Desde que era pequeño y asistía a la escuela primaria, había una idea que me perseguía. En mi mente se planteaba una posibilidad: que todo aquello que me sucedía, al mismo tiempo en que a mí, le sucedería a otro, a una persona que podría ser idéntica a mí, pero en otro lugar del mundo.
El concepto de que todo era posible, incluso la existencia del doble, tomaba forma. Sobre este tema, años después, descubrí algunas elucubraciones esbozadas por Borges.
Recién ahora descubro que —en cierto modo— aquello que imaginaba de niño era cierto. Existen desde siempre innumerables otras personas idénticas a mí, que realizan esos actos y pensamientos al unísono conmigo, y en otros lugares distintos.
Y tal situación es verídica –repito—, pero sólo desde la percepción individual de cada una de todas aquellas personas que me rodean. Para ellos, ese otro soy yo mismo, en cada caso. Siempre visto desde sus realidades o percepciones.
Las transmisiones de televisión pudieran hoy magnificar este efecto a niveles descomunales.
Al final, la solución a mi inquietud resultó más simple de lo que imaginé.
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