lunes, 16 de julio de 2012

El Frutilla


Un personaje anodino, de esos que adornan con su presencia cualquier reunión de amigos, de compañeros de trabajo o de estudios, ése era "El Frutilla".
Si bien su nombre verdadero era Heraclio Venelucz, nadie lo llamaba ni por el apellido y menos aún por el nombre de pila. Todos le decían “El Frutilla”.
Lo apodaban de ese modo pues exhibía en su mejilla derecha un lunar de color fucsia y forma trapezoidal; una particularidad que la gente atribuía a un antojo no satisfecho de la madre de Heraclio, cuando estaba en la dulce espera del infeliz.
— Parece -decía Toto, el chistoso del grupo-, que a la vieja del Frutilla se le había antojado que le compren un vestido estampado, de colores vivos y como el viejo no le dio con el gusto, le salió un hijo con esa frutilla estampada en el cachete, ¡apagado y zonzo!
Y se reía a las carcajadas, ante el festejo generalizado de los demás, mientras que el pobre Heraclio Venelucz sonreía avergonzado.
Por increíble que parezca, siempre se lo podía encontrar en los corrillos que se armaban en el trabajo o en cualquier reunión organizada fuera del ámbito geográfico y los horarios de trabajo.
Inmutable asistía a las conversaciones de los demás, sin aportar jamás nada al temario del momento.
En esas ocasiones, su pasividad y festejo medido daba calce al "Petiso" García, para que se envalentonase en sus mendacidades y prosiguiera con esos relatos increíbles, hasta llegar al ridículo.
De andar cansino y pausado, a pasos suaves, cual ave zancuda en el estero, se lo veía pasar a "El Frutilla" cuando se dirigía hacia su lugar de trabajo, mientras portaba un vaso de vidrio irrompible, donde llevaba preparado su té con limón infaltable. 
Pajarraco, Cigüeña, Tero-Tero y otros motes por el estilo matizaban el vocabulario que empleaban sus compañeros para referirse a él. Los muy burladores deberían creer que se parecían a un adonis.
Como calzaba zapatos con suelas de goma, su andar resultaba silencioso al extremo. Tan sigiloso caminaba, que más de una vez asustó a alguna compañera distraída, quien, al descubrir su proximidad, emitía un chillido de terror inenarrable.
Era el único de esa oficina que se ponía un guardapolvo gris, para preservar sus vestimentas contra la suciedad imperante en la superficie del mobiliario. Mugre aumentada por los espolvoreos de tierra que algunos chistosos prodigaban sobre los muebles de Heraclio.
Gozaban al hacerle iniquidades y reírse con disimulo a sus espaldas (o en su cara).
Su físico era delgado al extremo, provisto de largas extremidades y un cuello delgado y fino que soportaba esa cabeza triangular donde, además del lunar descripto, llamaba poderosamente la atención su enorme nariz aguileña. Sus cabellos cobrizos y lacios al extremo vivían peinados inmutables, con raya al medio y fijador.
Pero, la diversión a costillas de "El Frutilla" terminó de golpe. Fue el día en que les comentó a sus compañeros de oficina que iba a dejar el empleo.
Intrigados y más que sorprendidos por la novedad, comenzaron a preguntarle el por qué de tal decisión; sin obtener, en principio, ninguna respuesta adecuada de parte de Heraclio. Mas no se dieron por vencidos, insistieron repetidas veces, tanto que -como era de prever- al final lograron que les comentase la razón de su ida: el pelele había heredado una cuantiosa fortuna, por el solo hecho de ser sobrino nieto de un poderoso hacendado de Rafaela, en la provincia de Santa Fe.
De hecho, les confesó, que esa misma tarde debía presentarse en una escribanía del centro de la ciudad de Buenos Aires, para firmar las correspondientes escrituras.
Los muchachos no salían de su asombro. Se quedaron sin saber qué decir; lo mismo que a los treinta días, más o menos, cuando Heraclio se apareció por la oficina a visitarlos y participarlos de la boda que contraería con una prima lejana que, curiosamente, era la otra heredera del mismo tío.
    ¡Increíble!
Exclamaron, estupefactos, cuando vieron en la iglesia a la hermosa primita del Frutilla: un bombón.
Esa noche comenzaría una amargura sin par en la mente de cada uno de aquellos que se habían burlado de Heraclio Venelucz, a la vez que la envidia les carcomía sin piedad.
Ninguno se enteró, por supuesto, de los pésimos tratos que le dispensaba la bella esposa al pobre "Frutilla"; quien los visitaba en la oficina, de tanto en tanto, para sentirse un poco mejor.
Ellos, en cambio, se sentían peor…
        

16 comentarios:

  1. Asi es amigo. Muchas veces creemos que lo ajeno es oro y resulta que es cobre.
    Besazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Dolega:
      El pobre Frutilla cayó en las redes de la prima como un tierno parajito.
      Con decir que las bromas de sus excompañeros le parecían ternuras...
      Puedo decir que este cuento me causó risa mientras lo pergeñaba.
      Un beso.

      Eliminar
  2. Querido Arturo
    Me has reir con este bello relato, las descripciones de su porte me hizo poner a El Frutilla delante de mis ojos y no pude menos que dejarlo ser y yo me sonreía viéndolo tal como es...
    Te cuento que para regodearme demás lo volvi a leer.
    Me encanta el dinamismo que le das a tus personajes, le imprimes una fisonomía tan viva y peculiar que siempre te hace recordar a algún prójimo que uno ha conocido en sus andanzas por la vida.

