanas, al
que le había adosado a cada uno de sus lados una rueda, que alguna vez habrían
pertenecido a un pequeño triciclo.
Dentro de ese transporte
improvisado llevaba los “trofeos” acumulados durante la recorrida de ese día: imagino
que pudieran tratarse de algunos trozos de hierro oxidado u otros metales de
módico valor, envases de hojalata abollados, varias botellas de vidrio y —quizás—
hasta algunos restos óseos vacunos.
Sentado sobre el umbral de
acceso a mi casa lo observé pasar. Cuando cruzó frente a mí, nos saludamos. Lo
seguí con la vista hasta que pudo ingresar a su casa con esa magra carga; lo
hizo con bastante dificultad, a través de una puerta de dos hojas, que alguna vez había sido de color
verde y que se encontraba al centro de una tapia descolorida y con su revoque
desprendido en varios lugares.
No era el único chico
del barrio que arrastraba carritos de ese tipo. De hecho, yo les envidiaba
tanto la posesión de tales móviles, como la libertad de deambular con ellos por
todos lados.
La pobreza no es un
patrimonio de la actualidad, siempre existió; pero mis ojos de niño —pese a que
la veían— no se percataban de su presencia, ni de sus efectos. De algún modo,
por esos tiempos, en mi barrio todos padecíamos alguna carencia.
Por esta misma razón, se tomaba como la
cosa más natural que durante el invierno se debiera sufrir de las inclemencias
causadas por el frío, ante la falta de calefacción dentro de las viviendas; o que
en verano se tuviera que soportar un calor agobiante, por falta de aire
acondicionado. Nadie en su sano juicio pretendería que una casa
tipo chorizo pudiera ser acondicionada para esos días de temperaturas extremas.
Se trataba de casas en contacto con la
naturaleza.
En ese entorno abundaban los patios, las galerías, los modestos jardines
al frente, las parras en la galería, así como los gallineros y las plantas frutales al fondo de la vivienda.
Hay veces en que me pregunto si aquello era en realidad pobreza...
Por suerte, tendemos a aliviar la pobreza y las carencias vistas en perspectiva pasada.
ResponderEliminarLos ojos de niño padecen la miseria. Los de adulto, la razonan. Viene a ser lo mismo: Afortunadamente ¡los tiempos han impuesto el progreso! (?)
Crucemos dedos
Un abrazo, Arturo
Pili:
EliminarTe agradezco el comentario, lo que dices es cierto por completo.
Gracias a mi profesión, tuve la oportunidad de conocer el interior de mi país que, como todos saben, es muy extenso.
Con nostalgia observé a los niños jugar con pasión a las bolitas (o canicas), o a las figuritas (con los rostros de los jugadores de fútbol), incluso al tinenti (o payana).
Las comodidades de una gran ciudad y de un departamento de clase media no son la moneda corriente, por desgracia. Aunque los niños que purgan condena de reclusión en departamento, más jardín de infantes, o escuela, recién luego de cumplir con ella comienzan a moverse con independencia. Yo ya callejeaba a mis ocho años...
Depende más del entorno que del calendario.
También te mando un abrazo, Pili.
Pues si Arturo era pobreza y también mucha carencia de recursos,pero en esa época se tenían una riqueza que a hora no se encuentra tan facilmente,y es sentido de saber vivir en comunidad sin envidas ni rencores, y todos dispuestos a ayudar al vecino en lo que sus fuerzas pudiesen.
ResponderEliminarSaludos
José:
EliminarEn esas épocas, parecía que el mundo se circunscribía a nuestros afectos, a un grupo de amigos y vecinos. El resto del universo no existía en nuestras preocupaciones ni angustias.
Como bien has dicho, la vida era más comunitaria. Si alguien padecía una desgracia, nunca faltaba la colecta entre la gente para ayudar a la viuda, por ejemplo. O buscarle un medio de vida...
