sábado, 2 de junio de 2012

Mejor no reír

En todo barrio hay un odontólogo.
Pero, en Villa Real hubo una excepción: hubo una odontóloga, se trataba de Miriam Anzulovich.
Provenía de Villa Crespo y se había recibido “con las mejores calificaciones”, según argüía la madre, doña Raquel, que hacía las veces de recepcionista y guardabosques.
Hija de un odontólogo, reconocido en el universo de esa profesión por sus excelentes antecedentes, atendía en un moderno consultorio que, a tal fin, el padre había instalado en un departamento que había alquilado en la esquina de Baigorria y Virgilio. 
La joven prometía excelencia.
No obstante, se suponía que aún no debería tener demasiada experiencia, pues era notoriamente joven. Casi tanto como agraciada: una típica pelirroja de ojos celestes, rostro de niña, con pechos y caderas generosos.
Los muchachos del barrio vieron la oportunidad: conocer a una profesional bonita para que les arreglara cualquier incipiente caries que pudiera haber aparecido en sus dentaduras; corrieron en legión para ser atendidos por ella.
El trato que les dispensaba a sus pacientes era delicado, pleno de mohines y de la mayor dulzura que una persona pudiera esperar de una dentista.
Entre los hombres de toda edad comenzó a correr el rumor de que la bella profesional se abalanzaba con su dulce humanidad sobre el torso de los pacientes, para realizar desde esta proximidad su tarea profesional. Se percibía entonces el tenue aroma a perfume francés que la envolvía y su fugaz aliento a menta.
Los vecinos le suplicaban a doña Raquel por un turno lo más próximo posible: aducían padecer de dolores insoportables y flemones inexistentes. Las esposas y novias de estos mismos pacientes no les iban en saga, querían sacarse las dudas de tal interés por asistir a aquella dentista, que ahora movilizaba a sus hombres.
No se puede negar que ante este panorama, esa madre se encontraba feliz por el éxito profesional de su hija; al fin y al cabo, bastante les había costado a ella y a su marido convencer a la pequeña Miriam de estudiar esa carrera. Así las cosas, todo parecía encaminarse hacia un éxito seguro.
Pero, Miriam era un desastre como dentista.
Pronto se pudo constatar (con desolación) que una pequeña caries devenía en una serie de reparaciones posteriores. Lo que se iniciaba con un desprendimiento de la amalgama, que obligaba a tornear la cavidad sobre la pieza dental y proceder a la aplicación de una nueva obturación, sólo para que tal arreglo se desprenda nuevamente, terminaba en una extracción segura de la pieza y su reemplazo por un diente o muela horrible, parte de una pésima prótesis.
Como para redondear esta situación, para economizar costos, la joven contaba con los servicios de un mecánico dental casi tan torpe como ella.
Si bien al principio de su gestión había contratado a otro asistente que sí valía la pena, éste bien pronto se cansó de nuestra Miriam y dejó de trabajar para ella. Según le comentaba a quien quisiera escucharlo, ella tomaba unas pésimas impresiones de la boca de los pacientes, lo que daba como resultado que las dentaduras postizas que luego construía este hombre jamás calzaban en las encías de los sufridos pacientes.
Por su parte, doña Raquel siempre culpaba al mecánico dental por tales resultados, algo que indignaba a este hombre sobremanera, a un punto tal que, en una oportunidad, fue él mismo quien se ocupó de tomar la impresión de la boca de un paciente, para asegurarse de no trabajar luego en vano. Según me refirió ese mismo paciente.
Al final, cansado de tanto trajín e improductividad, aquel buen mecánico dental se hartó, y ­-como ya se ha dicho- dejó de trabajar para ella. Quizás haya influido también en esta decisión que lo único que esa joven había aprendido bien de su padre dentista fuera la maña de demorar los pagos al mecánico dental.
Al cabo de un tiempo, cuando la dulce dentista esgrimía la jeringa con anestesia, los pacientes sentían correr un frío sepulcral por su espina dorsal. A veces calculaba mal la dosis de anestesia local que debía aplicar y algunos pacientes salían del consultorio con su boca abierta y el ceño fruncido, como opas enojados, ya que no podían levantar el maxilar inferior.
Los niños, le temían más que a los restantes dentistas de la zona, incluso más que al viejito “Tembleque”, un septuagenario que tenía su consultorio en Villa Devoto y que ya daba las primeras señales de un incipiente Parkinson.
A partir de la llegada de la doctora Anzulovich, Villa Real comenzó a ser barrio de rostros serios. Nadie osaba sonreír siquiera y poner a la vista las horribles dentaduras postizas que Miriam les había provisto. Los más desposeídos pasaron a ser desdentados patéticos.
Se dice que, un buen día, emigró a España. Hoy, en esa misma esquina donde Miriam tenía su consultorio encontramos una verdulería, atendida por un matrimonio de bolivianos sonrientes.

