La
Colorada era una muchachita de campo, que quedó sola a temprana edad, al morir
su mama. Por tal razón, subsistió como pudo. Y pudo poco, pues durante un
tiempo lo único que hizo fue parir niños; que mató de inmediato y enterró en
medio del campo. Lo hizo sola.
Su
vida era un infierno, con el recuerdo de esos seis recién nacidos masacrados. Pero,
un día se apareció en el pago el Rudecindo Ochoa, un hombre trajinado por la
vida, con canas en sus sienes y un hueco infinito en el pecho, donde alguna vez
tuvo un corazón. Esa noche se dieron cuenta de que eran el uno para el otro, la
parte que le faltaba a sus vidas para darle un sentido.
El
Rudecindo mudó a un rancho nuevo, más cerca del pueblo; se la llevó con él y le
hizo cambiar de vida a su prenda.
El
resultado lógico de tal conducta, fue la parición del Wálter. El hijo deseado
por ambos, que ya contaban con unos cuantos bastardos en su haber.
Ese
niño fue el que marcó el inicio de la felicidad para la pareja, que luego se
completó con el Octavio, el Aniceto y la Pancha.
Mas
todo lo bueno dura poco, a los pocos años, Rudecindo murió a manos de un mocito pendenciero, por una cuestión de
naipes. El Guálter, que así lo llamaban todos, juró venganza y lo hizo en
público.
Las
comadronas del poblado comenzaron entonces a comentar entre ellas (y en voz
baja), un detalle hasta entonces inadvertido: el número de los embarazos que tuvo la Colorada.
Llegaron
al número fatídico. ¡El Guálter era el séptimo hijo!
La
noticia no las terminó de inquietar, pues desconocían el sexo de los otros; entre los
infortunados hijos podría haber una, o quizá más niñas. Para
peor, el jovencito se había tornado escurridizo y mañero.
De
ahí en más, comenzaron a prestar atención a lo que sucedía cada noche de luna
llena. Al principio no sucedió nada; hasta que una mañana apareció muerto aquel
mocito que se desgració con el Rudecindo. Extrañados, observaron que su cuerpo
estaba destrozado, incluso le faltaban partes.
Y el
pueblo se llenó de temor. Ya lo comenzaron a mirar con aprehensión al Guálter.
La
siguiente noche de luna llena, el miedo se convirtió en terror: apareció
degollado un becerro, al que le faltaban partes del cuerpo, como al mocito. Ya
le tenían más que miedo al Guálter. Le rehuían y si se les cruzaba, le escondían la mirada.
Como
consecuencia inmediata, comenzaron a esconderse por las noches en sus casas y
para la próxima noche de luna llena trancaron los postigos y portones. Estuvieron
toda la velada despiertos y atentos, incluso el cura del pueblo, que abrazaba
un crucifijo de plata.
Fue
entonces cuando comenzaron a escuchar, a lo lejos, un sonido apagado, muy
agudo, que les puso los pelos de punta y la tez blanca:
Guá...
Guá... Guá... Guá...
Eran
La Colorada y La Pancha, que lo llamaban al Guálter, solo se oía la primera
sílaba de sus gritos; mientras tanto, el condenado, bajo un árbol que había en
la hondonada ubicada frente al arroyo, devoraba el lomo de un animal, carneado
y luego asado en ese lugar.
El
pícaro, reía por lo bajo.
Ay Arturo
ResponderEliminarel relato como siempre ágil que va in crescendo...pero me puso piel de gallina.
Lo tenía casi olvidada esas leyendas de los 7° hijos, cuando era chica lo solía escuchar y pobre la familia que se encontraba en esa situación. Quizás no pasaba nada, pero los vecinos creaban historias...
Un abrazo Arturo
y que tengas un lindo día.
Genessis:
EliminarHasta donde sé, los lobizones -u hombres lobo- son una leyenda de origen europeo, que ha llegado a América junto con la cultura de los primeros inmigrantes.
Existe la creencia de que para neutralizar el hechizo, este séptimo hijo varón debe ser ahijado del Presidente; una leyenda infundada, pues tal costumbre se generalizó durante el Siglo XIX como incentivo para fomentar la natalidad.
También te deseo un bello día.
Un gran abrazo.
Que exquisito relato amigo, es una joyita, bien costumbrista, además le agregaste la picardia criolla, lo contaste como si fueras Luis Landricina.
ResponderEliminarTe felicito y te dejo un fuerte abrazo.
Luis:
EliminarDicho sea de paso, hace un par de días me prendí con unos videos de don Luis, donde contaba algunos cuentos muy ocurrentes.
Él es un narradoror de primer nivel, con la particularidad de que sus historias rematan en un chiste.
Ha explicado claramente, pues no es ningún improvisado, cuál debe ser la estructura del cuento. El hecho de que se trate de cuestiones costumbristas no lo exime de seguir tales postulados, que respeta a pie firme.
Este cuento, a su vez, tiene mucho de ello, como bien has observado. Lógico, sin la gracia de Landriscina...
Un abrazo enorme, mi amigo.