De eso doy fe: una vecina, compañera de primaria de mi madre, enviudó de repente a los cuarenta años, con tres niños muy pequeños (la menor tendría dos años); ella era docente, pero no había ejercido nunca. De primeras nomás, los vecinos comenzaron a enviarle alumnos para que los preparara en aquellas materias en las que andaban flojos.
Al inicio del curso lectivo pudo comenzar a dar clases en escuelas primarias. Con gran esfuerzo e inteligencia prodigiosa crió a sus hijos, los hizo nadadores competitivos, les proveyó educación y les legó a su muerte una casa a cada uno de ellos. Vale citar que como no tenía buena salud, tales esfuerzos le originaban no pocos dolores. Edificó cada una de las casas, por cuestiones de salud se mudó sus últimos años a Cura Brochero, Córdoba, donde se sentía mucho mejor, incluso hasta allí iba mi madre a visitarla cada temporada.
Fue un ejemplo de mujer, Teresa Granda de Pérez; Tere, para todos...
Gracias, José, por hacer que me acordara de esa querida mujer.
Un abrazo.
Querido Arturo:
ResponderEliminarEso no es pobreza. Puede que sea necesidad, pero nunca pobreza.
Antiguamente las cosas eran diferentes y se vivían de otra manera.
Hoy el que es pobre, es miserable porque no tiene ninguna oportunidad de paliar aunque sea levemente su condición. Es difícil en un pequeño apartamento en los arrabales de la ciudad tener gallinas ó plantas de tomates, por ejemplo ó pozo propio.
Ahora dependemos para todo del dinero. Sin él, no somos pobres. Somos miserables.
Besazo
Dolega:
EliminarNos quieren transformar en un "hombre pollo" (ver entrada del 14-03-2012). Un consumidor compulsivo.
Aquellos desdichados que no consiguen alcanzar los ingresos necesarios para tal nivel de vida, sí que se sienten miserables. Un efecto que se torna terrible cuando, por esas cuestiones de la vida, merman los ingresos...
Todas ellas, son cuestiones conocidas y -por lo visto- fuera de nuestro control.
Sin embargo, soy un convencido de que el perseverante siempre sale adelante, para beneficio de todos y -en especial- quienes son sus principales afectos.
Este tema, pareciera que llegó para quedarse en nuestra agenda.
Un beso.
Pobreza por carencia de cosas básicas puede, pero pobreza de sentimientos como cariño y amistad seguro que no.
ResponderEliminarMuchos niños hemos echado de menos algún juguete, pero rápidamente lo hemos suplido con otro que nuestra imaginación creaba. Yo recuerdo que me fabricaba zapatos de tacón, con botes de lata, haciendo dos agujeritos en los laterales de la base y pasando una cuerda, que luego deslizaba sobre mi pie. Nos pasábamos horas jugando, y ¡qué felices éramos!
Y esas casas que comentas, donde la vecindad se convertía en amistad, eran todo un ejemplo de calor humano.
Me ha encantado esta entrada. Me ha traído muchos recuerdos, que para mí son muy importantes. Gracias, además por tu buena narración.
Un beso grande.
Teresa:
EliminarLo que dices es la pura verdad. ¿Quién no ha fabricado un tren con las latas vacías de las sardinas en aceite, o un balero con la latita de conserva de carne, sin dejar de lado los telecomunicadores a piola con dos latas de duraznos en almíbar. Hoy el tetrabric los ha dejado sin juguetes.
En la ilustración de "Maravillarse " (14-02-2012), si te fijas podrás ver que mi primo Hugo tiene un auto a escala sobre un muslo, mientras yo tengo en mi mano izquierda (zurdos ambos) mi propio diminuto auto. Eran pertenencias sagradas.
Si a ti te ha traído recuerdos, imagina a mí, que sabía que Miguelito ha fallecido, aun joven...
Un beso.
