Gracias al renovado buen aspecto del local, logrado tras su
pintado reciente, el Bar- Café “La Nueva Pontevedra” comenzó a gozar de un auge
inédito: de atender siempre a los mismos pocos parroquianos, ahora se sientan a
sus mesas nuevos grupos de clientes.
La inauguración de un complejo de oficinas municipales, localizado en las inmediaciones del local, dio origen a esta bonanza.
El inicial entusiasmo de Manolo, el dueño, se transformó en preocupación: notó que ya no daba abasto para atender a tanto cliente; además, terminaba cada jornada muerto de cansancio.
Este problema tiene una solución obvia: un ayudante. Al menos, así se lo hicieron ver sus paisanos, los gallegos de la Cámara de Comercio; es más, hasta le aconsejaron que empleara a una muchacha joven y le proveyese de un uniforme con falda diminuta, pues, con eso atraería a una mayor cantidad de hombres.
Y así lo hizo: contrató a una veinteañera y le dio la susodicha vestimenta de trabajo; solo que no se dio cuenta de que la chica era chueca. Mejor dicho, chuequísima.
El selecto grupo de parroquianos del negocio, que conforma la barra, notaron de inmediato tal detalle. La bautizaron Periquita, que es el nombre de aquella inocente niña de las historietas; aunque, en verdad, se refería a la denominación de las cotorras. Para peor, el uniforme era verde y amarillo, en honor al café brasilero que se servía en el local. No quedaba nada bien que le hiciesen gestos con el índice, como si le dijeran: “subite al palito”.
Fue una lástima, la chica era muy eficiente y comedida; pero, renunció a la semana y no se la vio más: ni siquiera devolvió el uniforme colorido.
Entonces, Manolo decidió que sería mejor contratar a un muchacho, para que lo ayudase en todo. Y apareció Mamerto Ganselli.
Este muchacho era toda buena voluntad para el trabajo; lástima que no era muy avispado.
Cuando servía los pedidos, el café de los pocillos venía derramado, o no coincidía con lo solicitado por el cliente. La vajilla del negocio comenzó a mermar en número, a pasos agigantados: bandejas enteras rodaron por el suelo. Ante cada estruendo, el gallego expresaba a viva voz su ¡Jesús!, e iba a las corridas a valorizar los daños…
Los últimos tostados mixtos le salieron carbonizados en una de sus caras, aquella superficie que daba para abajo al momento de servirlos. Por fortuna, Mamerto perdió la parrilla de la tostadora…
Los muchachos no fueron muy ocurrentes esta vez: le zamparon “Catrasca”, un apodo que le quedaba justo, como anillo al dedo.
Entre los desastres se cuenta el taponado de las cañerías de drenaje del agua, por el insólito vertido del café molido ya usado dentro de ellas; así como la inundación consecuente, que llegó hasta el salón, cual tsunami cafetero marrón.
Una característa clásica en Mamerto era su torpe manejo de la máquina expresso para hacer el café: salpicaba la leche al calentarla con el vapor a presión y –por si fuera poco- rompía todas las perillas de la cafetera.
Al final, toda esa pesadilla, acabó: un buen día, Catrasca le avisó al patrón que iba a dejar el empleo; puesto que había conseguido un puesto en un laboratorio médico…
Manolo, ya entregado, con la vista enfocada en la nada y un gesto de desconsuelo dibujado en su rostro, se derrumbó en una silla.
Y no le quedó otra alternativa: al otro día, comenzó a trabajar allí “La Patrona”, Ramona, su esposa.
La inauguración de un complejo de oficinas municipales, localizado en las inmediaciones del local, dio origen a esta bonanza.
El inicial entusiasmo de Manolo, el dueño, se transformó en preocupación: notó que ya no daba abasto para atender a tanto cliente; además, terminaba cada jornada muerto de cansancio.
