Esa mañana, al despertar, tras apagar el reloj
despertador, se desperezó en la cama ,mientras un bostezo enorme llenaba su
rostro. Lo esperaba una fatigosa jornada de labor en aquella opaca oficina.
Entonces, sintió que hasta ese día no había hecho
nada descollante. Si bien a lo largo de toda su vida se había esmerado en
realizar sus tareas con el máximo decoro y la mayor responsabilidad, sentía que
no había logrado nada excepcional con ello. Atribuía este fracaso a su poca
capacidad para descollar en alguna disciplina.
Desde que era un niño, quienes lo rodearon nunca lo habían
adulado, ni se asombraron por lo bien que hubiera hecho esto o aquello otro; de
hecho, su vida había transcurrido siempre en el mayor anonimato e intrascendencia.
—Si por lo menos tuviera un don, —pensó.
—Alguno; aunque más no fuera algo modesto, pero que
alcance para que pueda distinguirme
del resto... alguna vez en mi vida, —se dijo.
Recordó haber visto a esa gente extraña, que tenía dones
especiales, ya fuese en áreas artísticas, o en las ciencias; y sintió que eso
era lo que él más anhelaba.
Cerró sus ojos. Y comenzó a desear -con todas sus
fuerzas- el poseer algún don. Así permaneció por largo rato.
De pronto, en el
interior de su mente comenzó a hacerse claro cómo se podía determinar sin error
a qué día de la semana pertenecía cada fecha.
Asombrado, constataba que esa metodología se le develaba
cada vez más clara y sencilla. Hasta pensó en que, por ser algo tan fácil de comprender,
cómo era que hasta ese momento no se hubiera dado cuenta de ello.
Comprobó la infalibilidad de su presunción mediante varias
pruebas, que realizó gracias a unos calendarios viejos, que tenía guardados en
su habitación.
Pasado el entusiasmo de los primeros momentos, en el
fondo de su alma, seguía ese deseo insatisfecho de poseer un don preciado.
Entonces, se dijo a sí mismo que ya había
transcurrido un tiempo prudente: era hora de hacer lo que debía.
Y le extrañó que aún no hubiera venido su madre a
vestirlo y a arreglarlo, para que pudiera asistir a la escuela.
jeje, si, ahí está el futuro.
ResponderEliminarLos genios casi siempre son precoces y normalmente siempre dicen que lo que saben es muy sencillo de entender. :D
Besazo
Dolega:
EliminarDigamos que, a ese hombre, no le resultó tan conveniente el don recibido, ni la conciencia perdida en los terrenos del autismo.
Besos.
Tiene tu relato una ternura triste que me ha calado hondo.
ResponderEliminarEs muy bonito y hace reflexionar, Arturo.
En fin..., con esto de los dones hay que ser prudente, que muchos alegan tales y no pasan de ser simples iluminados (no es el caso del personaje de tu cuento, claro).
Un abrazo transoceánico.
Isabel:
EliminarEn sí misma esta alegoría trata de mostrar que siempre que se recibe algo, deberemos ceder una parte de lo nuestro.
El pobre hombre mediocre obtuvo su deseada habilidad, que no le compensa la pérdida de su conciencia.
Un gran abrazo.
Que buena entrada Arturo, ese final tan simpático fue un golpe certero de humor.
ResponderEliminarLo hiciste corto y simpático esta vez.
Un abrazo amigo, gracias por la sonrisa.
Luis:
EliminarEl tono casi cómico del final, hace que suene más dura la ironía de su metamorfosis.
De hecho, pierde su condición de mediocridad a cambio de un tipo de autismo savant.
Buen chasco se llevó con su don.
Un gran abrazo, amigazo.
Una triste historia y no menos la vida de quienes tienen autismo. Tampoco olvidemos el sufrimiento de su entorno familiar, sobre todo hasta que asimilan el diagnóstico. Tuve una compañera cuyo hijo tenía este trastorno.
ResponderEliminarUn beso querido Arturo.
Teresa:
EliminarImagina cambiar la mediocridad (algo subjetivo), por un cuadro de autismo savant (un profundo drama), no hizo gran progreso al ganar el don deseado y perder su mediocridad.
Respecto al autismo, muchos de nosotros efectuamos tareas sin meditar acerca de ellas (comer, manejar un vehículo), pero terminada la acción, nos vuelve la conciencia.
La distracción, pareciera ser un autismo acotado.
Creo que el autista no sufre de su condición, por ello el personaje no se alarma de su conclusión nostálgica, a lo sumo extraña su no aparición. Quienes sufrimos somos aquellos que -de diferentes modos- pretendemos ver la realidad.
Un beso.
Amigo Arturo, esta vez el relato no es largo. La ironía empleada envuelve al relato de cierta tristeza. El hombre que quería destacar en algo perdió también algo. Y no creo que le compensara.
ResponderEliminarUn abrazo de Mos desde la orilla de las palabras.
Mos:
EliminarCoincidirás conmigo en que conoces a más de uno que, por alcanzar cierta meta, pierde en el camino los atributos más nobles de su persona. Cito al pobre honesto y cándido, devenido en un enriquecido voraz y malicioso, cuando no, perverso.
