Corría la primavera de
1958 cuando mi madre me llevó de paseo hasta la escuela primaria del barrio. Se
proponía averiguar cuáles eran los trámites a seguir para inscribirme en el
primer grado.
Luego de caminar unas
pocas cuadras, llegamos a destino y entramos a ese edificio. Ese extraño lugar
me dio una impresión de inmensidad.
La portera del
establecimiento le dio a mi madre las indicaciones del caso y juntos nos
dirigimos hacia una de las aulas; allí nos atendió la maestra de primer grado
inferior.
Mientras mi madre se notificaba sobre
la metodología de inscripción y otras cuestiones burocráticas, yo —ajeno a esos
menesteres— observaba con curiosidad lo que hacían los niños que se encontraban
ahí: la mayoría de ellos jugaba. Entre ellos, pude distinguir a Miguelito y a
Juancito, unos vecinos nuestros, que vivían en casas adyacentes, ubicadas ambas
sobre la vereda de enfrente a mi casa. Al notar nuestra presencia, Juancito
hizo una pausa en sus juegos y se acercó a saludarnos, con su amplia sonrisa,
ante la sorpresa de mi madre, que no se había percatado de su presencia.
Recuerdo que los niños de ese
grado habían dibujado en el pizarrón aquella famosa cabeza del afiche de
Geniol, de perfil y con los característicos clavos y tornillos clavados, que
incluían un gran alfiler de gancho pinchado sobre su nariz.
Pude observar como otros
niños, con gran bullicio, jugaban a las figuritas: lo hacían contra el zócalo
de la pared del fondo del aula.
La clase parecía una
romería.
Ante el asombro de mi
madre, la maestra le explicó la razón de tal lío: con el fin de que aquellos
alumnos que terminaban antes su labor no molestaran a los más rezagados, ella
les permitía que jugaran en el fondo del aula. Un extraño método de motivación
el que empleaba aquella docente, sobre todo para aquellos tiempos.
Era la señorita Sara.
Por supuesto que a mí,
que no entendía demasiado sobre cuál era el motivo de nuestra visita a ese
lugar, ni menos aún, por qué razón iban allí los chicos, esa situación de
jolgorio me dejó una idea bastante alejada de lo que en realidad me esperaba a
partir del año siguiente.
Así fue como, uno de los
primeros días de marzo de 1959,
a mis seis años de edad, estrené un guardapolvo blanco,
prolijamente planchado con abundante almidón y un portafolio de cuero, inmenso
y pesado; me separé de mi madre por vez primera e inicié mi instrucción.
Para mi desilusión, al
llevarnos al aula, comprobé que mi maestra no era aquella señorita Sara. En su
lugar me encontré con otra mujer, quien para congraciarse con los niños, nos
obsequió unos pequeños juguetes (que en mi caso consistía en un diminuto autito
de carreras) mientras nos enseñaba las reglas básicas de disciplina, como ser
esa costumbre de levantarse de los asientos y saludar cada vez que ingresara al
aula alguna persona mayor o autoridad escolar.
Todas estas obligaciones
y costumbres me parecían absurdas y molestas, venirme con estas cosas, ¡justo a
mí!, que no tenía limitaciones sino mimos en mi casa.
Al día siguiente, la
docente se percató que yo no pertenecía a sus alumnos, ya que estaba inscripto
en la otra clase: Primer Grado Inferior “B”. Así fue como la encargada de
instruirme pasó a ser la señorita María del Carmen. Con ella aprendí a leer y a
escribir. Increíblemente, de ella sólo recuerdo su rostro, registrado en la
fotografía del curso.
Al tercer día de clases me
fugué. Ya resultaba demasiado loco para mí quedarme en ese lugar, donde no
conocía a nadie, me pasaban de aquí para allá, tenía que dejar de hacer aquello
que me tuviera entretenido para levantarme de mi asiento y —de pie a un costado
del mismo— saludar a desconocidos. De modo que, luego de formar parte de una
ordenada doble fila india en el patio y antes de dirigirme al aula, entre
sollozos me fui de la escuela tratando de alcanzar a mi madre.
Como ella, en vez de
regresar hacia nuestra casa, como supuse, se había dirigido hacia otro lugar para
hacer alguna diligencia, seguí solo mi camino. Corrí y lloré por no divisarla,
hasta que por fin llegué a mi hogar.
