viernes, 27 de abril de 2012

Años de miseria y miedo

En ninguna otra oportunidad pude percibir la pobreza de los trabajadores como en aquel lugar.
A tanto llegaban las carencias, que algunos de ellos, a la hora del almuerzo y como no disponían de un poco de dinero para adquirir el sustento, mendigaban algo de comida a sus compañeros.
Era patético ver como el presidente de la firma, uno de los varios hermanos que eran propietarios de esa firma, se paseaba por la fábrica a las doce menos cinco, con el fin de pillar a alguno de los trabajadores en la acción de cocinar o de comer antes del horario estipulado para el almuerzo. Supongo que, con aquella actitud de gendarme, pensaría que lograba una mayor productividad en su empresa.
Heladera tan llena como los bolsillos de los obreros
No obstante, nadie lograba impedir que alguno que otro trabajador cocinara o comiese fuera de horario, o se pudiera escabullir en algún recoveco, para dormitar un rato, mientras sus compañeros lo cubrían.
Un día, ante una persistente migraña necesité tomar un calmante; por indicación de mis compañeros fui al quiosco interno que tenía un mecánico en una empresa subsidiaria de los mismos dueños, cuyo edificio era contiguo y se vinculada a las instalaciones en las que yo trabajaba a través de una arcada.
Este hombre, de alrededor de sesenta años de edad, le había asignado la función de quiosco a un par de cajones de su mesa de trabajo. Estas gavetas se encontraban llenas de mercadería de la más variada: cigarrillos, fósforos, aspirinas, chicles, galletitas, apósitos, etcétera; con la comercialización de estos productos, que les vendía a los restantes operarios, sumaba un dinero adicional al de su magro salario.
Jamás pude saber cómo se las ingeniaba para ingresar a la fábrica toda esa mercadería (o quién era el "bondadoso" que se lo permitía).
Uno de los muchachos que trabajaba en nuestro grupo, fanático de Boca Juniors, no tenía ningún otro tema de conversación más que el referido al fútbol. Y su discurso siempre estaba asociado al cuadro de sus amores. Pobre...
Para amenizar las jornadas, contra toda disposición vigente, con mi compañero de inspección y calibrado en el calorímetro de heladeras, solíamos prepararnos una colación a media mañana; el refrigerio consistía por lo general en malta con leche caliente, acompañada con galletitas untadas. Para ello, disponíamos de la leche en saché, el pan de margarina y los frascos con dulces, alimentos que manteníamos guardados en las mismas heladeras que ensayábamos.
Más de una vez al distraernos con nuestra labor, estas heladeras salían del calorímetro con su valiosa carga; tal situación nos obligaba a realizar una pesquisa entre los equipos listos para la entrega, con el fin de recuperar nuestros alimentos y hacerlo todo sin ser descubiertos.
Un día me mandaron, como ayudante de un especialista, a realizar un servicio de mantenimiento a los equipos de aire acondicionado que poseía el edificio de la AFA. Mi mente barruntaba la idea de que podría tener la oportunidad de encontrarme frente a frente con algún jugador famoso; por desgracia no fue así, razón por la cual volví de esa excursión muy desilusionado.
En otra oportunidad, tuve que acompañar a otro oficial a verificar un caso de garantía. En aquella ocasión se trataba de una peluquería femenina, propiedad de un estilista de conducta amanerada, quien nos relató que el equipo de aire acondicionado había explotado y llenado con una nube maloliente el local, algo que -confesó- le había causado "un enorme susto".
En realidad, ese equipo tenía una sobrecarga de gas freón industrial, lo que hizo que aumentara la presión del circuito y fallase una de las soldaduras del evaporador, lugar por donde fugó el refrigerante, junto con el aceite del compresor, pulverizados.
Esa nube oleosa dejó todo el coqueto lugar pringoso y maloliente, para desconsuelo de tan delicado peluquero. De solo imaginar la situación, aún me río.
Entre los personajes menos simpáticos de aquella fábrica se puede contar a ese pobre imbécil que oficiaba de capataz y que perseguía a la gente con denuedo, a la vez que la trataba bastante mal. Es más que seguro que a ese infeliz también lo habrán despedido -como a cualquier hijo de vecina- el aciago día en que la fábrica tuvo que cerrar.
Entre la peonada que desplazaba la mercadería en unas singulares plataformas sobre ruedas, había un par de chilenos huidos de su patria tras el derrocamiento de Allende. Uno de ellos nos confesó que tras el golpe de Estado, los militares lo habían prendido y encerrado en el estadio nacional de fútbol, junto a sus camaradas; allí los tuvieron tres días sin probar bocado. Cuando les llevaron un guiso ordinario para que se alimentasen, debido a la desesperación causada por el hambre padecido, se quemaron dedos y labios al comer su magra porción. Esto me lo contó mientras transcurría el primer semestre de 1977.
Este chileno solidario más de una vez nos halló los alimentos extraviados y subrepticiamente nos los acercó...
Una mañana, al dirigirme hacia esa fábrica a pie, pude observar como al menos tres autos se detenían frente a un edificio de departamentos, de seis o siete pisos; de aquellos vehículos bajaron cerca de una docena de personajes, de la peor traza (portaban armas largas). Entre lo que hablaron pude oír que alguno preguntaba: "¿Es aquí?"
En ese momento no entendí lo que pasaba, ni supe quiénes eran ellos, aunque -obviamente- presintiera que no era algo bueno lo que hacían.
En mi caso particular, técnico recibido y estudiante avanzado del quinto año de ingeniería, nunca tuve un reconocimiento al nivel de mis tareas. Luego de nueve meses de explotación, conseguí un empleo en otra empresa como supervisor, con el doble paga. Eso marcó mi salida de ese infierno.
Cuando varios años después de haber trabajado allí, pasé por delante de ese lugar y pude observar que esa fábrica no existía más, que en el espacio ocupado originalmente por su edificio de tres plantas solo se podía observar un espacio vacío, desde el piso hasta el cielo, no sentí ningún tipo de nostalgia, ni derramé lágrima alguna por su suerte.
En lo más profundo de mi ser imaginé que aquellos compañeros de trabajo de entonces hoy estarían -al menos- con un trabajo tan bueno como el mío.
         

