Ya desde muy pequeño se
puso de manifiesto su mal carácter y su pésima actitud.
La crianza de aquel niño
consistió un suplicio para sus pacientes padres, quienes debieron soportar al
más llorón e inconforme de los bebés de los que se tenga noticia: lloraba
cuando tenía hambre, cuando saciaba su apetito y cuando se hacía encima sus
necesidades. A cualquier hora.
Al mamar, mordía; nunca se
supo el porqué de tan extraña costumbre. También solía tironear de los cabellos
de su madre, si es que ésta se llegaba a olvidar de llevarlos recogidos y quedaban
a mano de su hijo.
Otra de las detestables
costumbres del pequeño era aquella de llorar y requerir a los gritos a sus
padres cuando, a media noche o de madrugada, ya más crecidito, tenía sed o se había
orinado en la cama.
En el colegio primario repitió
el curso de primer grado, lo que dio como resultado que, al año siguiente, además
de ser mayor que sus compañeritos, se valiera de su talla imponente para
llevarse por delante —literalmente hablando— a los otros niños, más frágiles y
pequeños que él.
Sus peleas con los demás alumnos,
tanto durante los recreos como a la salida de la escuela, eran memorables. No
le escatimó nunca el cuerpo a los golpes, ni le faltó valor para enfrentarse a niños
mayores que él, con suerte diversa, mejor dicho: adversa.
Solía atemorizar a sus
compañeros de clase con la amenaza de
pegarles unas “trompiñas” demoledoras, denominación aparatosa que había
inventado para los golpes que, sin elegancia alguna, gustaba de asestar a los
más débiles.
En los albores de su
juventud y para dar rienda suelta a sus instintos agresivos se decidió a ser
boxeador. En su debut sobre un cuadrilátero, al inicio del combate perdió el
protector bucal con la primera trompada de su oponente y los dientes incisivos
superiores con el inmediato segundo golpe.
En esas justas deportivas
sobre el cuadrilátero se descontrolaba con suma facilidad; atacaba
desguarnecido al adversario, quien —con suma facilidad— esquivaba sus
arremetidas y le asestaba toda clase de golpes, convirtiéndolo en una presa
fácil para su lucimiento. Los más impensados oponentes se hicieron un festín
con él.
Visto su rotundo fracaso
como púgil, guiado por los consejos de su madre, buscó calmar su agresividad a
través de un acercamiento hacia una comunidad de Hare Krishna.
Se rapó y
comenzó a vestir túnicas anaranjadas y a calzar sandalias de cuero; ponía entonces
cara de santo y en grupo con sus nuevos amigos recorría las calles de la ciudad
mientras hacía sonar algún instrumento de percusión, tipo pandereta o cascabel,
en tanto ofrecía a los transeúntes bibliografía de su creencia e incienso
oriental.
Dicen que sus peleas con
la gente que no le prestaba debida atención a sus ofrecimientos, ni quería
comprarle objeto alguno, fue lo que dio origen a que una tarde, a la hora de
los rezos, recibiera una meditada serie de instrucciones para pacificar su alma
y controlar su furia, por parte del responsable del templo a donde Pantaleón
acudía. Consejo mal recibido, por desgracia, y que terminó en una gresca
general donde se destruyeron desde enseres variados y mobiliario hasta algunas imágenes
de santones y de dioses orientales.
Lo echaron de allí con
malos modos.
No le fue mejor en cuanta otra
actividad emprendió: sus continuas peleas y desplantes le arruinaron de manera
sistemática todos los trabajos que tuvo: Si encaraba alguna metodología para
ganarse la vida por cuenta propia, bien pronto comenzaban sus peleas con
proveedores y clientes; y cuando trabajaba bajo relación de dependencia, sus
enojos y actitudes descomedidas para con sus patrones, jefes y compañeros de
labor le aseguraban un pronto despido del lugar.
Al persistir en esa
conducta malsana a través de los años, lo único que consiguió fue ser un
abonado constante a la pobreza.
En esas condiciones de
pobreza y brutalidad, ninguna mujer que lo hubiera tratado aunque más no fuera por
una sola vez, deseaba volver a tener trato alguno con él.
La única desdichada que
tuvo la peregrina idea de reformarlo y redimirlo, lo abandonó luego de una de
las tantas feroces palizas que le propinó su hombre, por causas no del todo
claras: podría ser que la infeliz le hubiere planchado mal la ropa, o que se
hubiera vestido de un modo que él consideraba provocativo, o que le sirviera la
sopa fría, o demasiado caliente para el gusto de él.