Arturo, yo tengo la suerte de pertenecer a una familia grande: soy la pequeña de siete hermanos. Teníamos muy poco, es cierto, pero cuando miro hacia atrás los recuerdos son muy buenos.La mesa grande, las viandas sencillas y escasas, pero muchas risas, mucho chiste, y alguna colleja del hermano mayor. A mi alrededor ocurría más o menos lo mismo, no teníamos tantas cosas como tienen los niños o los jóvenes de ahora, quizás por eso lo valoramos todo de otra manera. Creo que le damos más valor a las cosas sencillas. Recuerdo con nostalgia los juegos con mis hermanos en la calle, con una simple pelota, con una cuerda, o con las manos vacías jugando al escondite. Eran tiempos donde los niños llegábamos a casa con las rodillas peladas y la cara sonriente y roja del ejercicio al aire.
ResponderEliminarSí, la pobreza existe, existió y existirá.
Y ya me he vuelto a enrollar, como siempre. Me encantan tus entradas, eso es lo que ocurre.
Ángela:
EliminarEn mi caso somos tres hermanos, me sigue mi hermano y luego mi hermana. Pero, cuando íbamos de mi abuela, nos juntábamos con los primos de mis tres tíos, sumábamos diez en total.
Hacíamos parejas por edad; en mi caso, me pasaba el día junto a Hugo, que es seis meses mayor que yo. Era un festival inigualable. Entonces no nos fijábamos, ni por casualidad, en la falta de las comodidades de hoy, solo estábamos en la casa para las cuatro comidas reglamentarias.
¡Qué tiempos!
Te envío un saludo afectuoso.
Arturo, aquello era nuestro modo de vida, y para nosotros era natural.
ResponderEliminarTe diré que los ranchos de chorizo son frescos y cálidos en invierno, siempre que tengan techo de paja.
Lindo recuerdo, un abrazo.
Es así como decís, Luis.
EliminarYo no he conocido un rancho, propiamente dicho; sí he visto casas con ladrillos y argamasa de adobe. Las había en el interior del país y te digo que con sus techos altos de bovedilla eran muy frescas en esos ardientes campos.
Por desgracia, con el cambio climático a causa de los embalses, muchas de ellas se han vuelto húmedas; ya que ahora llueve más y no poseen la capa de aislante hidrófugo (obvio, si están asentadas en adobe).
Cuando somos niños no hacemos diferencia con los más pobres. En las proximidades de la casa de mi abuela, vivía una familia tan pobre que aquel niño que madrugaba se ponía el pantalón agujereado en el traste, el más dormilón debía andar desnudo, con solo una remera gastada; sin embargo, todos los demás niños los aceptábamos tal como estaban. Y nos divertíamos a la par.
Aquel que más dinero tenía era el que traía la pelota Pulpo, ¿quién necesitaba de algo más?
Un abrazo, mi amigo.
Hola Arturo, te mando un saludo desde Madrid
ResponderEliminarMaría de los Ángeles:
EliminarBienvenida a este blog.
Espero que entre las entradas encuentres algo que te resulte interesante, tanto como para que motive alguna reflexión, o una sonrisa.
Vaya mi saludo cordial.
Aquello era en realidad pobreza? no creo,antes tenìan màs dignidad y humildad la gente trabajaba de lo que podìa y en la mesa no faltaba el pan.
ResponderEliminar"Pobre no es aquel que tiene menos, sino el que quiere más"
ARTURO ME GUSTÒ EL RELATO
BESOS
Meryross:
EliminarEn aquellos tiempos, aquel que osaba ostentar algo era repelido por el grupo. Los códigos de pertenencia se basaban en la solidaridad y el colectivo.
De niños, si se rompía la famosa pelota de goma, entre todos juntábamos -moneda tras moneda- para adquirir otra.
A veces solo alcanzaba para comprar una de menor tamaño, que no tendría dueño; o mejor dicho, nos tendría a todos en esa condición.
Si tenías una golosina, convidabas al resto, pues era un bien común. Sabías que si otro conseguía un paquete de pastillas, no lo iba a esconder. Y aquel que no tenía la suerte de poder adquirir una golosina, tenía a sus amigos, que siempre le convidarían de lo suyo con gusto.