6 comentarios:

  1. Que buena semblanza Arturo, pensar que uno eso lo ha vivido tantas veces, yo nunca tuve trabajo fijo dado que siempre fui cuentapropista, y pude ver infinidad de cosas como la que cuentas, también vi la contraparte, en empresas como por ejemplo Acindar, donde cada quien hacia lo que quería ademas de robar.
    Lamentablemente en nuestro hermoso país nos falta lo más elemental; "Educación"
    Un abrazo.

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  2. Es así, en ciertos momentos la relación laboral se torna una lucha autodestructiva; donde la desmedida codicia de unos genera el resentimiento y la reacción de los otros.
    Vos sabrás, en carne propia, de la lucha cotidiana por cobrar tus servicios.
    Pero, lo que expongo es una las épocas más críticas para los derechos de los trabajadores.
    Yo fui a parar allí luego de trabajar ocho meses en una concesionaria (de afamada marca francesa) donde me pagaban una miseria, pese a ser técnico en automotores, cursar cuarto año de ingeniería mecánica y realizar las tareas de un especialista. En la fábrica del relato gané mucha experiencia laboral y su horario (06:00 a 14:00 horas) me permitía seguir con comodidad la carrera universitaria (19:00 a 23:00 horas), que era mi objetivo principal por entonces.
    Un abrazo.

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  3. Creo que por esos umbrales han pasado por desgracia muchisimas personas y aun en esta época tan adelantada se suelen da esos casos en empresas sin conciencia y esclavizadoras.

    De mis tiempo por tu país que también lo considero un poquito mio,vi muchos caso para mi entender muy desagradables,por eso el personal que me hacia falta y me asignaban,siempre los traté como amigos haciéndole todos los favores de cara al supervisor.

    Saludos

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    1. José:
      Al dejar ese empleo en la fábrica de heladeras y equipos de aire acondicionado fui a trabajar como capataz en una empresa de comercialización y procesado del vidrio.
      En este otro lugar pasé los mejores años de mi experiencia laboral, pues no se daban allí las terribles injusticias que sucedían en la otra firma.
      El ambiente de trabajo era más amigable. Y esa sola característica hacía una gran diferencia. Se trabajaba con una sonrisa, por las chanzas y bromas entre los operarios.
      Un saludo.

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  4. Hay situaciones muy injustas, y sumadas a contextos donde la falta de justicia es sistemática... se viven situaciones mas que tristes.
    Lo bueno es que pudiste hacer de esto un peldaño. Lo importante es guardar las injusticias en la memoria para que sean carne, y no permitir que nos vuelvan a ocurrir.
    Un abrazo grande!

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    1. Corina:
      Es bien conocido por todos que hay lugares donde trabajar se puede convertir en un infierno, o en una fiesta constante. Esto depende de varias cuestiones: un empresario que le interese tener a sus empleados motivados o un grupo de trabajadores que congenien y den un ambiente positivo a su labor. Generalmente, el supervisor tiene una incidencia principal en estos climas. Un ejemplo de buen clima laboral es la entrada "Ingresos fabulosos"
      Afectuosamente.

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