lunes, 12 de noviembre de 2012

El tormento


Desde muy chica abominaba de las tormentas.
Eran aquellos tiempos lejanos, cuando la madre le decía que el estruendo de los truenos arruinaba la nidada de las gallinas y de las demás aves de corral. Eso la ponía de pésimo humor, pues amaba jugar con esas pequeñas criaturas.
El hecho de que una tormenta estival hubiera arruinado su fiesta de cumpleaños número quince, nunca lo había podido superar. Aquella tarde triste, además de arrancar todos los adornos que colgaron en el patio: guirnaldas, banderines, globos y aquel elaborado cartel multicolor, con la palabra mágica "Feliz Cumple Clarita", había impedido la llegada del payo Luis, el muchachito rubio por quien suspiraba en sus sueños; quien, empapado y embarrado, había decidido retornar a su casa, antes que presentarse a la fiesta en ese estado.
Muchos años habían pasado ya, reflexionó Clara, a la vez que su mente prosiguía con el listado de calamidades sufridas por culpa de las lluvias violentas: mojaduras diversas, a causa de no llevar paraguas (o por dejarlo olvidado en cualquier lado), el granizo que más de una vez destruyó cosechas de su padre y que arruinó la camioneta nueva, la crecida del arroyo que siempre los dejaba aislados del pueblo...
Pero lo de esta vez superaba todo lo anterior.
No solo que la terrible tormenta había sido una sumatoria de rayos y viento arrasador (se decía que era un ciclón) que había hecho temer por la voladura de los techos de la casa, tal como había sido la suerte del viejo galpón, sino que por causas del temporal se había cortado la energía eléctrica, los caminos estaban intransitables y la camioneta no funcionaba, debido a que se había arruinado el encendido, según palabras de su hermano Pedro.
Como el arroyo estaba muy crecido, la jardinera que condujo su padre, a duras penas llegó al lugar y solo para constatar la imposibilidad de vadear ese curso de agua.
Quedaron aislados del mundo, incomunicados.
Las baterías de su teléfono celular y las de todos los otros dispositivos, de propiedad de los demás habitantes de la casa, se descargaron en poco tiempo.
No había manera de hablar a través de ellos, ni de enviar un mensaje a nadie.
La radio portátil, pronto se acalló, pues las pilas que la alimentaban estaban a media carga y se agotaron.
Entonces, se había hecho un silencio atroz en esa casa: los jóvenes se habían dado cuenta de que no tenían tema alguno de conversación.
Los padres, en cambio, proseguían con su charla, que trataba los temas de siempre, relacionados con los quehaceres de la finca o con risueñas anécdotas del pasado. 
Mientras esto ocurría, Clarita y sus hermanos menores los miraban con un dejo de aburrimiento. Ya no podían eludir -en modo alguno- esas conversaciones, reiterativas y parcas, para evadirse de la realidad.
Con angustia, observaban sus inútiles dispositivos electrónicos, una amalgama de plástico y metal, que los acompañaban siempre.
Ya llevaban tres días en ese tormento.
Fue entonces cuando Clara decidió arrojar su celular al fondo del aljibe y sumarse a la conversación de sus progenitores. Sus hermanos la imitaron.
    

17 comentarios:

  1. Volver a las fuentes.
    Ese final me pareció estupendo, merced a la electrónica hemos perdido la palabra, el mirarnos a los ojos. Los aparatejos nos absorben.
    Muy buen artículo amigo.
    Un abrazo.

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    1. Luis:
      Muchas gracias por tus palabras.
      El relato es bastante explícito, deja clara una posición tomada al respecto.
      Lo curioso de todo este fenómeno es la no gratuidad del mismo. y cuando afirmo esto, lo hago en sus dos campos: en el estrictamente comercial, que está asociado a la utilización del servicio pago de comunicación y a lo que nos cuesta en términos de aislamiento y pérdida de afectos genuinos.
      Un gran abrazo, mi amigo.

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  2. Qué bueno, Arturo. Y es que la tecnología no sé en que nos terminará convirtiendo, pero no me gusta el camino que llevamos. Benditas conversaciones "a pelo", in situ, al calor de los presentes.
    Felicidades, me gustó mucho.
    Un abrazo, Arturo.

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    1. Gracias, Fernando.
      Es como tú dices: conversaciones "a pelo", de cuerpo presente, donde no solo se intercambian oraciones más o menos interesantes, sino que puedes acceder a todo el lenguaje corporal que acompaña cada exposición.
      Esos detalles son los que enriquecen la reunión, pues ponen de manifiesto los estados anímicos de cada interlocutor. Una voz, incluso la imagen electrónica de un rostro, no tienen la capacidad de transmitir eso.
      Un enorme abrazo.

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  3. Muy bueno, Arturo. Sería necesario un diluvio universal para que los chicos de hoy no consideren al celular como una prolongación de su mano.
    Nada más lindo que escuchar la voz humana, el mirarse a los ojos, el quedarse en una pausa, los gestos... cosas que ningún dispositivo electrónico jamás de los jamases podrá reemplazar, por suerte!!
    Saludos van, maestro!

