viernes, 20 de abril de 2012

Rostros

Al mirar el espejo del botiquín ubicado sobre el lavabo, el reflejo le había devuelto ese mismo rostro anodino que asomaba cada mañana.
Impávida y desgreñada, esa imagen varonil mejoraba a medida que progresaba su acicalado: rasurada la barba, peinados los cabellos y cepillados los dientes, hasta parecía feliz.
Ante ese espectáculo, se propuso tener una jornada dichosa.
Luego, como hace cada rutinario día, se preparó el desayuno. Lo ingirió sin apuro: degustaba por largo rato cada sorbo de la infusión y saboreaba placenteramente cada uno de los bocados que le propinaba a esos bizcochos dulces, con los que solía acompañar siempre esa colación; un tarareo rompía la monotonía.
El tarareo de esa canción indefinida lo acompañó hasta la puerta de calle. Allí se encontró con el portero, don Ramoncete, un hombre empecinado desde siempre en que lo llamen “encargado del edificio”. Tras cruzar los saludos de cortesía de costumbre, pudo observar que este hombre llevaba marcado en su cara un semblante de tristeza profunda.
 –­¿Qué le pasará? –Se preguntó. Y, sin más, siguió su camino hacia la estación del subterráneo, lugar desde donde se trasladaría a su trabajo, una oficina del Ministerio del Interior, para cumplir su cotidiana y repetida labor.
Casi como un autómata bajó las escaleras hacia el andén del subterráneo y sin ansiedad esperó hasta que llegase la formación. Seguía ensimismado con el tarareo de esa canción cuando se sentó en uno de los tantos asientos laterales que poseía el vagón.
Entonces, como es su costumbre desde hace años, comenzó a observar a sus ocasionales compañeros de travesía. Los rostros que pudo ver, pese a lo extraño de su apariencia, no le llamaron demasiado la atención: siempre ubicaba alguna chica bonita en derredor donde posar su vista con preferencia, mientras dejaba que el resto del contorno solo fuera una excusa para no fijar la vista exclusivamente en ella.
Esa chica iba sonriente, mientras escuchaba algo a través de unos diminutos auriculares, que llevaba puestos y disimulados entre su cabellera larga y morena.
Al llegar a destino, debió dejar este espectáculo tan motivador para apearse del vagón y dirigirse a la diaria labor en la estrecha oficina del Ministerio…
La recepcionista lo recibió con una sonrisa embelesada, que contrastaba con el tono formal y monocorde de su saludo.
Camino a su lugar de tareas se cruzó con el siempre sonriente cadete quien -inexplicablemente- no sonreía como de costumbre. Su expresión era más bien de miedo…
Entonces, dejó de tararear esa pegadiza melodía, al caer en cuenta de que todo lo que lo rodeaba era demasiado extraño.
Por eso no se asombró para nada cuando al llegar al lugar donde estaban sus compañeros de oficina comprobó que, mientras chanceaban y se reían a mandíbula batiente con cuestiones banales y del consabido mal gusto de siempre, sus rostros denotaban sentimientos dispares: Prieto se notaba aburrido y cansado, “La Pochi” expresaba una mueca de suficiencia y soberbia, Lavallén mostraba un rostro de disgusto, pese a que su voz denotaba alegría al festejar los chistes del Gordo Palamara; quien, al cabo, era el único en el grupo que presentaba una sonrisa plena, coherente con sus ademanes y el tono de su discurso.
–¿Qué diablos es lo que pasa? –Se preguntó nuevamente; al notar que, desde esa misma mañana, ningún rostro reflejaba lo que decía.
Hasta que, unos minutos más tarde, al observar su rostro reflejado en el viejo y gastado espejo del baño de hombres, volvieron a su mente -recién entonces- los amargos momentos vividos la noche anterior.
Se indignó nuevamente al recordarla a ella: siempre tan solícita, tan sonriente y tan tierna.
Con esa misma ternura tan demostrativa con la que iba del brazo con ese desconocido, que tarareaba esa maldita melodía.
      

6 comentarios:

  1. A veces, ciertos días es mejor no mirarse al espejo, porque éste nos devuelve una realidad intacta, otras finge el reflejo y se acomoda a nuestro paladar.
    Un buen relato, Arturo.
    Gracias

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    1. Muchas gracias, Alicia María, por tu comentario.
      En este extraño cuento intento mostrar un personaje que niega lo que ve.
      Curiosamente, descubre la verdad detrás de las máscaras. Incluso -al final- tras su propio rostro, falsamente feliz.
      Aunque suene fantasioso, ¿acaso no nos ha sucedido alguna vez?
      Saludos.

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  2. Extraño relato Arturo, solo se entiende al llegar al final.
    Muy bueno.
    Un abrazo.

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    1. Cierto, tenés razón, es muy extraño.
      El pobre hombre se negaba a ver lo que sus ojos le mostraban; en cambio veía otras actitudes (¿eran verdaderas, acaso?), hasta que se desengaña y ve su propia realidad, tras la falsa máscara de la mujer de sus amores.
      Por lo general, mis historias son más transparentes, pero ésta se me ocurrió enrevesada. ¡Qué le vamos a hacer!
      Un cordial saludo.

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  3. /\___/\
    (=^.^=)
    (")___(")
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    ......★MaRiBeL★.....

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    1. Muchas gracias, Maribel. Son bien recibidos y mejor retribuidos, ante quien lleva adelante un blog con gran esmero y sentimientos virtuosos.
      Espero que sean de tu agrado mis mensajes, donde desde mi particular visión, trato de mostrar el mundo que nos rodea.
      Besos.

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