lunes, 7 de mayo de 2012

El misterio del doctor Travalho

Cuando ingresé al Juzgado de Instrucción, una de las primeras tareas que me asignaron consistió en estudiar una infinidad de casos irresueltos que allí se archivaban. Fue entonces, al revolver entre los viejos expedientes archivados que, en unas carpetas mordisqueadas por los roedores, encontré una historia a todas luces insólita.
Según se consignaba en autos, su nombre era Arnulfo Natal Travalho Da Silva, llamado “Teté” por sus familiares y amigos.
De la lectura de las fojas también surgía que había nacido en Brasil y que era el hijo menor de un matrimonio de portugueses: don Pedro y Lucelia. Taterio dell pareja se inscribía entre los tantos matrimonios de europeos que escapaban hacia Sudamérica, expulsados por la pobreza opresora reinante en sus aldeas, y buscaban fortuna en América, Esta pareja bien se podría inscribir como una de las tantas que poblaban el Brasil y la Argentina a los inicios del siglo veinte.
Esta familia se completaba con Cleonice, la hermana mayor de Arnulfo; una joven que, a los veinte años de edad, se había casado con un agricultor argentino, para emigrar luego hacia nuestro país, radicándose ambos en Diamante, en la provincia de Entre Ríos, donde él había heredado unos campos.
Un buen día, ya cansado de los fracasos económicos en que terminaban siempre sus negocios, don Pedro decidió dejar el Brasil y probar suerte por nuestros pagos, más precisamente en donde vivían su hija y el yerno. De modo que se trasladó a la localidad entrerriana con los restantes miembros de la familia.
Teté se adaptó casi de inmediato al nuevo entorno: aprendió el idioma y las costumbres lugareñas con rapidez. Tanto es así que algunos que lo conocieron refieren -a lo largo de los documentos que revisé- que ya a los pocos meses de llegar apenas si se le notaba su acento originario portugués.
Los Travalho solían referir (a todo aquel que los escuchara) que el cambio de residencia tenía origen en una supuesta persecución política organizada contra el padre de Teté, un declarado comunista. Las voces envenenadas del poblado, en cambio, dejaron testimonio de versiones mucho más escandalosas para tan inusual emigración, fruto todas ellas de una imaginación malsana e infundada, sin dudas.
Estas versiones decían de todo: desde que don Pedro venía escapado a causa de la muerte que le había infringido a algún personaje importante de su comunidad (por cuestiones de negocios o de polleras), o que dejaba atrás infinidad de mulatos bastardos que poblaban el Estado de Río Grande do Sul, de donde los Travalho provenían, hasta que simplemente huía de las deudas y buscaba la protección y el amparo que le podría brindar su yerno, quien —por cierto— gozaba de una posición económica bastante sólida. Versión a la que adscribo como la más verosímil.
En este ambiente, cambiante y difícil, Teté comenzó a trabajar desde muy joven como dependiente en la farmacia de esa localidad. Entre los relacionados a ese negocio, se recordaba su labor como muy eficiente, a punto tal que primero colaboraba con la preparación y luego hacía -sin ayuda alguna- los específicos homeopáticos y alopáticos que se despachaban allí.
Mas su verdadera pasión era la investigación. Para ello, poco a poco, había montado un pequeño laboratorio medicinal o de farmacología en un pequeño galpón ubicado en los fondos de su casa, donde realizaba todo tipo de ensayos para el desarrollo de las más insólitas medicinas. Actividad que no podía realizar en la farmacia donde trabajaba.
Algunas de sus invenciones las probaba primero en sí mismo o bien en sus amigos y familiares. Mas no siempre tenía la delicadeza de avisar que les suministraba tales pócimas; las agregaba de manera  subrepticia, ya fuera en las comidas o bien disfrazadas como aspirinas o como tónicos del más diverso tipo.
Entre sus mejunjes, había pergeñado una crema para aplicarse como bronceador o pantalla solar. La obtenía a partir de la piel de las aves de corral (pollos, patos, gansos) de donde sacaba el colágeno que era la materia prima básica de su creación; con ella protegía la sensible epidermis de sus pequeños sobrinos, quienes se convertían de ese modo en inocentes cobayos. Pese a que le aplicaba ingentes proporciones de concentrados con perfume a mentol y limón a esa crema, no conseguía quitarle el olor penetrante a gallináceo que les quedaba impregnado en la piel de los niños. Por culpa de estas pruebas en el poblado donde vivían, a estos chicos los llamaban “Los Pollitos”.
Otro de sus éxitos más logrados (con el que se vanagloriaba) lo consiguió con su famoso brebaje, que denominaba “el pulmoncito”. Se trataba de un extraño compuesto que obtenía a partir del bofe de vacunos, el que convenientemente tratado, lograba sintetizar en una medicina que -según él aseveraba- prevenía la gripe y los molestos resfríos invernales.
El inconveniente que tenía ese jarabe eran las diarreas que producía.
Entre los testimonios registrados en esos folios se consignan los de algunos ancianos que refirieron que, por esa época, una extraña epidemia azotó los campos en Diamante, de resultas de la cual murieron decenas de vacas, sin motivo aparente. Los pobladores más supersticiosos culparon al “chupacabras” por tal desmán.
Universidad Nacional del Litoral, hoy
Gracias a la producción de estas medicinas de su inventiva (que su padre comercializaba con éxito por todos los pueblos de los alrededores), Teté obtendría el dinero necesario para costearse los estudios de Farmacología en la Universidad Nacional del  Litoral.
Dejó entonces su trabajo en la farmacia del pueblo, pues le imposibilitaba asistir hasta la ciudad de Santa Fe, para cursar tal carrera.
Se consigna que, en esa ciudad, era un personaje conocido en todas las droguerías, donde conseguía las sustancias básicas con las que preparaba sus medicinas extravagantes. Que ya distribuía, a través de viajantes de comercio, en ambas provincias.
Así organizadas las cosas, no le llevó demasiado tiempo recibirse de farmacéutico primero, y después de médico, para -finalmente- especializarse en el área de ginecología, en la Universidad de Buenos Aires, para lo cual se mudó previamente a la ciudad capital.
Era notorio que llevar tal conducta arriesgada y vertiginosa le daba una gran satisfacción, a la par de un notorio éxito personal, aseveraron los psiquiatras que analizaron su caso.
En su actividad como ginecólogo, en cambio, era por demás una persona conservadora y cuidadosa, demasiado pundonorosa, se podría afirmar. A punto tal llegaba esta actitud, que el respeto que tenía hacia sus pacientes —rayano con la seriedad y solemnidad absolutas— lo llevaba a marcar una línea de blindaje sentimental superior a lo esperado, para no incomodarlas.
Todas las pacientes consultadas por el personal del juzgado coincidieron en afirmar que no abandonaba nunca esa formalidad aséptica par con ellas, ni hacía gala del menor sentido del humor mientras las debía revisar. Su actitud, en contrario a lo esperado por él, las ponía más tensas y a la defensiva.
Sus movimientos nerviosos y rápidos tampoco ayudaban; menos aún cuando se llevaba por delante alguna mesita y las bandejas con instrumental caían al piso con inesperado estrépito, mientras estaba por revisar a una paciente, que intentaba relajarse.
Se dice que tampoco le facilitaba la tarea su apariencia física como para hacerse el gracioso: era un individuo alto y esmirriado, de negros cabellos lacios que resultaban imposibles de mantener peinados en su sitio, pues tendían siempre a volcarse sobre su rostro, algo que —por suerte— disimulaba esa mirada penetrante, gélida, casi como de loco, que reinaba en su rostro anguloso.
Conocedor de esta característica de su semblante, evitaba mirar directamente a las pacientes, para no intimidarlas.
¿Por qué razón hizo ese brebaje?
Según dejó constar en el libro de notas que llevaba prolijamente en su laboratorio, y que tuve ocasión de leer, pensaba que no tenía ningún sentido encontrarse imposibilitado de tener una relación normal con una chica. Siempre esa deformación profesional (que lo dominaba) le impedía conquistar a alguna de ellas.
Y esa limitación se aplicaba siempre; incluso ante mujeres que no se trataba ni remotamente de pacientes suyas, es más, ni siquiera sabían que era ginecólogo.
Dejaba constancia por escrito que, en tales oportunidades, cuando pretendía galantear delante de alguna mujer, lo atacaban esos síntomas terribles e inevitables: un ardor con enrojecimiento de los ojos y profuso lagrimeo más una terrible comezón en el perineo, algo muy molesto es esas circunstancias. Como secuela posterior, le aparecía un sarpullido en todo el cuerpo, cuando no, directamente le salían unas ronchas enormes.
Ante cada intento fallido, solía dejar escrito que se encontraba cansado ya de esta situación, porque al fin de cuentas, las mujeres le parecían lo más bello y atractivo del mundo y no podía soportar el hecho de tenerlas siempre tan distantes.
La única solución a este problema estaba en su inteligencia, en su vasta experiencia y sus conocimientos en medicina y farmacología, concluyó.
Motivado por esta idea pareciera que comenzó a investigar con feromonas, ADN y hormonas femeninas: estaba plenamente convencido de que si llegaba a manipular convenientemente todos estos elementos podría sintetizar y suministrarse algo así como una especie de vacuna, una medicina milagrosa que le facilitaría vencer esa patología que le atacaba en cuanto quería entablar una relación amistosa con alguna chica.
La cuestión es que se dedicó por entero a preparar esa poción salvadora, en espera de poder vencer esa aprensión, que se había tornado inaguantable ya.
Tras varios años de pruebas fallidas (que dejó asentadas en ese libro de notas), pero que denotaban relativos avances, llegó por fin, en el año de 1948, a una versión mejorada y última.
No podía fallar, anotó; de modo que se bebió todo el vaso de precipitados de un solo y profundo sorbo.
En el mismo cuaderno, con una letra cambiada, menos vacilante y enérgica que antaño, describió el resultado:
“Ni bien concluí de beber la preparación, de inmediato sentí un sabor amarguísimo en la lengua, que me provocó arcadas; un vértigo indescriptible me envolvió, al punto que casi me tira al piso; para evitar la caída debí sentarme en la primera silla que encontré a mano. Sentí entonces que mi cuerpo era recorrido por una onda de calor indescriptible, que irradiaba desde la zona del estómago hacia toda la periferia.
Cuando estos síntomas menguaron lo suficiente, sentí alivio, como si flotase en el aire. Y aunque mi vista estaba un poco nublada aún, tras restregarme ambos ojos suavemente con los dedos, recobré la calma.
Medio a los tumbos, fui a verme a un espejo, a observar si había sufrido alguna secuela. Aparté los cabellos que me impedían la visión y pude ver reflejado en el cristal un rostro de mujer”.
Finalmente, se consigna en los documentos que, el diez de mayo del año 1955 murió Teté, la amarga solterona doctora Arnulfa Travalho, envenenada.
        