Este problema tiene una solución obvia: un ayudante. Al menos, así se lo hicieron ver sus paisanos, los gallegos de la Cámara de Comercio; es más, hasta le aconsejaron que empleara a una muchacha joven y le proveyese de un uniforme con falda diminuta, pues, con eso atraería a una mayor cantidad de hombres.
Y así lo hizo: contrató a una veinteañera y le dio la susodicha vestimenta de trabajo; solo que no se dio cuenta de que la chica era chueca. Mejor dicho, chuequísima.
El selecto grupo de parroquianos del negocio, que conforma la barra, notaron de inmediato tal detalle. La bautizaron Periquita, que es el nombre de aquella inocente niña de las historietas; aunque, en verdad, se refería a la denominación de las cotorras. Para peor, el uniforme era verde y amarillo, en honor al café brasilero que se servía en el local. No quedaba nada bien que le hiciesen gestos con el índice, como si le dijeran: “subite al palito”.
Fue una lástima, la chica era muy eficiente y comedida; pero, renunció a la semana y no se la vio más: ni siquiera devolvió el uniforme colorido.
Entonces, Manolo decidió que sería mejor contratar a un muchacho, para que lo ayudase en todo. Y apareció Mamerto Ganselli.
Este muchacho era toda buena voluntad para el trabajo; lástima que no era muy avispado.
Cuando servía los pedidos, el café de los pocillos venía derramado, o no coincidía con lo solicitado por el cliente. La vajilla del negocio comenzó a mermar en número, a pasos agigantados: bandejas enteras rodaron por el suelo. Ante cada estruendo, el gallego expresaba a viva voz su ¡Jesús!, e iba a las corridas a valorizar los daños…
Los últimos tostados mixtos le salieron carbonizados en una de sus caras, aquella superficie que daba para abajo al momento de servirlos. Por fortuna, Mamerto perdió la parrilla de la tostadora…
Los muchachos no fueron muy ocurrentes esta vez: le zamparon “Catrasca”, un apodo que le quedaba justo, como anillo al dedo.
Entre los desastres se cuenta el taponado de las cañerías de drenaje del agua, por el insólito vertido del café molido ya usado dentro de ellas; así como la inundación consecuente, que llegó hasta el salón, cual tsunami cafetero marrón.
Una característa clásica en Mamerto era su torpe manejo de la máquina expresso para hacer el café: salpicaba la leche al calentarla con el vapor a presión y –por si fuera poco- rompía todas las perillas de la cafetera.
Al final, toda esa pesadilla, acabó: un buen día, Catrasca le avisó al patrón que iba a dejar el empleo; puesto que había conseguido un puesto en un laboratorio médico…
Manolo, ya entregado, con la vista enfocada en la nada y un gesto de desconsuelo dibujado en su rostro, se derrumbó en una silla.
Y no le quedó otra alternativa: al otro día, comenzó a trabajar allí “La Patrona”, Ramona, su esposa.
Muy bueno!! Como le iría con la Patrona?
ResponderEliminarun abraxo!
Marilyn:
EliminarGracias por tus conceptos.
Sin dudas que la Patrona lo pondrá como ayudante... allí también.
Un gran abrazo.
Vengo hasta aquí para devolver con mi agradecimiento todo el apoyo, las palabras de ánimo, el cariño y la cercanía que me has aportado con tus comentarios en mi blog. Tus palabras y las de todos los que me han comentado han sido para mí un bálsamo que reconfortaba mis pesadumbres en este verano un tanto desapacible. Es por eso que repito este mismo mensaje en cada uno de los blogs que tengo a bien en visitar.
ResponderEliminarAún quedan problemas y asuntos por resolver pero lo cierto es que todo va mejorando. Espero volver pronto a conseguir la normalidad completa en mi blog y poder seguir los vuestros.
El 31 de agosto se casó mi hija Cristina y he querido dejar un pequeño reportaje fotográfico en mi blog de esa jornada festiva y emotiva.
Os he sentido muy cerca y eso siempre lo agradeceré.
Un abrazo de Mos desde la orilla de las palabras.
Mos:
EliminarPara eso estamos, para demostrar nuestro aprecio y solidaridad cuando las cosas no van tan bien como debieran.
Por suerte, pude ver que todo lo de la boda salió de maravillas, pues se los ve a todos muy felices.
Muchísimas felicidades a la nueva pareja y un abrazo inmenso a tu esposa y a tí, extensivo al resto de la familia.
Interesante y humorístico; mas no deja de reflejar algo que le ocurre a muchos sitios de servicio público. No están preparados para el éxito. Se quedaron trabados en las vacas flacas.
ResponderEliminarY el señor gallego debía asesorase para selección de personal.
La esposa en el puesto, como puede ser un acierto, puede ser error, en especial con los parroquianos metiches.
Un abrazo.
Carlos:
EliminarSe dice que "el que no sabe es como el que no ve". Y pareciera que algo de esto le pasa a Manolo.
Obligado a improvisar, las cosas le salieron todas mal.
Al final, tomó como ayudante a la Jefa...
Pobrecito.
Un gran abrazo.
jajajajajaaj Ay por favor cómo me he reído.
ResponderEliminar¿Sabes que yo era fan de Periquita???
Y a "La Patrona" a esa no la despide nadie. jajajaja
Besazo
Dolega:
EliminarNo tengo idea de si a los loritos o cotorras se les llama periquitos en otras latitudes.
Ahora, al pobre gallego, encima lo mandan.
Besote.
Ola Arturo,adorei a história e acho que no momento que Ramona tomar conta,tudo ficará devidamente acertado..Confio no poder das "Patronas".Beijo.SU
ResponderEliminarSuzane:
EliminarEu realmente não sei se Ramona saber gerir bem o negócio, mas com certeza vai conseguir Manolo que, além de ter que trabalhar como um louco, terá a supervisão ...
Um beijo.
En este relato dejas muchos posos interesantes. Es verdad que hay que aprovechar las oportunidades que se nos presenta en la vida para mejorar en los negocios, se trata de satisfacer a la clientela, las necesidades y los gustos de los consumidores cambian y hay que estar preparados. Un factor muy importante es la cualificación de los empleados (más que su aspecto físico), los métodos de selección de personal hoy en día son muy efectivos, pero cuando no se quiere uno bajar del burro y se prefiere seguir en la prehistoria... ocurren estas cosas. La patrona (jejeje...) pues igual tiene buenas dotes de camarera, cocinera y atención al cliente, quien sabe. Otra cosa es que a Manolo le haga gracia contratar a la nueva empleada... Un abrazo.
ResponderEliminarLumi:
EliminarComo decía aquel personaje de TV, el profesor del Toto Paniagua, para referirse a ese alumno: "el que nace para pito, nunca llega a corneta".
Y esto le cabe a Manolo, que manejaba su boliche con cierta solvencia, hasta que prosperó y debió enfrentar algo más complejo.
La Patrona no fue ser la ayudante, obvio.
Un gran abrazo.
Uf, no sé por qué ya puedo imaginarme a La Patrona, creo que las cosas van a funcionar muy bien, pero ¿continuará teniendo éxito el Bar.
ResponderEliminarComo siempre, eres una usina generadora de personajes, Arturo.
Un fuerte abrazo.
HD
Humberto:
EliminarEs muy probable que el boliche de Manolo siga con éxito. Y esto a pesar de la Patrona, que mandará como si supiese.
Eso si: la panza y los kilogramos de más del gallego serán cosa del pasado. Hasta arriesgo la llegada de un festival de canas y una progresiva calvicie...
Un abrazo grandote.
Como ya te dije, tus personajes son únicos y las historias geniales.
ResponderEliminarUn abrazo amigo.
Luis:
EliminarEl pobre Manolo se encontró con un par de ayudantes poco apropiados.
