jueves, 12 de abril de 2012

Siguen allí

Tío, abuelo, madre y casa (1941).
Dicen que todo aquello se fue, que ya no está más. Yo no lo creo, ¿a quién se le puede hacer creer semejante cuento?
Me refiero al asunto ése, el de la casa chorizo, con su galería, con su jardincito al frente, con la huerta y el gallinero en el fondo del lote, con su baño aislado, con puerta hecha en madera, que dan al patio de piso de ladrillo.
Digo, esa casa con su cocina de paredes oscuras, por causa del tizne que le deja el humo del eterno fogón a carbón, donde se cocinan esas comidas tan sabrosas, que me gustan tanto. Ahí, donde está el receptor de radio, eternamente encendido, para que suene un tango o se oiga la novela, o bien todas esas propagandas cantadas con estribillos corales tan pegadizos y que conozco al detalle.
Hablo de la misma casa aquella, que tiene su salida a través de esa puerta hecha en un bastidor de caños, con su alambre artístico y su cerradura tipo corredera máuser. La que tiene un cerco, también hecho con el mismo tipo de alambrado, donde crece una ligustrina que da intimidad al lugar y una buena sombra para la siesta estival del perro Batuque.
En ese lugar está también ese jardincito humilde, con sus rosales o sus geranios, siempre llenos de flores y las madreselvas perfumadas, las infaltables plantas frutales, donde no falta el limonero generoso, o la higuera llorona.
Y también la canchita para jugar a las bolitas del frente de la casa, ubicada más allá de esa vereda de ladrillos desparejos, siempre protegida por la sombra del sauce llorón.
Dicen que si alzara la vista ya no vería pasar al trolebús silencioso, o a esos automóviles negros y voluminosos, esos Ford, Chevrolet o De Soto, que siempre producen ese ruido característico, el típico de sus cubiertas sobre el asfalto caliente y pegajoso, en medio del silencio que reina durante las tardes calurosas.
No lo creo. Seguro que si voy para allá ahora mismo encontraré —como siempre pasó— al vecino, Don Gaitano, ese tano vestido con la eterna camiseta de algodón sin mangas y con su pantalón de gabardina ancho, sujeto a su cintura por una faja negra, con su toscanito apagado entre labios, que rodea esa barba perenne, de un par de días.
Seguramente, estará sentado en su silla de madera, con asiento de paja, y con el respaldo puesto hacia adelante, donde siempre apoya sus brazos robustos y desde donde otea al mundo.
Veré a su perro de raza indefinida echado a su lado, aburrido como él, mientras espanta cansinamente al mosquerío, con esos raros y espasmódicos movimientos del pelaje.
Por eso, sólo deberé entrar a esa casa, tener cuidado para eludir la efusividad del Batuque, de modo que no me ensucie la ropa con su festejo, invariable y sincero. Y allí, seguro, estarán recibiéndome los que más quiero, porque yo soy parte de ellos. Son mi familia.
Si, ya puedo ver todas esas miradas francas...
Así como fue, es y siempre será.
    

10 comentarios:

  1. Hermosos recuerdos, y qué bien contados. Con tu permiso tomaré asiento al lado de vosotros para oír la radionovela, quizás después tome una limonada bajo esa higuera llorona.
    Me encanta como escribes, me recuerdas al estilo de mi adorado García Marquez, de mi envidiado Vargas Llosa, de la respetada Allende.Es curioso, tengo varios amigos y amigas argentinas, y todos escriben de maravilla. ¿Qué tiene el aire de allí que os entra por la boca, os embriaga y os hace escribir de esta forma?
    Un gran placer leerte, amigo.