4 comentarios:

  1. Muy bueno Arturo, en realidad escribiste una novela, el final como siempre sorprendente.
    El relato atrapa sin duda.
    Un abrazo.

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    1. Luis:
      Este cuento tuvo su origen hace muchísimos años. Fue durante un viaje de regreso desde cerca de tus pagos, San Jerónimo Sud, hasta mi ciudad. Durante la travesía por el camino a Esther, un colega me contó que él fabricaba medicinas (pulmoncito y crema solar).
      Esa extraña anécdota quedó grabada en mi mente, hasta aquel día en que escribí mis primeras ficciones. Entre aquellos cuentos iniciales se inscribe esta historia.
      Si bien no considero esté entre las mejores, le tengo especial cariño, por haberme permitido reír y entretenerme con ella, además de dejar de contar solo anécdotas.
      Te imaginarás cuánto me alegra el hecho de que te haya agradado.
      Un abrazo.

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  2. Fíjate si el relato engancha,que me ha costado 4 intentos porque Google parece que solo quería leerlo él y no dejaba entrar.

    Si es bastante bueno y largo.

    Saludos

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    1. José:
      Tengo el presentimiento de que Google o Bloger han hecho algunos cambios unilaterales.
      Me baso en que los seguidores de mi página no salen o su fotografía de Perfil no aparece y en otros tantos errores, tan novedosos como molestos.
      Yo debí recargar los Blogs que sigo y que publicito en el mío, además de ver como mi fotografía desaparecía de varios comentarios hechos en otros tantos artículos que me gustaron.
      Además, no pude conseguir a dirección de Magoya mi de Mongo para asentarles mi queja.
      ¡Qué le "vachaché"!, diría Discepolín.
      Respecto al ingreso a este "post" voy a revisarlo, pues tiene poquísimas visitas, algo que me llamó la atención e hizo que publicase otro nuevo, que afortunadamente no parece sufrir tal limitación.
      Muchísimas gracias por tu aviso, quizás se deba a errores similares de Blogger en los enlaces presentes en los blogs de la gente amiga, que publicita mis entradas y a la que agradezco de todo corazón.
      Te envío un fuerte y sentido abrazo, José.

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