30 comentarios:

  1. Hola Arturo, nunca debemos fiarnos de la apariencia exterior ya que luego pasa lo que pasa, vaya fiasco la que monto esta mujer con la complicidad de los padres, las esposas y novias de los hombres que acudieron a tropel al consultorio luego se lo estarían echando en cara a ellos:), en fin menos mal que no he dado con ella por aquí y mi dentista es buenísimo jeje, buen relato Arturo y del que se debe aprender mucho.

    Besos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Piruja:
      El cuento es una burla completa.
      Para empezar, el consultorio lo ubican en un barrio de clase media, que más bien tira a baja.
      La pobre Miriam era buena e inocente, por eso la madre la cuidaba del acoso de los gavilanes de ese barrio.
      Las mujeres de los casados, ya sabían con qué tipo de maridos andaban.
      Provenían de Villa Crespo, un barrio bastante alejado de ese lugar. De modo que la chica hiciese la experiencia con desconocidos.
      El resultado de todo un barrio con el gesto adusto y la boca cerrada es una exageración humorística.
      La mandé a España, porque se dice que hay muchos dentistas argentinos allí.
      Besos.

      Eliminar
  2. ¿la mandaste a España? ¿a que parte? arrrrrrrrrrrrrrrgggggggg
    bueno menos mal que mi dentista es un pollo guapetón, moreno y simpático que además es un mago (ahora está, ahora ya no)y no me produce más dolor que el del bolsillo.
    Un gran relato Arturo, una vez más nos has regalado algo totalmente diferente, divertido y original.

    un abrazo casto, pero con aromas a menta fresca.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ángela:
      Por desgracia, esa información no me la supo dar Doña Tota, la chismosa del barrio. De modo que no hay nadie a salvo por esos pagos.
      Respecto a la temática de la entrada, se imponía un tema liviano y chistoso (no para los desdentados, por supuesto), luego del reflexivo anterior.
      Aquí en la Argentina por lo que pude escuchar, la carrera de odontología es la más cara entre todas, será por eso que cobran tanto. Y eso que la educación universitaria estatal es gratis.
      Te retribuyo el abrazo (bajo la atenta mirada de mi marcadora personal...)

      Eliminar
  3. Ya podías haber puesto a qué parte de España vino jajaja. Menos mal que mi dentista no es pelirroja ni se llama Miriam, lo que espero es que no se haya cambiado el nombre, ni teñido el pelo. Hace años sí tuve un odontólogo argentino, y era muy bueno.

    Me ha encantado el relato. Está claro que en esta vida, hasta que sales del error, la estética es lo que más prima.

    Besos y feliz fin de semana.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Teresa:
      Es como en el dicho: fueron por lana y salieron trasquilados.
      Atraídos por el anzuelo de la belleza y modos de la joven, cayeron en sus garras: sus buenos dinerillos se habrá ganado la dulce muchacha, a más de la experiencia acumulada con los cobayos humanos.
      He visto varias tretas de esa clase, en negocios diversos.
      Te retribuyo los besos y el deseo de una fin de semana excepcional.

      Eliminar
  4. Aunque te pueda parecer mentira yo he conocido a más de uno de ese pelaje. Es cierto que en mi caso han sido hombres y no mujeres.
    A un o de ellos en mi pueblo lo llegaron a apodar "la jeringa asesina" por su nula pericia con la anestesia.
    Un saludo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Dolega:
      Te creo por completo el que te hayas cruzado con semejantes animales. Pues en mi caso fueron unos cuantos...
      Por lo general, resulta gracioso cuando abandonas el consultorio, con el daño ya consumado, y observas las miradas desorbitas de los otros pacientes, que esperan su turno, los pobres.
      No quiero ni imaginar esos ojos cómo brillarían -lacrimosos- al verte salir del consultorio del Jeringa...
      Allí el torno taladraría la pieza dental del paciente y a la vez los oídos y nervios de aquellos que esperaban.
      Un cordial saludo.