El niño que crece y dedica una vida al estudio y al conocimiento, mientras deja en el camino la belleza intrínseca de los momentos inútiles.
En el colegio me enseñaron el Principio de Conservación de la Materia (de Lavoisier), principio básico de la Química: "Nada se pierde, todo se transforma", lo que hay que ver es en qué se convierte...
Un gran abrazo.
Hay quienes venden su alma al diablo. Tal vez a este hombre le salió algo más barato...
ResponderEliminarImportante texto porque da para pensar. Saludos.
Hugo:
EliminarEs cierto lo que decís; ¿cuánta gente se mete en camisa de once varas por darse un gusto?
Si bien el relato no es el Fausto, ni mucho menos, aplica la misma moraleja.
Pareciera que, en estos casos, no hay marcha atrás que valga.
Supongo, también, que cuando fuimos niños, todos hemos fantaseado con ser más de lo que éramos, nos pasaba a diario; por lo general, queríamos ser grandes. Y lo logramos, aunque más de uno añore ahora sus días de niñez.
Un gran abrazo.
Tu gran relato coincide con la vida misma de muchos y muchas que no son capaces de hacer algo brillante que se sientan por todos un poco admirada/do,y de esa forma se les pasa la vida sin encontra ninguna formula de destacar.
ResponderEliminarSaludos
José:
EliminarMuchas gracias por tus palabras.
Es completamente cierto lo que has dicho; todos sentimos en algún momento esa necesidad de trascender más allá de nuestras actuales posibilidades, no nos conformamos con la falta de brillo y de reconocimiento de nuestros semejantes.
Es lo que motivó al personaje a desear el surgimiento de su don. Aunque luego, las consecuencias secundarias no fuesen las esperadas.
Un saludo muy cordial.
Todos tenemos un don que a veces queda oculto, otras es descubierto. No confundirlo con una simple habilidad o destreza. Aquí, el prota salió perdiendo pero quiero creer que descubrir dones es salir ganando... Me voy muy pensativa hoy. Un gran texto para pensar...
ResponderEliminarSaludos van, Arturo!
Sandra:
Eliminar¡Por supuesto que todos tenemos algún don!
Lo que sucede es que algunos de ellos son tímidos, se esconden, casi no se dejan ver...
"Pero, dejá que yo me desate y ya vas a ver quién soy". Frase muy escuchada. ¿Cuántas veces habrás oído de gente apocada que presume de ser histriónica, pero que se sujetan, porque no les gusta dar el espectáculo. O los que dicen ser grandes galanes, que se la apuntan a cualquier chica, cancheros, con gran dominio de la situación; y uno los ve que tiemblan como una hoja cuando una feuchita se les acerca.
En mi caso, los dones no se muestran, por lo menos no a mí.
Un gran abrazo.
Cada vez que hablamos de dones podemos pensar en tener facilidad para el canto, para la poesía o la pintura...algo que esté reconocido por la sociedad. Yo incluyo a las personas que nos donan su tiempo cuando los necesitamos, los que nos consuelan, los que saben reír y todos los que aportan algo de sí mismos para remover emociones y sentimientos en los demás. Entre ellos te incluyo.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Antonia:
EliminarTus palabras son bellas a mi corazón. No hay manera de saber de su existencia, si no es comunicado por otra persona; pues entre un chiste festejado y la felicidad de una compañía hay un abismo y sin embargo, ambas hacen esbozar una sonrisa.
Creo que lo que mencionas es el don de la amistad, que todos sentimos cuando nos hallamos junto a cierta persona, cuya compañía nos llena de tranquilidad y buena predisposición. Se da en todos los ámbitos y a toda edad. Ya se trate de un par de criaturitas de la escuela primaria, o secundaria, un colega, o un vecino, tanto como en gauchos salvajes o bibliotecarios eruditos.
Ninguno de ellos posee un atributo descollante y -sin embargo- pueden ser la persona más cercana en este mundo para su amistad. El amor es, entre todos los casos, el nivel superior de esta escala.
En todas las posibilidades enunciadas, la compañía y el afecto son la base fundamental y unas características invisibles a los ojos de un autista.
Un gran abrazo.
¿Con cuántos autistas no confirmados nos tropezamos cada dia?Hay personas que se pasan toda la vida esperando¿a qué? me pregunto.
ResponderEliminarTu relato reflexivo ha sido por un momento el reflejo de la vida de muchos que no se atreven a vivir, sencillamente padecen la vida.
Por lo menos tu protagonista tuvo un momento de felicidad donada por ese don pasajero.
Besos de gofio.
Gloria:
EliminarNo olvides que "quien nada busca, nada encuentra". Y los que mencionas son legión en los tiempos que corren.
Obviamente, han hallado lo que deseaban, que es invisible a nuestros ojos, pero no a su mente.
Todos -sin excepción- conocemos nuestras limitaciones. La angustia que causan será tanto mayor, en cuanto lo sea nuestro esmero en ocultarlas. Es una situación que causa estrés, que en algunas personas los llega a agobiar y por ello, quedan sin reacción.
En realidad, el protagonista ya nunca será un mediocre, ha dado un salto al vacío, el mismo de todo aquel que deja de observar la realidad e imagina otro mundo, completamente irreal.
Mucho me temo que no tiene viaje de vuelta...
Besos.