Es de imaginar la
sorpresa de mi madre al regresar a casa y encontrarme allí. Junto a mi abuela
tuvieron que convencerme de lo bondadosa que era mi maestra, de que era tan buena
como mi mamá, o mi abuela, o la tía Dora y otras cuestiones por el estilo;
hasta creo que mi madre al regresarme a la escuela se quedó en clase por un
rato, para que me sintiera contenido y no volviera a fugarme. Los días
posteriores me quedé en la clase por cuanto no tenía otra opción.
Así perdí mi libertad.
Pareciera que en esos
momentos ya intuía lo que me esperaba en la vida.
Ahora, lo niños empiezan
este calvario desde una edad más temprana, cuando todavía son más inocentes e
indefensos.
Tu maravillosa descripción de la primera escuela ha conseguido que recuerde ese olor a colegio que siempre me acompañará. Es cierto que perdimos la libertad. No solo eso: perdimos espontaneidad, originalidad, creatividad...¡Qué difícil resulta para los adultos, imaginar algo distinto de lo que nos han enseñado! En cambio la mente de los niños vuela...¡Hasta que lo educan!. Es una pena que ese adoctrinamiento comience ya a los dos años, o antes. Pero es cierto que las madres tienen derecho a una vida profesional y una libertad económica, aunque los perjudicados sean los hijos. Algún día este mundo cambiará...y tiene que ser a mejor, porque peor imposible.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo Arturo.
Antonia:
EliminarNuestro acondicionamiento a la cultura de nuestra sociedad requiere de la educación masificada y uniformada.
La mejor manera para obtener la futura mano de obra especializada es fabricar los recursos humanos a medida. En concordancia con ello, habrá escuelas buenas (para los que se incorporarán a las capas dominantes) y escuelas ordinarias, para los futuros sufridos habitantes.
En ambos casos y más allá de los beneficios de unas sobre las otras, ambos tipos de escolaridades tenderán a anular la libertad de las personas. Aquel niño de libre asociación lógica, será encaminado a pensar y a actuar de acuerdo a las conveniencias del Estado, o de los poderes económicos que usufructúan sus esfuerzos. Eventualmente, la religión le dará contención a su frustración.
De allí el clima triste de mi reflexión final.
Por fortuna, algunos somos rebeldes y nos reeducamos en la defensa de la libertad absoluta, la única digna.
Te agradezco de corazón tu comentario, pues me dio la oportunidad a explayarme sobre el trasfondo del tema.
Un gran abrazo.
El problema es que los padres se quieren saar de encima a sus hijos mas pronto....por eso el kardín de infantes!!buen finde!
ResponderEliminarGeraldine:
EliminarNo puedo saber cuáles fueron las expectativas de los padres cuando procrearon a esos niños.
En nuestro caso, nuestra hija siempre tuvo a su madre al lado durante estos veinte años. Fue nuestro mayor deseo por doce largos años, por lo que -cuando llegó- disfrutamos de su crianza. Por ser solita, a los tres años la enviamos a guardería, para que aprenda a socializar con otros niños.
Hoy cursa segundo año de Derecho, en la UBA.
Buen fin de semana para vos. también.
Un fuerte abrazo.
me hiciste vivir todo esa genial descripción... en la primavera de 1958 yo estaba en la barriga de mi madre todavia.
ResponderEliminarun abrazo
carlos
Carlos:
EliminarHabías sabido ser un jovenzuelo, aun.
Gracias por tu amable comentario.
Que pases un buen fin de semana.
Un gran abrazo.
Crudo recuerdo el tuyo. Cuando somos pequeños el cambiar de ambiente nos hace temer lo peor. Que no volverán y que somos abandonados.
ResponderEliminarBesazo
Dolega:
EliminarUn analista se daría una panzada con mis recuerdos.
Recuerdo que estaba parado junto a mis compañeritos en la fila y que –llorando- apoyé mi cara contra el vidrio de una puerta, que daba hacia la entrada de la escuela. Ese vidrio era del tipo fantasía; es decir, no era transparente por completo, sino que deformaba la visión, a este fenómeno visual se le sumaba el otro, causado por las lágrimas en mis ojos.