Una historia que va poniendo los pelos de punta. ¿Como sabían las comadronas los hijos que tuvo? ¿No los parió en secreto? A ver si ellas eran unas brujas que tenían miedo al lobo.
ResponderEliminarUn besote Arturo.
Me gustas las narraciones de suspense.
Teresa:
EliminarA las chismosas del pago no se les escapa nada; mucho menos cada vez que la prostituta del pago se quedaba embarazada.
Habrás de imaginar que era pobre y flaca, por lo que al quedar encinta se parecería a una víbora que se tragó un sapo, como dicen en el campo...
En los poblados no hay secretos. al respecto es proverbial la anécdota que siempre refiero de un compañero de trabajo, que a eso de la medianoche, en una noche helada de invierno, levantó en su Fiat 600 a una amiguita. A las siete de la mañana siguiente, todos sus compañeros de trabajo le gastaban chanzas con la aventura nocturna del susodicho. Fue un acto fugaz, imagina un embarazo...
Besos.
Ay! Decime que el Octavio y el Aniceto estaban adentro jugando una partida de truco porque me corrió una gota fría por la espalda! Espléndido relato! Felicitaciones, maestro! Saludos van!
ResponderEliminarSandra:
EliminarNo te sabría decir, pues como todo buen relator, estaba cerca de la acción. Y en este caso, me había colado en el asadito del pícaro Guálter.
Lo comimos a lo campero, con un trozo de pan y el facón.
Abrazos mil. (renovarse es vivir)
En cada linea que leía me entraba algo por el cuerpo, no sabría decir si miedo o terror de algún día poder encontrarme con tamaño bicho.
ResponderEliminarSaludos
José:
EliminarTodos le temen a los lobos. Es un terror atávico, que viene de las épocas más remotas, de cuando los perros aun no estaban domesticados y atacaban a los humanos.
Hoy habría que temerle más a un banco...
En la Argentina existieron los perros cimarrones, o salvajes, que tenían su origen en animalesdomésticos que se alejaban de los hunanos y procreaban crías silvestres. Eran de temer.
Saludos cordiales.
Pues menos mal que soy una chica..., porque yo también soy el número siete jaja antes de mi hay seis (carcajada demencial)
ResponderEliminarpero..., ¡cuidado! ¿que son estos pelos que me están saliendo? ¿y estos dientes? ¡que alguien me confirme que no estamos en luna llena!
aaaaaaaaahhhh
Arturo, me ha encantado. Ya conocía la leyenda del séptimo hijo varón, pero contada por ti resulta fabulosa.
un beso peludo.
Ángela:
EliminarAlguna vez escuché que la séptima hija mujer resulta bruja. Aunque no hallé bibliografía al respecto.
La licantropía es un mito muy extendido en la cultura europea y su auge fue registrado durante la Edad Media, por supuesto.
En verdad, el cuento nunca afirma que el Guálter sea un lobizón, ni el séptimo hijo entre los varones...
Yo diría que era un cuatrero vengativo.
Te mando un beso (pero diurno).
¡Ay caramba, creo que después de leer este relato atroz, no sé si dormiré bien esta noche!... creo que aparecerá otra vez el insomnio.
Estupendo a pesar de todo y crudo a la vez que va erizando la piel a medida que uno va leyendo.
Gracias por compartir estas intrigantes letras. Un saludo muy cordial y se feliz.
Marina:
EliminarNo temas, que nada es lo que parece ser.
El personaje -Wálter- no sería un lobizón, más bien habrá de ser un joven bastante ladino, como para simular ser uno de ellos.
Si bien no se afirma en el texto, él podría haber sido el causante de la muerte del asesino del padre, tanto como otro cualquiera; pues el mocito era muy pendenciero, y el relato no afirma nada; esto hace que la condición de homicida en Guálter sea una simple inferencia inducida.
Lo que sí es cierto, es el hecho de que él es el séptimo hijo de la Colorada, está explicitado en el texto.
Es probable que tras la muerte de el mocito asesino (que no se sabe a manos de quién) el Guálter haya aprovechado para crear el mito de su transformación en un licántropo. Eso ayudaba a dejarle en campo libre para sus tropelías como cuatrero...
Su madre y su hermana, temían que por sus trapisondas le dieran un balazo.
Así visto, el cuento parecería ser una impostura.
Un saludo muy cordial.
Te acercas a Florencio Sanchez, algo tienes de él.
ResponderEliminarNo lo abandones.
Un abrazo.
Alicia:
EliminarSería un gran honor el parecerme -aunque fuera muy poco- a tan buen dramaturgo y periodista. Por ahora, creo estar muy lejos de ello.
Muchas gracias por tu generoso comentario.
Un gran abrazo.
Magnífico relato, amigo. Encima lo estoy leyendo de noche y la verdad, me hizo sentir un poquito de miedo. :D
ResponderEliminarBesazo
Dolega:
EliminarY todo este misterio para mostrar que el susodicho era un simple ladrón de ganado.
Ya lo ves, las apariencias engañan.
Besos.