Sin duda que catedráticos y estudiosos de todo tipo se deben haber tomado su tiempo para estudiar en profundidad todo tema referido al humor y a su relación con la evolución de la persona.
Para no gastar valioso tiempo en la búsqueda de esa inmensa fuente de sabiduría (o depender de lo que dictamine el buscador en Internet elegido a tal fin), he analizado el tema desde lo que —con modestia— me ha enseñado la experiencia.
A lo largo de nuestra vida todos experimentamos una evolución en el sentido del humor.
Durante los primeros meses de nuestra vida, las morisquetas que los mayores hacen frente a nuestros ojos son la causa que provoca nuestra risa irrefrenable. Entre ellas, la rutina más común es aquella de esconderse de nuestra vista con lentitud, para luego mostrarse de improviso, en una acción reiterada que nos resulta graciosa y nos mueve a reír a carcajadas.
Luego, cuando somos niños, comienza a causarnos gracia el presenciar situaciones plenas de torpezas, con caídas y tropezones absurdos e increíbles; pareciera que ver cuando le suceden esas cosas a una persona grande nos resulta un hecho muy gracioso, sobre todo para quienes sufrimos en nuestra niñez de verdaderos golpes y caídas a diario. Esta es la época de fascinación por el circo, donde lo preferido resultan ser las cachetadas y las torpezas de sus admirables payasos.
Al llegar la adolescencia, tienen su cuarto de hora en nuestras predilecciones aquellas situaciones donde se maneja el ridículo, mezclado con acciones donde se rompe con las reglas impuestas. Se incluyen aquí conductas no permitidas, como la rotura de bienes y la burla hacia personajes de la realidad o de la ficción. Las imitaciones nos resultan graciosísimas y —a veces— el blanco de las burlas son nuestros semejantes a quienes (¡vaya paradoja!) no sentimos como tan semejantes a nosotros.
Es a partir de esta etapa adolescente cuando comenzamos a prestar atención al humor basado en el sexo; no es extraño que la vulgaridad tenga su gran cuota de participación en el proceso. Para ese entonces, ya se ha perdido la inocencia desde hace un buen rato, aunque ahora la inexperiencia nos azuza la imaginación.
Con la juventud comienza la competencia en serio en la vida; los compañeros del ayer pasan a ser los rivales de hoy, en el mercado laboral y en el amoroso. No es de extrañar que nos identifiquemos con personajes ganadores, que se burlan de los demás. En este caso festejamos toda “piolada”.
Esa plenitud de la juventud nos lleva a la burla de todos aquellos presuntos rivales a los que arbitrariamente consideramos como no tan afortunados. Entonces, nos ataca la risa ante comentarios sobre gente con defectos físicos. El humor negro también hace furor.
A medida que evolucionamos, vamos incorporando a la galería de nuestros gustos el humor político, las críticas ácidas a las costumbres y la burla hacia los convencionalismos. Es el tiempo de los chistes de salón.
En la madurez, cuando ya se ha disfrutado con todas las distintas variantes del humor (y notamos que muchos chistes que nos llegan comienzan a ser conocidos), vemos todo con ironía: ahora nos causa gracia el patetismo, la mentira y la falsedad de ciertos individuos.
Como paso final, nos mimetizamos con los chistes y situaciones graciosas donde los ancianos son el centro de atención. Referencias a lo perdido y la imposibilidad de alcanzarlo son fuente inagotable de temas para este tipo de humor. Rememorar chistes de aquellos tiempos de nuestra juventud será el bálsamo para contrarrestar el presente.
El entorno social en que se mueva una persona condicionará de manera notable su evolución en el gusto que desarrollará por cada tipo de humor; del mismo modo que no resultará extraño que las vicisitudes que se deban sortear durante el transcurso de la vida también marquen una influencia en el mismo sentido.
Durante mi vida he visto a muchos exponer (sin desearlo) sus frustraciones y carencias al burlarse de otros, que generalmente poseen lo que estos no pudieron lograr.
Si por esas cuestiones propias de la existencia, llegásemos a saltear alguna de estas etapas evolutivas del humor, deberemos invariablemente vivirla fuera de la edad apropiada. En tal caso, seremos algo así como un “Don Fulgencio, el hombre que no tuvo infancia”, aquel entrañable personaje gráfico creado por Lino Palacio.
Finalmente, al avanzar nuestra edad, la nostalgia ganará terreno en nuestra mente. Entonces, será saludable que no se pierda nunca el sentido del humor. Con todo aquello que nos ocurra podemos sacar una sonrisa y así lograr que la vida sea algo mejor.
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