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    1. Sandra:
      Creo que Huxley, en "El mundo feliz", relataba que a la gente se la hacía dormir mientras oía frases que programaban su subconsciente. Esa misma técnica se emplea hoy con los juegos electrónicos para niños. La idea es crear personas dependientes del ultra consumo.
      A mi hija le agradan algunas propagandas de TV, yo las aborrezco a todas: no me gusta que intenten manejar mi mente. Le hago notar eso, para que no la engatusen, ni le generen necesidades falsas.
      ¿Nunca te preguntaste el por qué de los juegos violentos? Era bastante joven cuando vi un documental, donde los japoneses "entrenaban" a niños muy pequeños, que "jugaban" con espadas de madera, o con unos "avioncitos" que colgaban de sus cuerpecitos mediante tiradores y con los que emulaban combates aéreos.
      Era atroz verlos, uniformados: gorrita Gath & Chaves blanca, camisa y pantalón claro, zoquetes blancos y zapatos idénticos.
      En otras formas se esconde aquello mismo.
      Te mando un gran abrazo.

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  4. Un tiempo mezclado o no?. El pasado y el presente. La vida de los adultos que sigue con lo suyo y la de los jóvenes que vive en otra onda. Menos mal que un acontecimiento adverso redime la distancia y acerca a las dos generaciones.
    Muy buen relato.
    Saludos cordiales querido Arturo.

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    1. Genessis:
      Has visto bien: son dos generaciones con distintos grados de libertad. Por suerte, Clara se dio cuenta de ello y retomó la conducción de su vida. Los más jóvenes la imitaron, señal de que no todo estaría perdido.
      ¿Es un sueño?, ¿una utopía?, no lo sé.
      Te envío un fuerte abrazo.

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  5. Qué lección nos das en esta entrada, Arturo. Mucho celular, mucho chat, mucha tecnología y no somos capaces de hablar con quien tenemos al lado en tu propia casa. Y ya ni te cuento con el vecino a la entrada o salida del portal.

    Siempre dije que la comunicación es muy importante. Y más cuanto más cercana y de bis a bis.

    Un abrazo de Mos desde la orilla de las palabras.

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    1. Mos:
      En mi caso, la adolescencia marcó una época de poca comunicación interesante; salvo cuando me arrimaba a los mayores, para escuchar sus conversaciones, que me parecían más sabias que las de aquellos de mi propia edad (aunque -necesariamente- esto no fuese cierto siempre).
      Para la juventud, ya en la Universidad, pude hablar con algunos pocos compañeros, mayores que yo, que me hacían notar sus vivencias y ayudaban a mi formación. En esa época comencé a liberarme de la timidez y a entablar diálogos con gente variada. Ya como profesional, mi comunicación con quienes estaban en mi entorno se hizo más fluida y comencé a ahondar en las bondades de la interpretación de los mensajes de mis interlocutores.
      Recuerdo vívidamente a un médico, conocido de mi padre, que me hizo notar lo siguiente: cuando hay un accidentado, que está muy grave pero aun consciente, la gente huye de su presencia, o lo observa a una distancia prudente. Me dijo que si -alguna vez- me tocaba estar en esa situación, que me acercase a él, la gente en esa situación necesita diálogo; además, suelen decir cosas muy sabias en su momento límite.
      Eso es algo que ningún dispositivo electrónico puede darnos.
      Un gran abrazo.

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  6. Algo bueno trajo la tormenta, otro tipo de conexión que no siempre se aprecia en toda su valía sobre todo por los jóvenes. Un relato impecable.

    Un beso gran Arturo.

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    1. Teresa:
      Quizás todos estamos dentro de una tormenta, que nos impide ver con claridad; Clara pudo hacerlo.
      Todos hemos sido jóvenes alguna vez; parte de la madurez alcanzada es ver el contexto, en lugar de enfocarnos en algo en especial y con exclusividad.
      Por ello, es entendible que los más jóvenes se obnubilen con los espejitos de colores que representan los nuevos dispositivos, sin medir las consecuencias de su presencia. Es su lógica inexperiencia la que manda.
      Lo triste es observar a cuarentones (o mayores) que actúan como adolescentes. Nos gritan en la cara que se quedaron en el camino...
      Besos.

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  7. En esta época por desgracia entre nintendos wi-fi y televisión ha desaparecido las agradables conversaciones familiares,cada uno en su mundo prisionero de la tecnología.

    Saludos

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    1. José:
      Recuerdo con total claridad cuando tenía ocho años y en las noches de estío salía junto a mi hermano a la calle luego de cenar; nos dirigíamos a sentarnos frente al portal de la casa de la Tota. Allí charlábamos largo rato, niños y mayores, mientras obserbábamos el cielo estrellado y nos hacíamos preguntas diversas. Cada tanto, descubríamos un satélite que pasaba...
      Sobraban los dedos de una mano para contar cuáles eran los vecinos que poseían teléfono.
      En esa simpleza había mucha felicidad.
      Un gran saludo.

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  8. Cuento engañoso, que amaga con llevarnos hacia una desgracia y termina tomando posición en contra del abuso de la tecnología.
    Aclaro lo del abuso, porque yo disfruto de mi conexión a internet, la que me permite leerte, entre otras cosas :)
    La otra noche, cuando me despedía de mi hijo, vimos pasar un satélite.

    Un gran abrazo, Arturo.

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    1. Sergio:
      En esta cuestión del abuso de los dispositivos, cabe aquello que dice mi vieja: "lo poco, agrada; lo mucho, enfada".
      El que uno se entretenga con algo, o adquiera un cierto hábito, no está mal; el problema es cuando tales conductas se exacerban a través del consumo, para beneficio de unos pocos...
      Ya que mencionaste el paso del satélite: ¿te acordás de la alegría que se siente al ver surcar el cielo una estrella fugaz?
      Cuando compartíamos esa visión con alguien, la dicha era mayor.
      Un abrazo enorme.

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  9. Que preciosa historia. Cuando la técnica enmudece, al final aparecen las palabras.
    Lo que queda claro es que el ser humano se comunica sí ó sí :D
    Besazo

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