      Eliminar
  5. Tú si que escribes bien, describes con destreza y nos llevas a recrear la lectura con acierto.
    Me encantó tu visita y más leer en tu blog los desatinos dentales.
    Un saludo cordial.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Inés:
      Por favor, no exageres, que solo soy un aficionado con algo de entusiasmo y otro poco de humor.
      Me complace si logré que esbozaras una sonrisa al leer las diferentes situaciones, que podrían ser verídicas.
      El cuento, por estar ubicado en la porteña Buenos Aires, emplea ciertos términos no muy comunes en el castellano puro, lo mismo que cita cuestiones sociales asociadas a los barrios citados, lo que la hace su lectura más jugosa para quien viva aquí y conozca la jerga.
      Hasta la próxima. Un saludo fraternal.

      Eliminar
  6. No tengo problema, pues la única dentista que tuvo el honor de cincelarme con gran maestría la dentadura fue una muy esbelta y atractiva Mar platense,por lo cual en España solo busco odontólogos.

    Saludos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. José:
      Solo espero que el pelado y barrigón, que te cuida la dentadura hoy, tenga la habilidad necesaria para realizar un excelente trabajo.
      Eso no quita que tu memoria no olvide con facilidad a la donosa marplatense.
      Me despido, con una sonrisa y un saludo

      Eliminar
  7. Arturo, qué miedo!!!
    Hace unos años tuve como dentista a una argentina que vino de Buenos Aires. Se llamaba Cristina Saavedra y se hizo muy amiga nuestra llegando a compartir navidades y viajes. Años más tarde murió de repente y tuvimos que cambiar de dentista. Ella era muy buena en su profesión así que no es la Miriam de tu relato:):):):):)
    Como siempre, cuentas historias muy bien contadas y con mucha chispa.

    Un abrazo de Mos desde la orilla de las palabras.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Mos:
      Es una pena la muerte de aquella mujer. Además, describes a quien debió ser una gran persona. Sin dudas no era Miriam, lo afirmo.
      Gracias por tus halagos, inmerecidos, por supuesto. Puedo decir que de la intención motivadora, al resultado logrado, hay un abismo siempre.
      A mi me gustó mucho tu última entrada "No me pidas solo un recuerdo", la recomiendo.
      Un abrazo desde lejos.

      Eliminar
  8. Arturo..." Mejor no reir "

    Al pasar el torno si tocan el nervio del diente o muela...te produce electricidad...me ha pasado y le he dicho al dentista....no he aguanto el dolor...hasta que me puse a llorar...me acariciò la cabeza dicièndome es sugestiòn mijitaaaa....y otra vez a pasar el tornoooo...
    No hay palabras para el , las tengo en la punta de la lengua,no las digo para que no te cierren el blog jajaja.....pobre los pacientes que siguen cayendo en sus crueles manos.
    Ante todo hay que averiguar si son recibidos...no con ver un diploma que exiben, que no nos tomamos el tiempo de leer sea verìdico.

    ¡¡¡ muy interesante !!! ahora me puedo reir jajaj

    un beso

    ( las letras a decifrar aqui abajo son como el torno del dentista )

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Doris Dolly:
      Y sí, a veces la anestesia "no toma", como dicen ellos. Hay que ver que no todos los organismos reaccionan igual a los fármacos (lo sé bien) y por ello no quieren sobrepasarse con las dosis, por el riesgo que ello acarrearía.
      Respecto a la falta de título o capacitación, aunque en otra área, vale esto que me sucedió: allá por 1989, tuve que hacerme unas radiografías en San Pedro de Jujuy, en un clínica. La radióloga que me atendió no llevaba consigo la placa testigo de acumulación de radiación por Rayos X. Cuando le pregunté por ello, no sabía nada del tema. Se estaba "cocinando" con la radiación.
      Ya se ve, a veces la ignorancia no afecta solo a los pacientes.
      Un beso.

      Eliminar
  9. SI,si lo sé como no eso de marplatense.pero a veces me gusta hacerme notar ya sea para bien o parar mal.

    Saludos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. José:
      Sin dudas que te harías notar mucho más, si recordases de igual manera... al pelado barrigón, ja ja ja.
      Tras el chascarrillo, un cordial saludo.