Hoy la gente es más mezquina, por desgracia.
Besos.
Hola Arturo
ResponderEliminarMe encantó el post, como dicen los jóvenes, aveces, en su escueta y máxima apreciación: "está super".
Mientras te iba leyendo se me dibujaba recuerdos vividos, de lugares, de barrios, de casas, de niños, de juegos infantiles y de precariedades materiales.... pero cuánta plenitud de vida palpitante se reflejaban en aquellos rostros, en aquellos juegos de niños que no se inmutaban de la suerte en que estaban envueltos. Todo era tan normal y bello y justo....
Cuando ya hemos cumplido las cuatro décadas parece que cada vez más encontramos cosas tan similes en nuestras vidas a pesar de haber vivido kms de distancia...
Un abrazo Arturo
y gracias por compartir lo que escribes
Genessis:
EliminarLos objetos de confort eran elementos inalcanzables, cosa de ricos. Para poseerlos deberíamos esforzarnos mucho y con estudio más un poco de suerte, los alcanzaríamos. Mientras esperábamos la llegaba de aquel tiempo de abundancia, disfrutábamos el hoy.
Por otro lado, no existía un bombardeo sistemático de elementos de consumo por TV. Ni siquiera estaban los programas para niños, a lo sumo dibujos animados (El Capitán Piluso, de Alberto Olmedo, era eso más algún improvisado paso de comedia).
Nuestra vida era la calle; "outdoors" se diría ahora...
Y como buenos oportunisas, nos divertíamos con lo que surgiera en el momento.
Genessis, cumplir los cuarenta sería a mi entender, el momento en que se salta una tapia. Te encuentras parado en el borde de ella, a tus espaldas la niñez, la juventud; al frente, la madurez. Conozco gente que se sienta en ese tope, no está ni en un lado, ni en el otro. Lo más sabio es recordar con amor los años pasados y disfrutar lo novedoso del porvenir. De tu comentario deduzco que has hecho lo correcto: maduraste.
Te envío un abrazo.
Aquello no era pobreza, por aquellos años solo habìa dos segmentos en la sociedad la alta y la baja, la clase media aùn no habia empezado a nacer, eramos personas que con pocos años teniamos responsabilidades de mayores, pero a pesar de todo jugàbamos al futbol y haciamos nuestras travesuras con alegria, cuando mis amigos hablamos de estos años siempre comentamos que la vida era dura pero lo pasàbamos genial jugando con una pelota enmedio de la calle. Asì son nuestros recuerdos.
ResponderEliminarun abrazo
fus
Fus:
EliminarSin dudas que disfrutábamos a pleno cada día.
Yo comencé a ganarme unos pesos a eso de los dieciséis años, hasta hoy. Mi hermano junto a mí, pero a los catorce, durante los fines de semana.
Mientras, estudiábamos en el colegio industrial, a doble turno. Hasta entonces, la vida había sido un festival. Mucho tuvo que ver en ello el sacrificio de mi padre, que no quiso que su familia trabaje. Lo logró hasta ese entonces, cuando ya nuestros gastos eran mayores (discos, ropas, revistas) y él no podía afrontarlos. Valga decir que, desde niño, él trabajó como dependiente en el almacén de su padre (mi abuelo, fue minero asturiano, también desde la niñez). Se lo retribuí con un impensado título universitario y un asesoramiento económico que le dio tranquilidad económica en sus últimos años.
Eran tiempos de progreso social y económico, una tendencia que se revirtió, por desgracia...
Un abrazo.