Tomé coraje y salí a las corridas, no sé si se dieron cuenta con el bullicio reinante.
Llegué a casa y estaban mi padre y su madre -mi abuela María- quienes me calmaron y sacaron el guardapolvo. Cuando apareció mi madre, yo jugaba con Marita, mi hermanita de ocho meses, frente a su cuna.
Al año siguiente, no quería ir más: consideraba suficiente el saber leer y escribir…
Beso.
Nada más nacer ya hemos perdido nuestra libertad, nos hacemos notar con ese don que dios nos dio para enterar a los mayores, que tenemos hambre sed y estamos orinados e incomodos, y es él lloro a veces berrido porque no nos hacen caso.
ResponderEliminarNos haces recordar esos años de escolar, donde me traen muy buenos recuerdos, ya que el profesorado se esforzaba en hacernos las horas de clase lo mas amenas posible.
Saludos
José:
EliminarEs cosa curiosa que la misma persona por la que se desvivían por estar con ella, cuando era un bebé, nadie desee tenerla consigo, cuando recibe el don de la longevidad.
Debo decir que has tenido mucha suerte, pues yo solo tuve fiesta en tercero y en sexto grado, con la Señorita Sara y con el inefable ”Ringo” Chichizola.
Saludos cordiales.
Hola Arturo, también pienso que los primeros años escolares son los que nos enseñaban disciplina, como ser formar en fila, guardar silencio en la clase y cantarle a la bandera en esas mañanas heladas de invierno en que castañeteaban nuestros dientes por frío. Mi primero inferior fue en una escuela viejísima, con aulas enormes y obscuras y patio con campana. Es imborrable el recuerdo de mi maestra, la señorita Beatriz, de una ternura enorme con los niños.El siguiente ya nos mudamos a escuela nueva recién estrenada, con aulas modernas, y patio de recreo enorme.Nunca me quejé de la escuela que quedaba a siete calles de mi casa. Una sola maestra, la de tercero, me retaba por reírme con mis compañeros, a esa la recuerdo como a un sargento jajaja.Mis recuerdos más fuertes son los de mis compañeritos, siempre se juntan grupos más afines, Julio, Maxi, Boirón, Humberto, Santiago, éramos compinches y compañeros de juegos.Siempre me gustó la lectura, leía toda clase de novelas, también el cine, y como a mis amigos no les interesaba, iba solo a uno que quedaba a cuatro calles de casa, todas las semanas, eso entre los 10 y los 11 años.El programa escolar sigue sin embargo siendo atrasado, no contempla las inquietudes y necesidades del niño, en algún momento tiene que reprogramarse para que sea más ágil y didáctico. Veo a mi nieto que le dan materias, sin explicación, y a ellos les resulta difícil porqué no saben el significado de las palabras. Es difícil estudiar así. En quinto grado me dieron un libro de la colección Billiken como premio a la mejor composición, tema: La madre, cómo no iba a tener para escribir del ser que más amaba en la tierra.Algunos estallan antes otros después, la bandera de la libertad la tomé a los once años, pasando a estudiar de noche el último grado, mientras, previo pedido de permiso a mi padre, comencé a trabajar en algo que me gustaba.Estudiaba con compañeros que el menor me llevaba seis años de edad, todos trabajaban por supuesto.
ResponderEliminarEs grato Arturo que hayas traído estos recuerdos de tu infancia escolar.
Un abrazo.
Migue:
EliminarEn mi caso, mis amigos de la niñez y adolescencia eran los vecinos del barrio. Siempre preservé mi libertad en compañía de ellos, mientras que escuela, luego el colegio y la universidad, eran lugares de preparación para mi vida laboral y eran parte de mis responsabilidades. Traté de pasarlo lo mejor posible; pero, me divertía cuando callejeaba con mis amigos.
Sin querer abundar en el tema, es obvio que la enseñanza está acorde a los planes de los poderosos: ellos jamás harían algo que amenace su status quo.
Recuerdo haber retirado y leído novelas de aventuras, que había en la biblioteca del colegio. Cuando cumplí nueve años, mi tía me regaló seis libros, tres de ellos de la Colección Robin Hood. Ahí me conquistó –para siempre- Mark Twain.
Vista mi facilidad para el aprendizaje, mis padres querían que diera un año libre, algo que desaconsejó un médico, al alegar que eso sería perjudicial, pues yo sería muy chico para integrarme con mis compañeros mayores. Por consejo de ese profesional, me enviaron a estudiar idioma inglés y en un año avancé dos niveles de adultos. Luego dejé, por el costo elevado y debido al inicio del colegio industrial.
En tu caso, se habrá puesto difícil terminar de noche. Eran tiempos en que los chicos trabajaban desde corta edad. Muchas veces, por necesidad…
Un gran abrazo.
Me ha gustado mucho, y además a la vez que te leía, iba recordando mis tiempos de escuela...
ResponderEliminarUn beso.
Misterio:
EliminarMuchas gracias por tus palabras; solo espero que a tu mente hayan retornado bellos recuerdos.
Besos.
Qué recuerdos tan bonitos donde se fraguaba el carácter del hombre de hoy.
ResponderEliminarUn beso.
Mara Azul:
EliminarEvidentemente, cada individuo adopta para sí aquello de su eenseñanza que más se adapta a su ser.
Gracias por tus palabras.
Un beso.
Bello relato de una etapa de la infancia que es muy importante. Cuesta trabajo adaptarse a estar fuera del hogar cuando donde uno es querido y mimado.
ResponderEliminarun abraxo!
Marilyn:
EliminarLa experiencia inicial fue muy traumática. Yo era muy apegado a mi madre y me gustaba jugar junto a mi hermanito.
Todo el entorno familiar era muy bueno conmigo, siempre los quise y me sentí cómodo en su compañía. De allí surgían mis reservas hacia los extraños.
Un gran abrazo.
Hola Arturo, me ha encantado tu breve relato de una experencia única y sublime. ;)
ResponderEliminarA mí me gustó un montón: me sentía importante con mi bata de cuadros azules y mi falda plisada, formando fila con el cuaderno de primaria. Creo que tardé mucho tiempo en darme cuenta de que, en cierta forma, me robaron una parte de mi creatividad. Tengo todos los cuadernos pintados con figuras y paisajes en los márgenes. En clase me sobraba mucho tiempo, y aunque estuvo todo muy bien, sé que hoy, podría ser diferente.
Efectivamente sigue siendo un rebaño lo que se educa, no una personalidad concreta, un individuo en formación, o una mujer igual que un hombre... No sé, ahora lo veo con mi hijo, y hay muchas cosas que han cambiado, pero lo sustancial, desgraciadamente me parece muy parecido.
Un beso para tí. ¿Eres alguno de la foto? ¡Preciosa fotografía, por cierto!.
Laura:
EliminarYo solo dibujaba cuando daban tema libre. Y lo hacía lo mejor que podía, aunque jamás quedara satisfecho.
En cierta oportunidad, mi hermano dibujó un Cabildo de mayo de 1810 muy diminuto. Me maté de la risa, pues nuestra madre le preguntó por qué había hecho esa miniatura, donde los patriotas parecían hormiguitas. A los pocos días, mi hermano dibujó un tren que ocupaba las dos carillas del cuaderno. Casi lo matan...
En la foto aparezco mirando a la cámara, bien peinado y con zapatitos y zoquetes blancos.
A mi lado, aparece Roberto Cantizano, de zapatos negros (fue un muchacho trágicamente fallecido, a sus dieciocho años -su madre es la señora que mira la cámara-), a la izquierda está Battaglia y el hermano de Torres, quien se ubica entre Cantizano y yo; mientras mira con cara de asombro.
Un beso.
Ya se me ha perdido el comentario grrrrrrrrrr.
ResponderEliminarTe decía que qué tierno tu relato y que a mí me pasó todo lo contrario y lloraba porque no tenía la edad para ir al cole.
Tanto lloré que mi padre, aburrido supongo de oirme, echó mano de influencias (cosas que podían ocurrir entonces) y me dejaron incorporarme al curso en enero.
Conservo recuerdos maravillosos de Doña Paca, mi primera maestra, incluido un libro de cuentos enorme que obtuve como premio.
Besos
María:
EliminarNo eres la única que conozco que, de niña, se desvivía por ir a la escuela.
Yo detestaba perder mi tiempo con los deberes, que no aportaban ningún conocimiento y me ocupaban el tiempo de los juegos.
Quien entró un año antes fue mi hermana. Ella cumple el quince de julio, por lo que empezó un mes más tarde que el resto y con cinco años y nueve meses de edad. Lo hizo para cursar con su amiguita, Patricia.
Me alegra de que hayas evocado años felices.
Un beso.
Arturo me ha encantado conocer tus primeros días de clase, y ver una imagen de cuando eras pequeño, por cierto... ¿quién de todos eras tú?
ResponderEliminarYo no recuerdo con desagrado mis primeros días de clase, recuerdo mi bata, el olor de la goma de borrar, los lapiceros de colores, la pizarra, los juegos... era otra época, que aunque había disciplina creo que no era tan severa como en los años cincuenta.
Un beso.
María:
EliminarSoy el niño que mira a cámara en primer plano, de zapatos y zoquetes blancos y... ¡peinado!
Por supuesto que antes la disciplina y los castigos eran otros. Mi madre nació en enero de 1930 y a los seis años inició la escuela; allí, una vez la enviaron de penitencia al sótano que había bajo el escenario, por no haber aceptado como castigo el recibir un reglazo en sus dedos. Mi abuela, al enterarse, fue y armó un escándalo con la Madre Superiora; quiso sacar de la escuela a mi madre y a sus dos hermanos mayores. Con mil promesas la convencieron de no hacerlo; pero, al año siguiente, todos fueron inscriptos en la Escuela del Estado.
Un beso.
Ola caro amigo,texto gostoso de ler,e tomar conhecimento de teus tempos de escola na infância.Eu pelo contrário,gostei demais de me inteirar com meus novos amiguinhos desde o primeiro dia em que fui levada á escola.Talvez ,por não ter tido nenhum irmão ou irmã para brincar ou brigar em casa,adorava passar a tarde envolvida a conhecer as novidades que para mim eram apresentadas.Foi um tempo que me deixou saudades..... E adorava minha professora.Na ocasião era uma moça linda ,com muita paciência e muito sorridente.Meu grande abraço e que tenhas uma ótima semana.SU
ResponderEliminarSuzane:
EliminarCertamente não teve suas amigas para jogar e ter companhia. Eu vi as meninas gostam da escola mais do que os rapazes.
Eu não preciso ser muito sábio para saber que você era feliz e amada lá.
Um grande abraço.
Arturo.." A la escuela "
ResponderEliminarMe has hecho reir escapar de la escuela jajaaj...y cuando
llegan a hombres de edad si lo internan por algún imprevisto
se escapan de los sanatorios.
Las mujeres nos adaptamos más a todo.
¡¡ Precioso relato !!
( El niño de la foto eres tu ?? )
un beso
Doris Dolly:
EliminarSupongo que no lo dirás por mí: de mis quince -aproximadas- intervenciones quirúrgicas, solo tuve pánico cuando me iban a operar de cataratas (una pavada); en el resto, me las banqué bien.
En mi modesta opinión, creo que el miedo no tiene que ver con el género, pues he visto asustados tanto entre los hombes como entre las mujeres.
Y ya llevo veinte años en esto...
Estás en lo correcto, ese rubio de seis años era yo.
Como siempre, muchas gracias por tu comentario.
Un beso para mi actriz preferida (ví tu video).
Qué lindo texto. ¿Qué decirte, Arturo, siendo del "gremio"? ;)
ResponderEliminarMis primeras maestras son las que formaron mi vocación, unas apasionadas por enseñar. Del secundario, en cambio, sólo rescato un par y no de lengua y literatura, precisamente. Yo, que nunca me fui de las aulas, te puedo decir que no recuerdo mi primer día de primaria. Tnego flashes aislados.
El primer recuerdo fuerte vino de la mano de una amonestación en tercer grado. Hice monederitos de tela para todo el grado y me los puse a repartir mientras la seño copiaba en el pizarrón. El quilombo que se armó, mameeeta!! Como vivía a la vuelta de la escuela la maestra no tuvo mejor idea que ir directamente a tocarle el timbre a mi vieja (que cita ni entrevista jaaaa). Se ve que me traumé lo suficiente porque desde ahí fui buena alumna, de las tragas. Y me calmé, obvio.