Se sabe que salió del
hospital, la pobrecita, sin que le hubiesen dado aún el alta médica, de noche y
con lo puesto. Y es conocido de sobra que nunca más se supo de ella.
Como resultado de todo
esto, Pantaleón quedó soltero y abandonado, de modo que cada día que pasaba el
insufrible se iba transformando en una persona mucho más amargada.
Su mal genio le jugó una
mala pasada aquella vez que fue a pasar un día de descanso a los bosques de
Ezeiza y alquiló un caballo para pasear. Aquellos equinos eran mañosos a más no
poder y solían hacer lo que se les antojaba. Pantaleón no pudo soportar tal
conducta y comenzó a castigar duramente al caballo, para lograr que lo
obedeciera; lo único que consiguió con esa actitud fue que el animal se
desbocara y lo llevase a la carrera por entre el medio de la arboleda del bosque.
Pantaleón barrió con su rostro las ramas bajas, hasta que se cayó de la silla
de montar, con tan mala fortuna que terminó con uno de sus pies atascado en el
estribo. Así fue arrastrado varios metros por entre los pastizales y canaletas,
hasta que se le desprendió el zapato que lo tenía enganchado a la montura.
Quedó bastante maltrecho,
con varias quebraduras de huesos y magullones varios. De ese accidente le viene
su cojera notoria.
En las tardes soleadas, cualquiera
puede observar en Parque Rivadavia lo que queda de él: un anciano que, mal
afeitado y vestido con un guardapolvos gris raído, vende lupines, maníes y pirulines a los
niños pequeños.
Habitualmente los trata
con rudeza, por causas nimias; los asusta y hace que los pequeños terminen a
los sollozos; como resultado, recibe frecuentes tundas por parte de algún padre
ofuscado.
Estas reacciones paternales
lo dejan con los ojos morados, por causa de las “trompiñas” que recibe. Por tal
razón, los demás vendedores de ese recreo lo apodan -jocosamente- como “El Viejo
Mapache”.
¡Qué bárbaro! Estaba enganchado a los mandobles. Yo creo que hasta le hacían sentir bien esas últimas leches que recibía de padres malhumorados.
ResponderEliminarOtro buen retrato de cierto tipo de personaje.
Bravo, Arturo.
Un abrazo.
Fernando:
EliminarAunque parezca mentira, personajes de este tipo abundan, más de lo recomendable, diría.
Por lo general no son demasiado listos y presumen de ser valientes; pero a la hora de ir al dentista, sus rodillas parecen temblar más que un par de castañuelas, se ponen pálidos y no sería raro que se desmayaran... o salieran a las corridas del consultorio.
Son esos compañeritos de la escuela que aparecían con un ojo amoratado, algo que resultaba inexplicable para nosotros.
Buen fin de semana.
Un gran abrazo.
Arturo
ResponderEliminarTan buen relato nos regalas!
Toda una biografía tan interesante a pesar de tanta desgracia. El pobre de mal genio, quizás la única suerte que tuvo, que tú nos cuentas su vida y es un gusto leer...
Buen fin de semana
Un abrazo de sábado
Genessis:
EliminarPara la creación de mis personajes me nutro de diversa gente, que he conocido a lo largo de la vida; de ello surgen individuos ficticios que suelen ser un compendio de aquellas personas de carne y hueso, más algo de imaginación propia.
Tal construcción debe ser de este modo; pues, a mi modo de ver, así se aporta la cuota de veracidad imprescindible, para no caer en fantasías absurdas.
Al conocer al intérprete de las aventuras, resulta un delicioso juego creativo imaginar sucesos que lo involucren.
La idea de crear una galería de personajes raros y molestos -en su mayoría- ha sido inspirada en el conocimiento de "Historia universal de la infamia", de Borges; con la modestia del resultado y el enfoque menos erudito que me caben.
Me queda por publicar un personaje más de la serie, Prolijín, con quien -probablemente- daré por cerrada la serie. Aunque, en estos casos nunca se sabe qué pasará.
Te correspondo a tu abrazo con otro igual, allende los mares.
Suele ocurrir que algún bebe sale con las neuronas torcidas y en verdad es imposible poder recuperarlo como persona normal.
ResponderEliminarEsta gente tan belicosa llega un buen día y desaparece y todos se preguntan donde estará fulano y es que fulano se encontró con la horma de su zapato.
Saludos
José:
EliminarPor supuesto que estos personajes tiene severos problemas de conducta.
Y no hay manera de resolver sus carencias de equilibrio emocional, creo que es patológico y pareciera que no hay manera de limitar su accionar descontrolado, bestial.
Ese descontrol los puede llevar a percibir mal la magnitud del peligro y hasta perder la vida en conductas arriesgadas.
Su desprecio hacia todo puede ser fatal.
Un cordial saludo.
Debe ser duro haber nacido con tan mala estrella, pero es la suerte de cada uno, y si encima no quiere cambiar nada se puede hacer.
ResponderEliminarMuy buen relato Arturo, te dejo un abrazo y cuando viaje a Baires te aviso y tomamos un café.
Luis:
EliminarHay quienes no tienen la posibilidad de cambio.
El caso del protagonista del texto ya muestra que su conducta le venía desde su origen, estaba predestinado a ser así.
Algún día un equipo de investigadores muy astuto descubrirá las razones (si no lo han hecho ya) para la existencia de estas enfermedades y -quizás- hasta lograrán su prevención, o su cura.
Mientras tanto, aquellos que somos "normales" los deberemos seguir soportando.
Por supuesto que me agradaría encontrarme a charlar un rato contigo. Soy un tipo a la antigua, de esos que les agrada la presencia, el decir y escuchar frente a frente. Solo te pido que me avises por intermedio de mi mail, con algo de tiempo, para poder combinar bien.
Un abrazo.
Me encnata vivistar tu casa, siempre tienes anécdotas y personajes muy entretenidos. Quee pena con el viejo mapache, pero el se labró su destino.
ResponderEliminarun abraXi!
Marilyn:
EliminarMuchas gracias por tus conceptos hacia mi trabajo, una obra que -en realidad- es una simple afición.
Casi se podría decir que el destino del personaje estaba escrito, pues con sus antecedentes no era de esperar un final feliz.
Habrás notado que el texto no hace mención a sus familiares, salvo al inicio; esto se debe a que este tipo de personas desconoce por completo los afectos. Una prueba elocuente lo demuestra la suerte sufrida por aquella pobre e insensata mujer que intentó redimirlo.
Resulta simpático el empleo de la X (cs, en la pronunciación) en tus saludos. Sin bien no es frecuente, sino más bien raro, he oído y empleado la pronunciación "ps" como remate de penúltima sílaba (abrapzo, choripzo, petipsa, etc.), siempre en un hablar coloquial y jocoso; conste que en mi país c, s y z se pronuncian igual.
Ahora sí: un gran abrazo.
ARTURO CUANDO VALLA A BUENOS AIRES ,NO PASARÈ POR PARQUE RIVADAVIA, NO ME GUSTARIA PARA NADA CONOCER A ESTE INSOPORTABLE PERSONAJE...
ResponderEliminarUN RELATO MUY ENTRETENIDO PERO ME SACÒ DE QUICIO, ES QUE CUANDO TE LEO ME METO EN EL PERSOJANE Y LO VIVO COMO SI FUERA REAL.
QUE PASES UN BELLO DOMINGO. BESITOS
Meryross:
EliminarEn verdad el personaje es ficticio y, por ello, no vende golosinas en el Parque Rivadavia. Allí podrás hallar libros, revistas, coleccionables, películas y software ilegal, pero no a este personaje.
Como queda a una cuadra de la estación Acoyte del Subte A, es fácil llegar hasta allí; además, los domingos hasta cerca del mediodía suelen comerciar filatelia y numismática en ese mismo predio. Si llegases a ir, no te arrepentirías.
Un beso y felíz domingo.
Es que a los mapaches y a los que intentan aleccionarlos con los mismos métodos les sobran puños y les faltan palabras... Saludos van, Arturo
ResponderEliminarSandra:
EliminarEste personaje no entendía de buenos modos ni de amor. Prueba elocuente es lo relatado con respecto a su reacción ante las palabras educadoras de un pacifista, el maestro Hare Krishna. Les destrozó el templo.
Yo conozco a esa gente y son la amabilidad en persona; más allá de sus creencias, tan diferentes a las mías, merecen mi mayor respeto.
A Pantaleón le cabía a la perfección aquel dicho, que escuché de mis mayores: "cuando el cuerpo las pide, se las has de dar", y bien que se las dieron todos...
Un gran abrazo.
El masoquismo se presenta de diferentas maneras y esta es una de ellas y no tan infrecuente como se cree.
ResponderEliminarTener ese tipo de actitudes llevan ineludiblemente al castigo y eso para ellos es un regalo.
Besazo
Dolega:
EliminarTodo puede suceder en mentes tan enfermas.
Aunque su principal actitud era la de llevarse al mundo por delante, con gran intolerancia.
Hay dictadores que no difieren demasiado de este bestia; solo que ellos no se ensucian las manos, ni reciben los golpes de quien se defiende...
Besos.