Hermoso texto que me trajo muchos recuerdos de mi niñez, mucha vereda, las puertas de las casas abiertas para entrar y salir hasta hacer enojar a mi nona, el karting de rulemanes de fabricación artesanal, los pulóveres tejidos a mano o en máquina de tejer. No sabíamos de marcas ni de juguetes caros, en invierno la estufa a querosene e inmensamente felices. Mi casa fue la primera que tuvo teléfono, entonces la llamada era una excusa para después tomarse un cafecito, una taza de té, la charla cara a cara. Vivíamos con menos pero con mucha calidad de vida. Lamento que mis hijos no hayan podido vivirlo. A veces cuando los padres de mis alumnos dicen que sus hijos hacen lío adentro de casa yo les recuerdo que un niño de 6 años sale a la plaza un promedio de 3 horas semanales y que piensen ellos cuántas horas disfrutaban al aire libre. Aquí,mi sentir: http://ponetelosanteojosquetenes40.blogspot.com.ar/2010/12/elogio-de-la-calle-y-la-vereda.html
ResponderEliminarSaludos van, Arturo! Me emocionó tu texto...
Sandra:
EliminarLeí tu entrada y me pareció maravillosa. Describes muy bien aquella época: era tal cual como lo relatás.
Todo ese mundo idílico comenzó a desaparecer -increíblemente- a partir de la crisis del Rodrigazo. Y si bien el factor económico fue preponderante en ese cambio, también lo fue la pérdida de valores éticos y morales.
Todos ayudamos a los cambios culturales, a la destrucción de la autoridad y de los ejemplos de virtud. Nos creímos my inteligentes de decidir por nuestra cuenta a edad temprana, sin tener experiencia para ello. Los mayores no se adaptaron a los cambios tecnológicos ni supieron frenar los desbordes juveniles (ya en esa época los adolescentes comenzaron a hacer vida de adultos). He visto -allá por 1984- cómo andaban sueltos en la madrugada chicos y chicas, de trece o menos años, por las calles del centro de la ciudad.
Era costumbre que los jóvenes se pusieran sus mejores prendas para ir a bailar, se peinaran y arreglaran con esmero; hoy van borrachos, sucios y mal vestidos. Si esto no es decadencia, que alguien me explique de qué se trata.
Supongo que se trata de ciclos, por lo que toda esta realidad variaría en el futuro.
Te mando un gran abrazo.
Arturo, qué buenos recuerdos plasmas en este post...
ResponderEliminarSon esa clase de cosas que tienen muy poco precio pero muchísimo valor y que constituyen la "verdadera riqueza"...
Creo que la pregunta final de tu escrito es sin lugar a dudas una pregunta retórica cuya respuesta es más que evidente.
Me encantó.
Besos al alma.
Paula:
EliminarMuchas gracias por tus palabras. Imagino que, por ser joven, no habrás vivido aquella época; es por ello que describo lo siguiente.
Aquellos eran tiempos de estabilidad, de proyectos de vida claros. No había gran incertidumbre, en la sociedad. El trabajo era estable o continuo.
Esto daba marco ingresos casi seguros; que quizá fueran bajos, pero que alcanzaban para alimentarse con dignidad. En una familia tipo de entonces el que se sacrificaba era el padre, que debía ocupar sus días -casi por completo- en su trabajo; esto dejaba tiempo libre a los restantes miembros de la familia, para que socializaran, para que tuvieran vida propia.
Hoy trabaja la pareja y los niños estudian todo el día. Los esporádicos instantes de libertad que aun les quedan, lo absorben los medios o internet...
Sabemos que los momentos de libertad son los que nos permiten desarrollarnos como personas singulares. De ahí nuestra nostalgia por aquellos tiempos.
Un beso.
Arturo, solo decirte que intentaré leer de alguna manera tus relatos, aunque sea subida encima de un coche para buscar la señal jejeje.
ResponderEliminarUn beso y hasta la vuelta.
Teresa:
EliminarDisfruta a pleno, así luego cuentas alguna reflexión o anécdota interesante de estos días.
Pero, por favor, ¡no te vuelvas adicta a internet!
Y Dios te libre de que caigas en ello por mi culpa, sería imperdonable por tan poca cosa...
Quizá acierto si digo que con alguna bella fotografía nos mostrarás los lugares que endulzarán tu vista. O alguna de Chloe.