Reucerdo también el guardapolvo almidonado, las guillerminas Grimoldi blancas! (hoy a un chico no le aguantarían 10 segundos limpias) y el portafolios primicia, después fue el de cuero cosido. Y al colegio de señoritas. Por favor! Tremendo.
Hoy existe el período de adaptación y la articulación jardín primero para que esos primeros días no sean tan traumáticos.
Beso grande, maestro. Qué bien se lo ve en la foto "¡Estás igual!"
San Montelpare
Sandra:
EliminarTu destino estaba escrito. Entraste a las aulas para no salir más de allí.
Las épocas de niños con todo su arsenal de útiles, respeto y vestimenta, cambió por completo y no necesariamente para peor.
Si te fijás bien, mis zapatos blancos acordonados son con suela de cuero. Recuerdo que se pintaban con un líquido lechoso y un pincelito.Corbatas y moños tenían un elastiquillo que los fijaba al cuello...
Un beeso, San.
¿Quién de la foto eres tú, Arturo? ¿el niño de feliz mirada, sonrisa franca y flequillo de comulgante?
ResponderEliminarUna colosal estampa de la pérdida de libertad (!) mientras desfila la niñez cándida por el albedrío de la Escuela. ['Cuna de valores', nos inculcaban en las Escuelas Normales a los futuros docentes]
Y luego, a retomar las riendas de la infancia, si nos dejan, que estrenamos todos vestidos de batas blancas o a rayas.
¡Qué bonito, qué tierno relato, Arturo!
Felicidades y un abrazo grande
(el vídeo no he conseguido abrirlo)
PMPilar:
EliminarEn realidad, flequillo nunca usé... Ni siquiera por Los Beatles.
Soy el de zapatitos blancos en primer plano.
En épocas de mis padres, los maestros eran intocables y Santa Palabra; en mi época los respetábamos, aunque a algunos se les cuestionara su idoneidad; hoy los niños los toman en broma y los padres llegan a agredirlos. Todo esto son prueba de nuestra progresiva decadencia cultural...
Muchas gracias por tus palabras.
Un fuerte abrazo.
Mil gracias mi querido y admirado amigo por concedernos el privilegio de hacernos testigos de tus bellos, tiernos y entrañables recuerdos. Muchos besinos de esta amiga que te quiere un montonazu.
ResponderEliminarJulia:
EliminarEl que está muy agradecido soy yo, por tanta amabilidad para conmigo.
Besinos transatlánticos.
El recuerdo del primer dia de escuela siempre nos acompaña, como aquel en que perdimos la "virginidad". De alguna manera viene a ser lo mismo,
ResponderEliminarLa escuela: un mal necesario que puede llegar a ser un tormento pero al que siempre quisieramos regresar.
Mu7y bello tu relato.
Saludos!
José:
EliminarAunque son bien diferentes tus ejemplos, ambos tienen el misterio de la iniciación implícito en ellos.
Nuestro aprendizaje comienza el día en que nacimos y quizás antes todavía; lo que sucede es que mientras en nuestro hogar se nos prepara para ser individuos, en la escuela se nos introduce en nuestro rol de ciudadanos y trabajadores.
Gracias por tus palabras.
Un gran abrazo.
Pues fíjate que yo no guardo recuerdo de ese primer día, si de otros claro. También me inicié a los seis años, creo que la otra hornada ya empezaría a los cuatro hasta llegar a los recién nacidos de hoy en las guarderías, no voy a dar mi opinión sobre si este avance es mejor o peor, lo que sí critico es la falta de voluntad por parte de los gobiernos de algunos paises llamados desarrollados, donde incluyo al mío,en donde conciliar la vida laboral con la familiar es practicamente imposible y donde muchas veces las mujeres tenemos que elegir entre una cosa o la otra y tomes la decisión que tomes siempre quedará una espinita clavada por la no elegida.
ResponderEliminarBesitos de gofio.
Gloria:
EliminarLos Gobiernos no descuidan la educación, ni la cohesión familiar. Su objetivo está a la vista, al igual que sus resultados -o logros-, solo que la gente cree en las mentiras con las que los manejan.
No es secreto que el Estado estuvo y está al servicio de los poderosos.
En el juego vigente siempre perdemos nosotros...
Besos.