sábado, 24 de marzo de 2012

Amor impensado

Extraño destino el de Saúl Sosa.
Hombre dueño de una locuacidad mayúscula, atiborraba con sus múltiples discursos y exposiciones a cuanta persona le se acercase.
Tenía por manía garabatear sobre cualquier superficie apta para su estilográfica inescrutables esquemas y frases, con el solo fin de dar mayor énfasis a sus argumentaciones; y tal acción tenía lugar ya fuera en las servilletas presentes sobre la mesa de un bar como en cualquier periódico o revista que tuviese a mano en ese momento, el detalle nimio de que tal publicación fuese de su propiedad o ajena no hacía diferencia alguna en su conducta.
Pero, valga decir, Saúl Sosa tenía un pequeño defecto en la dicción: ceceaba.
Tal característica le causaba terribles inconvenientes a la hora de anotar sus famosas frases sobre aquellos variados papeles, pues confundía constantemente la letra ese con la zeta, o con la ce, con lo cual sus escritos resultaban poco menos que graciosos. Entre las pocas palabras en que nunca erraba la ortografía, aparte de las de su nombre y apellido propios, se podían contar a: zarzuelas, zozobra o zonzo.
Si bien nunca se avergonzó por su forma de hablar, esa manera particular de pronunciar las palabras le impedía sistemáticamente llegar a conquistar alguna chica, pues en cuanto se entusiasmaba con su discurso, comenzaba a salivar despiadadamente y terminaba salpicando a quien estuviese cerca. Esta situación molestaba a todos y en especial a cualquier mujer que busque la compañía de un hombre atractivo.
De nada le servía a Saúl explayarse con maestría sobre los más diversos tópicos, ni intentar volverse meloso con alguna muchacha, ese ceceo persistente en su hablar se tornaba insoportable y la desdichada huía espantada de su lado.
Su buen corazón no iba en saga con su inteligencia, de modo que sabedor de lo inoportuno que resultaba su defecto de pronunciación, tomó clases de foniatría. Pero, con desazón pudo comprobar que al intentar concentrarse en hablar correctamente, sus pensamientos perdían la ilación del discurso. Descorazonado, notó que este fenómeno se ponía de manifiesto en cualquier momento, y que lo atormentaba con mayor frecuencia e intensidad cada vez que intentaba acercarse a conversar con alguna chica.
Ante este panorama tan desalentador, Saúl comenzó a tornarse taciturno y solitario.
Hasta que un día, para gran sorpresa de todos, lo vimos en compañía de una chica hermosísima; es más, pudimos constatar que ella le observaba con suma atención, como embelesada, cada vez que él le dirigía la palabra.
Obviamente, a esta fenomenal muchacha no le molestaba en lo más mínimo el defecto notorio que aquejaba a Saúl.
A partir de entonces se los ve juntos a toda hora, tomados de la mano, sonrientes ambos.
Todos pueden ver como él le habla todo el tiempo (más ceceoso que nunca) mientras ella le sonríe siempre, sin interrumpirlo jamás, mientras sus enormes ojos color café se mantienen fijos en una contemplación placentera y atenta.
Lógico, es sordomuda y lo que hace al mirarlo fijamente es leerle los labios.
Dice mi madre que "para cada roto hay un descosido", y así debe de ser...

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