      Eliminar
  10. Mira Arturo a mi se me está cayendo el último diente que me queda, pero sigo firme, dicen que es miedo, yo digo que es precaución.
    Lo malo es que mi nuera es una excelente profesional y ya se cansó de intentar solucionar mi problema.
    soy un tipo "muy serio" y me compré una trituradora de alimentos genial.
    Gracias por el humor , un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Luis:
      Bien dicen que el miedo no es zonzo. Haces bien en no caer en las garras de tu nuera, podría vengarse de las "canalladas" de tu hijo (¿es de Central, acaso?).
      Mi vieja todavía guarda aquella prensa de carne, que utilizaba para darme el jugo de los churrascos junto a la papilla, según recomendación médica de 1953.
      Si se te rompe la trituradora, se la pido...
      Un abrazo.

      Eliminar
    2. Ja Ja, como supiste que mi hijo es de Central? por suerte mi nuera me quiere (soy su suegro favorito)
      Un abrazo.

      Eliminar
    3. "ROSARIO CENTRAL"? el equipo de ROSARIO que está en la "B" ?...JA !

      Eliminar
    4. Luis:
      Una simple cuestión estadística: los "leprosos" son minoría en Rosario.
      Un abrazo.

      Eliminar
    5. Mery Ross:
      Por lo que ha visto, todo parece indicar que han de retornar a la Primera División. Y son el único equipo de fútbol que ha ganado el ascenso y la Primera división consecutivamente.
      Un beso.

      Eliminar
  11. JA JA JA que bueno estubo el relato y ni que hablar de los comentarios
    aprendo ,mucho de ellos.
    ARTURO me encantó que los pacientes hayan quedado desdentados, eso les pasa por "babosos"...
    ARTURO? la odontóloga era de la "cole" ?ja ! me pareció por el apellido y el barrio...
    MENOS MAL QUE LA MANDASTE A ESPAÑA YA DEBE ESTAR SEDUCIENDO POR AHI.
    CARIÑOS

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Mery Ross:
      Imaginate a los pacientes: entran al consultorio de la dulce dentista, sonrientes, ganadores, seductores...
      Y salen con la mandíbula caída, por el exceso de anestesia, imposibilitados de hablar, o con la extracción del diente sano.
      No creo que ella se diera cuenta de los babosos que se ponían los galanes de barrio, pues con la manguera finita de vacío les dejaba la boca seca de saliva.
      Por supuesto que era de la "comunidad", es bien sabido lo estudiosos que son.
      Quién sabe si hoy seduce o espanta; a todos nos consta que el paso del tiempo y los años encima resultantes causan estragos.
      Me alegra que te haya divertido, ya que a mí me causó bastante hilaridad mientras lo escribía.
      Un beso.

      Eliminar
  12. Buenísmo, Arturo! No hay que entregar la boca a cualquiera ;) Mirá si será traumática la visita al dentista que yo también me despaché por acá http://ponetelosanteojosquetenes40.blogspot.com.ar/2010/11/mentime-que-me-gusta.html
    Menos mal que se fue a España! Todo cierra con una coherencia asombra: Si quedaron desdentados, no queda otra que volver a la esquina para comprar fruta y verdura, blanditos, vio? juazz Saludos van!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sandra:
      Muy buena tu entrada, y con la gracia de siempre.
      Respecto a los desdentados, no te imaginás lo que es vivir en un poblado chico del interior, donde no hay un dentista o un dentista bueno. Te imaginarás que los odontólogos más duchos y capacitados se van a ganar dinero a las grandes ciudades.
      En el cuento, de modo curioso, los bolivianos tenían una sonrisa a pleno, quizás porque no los había agarrado Miriam.
      Un sonriente saludo.

      Eliminar
  13. excelente historia, aunque debo confesar que odio ir a odontología , el solo olor del consultorio ya me da escalofríos.
    Ha sido divertido leerte . Yo me río mucho y me gusta hacerlo!
    Un beso

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Endless Love:
      Disculpá que no haya contestado, inexplicablemente se me pasó este comentario. Recién hoy lo detecto...
      No eres la única con esa fobia. En mi caso, con el paso del tiempo se ha instalado un temor a ir a consulta; quizás tenga mucho que ver el hecho de que a mi padre, luego de ir a arreglarse una pieza, la anestesia lo afectó y su problema del habla derivó en una especie de ACV lento, que lo postró por años, sin habla; hasta su deceso.
      Eso pasó en 1987 y sin embargo yo recién hará tres años que le tomé idea a la visita. Antes iba como quien va al peluquero...
      Aunque tardío, también te envío un beso (con algo de culpa por el atraso).

      Eliminar

Me interesa conocer tu opinión respecto a lo que has leído: