lunes, 16 de abril de 2012

Las mellizas Guanti

Los viejos vecinos del barrio recuerdan aquel día por la noticia sensacional: habían nacido unas mellizas iguales entre sí; mejor dicho, idénticas entre sí.
Esta novedad, convertida en el comentario obligado de cuanta comadrona poblara varias manzanas a la redonda, daba cuenta de lo insólito del caso: Trascendía que hasta en el peso que habían tenido al nacer estas bebas no se sacaban diferencia alguna; ambas pesaron exactamente igual: dos kilogramos quinientos cincuenta gramos, aseveraba la partera, doña Olinda.
Par de guantes reversibles (idénticos)
Las ubicaron en el mismo moisés, ya que por su pequeño tamaño cabían perfectamente ambas en él. Eran muy inquietas, y se revolvían constantemente en ese lugar compartido, por lo que se mezclaban constantemente. Pese a los cuidados de su madre, nadie podrá asegurar que no se les hayan permutado los nombres repetidas veces. Las cintitas de colores que les habían puesto para identificarlas, se soltaban de sus menudas muñecas.
Este problema acabó a partir del momento en que las bebas comenzaron a entender cuál era su nombre y en consecuencia respondían ante la mención del mismo. Supongo.
Ya desde aquel primer día sus padres las vistieron con ropas idénticas, en franca observancia a esa costumbre tan absurda de aumentar el parecido entre sus hijas y enloquecer a todo aquel que quisiese identificar a cualquiera de ellas. En contrario a lo que se pudiera suponer de estos malentendidos, las muy pícaras hermanas se divirtieron siempre con ello. En estas ocasiones, ante el confundido interlocutor, ellas cruzaban miradas pícaras y reían con falso pudor.
Es sabido que hay gemelos que son prácticamente iguales, aunque siempre es posible encontrar una pequeña diferencia entre ambos que los identifica. Este no era el caso, pues además de hermosas, las mellizas Guanti eran idénticas en todo: desde la parte física, hasta la modulación y el tono de la voz, sus refinados modos, sus gustos y sus gestos.
Solían decir que hasta sus huellas dactilares coincidían. Aunque, alguien les oyó decir alguna vez que, entre sus travesuras de juventud, se habían tomado la licencia de empadronarse mediante el ardid de presentarse una sola de ellas para ambos trámites. Como  resultado de esta acción, las huellas dactilares presentes en los archivos resultaban idénticas, para ambas jóvenes.
Este intercambio de posiciones ya lo habían perfeccionado en el colegio, donde, más de una vez, había rendido exámenes la más preparada de las dos, siempre en nombre de aquella que lo necesitara. Su caligrafía era idéntica, también.
Entre sus familiares y amistades, más de uno porfiaba que la foto de comunión, en la que aparecían ambas cruzando miradas con ternura, era en realidad un burdo truco fotográfico, consistente en la imagen de una de las niñas enfrente de un espejo.
Los libros que más gustaban de leer eran Príncipe y mendigo, de Twain y aquel de mosqueteros, que refiere la historia del hombre de la máscara de hierro, de Dumas. Su admiración recaía sobre todo par de artistas que fuesen mellizos: ya se tratase de las dulces y tiernas niñas Serrantes de la televisión, más conocidas por sus apelativos de Nu y Eve, o las Kessler, unas bailarinas alemanas que causaban furor en el Lido de París. De las películas, no se despegaban de la pantalla del televisor cada vez que emitían "Alias flequillo", con José Marrone, que encarnaba un personaje que tenía un sosías, idéntico a él, o se embelesaban ante cualquier película de las Legrand.
En su lecho de muerte, la madre de ambas les había pedido que nunca, por razón alguna, se pelearan o separasen, que se quisieran mucho y buscaran ante todo la felicidad. Ellas mismas comentaron, años más tarde, que ese mismo día se prometieron cumplir con el deseo de su madre, y que para ello serían tan unidas como jamás nadie lo había sido antes.
Pese a esa unión tan notable entre ellas, durante un buen tiempo, todos se acostumbraron a ver como solo una de ellas salía con alguno que otro muchacho; de manera circunstancial y por poco tiempo. Esta actitud, sin duda, marcaba una diferencia notoria en la conducta de las hermanas.
Pasados unos años en esa rutina, todos quienes las conocían se sorprendieron al comprobar que ambas se habían puesto de novias a la vez, y con unos elegantes muchachos, desconocidos por completo en ese barrio.
Se casaron el mismo día, en la misma iglesia y ceremonia. Como no podía ser de otro modo, los respectivos esposos, a más de no ser gemelos, ni siquiera hermanos, poseían un parecido notable: ambos tenían idéntica talla, color de piel, cabellos, ojos, etcétera; si hasta sus nombres eran similares, pues se llamaban Saúl Rizzo y Luis Rossi.
Como ya se imaginarán, los vestidos de novia y los tocados que utilizaron eran calcados el uno del otro.
Compartieron fiesta y viaje de luna de miel. Volvieron tan felices, que daban envidia.
Don Guanti cedió a los matrimonios la amplia casa paterna, mientras se mudaba a un departamento más reducido, ubicado en las proximidades de su otrora casa. De este modo permanecía cerca, pero independiente; era conocido por ser un tremendo picaflor, el viejo. Y seguramente deseaba privilegiar su intimidad.
Las mellizas siempre organizaban las salidas de paseo para que fueran de a cuatro: ellas y sus respectivos maridos, que eran obligados a vestir también con atuendos similares. A su paso, todo el mundo volteaba la cabeza para observar la curiosa escena.
Esta costumbre la seguían inexorablemente, incluso hasta cuando iban de vacaciones de verano a Santa Teresita: allí compartían la casa de un tío de ellas.
Estos pobres maridos se las veían en figurillas en aquellas vacaciones, asaltados por la duda en todo momento en el que, al observar a la cuñada, les parecía que se trataba de su propia esposa, y viceversa.
No era fácil la vida de esos hombres, que no podían identificar con certeza a sus respectivas mujeres.
Azorados pudieron comprobar aquellos soleados días de playa que ambas hermanas, que lucían idénticos bikinis diminutos, no poseían sobre la piel ni el más insignificante lunar que les permitiera identificarlas.
En estas inauditas circunstancias, lo único que los podía salvar era la aparición inesperada de alguna pequeña imperfección cutánea en alguna de ellas. Así, con cierta seguridad, podían saber quién era cada una de ellas, o al menos estar seguros que se trataba siempre de la misma mujer.
Cuando uno de ellos les sugirió, medio en broma medio en serio, si no se estarían haciendo las graciosas, intercambiando lugares, las mellizas se miraron con picardía, mientras emitían sus bien conocidas risitas cómplices, y negaron tal conducta, a la vez que –de inmediato— contraatacaron, y le preguntaron a ese desdichado si no era acaso él quien se estaba poniendo un poco lujurioso.
Invariablemente, la duda crecía en la mente de estos hombres, que para peor ya comenzaban a mirarse con desconfianza mutua.
Todo esto terminó de repente, cuando un ataque cardíaco se lo llevó a Rizzo.
Fue llamativo para todos como ambas hermanitas lo lloraron, con idéntico pesar y dolor. Se consolaba la una a la otra.
A partir de entonces, la hermana viuda se apegó aún más a su gemela. Por esos días se las vio bastante desmejoradas. Justo a ellas, que eran unas bellezas radiantes.
Al poco tiempo, Luis se paseaba del brazo de ambas mellizas que, como siempre, vestían idéntico atuendo.
Contra toda suposición sobre un fastidio en el marido, por la intrusión de la gemela, todos pudieron observar que se los veía nuevamente muy felices. Hasta se fueron los tres juntos de vacaciones en el verano siguiente a la misma casa en la playa…
Se comentaba por lo bajo que ese hombre debería ser un pusilánime, un débil de carácter. Solamente así se explicaría que las hermanas lo llevaran tan de las narices a cualquier parte. Y él siempre tan feliz, con esa sonrisa lánguida en el rostro y sus ojos entrecerrados de dicha.
Pero, como toda felicidad es solo pasajera, lo impensado sucedió: murió una de las gemelas.
Según parece (es la versión oficial de los interesados) quien falleció fue la viudita. Prueba evidente de ello es que, tras el comprensible drama del luto en los deudos, la sobreviviente siguió con su rutina marital.
Por cuanto las huellas dactilares de estas mujeres eran idénticas, nunca se pudo establecer lo que pasó con ellas.
Hoy, esa pareja anodina, no llama la atención de nadie…
      

12 comentarios:

  1. Excelente relato, la trama, las descripciones...sobre un tema que genera muchísimas fantasías. Muy bien logrado, capta el interés hasta el final. Un gusto.

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    1. Muchísimas gracias por tus conceptos.
      Esta historia enmarca un juego de incertidumbres que son la constante de nuestras vidas.
      ¿Acaso alguien está seguro de conocer a tal o cual persona?, ¿quién es quién?
      Nada más desconcertante que el empleo de gemelas para mostrar las diferentes facetas de cada uno. Es decir, ¿cuándo somos uno? y ¿cuándo somos otro?
      Borges utilizaba en este juego a la imagen del espejo; aquí, con cierto pícaro humor, intento plasmar la incógnita desde mi modesta capacidad literaria. No tengo la respuesta y la historia mínima expuesta da fe de ello.
      Eres bienvenido a este nuevo espacio, donde a nadie obligo a caminar junto a mi (ya he atiborrado a conocidos y amigos con estos mismos textos, vía mail, por lo que espero me perdonen).

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  2. Muy interesante tu respuesta. Como madre de mellizas me alegra ver que son diferentes en físico y carácter. Pero me asombra, pese a lo distintas que son, los rasgos míos que descubro en ambas. Saludos!

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    1. A diferencia de esta historia, por lo general los mellizos difieren en su conducta; al menos es lo que pude observar a lo largo de mi vida. Los suele unir un lazo afectivo más sólido que el de cualquier par de hermanos; siempre uno de ellos toma el liderazgo. Es decir: por más parecidos que sean físicamente, cada uno tendrá su propia personalidad.
      Respecto al parecido de tus hijas contigo, era de esperar que así sucediese. Si lees "Apariciones" (20-02-2012), notarás mi opinión al respecto.
      Como siempre, muchas gracias por tu visita y comentarios.
      Saludos.

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  3. Muy bueno, Arturo, inquietante y muy bien contado, le voy pillando el tranquillo a tu estilo, muy peculiar. Felicidades.

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    1. Muchas gracias, Fernando.
      Creo que vistas con un poco de humor, las conductas de la gente son más interesantes.
      Pese a mis limitaciones y contradicciones, trato de comunicar aquello en lo que creo (al menos al momento de redactar esas líneas).
      No sé cuál es la razón, pero algunas personas básicamente actúan diferente y molestan a su entorno, son -ante todo- egoístas. No pueden evitarlo, infiero. En este blog busco gente de la otra, de la sensible, de la buena, aquella que te incita a compartir momentos, juntos. Hasta ahora, pareciera que lo he logrado.
      Veo que ya has organizado la rutina del recién llegado y has vuelto a publicar. Enhorabuena.
      Espero seguir en contacto. Y reitero mis felicitaciones por el arribo de Víctor.

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  4. Fantasioso y sutil relato de una historia que en realidad puede ser contemplada en hechos reales de mellizas,donde siempre estará presente el humor que genera ciertos comportamientos de la gente de alrededor.

    Gracias por las gentiles visitas

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    1. Ante todo, el agradecido soy yo, de que visites este espacio.
      Esta historia, que puede leerse con una sonrisa en el rostro, solo pretende mostrar la incógnita de la identidad. Nadie puede estar seguro de conocer a persona alguna. Mucho menos a las mellizas Guanti, cuyos nombres de pila han sido ocultos a propósito.
      Un saludo.

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  5. Tienes un bello blog, me quedaré para seguirte, besos al alma.

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    1. Eres bienvenida. Espero que tu estancia sea agradable y -por qué no- sirva para que reflexiones sobre los temas expuestos. Y ,quizás, te inspiren en algún poema.
      Prometo visitar tu obra.
      Un cordial saludo.

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  6. Arturo, te fuiste tan al extremo de igualdad, que me parecía leer un cuento de realismo mágico :)
    Muy bien llevado y con detalles interesantes, como el de que todos los personajes tienen nombre, excepto las mellizas.
    Un gusto leerte.
    ¡Abrazo!

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    1. Muchas gracias por tu comentario, Sergio.
      No tenés ni la más remota idea de lo que disfruté al escribir esta increíble historia.
      Y pensar que el disparador de la historia surgió a partir de unas mellizas, ya ancianas, que solían ir muy del brazo y vestidas igual, por mi barrio. A paritr de allí fue un "paseo de salud".
      Hasta pronto y un abrazo.

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