    Buena semana y adelante con darnos siempre buenísimas entradas!
    Un beso de lunes

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Genessis:
      En mis cincuenta y nueve años de vida, he tenido oportunidad de ver muchos personajes raros. Exagerar un poco sus particularidades e inventar una situación ridícula y graciosa que los incluya hacen el resto.
      Disfruté mucho al escribirlo, como con tantos otros personajes extravagantes.
      Entre mis deseos está el que los lectores ubiquen a alguiende su entorno para asimilarlo a los personajes: un tacaño, un cleptómano, una mellizas, un adicto a la TV, etcétera.
      Besos.

      Eliminar
  3. Ciertas cosas nunca cambian verdad, hay quienes nacen con estrella y otros estrellados... y como bien lo demuestra tu historia, el frutilla por mucho dinero que tuviese no habia cambiado en nada la esencia de su vida...
    Ni el resto tampoco...
    Muy bueno, me hiciste sonreir, besos... y escribo sin tildes por un problema de la maquina.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Paula:
      Estaba visto que su problema de personalidad no lo resolvía el dinero. Hay gente apocada a causa de su infortunio, pero en el caso de Heraclio se demuestra que hay casos donde ni una fortuna lo deja a salvo de ser un pusilánime.
      No sé por qué razón tu comentario lo calificaron de spam, quizás sea que empleas otra máquina diferente a la usual, pues nunca había sucedido tal cosa.
      Besos.

      Eliminar
  4. He presenciado visto en diferente reuniones en las cuales si no existe el apocado y el chistoso la reunión según esos personajes no tendría sentido,pues necesitan reír a costa de lo que sea,pobres diablos de sentimientos y espíritu.

    Saludos con fresas

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. José:
      Tienes toda la razón.
      En algunas reuniones festivas, siempre aparece el bufón que hace su número a costillas de una víctima. Lo peor del caso, como dices, resultan ser los festejantes, que ponen en evidencia su pésimo nivel en cuanto a humor se refiere.
      Es el tipo de reuniones que evito.
      Es bien sabido que los personajes como el del cuento jamás se meten con nadie, a lo sumo vencen su timidez y comentan sus pareceres con alguien que les parece buena persona, ya que saben que no lo tomará para burlas. Aunque, no siempre eligen bien.
      ¡Qué buenas eran las frutillas! Hoy, solo se consiguen fresones, tan inmensos como insípidos...
      Un abrazo.

      Eliminar
  5. Pobre Frutilla ni el dinero le diò la felicidad, pero a los que se reìan de èl tan poco les llegò la felicidad. Es un cuento de perdedores. Me ha gustado mucho.

    un abrazo

    fus

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Fus:
      Gracias por tus palabras.
      El cuento no hace referencia a una explosión de alegría en "El Frutilla" al comentarles su buena fortuna; es más, la confesión se la tienen que sacar a los tirones. Ni siquiera en ese momento se mostró exuberante y locuaz...
      Nunca sabremos si su mujer se enamoró el él y luego se desengañó mal, o desde el principio, solo quiso tener el dinero de la herencia para ella sola.
      Un gran abrazo.

      Eliminar
  6. Es una práctica bastante habitual en los trabajos poner y ligar apodos. El secreto es saber capitalizarlos con humor.
    Saludos de la tana o calculín jeeeeee

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sandra:
      Por supuesto, nadie está a salvo de los "creativos".
      Pero de que te llamen Tito a que te digan "El Frutilla" hay un abismo. Por caso, tengo un cuento sobre un trabajador al que llamaban King Kong.
      No creo que te moleste que te digan Tana. A mí durante todo el secundario -y aun hoy- mis compañeros me decían "El Beto" y yo no me llamo ni Alberto, ni Norberto, ni nada por el estilo. Lo que sucedía es que el diez de Boca era el Beto Menéndez y me zamparon el apodo por coincidir con su apellido.
      Un abrazo.

      Eliminar
  7. Qué buen retratador de personajes estás hecho, Arturo. Cuando el diablo no sabe que hacer, mata moscas con el rabo, y eso le pasa a muchos de mente hueca.
    Mis aplausos, amigo.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Fernando:
      En verdad, Heraclio era un papanatas.
      Solo así se explican las cosas que le pasaban. Ni siquiera daba su vida para una historia más interesante, ¡qué infeliz!
      Un abrazo.

      Eliminar
  8. que buen relato Arturo, he visto muchos frutillas en mis trabajos, (tengo 50 años de obras en contrucción) generalmente son muchachos que vienen del norte. No me extrañaría ser yo uno de ellos.
    Un abrazo amigo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Luis:
      Siempre aparece uno en aquellos lugares donde sobran los burlones. Si no es por su apariencia, ya le encontrarán una fobia, o una manía, con la cual atormentarlo.
      Es así, esa gente trata de disimular su propia mediocridad a través de la burla y el desmerecimiento de uno del grupo. Es un modelo de conducta que he visto desde mi niñez.
      En algunos casos patéticos, buscaban con denuedo una característica negativa en el más destacado de todos, para equipararse, llegado el caso hasta llegaban a argumentar que era más educado o que tenía más dinero, como elementos denigratorios, imaginate. Por supuesto, a mi vista quedaban aun más relegados.
      Un abrazo, amigo rosarino.

      Eliminar

Me interesa conocer tu opinión respecto a lo que has leído: