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Chipá |
¿Mbaépa né
coé?
- I porá nte, ¿jhandé?
- I porá nte, aveí. (*)
Así
nos saludábamos todas las mañanas con Don Marciano Benítez, un paraguayo que
asomaba su rostro sonriente y simpático por la ventanilla del almacén, en aquel
taller de rectificado de motores donde trabajábamos.
Él
me enseñó esas pocas palabras en guaraní, su idioma natal, del que manifestaba
-con orgullo- no sólo saber hablarlo, sino también escribirlo.
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Alberto J. Armando- Presidente Boca Jrs. |
Era
oriundo de Villa Rica; robusto, de tez cetrina y de un pelo negro que insinuaba
algunas pocas canas. Era bastante parecido a Alberto J. Armando, aquel
recordado presidente de Boca Juniors en la década de los sesenta, la semejanza
era notable pues ambos utilizaban sendos anteojos, con el armazón negro,
construidos en celuloide.
Con
él charlábamos de todo un poco, pues generalmente mencionaba temas que causaban
mi curiosidad de muchacho de veinte años. Con él aprendí del chipá (un
bocadillo hecho con almidón de mandioca, queso duro, leche, huevos, manteca y
sal), del tereré (agua fría y yerba mate) y también de la sopa paraguaya
(harina de maíz, cebolla y queso).
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Sopa paraguaya |
Permanecer
bajo un tinglado de chapa galvanizada y sin ningún elemento aislante, como era
el caso de aquel taller, hacía insoportable trabajar durante el verano. En tal situación,
Don Benítez me enseñó un método efectivo para calmar mi sed: debía beber mate
cocido enfriado, que no era el tereré. Aprendí a preparar ese brebaje con el
mayor entusiasmo, aunque el mismo me saliera tan fuerte, que más bien pareciera
tratarse de café negro.Aún me fascina la simpleza de este humilde trabajador,
que no necesitaba de más conocimientos para ganarse el peso honradamente.
Recuerdo
con nostalgia cuando me entregaba unos pequeños fardos de trapo seleccionado,
para que los empleara en la tarea de limpieza, tanto de mis manos como de las
piezas mecánicas; se trataba de un codiciado insumo, como en cualquier taller
mecánico.
Este
hombre, incansable y siempre comedido, como parte de su labor debía acomodar
los repuestos que se guardaban dentro del almacén, y era tan fuerte que los
trasladaba a pulso, incluso los pesados y voluminosos bloques de cilindros de
los motores de camión.
Ante
mi frecuente pregunta:
—
¿Cómo anda Don Benítez?, —me respondía:
—
¡Siempre con ganas!
En
una oportunidad, me refirió que su padre aún vivía y estaba en el Paraguay; que
era un hombre muy fuerte, que tendría por entonces algo así como cien años de
edad. Y que no obstante aún le gustaba tomar algunas bebidas alcohólicas;
además, que no se olvidaba de las damas.
Sabía
algunas palabras en alemán, que había aprendido en un trabajo anterior, y me
enseñó. Diré que hoy recuerdo unas muy pocas, como ser: “Herr
Benítez”.
Tiempo
después, en cambio, me entristeció mucho: fue cuando le oí decir que había
recibido la noticia sobre la muerte de su padre... ¡y él estaba tan lejos!
Si
bien el paso de los años y los cambios que traen consigo me alejaron de ese
mundo, a veces pienso que, si por esas casualidades de la vida, fuese de visita
a aquel taller, lo encontraría todavía tras esa ventanilla del almacén.
(*) ¿Cómo ha amanecido?
- Yo,
bien, ¿y usted?
-