Un beso y -si es en compañía- que la pasen bien.
Hola Arturo, yo creo que entonces se disfrutaba mucho mas las cosas, seriamos pobres y teníamos menos cosas que disfrutar pero lo poco que teníamos para nosotros era una gran riqueza y lo mas importante que se disfrutaba de una manera u otra se disfrutaba y no como ahora, que se va a ver si se tiene mas que el vecino y quizás endeudados hasta las cejas, por eso pienso que entonces no es que fuese pobreza, si no que carecíamos de cosas materiales pero no de lo mas importante que es el cariño de la familia, amigos o vecinos, cosa que hoy en día si existe esa carencia.
ResponderEliminarBesos.
Piruja:
EliminarMuchas gracias por tu comentario. Siempre me intrigó el por qué de este cambio tan radical en las costumbres, que hace que las reuniones familiares y con amigos de antaño sean cosa extraña en estos días.
Pensé que era porque quienes aglutinaban al resto eran los padres, o los abuelos inmigrantes, que -en su soledad y nostalgia- deseaban verse rodeados de los nuevos afectos; pero esa presunción aunque cierta, no explica que el fenómeno se presente también en España, donde sus habitantes no son inmigrantes.
Otra razón valedera podría ser la pérdida de espacios habitacionales amplios; sin embargo, recuerdo reuniones en departamentos, modernos y pequeños, donde ya no había espacio para estar. Culpar al costo de una reunión carece de sentido, ya que nada obliga a preparar una fastuosa comida para juntarse con los amigos, o con la familia.
Quizás, la causa se encuentre en el tiempo libre, que hoy escasea y antes era un bien más que abundante. Pese a que antes se debía insumir más tiempo en trasladarse.
Con respecto a la pobreza, si no la definimos con propiedad se convierte en algo intangible y varía según la época, por ejemplo: el más rico de la edad media no podía darse un baño caliente, a todo confort como hace hoy el empleado más anodino y escaso de fortuna.
En fin, yo no puedo hallar una explicación contundente a esta cuestión, solo puedo recordar con nostalgia, aquellos días maravillosos.
Un beso.
Que lindo tu relato. Tan bien escrito y descrito que parece un cuadro pintado con hermosos colores y personajes. Te felicito!! Visto desde ese punto de vista, la "pobreza" tiene su encanto.
ResponderEliminarun abraXo
Marilyn:
EliminarMuchísimas gracias por tu comentario tan generoso, quizás captaste el sentimiento que quise poner en las palabras (algo que me resulta difícil al extremo).
Nos han acostumbrado a vivir de un modo bastante cómodo. Por caso, un ex compañero de trabajo, ya mayor él, decía que siempre se bañaba con agua fría; aducía que esa era la manera correcta de hacerlo. En su mente no era concebible que empleásemos agua caliente; nos trataba de débiles. Para él la carencia de un calefón para calentar el agua corriente de la ducha carecía de sentido. ¿Era pobre por eso?
Un gran abrazo.
Quizás no era pobreza, puede que tan sólo fuera vivir con lo necesario y más en comunión con la naturaleza.
ResponderEliminarLo que está claro es que nos hemos creado una cantidad ingente de necesidades, muchas de ellas de lo más absurdas pero, desgraciadamente, nos costaría aprender a vivir sin ellas.
Besos
María:
Eliminar¿Sabes? Estoy -por completo- de acuerdo con tu comentario.
En mi barrio aquellas familias que tenían un mejor pasar -y bastante mejor que el resto- solo se diferenciaban del resto por algunas cuestiones menores: poseer un automóvil, o veranear, o vestir mejor. Pero, en lo referido a la vida en sí, no diferían en las costumbres con aquellos más pobres.
¿Cómo explicar que todos sabíamos que tenían una mejor posición económica, pero eran uno más de nosotros?
Un beso.
Es la riqueza de la cual vivimos ahora, Arturo.