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  2. Antes que nada debo agradecer las inmerecidas comparaciones, ya que los artistas que mencionas son de primerísimo nivel.
    Este relato se encuadra dentro de los etiquetados como "sentimientos"; esto significa que prima el corazón antes que la razón, algo bien remarcado en la negación de la realidad que pregona el relator.
    Personalmente, me agrada intentar una doble lectura: una historia en superficie, fluida y simple (aunque no desprovista de alguna minuciosidad) y otra interpretación más profunda, que es la verdadera razón del escrito. No sé si lo logro, pero al menos eso trato de hacer.
    Creo que de este modo podrán sentirse satisfechos tanto los lectores veloces, como aquellos otros que desgranan los textos. De ahí surge la idea de descubrimiento que se refleja en la oración que complementa el título del blog: "Un lugar donde descubrir aquello que tienes a la vista y no consigues ver".
    Muchísimas gracias por tu visita y por tu tan generoso comentario.

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  3. Una entrañable historia, colgada de recuerdos. Me encantó leerte Arturo.

    Gracias por tus comentario en mi blog. Un placer.
    Besos.

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  4. El agradecido soy yo, Teresa; tanto por tu visita como por el reconfortante comentario.
    Un cordial saludo.

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  5. Don Gaitano me hizo acordar a "El hombre de la camiseta calada", aguafuerte de Arlt. Lindo texto!

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  6. Muchas gracias Sandra:
    Yo tengo una deuda con Arlt, ya que he leído muy poco de él. A principios del año 1979 cayó en mis manos "El jorobadito y otros cuentos", un libro de historias muy crudas. Yo estaba en una fase de mi vida quizás plena de optimismo e inocencias, por lo que no me sentí identificado con el texto, de modo que no me gustó e hice un paréntesis con el autor. Hoy tengo en lista de espera al menos dos de sus obras. Curiosamente, me agrada más Borges, aunque jamás podré escribir ni una línea como lo hacía él.
    Una vez más, muchas gracias por tus comentarios.
    Saludos.

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  7. Arturo, lograste hacerme sentir dentro de esa casa, pude sentir la frescura de sus sombra, el aroma de su patio y hasta la efusívidad de Batuque.
    Un abrazo.

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  8. Si bien yo era muy chico cuando se mudaron de allí mis abuelos (cuatro años recién cumplidos), recuerdo muchos de los detalles de esa casa, el resto -como suele hacerse siempre- son agujeros que los lleno con mi imaginación, el perro se llamaba Bonzo (puesto que Batuque era el perro de la niñez de mi padre).
    En esta evocación, según desarrollé en un comentario previo, intento cumplir con dos objetivos: el primero es hacer rememorar y emocionar, a los de mi generación y aun mayores, con un nostálgico e idealizado relato; además, hacer ver que los recuerdos siempre perduran vivos en lo profundo de nuestra mente.
    Un cordial saludo, El Moli.

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  9. Los recuerdos nos pertenecen y las cosas son como nosotros queramos evocarlas, el tiempo las cubre con una capa de nostalgia y rememoramos momentos en los que pensamos que tal vez fuimos felices. Este sentimiento nos proporciona una conformidad con la vida y "...como, a nuestro parecer, cualquier tiempo pasado fue mejor." Dicen los versos de Jorge Manrique.
    Un saludo Arturo. Bonitos recuerdos se agolpan en mi mente...

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    Respuestas
    1. Antonia:
      Dices bien en tu comentario que serán como deseamos evocarla.
      En este caso es una versión idealizada de una familia de la época, donde mezclo recuerdos propios, con historias que escuché alguna vez, o que inventé.
      Lo hermoso de las situaciones felices del pasado es que están inmóviles, imposibles de ser cambiadas, carecen de las posibilidades del presente, donde un momento feliz puede aparecer de improviso, para transformarse en un instante pasajero y fugaz.
      En cambio, las alegrías del pasado las recordamos con nitidez: están acotadas a un plazo definido de tiempo, donde tuvieron lugar.
      Me ha satisfecho mucho el saber que el texto te ha traído recuerdos bonitos a tu mente.
      Saludos muy cordiales.

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