Quizás no haya quedado claro el gesto de "subite al palito": a los loros se les pone el dedo índice -doblado y horizontal- frente a ellos, para que se trepen a él. Los muchachos, al pedirle un café a Periquita, hacían la típica seña de mostrar pulgar e índice, uno bajo el otro, como si marcasen el tamaño de un pocillo; pero, ponían el índice adelante y el pulgar atrás, sobre un plano horizontal.
Creo que el apodo de Mamerto no requiere aclaración...
Un gran abrazo, mi amigo.
Hola Arturo, vaya mala suerte la del pobre Manolo, no salia de una y se metía o lo metían en otra jejeje, y el pobre Mamerto allá donde vaya tendrán que hacer un seguro para todos los que estén a su alrededor, pobre laboratorio donde había encontrado trabajo jeje, y bueno la guinda ya la puso la Patrona, con ella a callar y todo bueno y bonito jejeje, muy bueno lo que nos cuentas:)
ResponderEliminarBesos.
Piruja:
EliminarA este hombre se le complicó demasiado la existencia.
Llevaba durante años -bien que mal- su pequeño boliche, sin demasiados problemas. Pero, cambió para mejor y su vida se le complicó.
En otros ámbitos y a otra gente, suele sucederles algo parecido, no hay duda.
Besos.
Arturo confieso haberme reido, eso no esta bien lo se, pobre Manolo, le crecen los enanos caray. un abrazo
ResponderEliminarMaría Jesús:
EliminarTienes razón con la mala suerte de Manolo. Él, bien podría decir: "estoy tan acostumbrado a perder, que cuando empato, me asusto".
Un gran abrazo.
Qué ocurrencias tienes!.
ResponderEliminarMe he reído lo indecible con los personajes.
Ahora ha tomado la decisión acertada; seguro que se alegra de ello aunque también es seguro que el "nuevo" va a ser él.
Un abrazo.
Belén:
EliminarSin dudas que será el nuevo ayudante y que estará bajo el estricto control de ella.
Le espera un férreo control, construido sobre la base de órdenes del tipo: ¡Manolo!, ¡lava bien esos pocillos, hombre!; ¡barre el piso, que está como un chiquero!; ¡abróchate toda la casaca, que pareces un guarro! y cientos más...
Un gran abrazo.
Arturo, este cuento me tocó. Mi viejo se llamaba Manuel, le decían Manolo, tenía un bar y era de Pontevedra.. Abrazo grande!
ResponderEliminarFernando:
EliminarEs toda una casualidad; aunque los Manolo venidos de España hayan sido legión.
Por esas cosas de los orígenes que no se pierden, mi único sobrino es padre, desde hace seis meses, de un nuevo Manuel.
Y mi abuelo, asturiano, tuvo ''boliche''; que, en su caso, era un almacén. Aunque, creo que llegó a tener bar, también...
Un gran abrazo.
Infinitas gracias mi querido y admirado amigo por siempre dibujar en nuestros labios una amplia sonrisa con los supremos relatos que nos obsequias. Miles de besinos de esta amiga que te quiere un montonazu como decimos los asturianos y siempre te lleva en el corazón.
ResponderEliminarOzna-ozna:
EliminarMuchísimas gracias por tu saludo tan dulce como siempre. Esta historia ficticia solo pretende acercar un poquitín de humor a quien la lea.
Es un honor y un privilegio contarme entre tus amistades.
Besinos mil desde estas tierras primaverales.
Arturo.." El ayudante "
ResponderEliminarManolo hubiese empleado a una señora o señor mayor, son más responsables en sus tareas y en cumplir sin falta el horario a su trabajo.
¡¡ muy bonito tu relato !!
un beso
Doris:
EliminarTe doy la razón...; pero, me hubiera quedado sin el cuento.
Muchísimas gracias por tu comentario, que denota tu interés en la historia.
Te envío un beso.
Pobre Manolo... con lo bien que le iba en un principio. Imagino que con su mujer marcharía muy bien.
ResponderEliminarBesos, me gustan tus relatos.