ResponderEliminarEres tan sensible, único al contarlo.
Gracias por la emoción.
Un abrazo.
Alicia:
EliminarQuien tiene que agradecer tus palabras soy yo. Y de sensibilidad la más dotada eres tú, sin dudas; caso contrario, no podrías escribir tan bellamente.
Un abrazo a la distancia,
Arturo...Ambiente cotidiano "
ResponderEliminarEn eso me he detenido a pensar, si en èpocas anteriores no han sentido ni frìo ni calor... no es como en la actualidad que todos tratan de protegerse de las altas o bajas temperaturas con acondicionadores o calefactores...son muchìsmos los enganchados o tiempo atràs no se veìan ni lo sentìan en sus cuerpos.
¡¡¡ interesante relato !!!
un beso
Doris Dolly:
EliminarCreo que siempre se siente el frío o el calor, pero el cuerpo se adapta a ellos.
Me pasó que, al vivir en el frío de Comodoro Rivadavia, al venir a Buenos Aires de vacaciones, por más baja temperatura que hiciese, no sentía tal inclemencia. Un caso análogo me sucedió luego, cuando vivía aclimatado al calor infernal de San Pedro de Jujuy...
Cuando era niño, conocí los sabañones en mis dedos y orejas. También supe de gente insolada, todo en Buenos Aires. Pero nos teníamos que acostumbrar y eso hacíamos.
Recién en la década de los sesenta llegó el gas por cañerías a los barrios, lo que permitió poseer eficientes cocinas, calefones y estufas, ya que por entonces la energía eléctrica tenía baja tensión y sufría cortes.
Besos.
Me has hecho recordar mis tiempos de niña en Córdoba (España) ciudad donde nací. En mi barrio no existían las diferencias sociales, todos éramos...yo no diría pobres, dada mi experiencia. El caso es que conocía a todos los niños y niñas, jugábamos en la calle hasta altas horas de la noche, sobre todo en verano, mientras los padres sentados a las puertas charlaban hasta cansarse. Pan con aceite de oliva y azúcar era mi merienda...¿Hay cosa más rica? A veces chocolate. Yo no echaba de menos nada...los cuentos de mi abuela me bastaban para soñar.
ResponderEliminarGracias Arturo por rememorar esos tiempos.
Ya dijo Séneca, que el dinero nunca hizo rico a nadie.
Antonia:
EliminarNací en diciembre de 1952; hace mucho, como podrás ver.
Por ello la ciudad de Buenos Aires era bastante menos poblada que ahora, sobre todo porque la mayoría de las casas eran de una sola planta.
En aquellos tiempos, la población de la ciudad y sus satélites rondaría -quizás- los cinco millones de habitantes. Hoy somos entre quince y dieciséis millones de almas.
En mi niñez, sin embargo, era válida la apreciación que haces: nos quedábamos hasta tarde en la calle, jugábamos imposibles partidos de fútbol en la penumbra, nos sentábamos en los umbrales a ver pasar algún satélite, descubríamos los secretos de la vida y del mundo en esas veladas nocturnas, mientras escuchábamos las explicaciones de gente sin instrucción, pero amables. No quedaba bien que las niñas estuviesen callejeando afuera a esas horas (y por general a ninguna hora tampoco). Si no era una vida idílica, que alguien me explique el por qué.
En mi caso jamás comí pan con aceite de oliva, pues siempre era untado con manteca (mantequilla en otras culturas) y mermeladas o dulce de leche; raramente tenía azúcar espolvoreado.
De niño me empezaron a dar siempre cocoa: Nescao, Nesquik, Toddy u otro polvo cualquiera, que se diluía en leche caliente, se endulzaba con azúcar a rabiar y ¡listo!
Hay una foto por allí de mi hermano y yo sentados a la mesa, con suculentos tazones (dos para cada uno, siempre, siempre) y tostadas con manteca: doña Coca -nuestra madre- no nos dejaba pasar hambre nunca.
Un saludo, mi amiga pintora.